VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 
 
Si el domingo pasado veíamos a Jesús curar a un leproso a fin de que éste pudiera aceptar libremente la Salvación de Dios, el mensaje del Reino, la Palabra.

            El gesto de curar a un leproso tocándolo, indicaba una actitud provocadora, pues estaba prohibido acercarse a un enfermo de lepra. Aunque Jesús hizo esto, no obstante nadie denunció la infracción. 

            En este domingo Jesús es juzgado, aunque no públicamente, como blasfemo, pues se arroga una autoridad que solo pertenece a  Dios: el perdonar los pecados. 

            Dos textos rabínicos de la época de Jesús  se expresan así:” El enfermo no se librará  de su enfermedad hasta que Dios no le haya  perdonado  sus pecados”.

            El perdón  y la curación del paralítico revelan la potestad divina  de Jesús; pero no pretenden  respaldar la conexión  causal  que el judaísmo establecía  entre pecado  y enfermedad.           

            El comportamiento de Jesús con el paralítico  en esta ocasión  es indicar, no ya el poder curativo del Maestro, esto ya lo ha demostrado varias veces, sino el poder de perdonar algo, que directamente bloquea la relación del hombre con Dios: el pecado. Nada puede impedir que el plan de Dios se realice.El obstáculo más directo, más  fuerte  es el pecado; pero también éste es vencido, pues se le perdona  a quien lo tiene.  

            Si no se puede negar la realidad  de la enfermedad, tampoco se debe ignorar la existencia del pecado, la maldad. Existe una historia  de iniquidad; pero también una historia de salvación. La lectura primera y el salmo responsorial acentúan esta doble dimensión. 

            “No recordéis  lo de antaño, no penséis  en lo antiguo” (Lectura del segundo Isaías). En la Biblia muchas veces se nos invita a recordar las maravillas de  Dios con su pueblo, éste no debe echar en saco roto  la evocación de  estas gestas. La invitación aquí a no mirar hacia atrás, es porque lo que va a venir, lo que va a suceder, es todavía más importante que lo que hasta ahora ha acontecido. También esta exhortación a no recordar lo pasado, es para olvidar de una vez por todas, la situación de enemistad, de infidelidad. “Yo, yo era quien  por mi cuenta, borraba tus crímenes y no me acordaba  de tus pecados” (Lectura primera)  

            El estribillo  del salmo responsorial es una petición, no de curación física, sino espiritual, moral:” Sáname, Señor, porque he pecado contra ti”.  

            La fe es necesaria para que se produzca el milagro físico y también condición indispensable para que el hombre quede liberado de sus pecados. El pecador debe reconocer que ha pecado, que tiene pecado, que él no puede liberarse de este delito, requiere la ayuda de Dios.

            El gesto  ingenioso y atrevido  de los compañeros  que llevan la camilla del paralítico, Jesús lo interpreta  como signo de fe, a la cual él responde. “Viendo Jesús la fe que tenían” (Evangelio).El enfermo, aunque en esta ocasión, no dice nada, consiente esperanzado  y deja que sus compañeros realicen  lo que están haciendo.            

            Durante el ministerio  de Jesús, creer  significaría mostrar una actitud  receptiva con respecto a la palabra salvadora de Dios proclamada  por Jesús, junto con un confiado abandono  de sí en manos de Dios, cuyo poder  de salvación  se ejercía en y a través de Jesús. 

            Jesús realiza una doble obra en el paralítico: le perdona  sus pecados y le restituye la facultad física para poder caminar. Ante esta doble  operación, se produce una doble reacción: de asombro, de admiración por una parte; de rechazo, de condena, por otra.  

            Probablemente  no eran los pecados lo que le preocupaban en aquel momento al paralítico, sino su enfermedad.Quizá al escuchar las palabras de Jesús, se siente como decepcionado.No echa en falta la curación espiritual, sino la física. San Marcos no nos dice cómo reaccionó el enfermo ante estas primeras palabras. 

            Los Maestros  de la Ley aparecen en contraposición a Jesús.Después  de oír las palabras  dirigidas al paralítico, su primera reacción  es considerarlas  una blasfemia.

            Lo que realmente le importa al evangelista aquí es señalar que Jesús goza de la presencia operante de Dios Salvador.” Porque Dios estaba con él” dirá san Pedro en el libro de los Hechos 10,38. 

            Si el hombre es inagotable para pecar, Dios lo es más aún para perdonar.La encarnación  de su Unigénito y la obra redentora  son el testimonio más claro.

            Cristo  ha expresado de mil maneras cuánto gusta Dios de perdonar; ha llegado a otorgar el perdón antes de serle pedido. Este es el caso  del paralítico  de Cafarnaúm  descolgado por el techo  en su camilla. “Hijo, tus pecados  te son perdonados”. 

            “¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?”. Desde ahora Jesús va a encontrar  grandes dificultades para llevar a término el anuncio del Reino. Ha vencido los obstáculos que ha encontrado en los demás: la posesión diabólica, la enfermedad  física, la existencia de la lepra, la realidad del mismo pecado; pero será derrotado en el enfrentamiento con los escribas y fariseos. 

            En esta ocasión no quiere  quedar derrotado, quiere presentarse como lo que es.Su actuación no está llena de soberbia, de prepotencia, sino de claridad, de verdad. No goza humillando; pero se alegra de que la verdad brille.

            “¿Por qué pensáis  eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico ´´tus pecados  quedan perdonados´´, o decirle ´´levántate, coge  la camilla y echa a andar´´?”. 

            Jesús se apropia sin ambages el poder divino de perdonar los pecados. Para unos el poder  curar  las enfermedades es signo elocuente de la fuerza divina. Para otros será el poder perdonar los pecados. 

            En Cristo se dan los dos poderes. Un evangelizador  que pretendiera  limitar el anuncio  del evangelio de Jesucristo al perdón de los pecados, sin implicar en ello el problema  de la liberación  humana-corporal, social, política, sería  infiel a la palabra anunciada  por Jesús. Al revés: toda tentativa  de liberar a la humanidad de sus alienaciones  que no tenga en cuenta la estructura  del pecado que envuelve la existencia  y la historia de cada uno  y de la sociedad, tiene el peligro  de  desembocar en un fracaso completo.