Jueves Santo. Misa vespertina
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 
 
          Con  la Misa   vespertina  de hoy  damos por  concluida  la Cuaresma e iniciamos  el Triduo  Pascual, que abarca  los tres días  siguientes:  Viernes, Sábado  y Domingo.

 

            Es conveniente recordar algo de historia  para poder comprender toda la riqueza de este día del Jueves Santo.

            Tradicionalmente  en la mañana  de este Jueves, en vísperas  de Pascua, se  celebraba  la Misa  de reconciliación  de los que durante  la Cuaresma  habían   hecho  el camino  de los “penitentes”. Y también  la Misa Crismal, en la que  se bendicen  o consagran  los óleos  y el crisma  que se utilizan, a partir  de la nueva Pascua, en cuatro  de los sacramentos: Bautismo, Confirmación, Unción  de enfermos  y Orden.

 

            Aunque  la celebración  principal  de estos días,  y por  tanto  de todo el año, es la  Eucaristía de la Vigilia  Pascual ( más importante que la Misa de Pascua), la de hoy  es también entrañable  para el  pueblo cristiano: recuerda  la institución  de la Eucaristía, el mandamiento  del amor fraterno- con el gesto  simbólico del lavatorio  de los pies- y la institución  del ministerio sacerdotal.

 

            Cristo  inició  su “Triduo Pascual”  con la Cena. Nosotros, también. El, cuando  iba a emprender  su Pasión, quiso anticipar  sacramentalmente, con  los signos   del pan  y del vino, su entrega  en la cruz. También ahora  su Iglesia, en miles  y miles  de comunidades  en todo el mundo, celebra  en esta  Eucaristía  el prólogo  de la Pascua.

 

            En ese  Pan  partido  y en ese  Vino compartido  quiso  Cristo  que participáramos  cada vez  de su propia  persona  y de su Pascua.

 

            Esta celebración   no tendríamos   que considerarla  “autónoma” ( algo  así como  el día de la caridad fraterna, o de la Eucaristía, o  del sacerdocio), sino  ver todos  esos  aspectos  en relación  íntima  con la Pascua, con la muerte  y resurrección  de Cristo:  instituyó  la Eucaristía  “la noche  en que fue  entregado”.

 

            Vamos a presentar, aunque de una forma no exhaustiva, los contenidos de la eucología, pues nos van  a ayudar a comprender y celebrar mejor el Misterio de este día.

 

            En el corazón de la oración colecta  expresamos con claridad qué es lo que celebramos: “... para  celebrar  aquella  memorable Cena en que   tu Hijo, antes de  entregarse  a la muerte, confió  a la Iglesia  el banquete de su amor, el sacrificio nuevo  de la Alianza eterna”.

 

            Hoy no solamente recordamos, sino hacemos memorial de aquella  memorable Cena.

 Al hablar de la  Misa  Vespertina del Jueves Santo  se suelen tomar posturas  quizá no correctas. Una postura  sería no darle el valor que tiene, casi como olvidarla, pues no forma parte del Triduo Pascual. Aquí la historia y la teología  deben unirse. Si mirando a la historiaba la ritualidad, podemos detenernos  en el viernes-sábado-domingo; al dejarnos iluminar  por la teología, vemos que la luz del Jueves Santo da cierta  cohesión al Triduo Pascual. Aquella memorable Cena tiene una entidad no estática, sino dinamicen esa Cena  Jesús confió a la Iglesia un banquete, el de su amor. Sin amor divino y humano  no podemos celebrar el Jueves Santo. También  en aquella Cena Jesús  rubricó, perfeccionó su Alianza con los hombres, sellándola  con el sacrifico  nuevo de su sangre. Olvidar  el carácter sacrificial de la Eucaristía, sería no entenderla bien. El aspecto  banquete de amor  y sacrificio   es inseparable.

La otra postura, ya la hemos indicado antes: es considerar el Jueves Santo como el día más importante de la semana Santa. Por desgracia todavía continúa la costumbre en algunos de asistir solamente a la Liturgia del Jueves Santo, donde han comulgado  y así han cumplido con  el precepto  pascual, dejando a un lado la importancia del viernes-sábado  y Domingo.

 

            Lo que confió Jesús a la Iglesia aquella Cena es como su testamento: antes de entregarse  a la muerte. La Cena  mira a la muerte  y ésta se comprende desde aquélla. Todo lo que Jesús hizo por su Iglesia  alcanza su máxima expresión al morir en la cruz: expresión de amor eterno. Nosotros no solamente  recordaremos lo que Jesús hizo por nosotros, sino que lo actualizaremos  siempre que celebremos la Eucaristía.

 

La oración de las Ofrendas también tiene una gran riqueza  teológica: “... pues  cada vez  que celebramos  este memorial  de la muerte  de tu Hijo, se realiza  la obra  de nuestra redención.”

            Dirigirnos a Dios con esta oración el Jueves Santo es expresar  que unimos  misteriosamente la Cena del Señor y su muerte. Desde la Cena entendemos más la muerte y desde ésta nos damos cuenta de la densidad de la Cena.

