II Domingo de Adviento, Ciclo B

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  

 

 

La riqueza doctrinal de este domingo no es pequeña, sino grande. Tres temas emergen con claridad: La consolación de Jerusalén por parte de Dios; la actitud  vigilante y la figura de Juan ( el precursor del Nuevo Testamento).

            Quizá la mejor forma de ver estos mensajes sea la exposición minuciosa, no exhaustiva, de las lecturas.

            La lectura primera es del profeta Isaías, el capítulo 40, 1-5.9-11. Hay que tener en cuenta que los capítulos 40-55 constituyen la segunda parte de la Obra de Isaías: el segundo Isaías, el libro de la Consolación.

            Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios”. Retener también las  palabras:  mi pueblo; vuestro Dios. El Segundo Isaías es un profeta del destierro de Babilonia. Israel necesita este mensaje de Consolación, no de condenación.

            Hablad al corazón de Jerusalén”. Hablad  tiernamente. Es una  de las más  delicadas  expresiones del amor divino de cuantas  aparecen en el Dt-Is. Jerusalén   está en ruinas  y difícilmente  podría  recibir  la palabra de Dios, sino se le habla en estos términos.

            La espiritualidad del Adviento debe adquirir estos matices. Al hombre herido, no se le cura, echándola en cara sus culpas, defectos, taras, limitaciones, sino exhortándole al olvido de todo lo negativo. “ Gritadle que se ha  cumplido  su condena”. Dios no viene a condenar, sino a  salvar.  Hablar al corazón  es un lenguaje  que sólo los enamorados pueden entender.  

            Una voz grita: “ Preparad en el desierto  un camino  al Señor”.  El camino es un estilo de vida  para los hombres y para Dios. Sin camino  no se puede caminar, no se puede llegar a ninguna parte. Israel ha errado, se ha equivocado a la hora de comenzar a caminar.” El Desierto, no como lugar geográfico, sino espiritual, tiempo de conversión, de tomar decisiones, de cambiar de ritmo de vida. Salir de una forma de vivir para vivir la realidad de Dios.

            “Entonces se revelará  la gloria  del Señor y la verán  juntos  todos los hombres”. La expresión  quiere  significar  una manifestación  maravillosa  de la presencia  redentora de Dios.

            El versículo 9 es un canto a la esperanza, es una llamada a la ilusión, que quizá se ha perdido; es una exhortación al júbilo, a la fiesta, a la alegría, a la victoria  ( en la cual no ha vencidos, sino que todos son vencedores) “  Súbete  a lo alto de  un monte , heraldo de Sión, alza  con fuerza  la voz, heraldo  de Jerusalén, álzala,  no temas, di a las ciudades  de Judá: aquí  está  vuestro Dios. Mirad: Dios, el Señor, llega  con fuerza, su brazo  domina.” Grata noticia para un pueblo, que está en la esclavitud. Necesitamos de grandes libertadores. Dios es nuestro libertador; fuera de él no hay salvación..

            El versículo último es la presentación de la ternura, delicadeza, entrega  del rey semejante  a la del pastor. “ Como pastor apacienta  el rebaño, su mano  los reúne. Lleva  en brazos  los corderos, cuida  de las  madres”. En la  Escritura  se hace fácilmente  la transición del “rey” al “ pastor” ( cfr. Jr. 3, 15).  

            En la segunda lectura, tomada de la 2ª Carta de San Pedro, 3, 8-14, se continúa la enseñanza del primer domingo: la vigilancia, el estar alerta, pues el Señor vendrá.

            Los cristianos  esperaron  la segunda  venida de Cristo como algo  inminente. Ellos llegaron a desanimarse, pues su deseo no se hacía realidad. El autor de esta segunda carta les quiere tranquilizar mediante una explicación, que quizá no convence mucho. “ Queridos hermanos: No perdáis  de vista  una cosa: para el Señor, un día es como  mil años  y mil años  como un día.” San Juan de la Cruz de una forma sobresaliente dirá: Dios habla lenguaje de eternidad y el hombre lenguaje de tiempo. La otra razón que puede explicar la tardanza es la siguiente: “ Lo que ocurre  es que  tiene mucha  paciencia  con vosotros, porque  no quiere  que nadie  perezca, sino que  todos  se conviertan”. La tardanza es debida a que Dios quiere prolongar su oportunidad.

