II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 
 
Con este domingo comenzamos la primera parte del Tiempo Ordinario, que abarca hasta el comienzo de la Cuaresma. Con la Fiesta del Bautismo de Jesús hemos concluido el tiempo de Navidad, aunque podemos decir que este domingo II es como un eco de la Solemnidad de la Epifanía y del Bautismo del Señor, por esto mismo en los tres ciclos se lee una perícopa del Evangelista San Juan.

 

            Este domingo podemos calificarlo como de la llamada y del testimonio: del seguimiento de los primeros discípulos de Jesús y de la Confesión, que hacen de El, como después diremos.  

            La primera lectura  está tomada del primer libro de Samuel, 3,3b-10.19. Vamos a analizarla  con cierta minuciosidad.  

Dos protagonistas de la liturgia de la Palabra de este segundo domingo son el propio Samuel y Juan Bautista. Entre ellos se da un rico paralelismo. Posiblemente, el paralelismo más profundo  radique en que uno y otro tienen la misión de anunciar  una nueva etapa  de la historia de la salvación.

Samuel  es la figura  clave del Antiguo Testamento. Paso de la  federación  de tribus  al régimen  monárquico.  Con Samuel  nace el profetismo, una  nueva forma de la presencia, y la experiencia  divina  a través de la palabra. El Bautista  es el último de los profetas del AT y anuncia  la plenitud  de los tiempos. Samuel  es el primero de los profetas del AT y anuncia  y consagra  los comienzos de la monarquía, presididos  por la dinastía  davídica, de la cual  había de nacer el Mesías.

            El capítulo 3 gira en torno a dos temas: la caída  de la casa de Elí  y la vocación de Samuel. Es lamentable que no se lea  el versículo 1: “ En aquel tiempo  era rara la palabra de Yavhé, y no  eran  corrientes   las visiones”. En un momento  en que el cielo  permanece  silencioso  y las visiones  eran  poco frecuentes, Dios abre  el diálogo  con Samuel.

            El joven Samuel oye la voz del Señor cuatro veces y otras cuatro veces responderá a esta llamada. Tres veces con una respuesta un tanto lacónica: “Aquí estoy”; la última vez con una frase más larga y llena de contenido: “ Habla, Señor, que tu  siervo  te escucha”. Samuel será Profeta  y dos elementos constitutivos  del profetismo son: el hablar de Dios y la escucha del hombre.

            Después de la segunda llamada, hay una afirmación muy importante: “ Aún  no conocía  Samuel  al Señor, pues  no le había  sido revelada  la palabra del Señor”. El profeta conoce a Dios, no por lo que oye hablar de El, sino por revelación  del Señor mediante su palabra. El profeta mantendrá  siempre encendida la lámpara del Señor para demostrar que todo tiempo es el Kairós de Dios. Es interesante una  frase del  v. 3, que no se lee: “ La lámpara de Dios  todavía  no se había   apagado” 

El estribillo  del salmo  responsorial  acentúa esta idea: “ Aquí estoy, para  hacer  tu voluntad”.

                La disposición  fundamental  para acoger  la llamada de Dios  es la prontitud   y la disponibilidad, es el deseo  de conocer  y seguir  al Señor. Estas notas  se dan de una manera  muy notable  en el joven Samuel, como se darán  en los dos discípulos  de Juan Bautista, que  después, inmediatamente  pasan  a serlo de Jesús.           

La segunda lectura  está tomada  de la  Primera Carta a los Corintios 6, 13c-15ª.17-20.  Esta Primera Carta a los Corintios   se lee  en todos los ciclos  durante los  primeros domingos; cada ciclo elige algunos capítulos determinados.  

También tenemos que lamentar aquí que no se lean unos versículos, que pueden ayudarnos a entender el texto elegido de la Carta. “ Todo  me es lícito”, dicen algunos. No olvidemos que a los cristianos, que venían de la gentilidad, les costaba mucho aceptar la moral cristiana, especialmente en lo referente a la sexualidad. San Pablo rebate el principio anunciado, aclarando el alcance del mismo: Sí, pero no todo  es conveniente. El  versículo 13 se hace eco de otro principio o dicho: “ Los manajares son para  el estómago  y el estómago   para los manjares”. Si estiramos este refrán, las consecuencias pueden ser alarmantes  y antes de dar pie a ello, San Pablo afirmará: “ Hermanos: el cuerpo  no es para la fornicación, sino para el  Señor; y el Señor para el cuerpo” Podemos llegar a no comprender esto: “ El Señor para el cuerpo”. A Dios le preocupa  nuestro cuerpo ( ¿ todo el ser? ), pues ha hecho por él grandes cosas. Podemos enunciar cuatro razones  por las cuales el Cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor. “ Dios, con su poder, resucitó  al Señor y nos  resucitará  también a nosotros”. ¿ No sabéis   que vuestros cuerpos   son miembros  de Cristo?. Cristo aquí significa  la asamblea de los cristianos, los cuales quedan afeados, cuando nosotros pecamos y quedan hermoseados, cuando nosotros no pecamos. ¿No  sabéis  que vuestro cuerpo  es templo del Espíritu Santo?. La dignidad del Cuerpo humano, tanto si se entiende  a nivel individual, como a nivel colectivo, es muy grande y sagrada. Y la última razón es anunciada así: “No  os poseéis en propiedad, porque  os han  comprado  pagando  un precio  por vosotros”. El hombre no puede hacer de su cuerpo lo que quiera; hay en él una dimensión muy importante, muy acentuada, pues vertebra la personalidad: la dimensión sexual. En la sexualidad el hombre se juega su dignidad, su grandeza. Al final Pablo hace una síntesis: ¡ glorificad a Dios  con vuestro  cuerpo! 

