III Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 
 
          La liturgia de este III Domingo también se apoya en dos centros: La Alianza  ( Lectura 1ª ) y la manifestación simbólica de la muerte de Jesús,   mediante la purificación del Templo, narrada por el evangelista San Juan. 

            Si los domingos anteriores  de Cuaresma fueron Noé y Abrahán  los representantes de la Alianza de Dios con su pueblo; ahora es Moisés, como guía de Israel, al pie del Monte Sinaí, quien ratifica  la Alianza  entre Dios  y su pueblo.

Nos estamos preparando para celebrar la Obra más maravillosa de Dios a favor de su pueblo; de aquí la utilidad y la conveniencia de seguir los pasos, las Obras de Dios desde el principio en pro de su pueblo. La Alianza es la gran efemérides de Dios, pues expresa todo lo que el Señor ha hecho.            

            La primera Alianza, la de Moisés, fue sellada con una ceremonia  muy expresiva: con la sangre  de los animales rociaron  el altar ( símbolo de Dios ) y también las dos piedras que representaban  a las doce tribus del pueblo: así quedaba  expresada la unión entre Dios  y su pueblo.

Ahora, la Nueva Alianza queda sellada con la Sangre de Cristo en la Cruz. Es la mejor prueba de la seriedad y consistencia con que Dios ha tomado por su parte esta Alianza.

            Si las Alianzas de Dios con Noé y con Abrahán eran más promesas  que contratos bilaterales. Esta del Sinaí  exige más claramente una respuesta consciente y decidida del hombre. Dios contará lo que ha hecho  por su pueblo; éste debe comprometerse a guardar unos preceptos, unas leyes.

“El Señor  pronunció  las siguientes palabras: yo soy el Señor, tu Dios, que te  saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás  otros dioses frente a mí...”( lª lectura, del libro del Exodo).

            “Los diez mandamientos” describen el estilo de vida  que Dios quiere  que lleven los suyos.

El decálogo  es una llamada al pueblo  para que  sea reflejo  de la actividad del Señor, de su gloria  y santidad, que se manifiesta  en su bondad, misericordia y compromiso activo. El estilo del decálogo  es lapidario, sobrio  y de un denso contenido moral. 

            Los cristianos, además de los diez mandamientos, que siguen  vigentes... tenemos  una Nueva Alianza  como criterio de vida: el Evangelio, con sus  bienaventuranzas  y las enseñanzas  de Jesús, que perfeccionan  la Primera Alianza.

            Esta Alianza es liberadora, sus exigencias  son aceptables, convienen al hombre. Ponemos en boca de todos los Israelitas, que aceptan este compromiso, las palabras del salmo l8:” Señor, tú tienes  palabras de vida eterna” ( Estribillo) “La ley del Señor es descanso del alma” “Los mandatos del Señor alegran  el corazón” “La norma del Señor  es límpida  y da luz a los ojos”. 

            Urge tener una experiencia semejante; mientras no sintamos esta vivencia; los preceptos del Señor nos resultarán pesados. 

            Ya en el tercer domingo  de Cuaresma, las lecturas  y las oraciones  nos apremian a que entremos  de veras en ese camino  por el cual camina Cristo.” Hermanos: Los judíos  exigen  signos, los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo  para los judíos, necedad  para los griegos; pero para los llamados  a Cristo-judíos  o griegos: fuerza de Dios  y sabiduría de Dios” ( 2ª lectura, de la primera Carta a los Corintios).Pablo dice convencido  que la verdadera  sabiduría  y fuerza está en Cristo crucificado. Esta Cruz, y la glorificación  pascual, animan  y motivan  todo nuestro  camino, nuestro estilo  de vida cristiana. 

            Este texto está lleno de antítesis y de contrastes, para poner de relieve el aspecto  realmente  sorprendente del mensaje  cristiano sobre Cristo crucificado... El judaísmo  espera milagros, gestos  visibles  y espectaculares, mientras que la cultura  helenista se caracteriza  por la importancia de la reflexión  racional.

            Cristo siempre producirá en nosotros una gran paradoja. Los humanos queremos entretenernos en el aspecto brillante, atrayente de la misma, despreciando, no valorando la otra cara, la más oscura, la menos llamativa. 

            Si en  el domingo I  de Cuaresma contemplábamos a Cristo en el “desierto” y en el II domingo en el Tabor transfigurado; en este III domingo le vemos echando a los mercaderes del templo. 

            Los evangelios de estos tres últimos domingos  del Ciclo B, no se toman del evangelista San Marcos, sino de San Juan.

            El Evangelio  de hoy  lo podemos  considerar como un anuncio simbólico de la muerte salvadora de Cristo. Cristo se compara con el Templo.” Destruid  este templo, y en  tres días lo levantaré” “ El hablaba  del templo de su cuereo” ( Evangelio).

Desde el inicio del evangelio, San Juan sitúa muchos  episodios  de Jesús en Jerusalén ( los sinópticos en Galilea), y en concreto  en el marco de una fiesta judía. Según San Juan la actividad de Jesús girará con mucha frecuencia en torno al templo  y lo que él significa.

            Cristo purificando el Templo se anuncia a sí mismo como Templo nuevo, lugar de encuentro entre Dios  y el hombre, y ámbito de la santidad.  

            Este hecho lo narran los cuatro evangelistas; los sinópticos al final de la vida de Jesús, en la última semana, vivida en Jerusalén, donde va a morir. San Juan lo coloca al principio de la vida pública de Jesús, cuando va a Jerusalén, en la Pascua de los judíos. No es importante saber la verdad cronológica de este acontecimiento, sino su significado teológico, simbólico. Jesús es el verdadero  templo de Dios, donde  puede producirse el encuentro entre Dios  y el hombre en cualquier circunstancia  vital que se encuentre y, por tanto, sea  cual  fuere el sentimiento  o necesidad que quiera expresarse en la confrontación con Dios.

            “Quitad esto de aquí: no  convirtáis  en un mercado  la casa de mi Padre”  ( Evangelio). En el Evangelio de San Juan, en lugar de hablar de la purificación del templo, sería más exacto referirse a la “sustitución “ del mismo. Jesús no es sólo  un profeta  reformador, es el Hijo de Dios. Al designar al templo como la casa de mi Padre, Jesús se presenta  como el Hijo  que tiene  autoridad en el templo  y sobre él.           

            Este domingo III de Cuaresma del Ciclo B conecta con el  primero  ( Jesús en el desierto para ser tentado) y también con el segundo  domingo ( Cristo, que se transfigura. El templo de Jerusalén será destruido para ser sustituido.