 Una cosa que no se debe olvidar es la siguiente: El día  del Señor  llegará  como un ladrón. Es una enseñanza  clara y común en la Biblia. Esta segunda carta de San Pedro  se mueve en un lenguaje apocalíptico y por lo tanto  pueden resultar extrañas algunas afirmaciones.  Hay dos elementos  con una gran capacidad destructiva: el agua. En el Diluvio  tuvo lugar la destrucción de unos cielos  y una  tierra, surgiendo otros nuevos. El fuego. Cuando venga el Señor desaparecerán los cielos existentes y la tierra, abrasados por el fuego. “ Nosotros, confiados  en la promesa del Señor, esperamos  un cielo  nuevo  y una tierra nueva, en que habite la justicia”. Estos cielos  y esta tierra serán los definitivos. Aquí podemos ahondar mucho en el significado de cielos nuevos. Es insuficiente el lenguaje topográfico, tampoco lo explica todo el lenguaje metafórico, moral, sino que indica una realidad abierta, no acabada, sobrenatural, trascendente. Aquí podemos ver el valor del Adviento: Ya vino; pero todavía no. Celebramos su venida y nos preparamos  para celebrarla; pero siempre anhelamos la otra venida, la última.

 Hay una  frase en este capítulo tercero, versículo 12: “ Esperad  y apresurad  la venida del Señor”  No es fácil explicarla. Podemos comprenderla  si tenemos presente lo siguiente: si nuestros pecados retardan su venida; nuestra santidad la adelanta. Creo que hay dos niveles de interpretación: uno esencialista  y en este caso ni nuestros pecados  ni nuestras virtudes condicionan la llegada del Señor; otro nivel sería el metafórico, moral. Por esto mismo algunos traducen  apresurad  por desead encarecidamente. Mientras esto sucede: no debemos perder la paz, ni la calma, sino que tenemos que estar en sintonía con el Señor.  

            El Evangelio del segundo domingo de Adviento nos presenta la figura del Precursor: Juan el Bautista. Creo que es conveniente tener presente esta peculiaridad de San Marcos, el evangelista de este ciclo B. San Marcos  a diferencia  de los otros sinópticos,  no insiste  en la predicación  de Juan, sino exclusivamente  en su condición de mensajero  de Jesús. San Marcos  refunde  tres textos del AT: Isaías 40,3: “ Una voz  clama ...”  y  Malaquías  3,1: “ Mirad, yo envío  mi mensajero a preparar  el camino  delante de mí...”  y también  Ex. 23, 20: “ Yo  voy  a enviar un ángel delante de ti, para que  te guarde en el camino  y te conduzca al lugar  que te he preparado”. Juan es identificado  como el heraldo de Is 40, 3, y con Elías  de Malaquías 3,1. La misión  de Juan  es la del profeta  o mensajero divino  que, llevando a cumplimiento  toda una serie  de promesas  antiguas, señala  y prepara  el inicio de una nueva era, la era mesiánica. Actúa  en referencia  a otro y en función de otro. Su predicación  se lleva a término en el desierto, es decir, allí donde el pueblo de Israel  había  sido puesto a prueba. “ Juan  iba vestido  de piel  de camello, con  una correa  de cuero a la cintura...” Este modo  de presentarse hace recordar al profeta Elías  ( 2Reyes, 1,8). Juan es el Elías de los últimos tiempos.

            No queremos alargarnos, acentuando el contenido de la predicación de Juan, sino simplemente recordad esto, que ya hemos dicho: para Marcos Juan es el mensajero de Jesús; como el Evangelio no es la historia de Jesús, sino Jesús, su persona.