El Evangelio está tomado del capítulo 1, 35-42 de San Juan.  

El relato  joánico  sobre la vocación  de los primeros discípulos  es completamente distinto  del que ofrecen  los sinópticos. Según  Jun, la vocación  parece haber tenido lugar  en Betania y son ellos los que tienen la iniciativa. Según  los sinópticos  es en el mar de Galilea y es Jesús quien los  llama.

            En esta perícopa  evangélica  se acentúa más el testimonio, la confesión, que hacen los discípulos acerca del Señor, que la misma llamada.

            “ En aquel  tiempo  estaba Juan con dos  de sus discípulos  y fijándose  en Jesús que pasaba, dijo: Este es el Cordero de Dios” Esta afirmación nos recuerda el significado del Cordero Pascual. Hoy, el sacerdote repite estas mismas palabras en la Eucaristía. “ Los dos  discípulos  oyeron  sus palabras  y siguieron a Jesús” Ellos  se sienten atraídos, cautivados. Jesús, quizá extrañado, lleno de gozo, les pregunta con cariño, con amor:”¿ Qué buscáis?. Una respuesta decisiva, comprometida, debe ser pensada, no solo fruto de la emoción.” Ellos contestaron: Rabí...¿ dónde vives?. Por primera vez habla  Jesús  en este Evangelio.

            Además de la Confesión de Juan Bautista acerca de Jesús: “ Este es el Cordero de Dios”, es interesarte  detenernos  en esta otra, por  parte de los dos discípulos: Rabí. Solo San Juan utiliza  con frecuencia  este título. Lucas  lo desconoce; en Mt  es Judas  quien  se dirige a Jesús de este modo. En los doce primeros capítulos, que forman el libro de los Signos, Jesús es llamado “ Rabí”. En el libro de la Gloria, que son los restantes capítulos, Jesús es llamado el “ Señor”

            Preguntarle a uno dónde vive tiene mucha importancia, es entrar en una relación  de amistad, de cercanía. “ El les dijo: Venid   y lo veréis”.  Las cosas importantes no se pueden  comprender  solamente al comunicarlas, al decirlas, sino que hay que experimentarlas. “Entonces fueron, vieron  dónde vivía y se quedaron con él aquel día”.  No solamente fue una visita de indagación, llena de curiosidad, sino que les llenó totalmente. Impresiona  la rectitud y el desinterés  del Bautista que no se cuida de hacer prosélitos, sino de anunciarles al Mesías  y encaminarles a él, totalmente fiel a su misión de “voz” que prepara los caminos del Señor ( Juan l, 23) “ serían las cuatro de la tarde” ( El texto griego dice hora décima). La hora décima  es la hora de la plenitud, del cumplimiento. Es el número diez que tanta  importancia  tiene en el Antiguo Testamento, en el judaísmo, entre los pitagóricos y en la gnosis. Número perfecto. Jesús es la plenitud. Quien busca, en él  encontrará la respuesta  con toda su plenitud a su búsqueda. Jesús como plenitud  de la revelación. Como el único Revelador.

Que los primeros  discípulos  provenían de la escuela de Juan el Bautista, sólo lo sabemos  por el cuarto evangelio.

Un aspecto  destacable de la vocación de estos dos discípulos es el querer Compartir al Señor. Tanto Juan Bautista  como sus discípulos  empiezan  proclamando  a Jesús  a sus propios parientes y compañeros  más cercanos..” Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su  hermano Simón  y le dijo: - Hemos  encontrado al Mesías ( que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús”. Los exégetas se preguntan¿  quién era el otro discípulo de Juan Bautista, que siguió a Jesús?. La mayoría se decantan por Juan Evangelista; otros dicen que se trata de Felipe, pues es de la misma aldea que Andrés. Creo que no nos equivocamos, si afirmamos que es Juan, el discípulo predilecto del Señor. En el cuarto  Evangelio  es Andrés  el que reconoce  a Jesús  como el Mesías; en la tradición sinóptica  corresponde a Simón.

            “ Jesús  se le quedó  mirando  y le dijo: Tú eres  Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás  Cefas ( que significa Pedro)”.  El cambio de nombre que sigue a esa llamada señala la profunda  transformación interior  que debe acompañar a la respuesta.

            San Mateo también nos cuenta el cambio de nombre de Simón por parte de Jesús: “Yo  te digo: tú eres   Pedro, y sobre   esta  piedra  edificaré  mi Iglesia, y el poder  del abismo  no la hará  perecer” ( Mt 16,18). La tradición  joánica  parece  preferir  pastor” para  designar  la función  eclesiológica  de Pedro: “Simón, hijo  de Juan, ¿ me amas más que éstos? Pedro le contestó: Sí, Señor, tú  sabes  que te amo. Entonces  Jesús  le dijo: apacienta   mis corderos” ( Jn. 21, 15).  

            Al próximo domingo  ya comenzaremos a leer al evangelista San Marcos, que es el evangelista del ciclo B.

 

                        Este domingo  coincide con la Semana de Oración por la unidad de los cristianos ( l8-25 de Enero). Desde Dios se siente más urgente esta Unidad. El amor del Señor, derramado en nuestros corazones, nos lo recuerda  y nos empuja a que no se quede en solo deseo, sino que sea una realidad.

 

            Al finalizar la Celebración de la Eucaristía de este día; el sacerdote se dirige al  Señor, presentándole sus anhelos y deseos:” Derrama, Señor, sobre  nosotros tu espíritu de caridad para que, alimentados  con el mismo  pan del cielo, permanezcamos  unidos en el  mismo amor” ( Oración después de la  Comunión).