 

            Tanto la Cena como la Muerte del Señor son para nuestra Redención, para nuestra Salvación. No ahondamos más en esta línea, pues  es evidente.  Ir a la Eucaristía  no es para cumplir solamente con un precepto de la Iglesia, sino celebrar nuestra redención, recordándonos la dimensión de coherencia de nuestra vida. La Eucaristía se continúa en nuestra vida y ésta lleva a la celebración de la Eucaristía.

 

            La oración después de la Comunión apunta, indica, expresa, orienta la Cena del Señor hacia la Parusía.  La Eucaristía es un mirar  desde el presente hacia el  pasado   para tomar conciencia del memorial, pero orientados hacia el futuro, hacia el más allá, hacia la escatología. La Eucaristía es la celebración del  Jesús histórico; pero teniendo en cuenta al Cristo glorioso, resucitado.

 

            Examinemos el contenido  de la Liturgia de la Palabra. La Primera lectura está tomada del libro del Exodo, 12, 1-8.11-14

 

El Capítulo 12 del libro del Exodo habla del Cordero Pascual; podemos ver en él tres secciones: la ritual (Ex 12, 1-14); la celebración (Ex 12, 21-28) y la ley sobre quienes  participarán  en la Pascua (Ex  12, 43-51)

 

            En la  sección   ritual, se  instituye  la fiesta  y se describe  su liturgia  como memorial de la salida de  Egipto. Tiene  forma  de comida  familiar  y sagrada,:         Hablad a toda la comunidad de Israel y decid: El día diez de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor por familia, una res de ganado menor por casa.

Y si la familia fuese demasiado reducida para una res de ganado menor, traerá al vecino más cercano a su casa,  según el número de personas y conforme a lo que cada cual pueda comer”

 

 Y va unida al uso de la sangre  como signo protector del hogar. “    Luego tomarán la sangre y untarán las dos jambas y el dintel de las casas donde lo coman.”La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros,  y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto.”

 

            .En el centro  del relato  del éxodo, entre el  anuncio   y el hecho  de la muerte de los  primogénitos, se inserta  el tema  de la  Pascua. Es la  fiesta  de la liberación  en el seno mismo de la opresión.

 

            Pertenece  al ritual  celebrar  la fiesta “de prisa” “Así lo habéis de comer: ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis de prisa. Es Pascua de Yahveh.”

 

Y,  sin embargo, el autor   se toma   todo el tiempo   para  una legislación  y una explicación  detallada  y supone  una situación  en que la familia  se reúne   con familia  para  la celebración.

 

            La Pascua  es una  fiesta muy antigua, que  celebraron  ya seguramente  los hebreos  antes  de su estancia en Egipto.  Era una  fiesta pastoril, celebrada en primavera, cuando   comienzan  la trashumancia   los pastores. Consistía   en el sacrificio  de un cordero  del rebaño, que era  asado  y comido  con pan  sin levadura  y con   hierbas   amargas ( comestibles, pero silvestres  y no fruto  del cultivo). Se ungían  con la sangre  del cordero  los palos  de la tienda con sentido  propiciatorio.

 

            La Fiesta  de los Azimos, por su parte, era  una fiesta  paralela  de los agricultores sedentarios, consistente  en la ofrenda  de los primeros frutos, las espigas de  la cebada. Se comía   en ella  un pan  provisional (“de aflicción”), hecho sin levadura, en espera   de la cosecha  del trigo, siete semanas  después. No pudo  ser celebrada  por los  hebreos  en su condición  nomáda, ni tampoco en Egipto, sino  después  de haber  entrado en la tierra  fértil, para marcar  precisamente  una nueva  situación.

 

            Esta  fiesta  no suprime  la anterior, las dos  viven  acopladas  en el espacio de una semana.

            Como todas las  fiestas  de Israel, también  la Pascua  y los Azimos  son vaciadas  del viejo  contenido, para recibir  un contenido  histórico, dado  que fue  en la historia  en donde   Israel  conoció  la salvación  que celebra en las fiestas.

            Las dos fiestas  mencionadas  vinieron  a celebrar la liberación  de servidumbre. La servidumbre  y la liberación  de Egipto son paradigmas  de todas. Así lo enseñan  los padres  a los hijos  de generación  en generación.

 

            El acoplamiento  de los acontecimientos  del éxodo  en el marco  de la Pascua primitiva  lleva consigo  reinterpretaciones. El  nombre  de la Pascua  se deriva  de pasah, saltar, pasar por alto, y se  lo hace aludir  al “paso del Señor”, cuyo ángel  exterminador “pasa por alto”, dejándolas a salvo, las casas  señaladas   en sus  dinteles  con la sangre del cordero. La sangre  propiciatoria  se pone   en relación  con la décima  plaga  y con la liberación  de los primogénitos hebreos. El tema  de los primogénitos  toma cuerpo  en este contexto, porque, a raíz  de ser rescatados por Dios de la muerte, se convierten  en su propiedad. El carácter  apresurado  y como  ya en viaje  de la Pascua Primitiva y el carácter provisional  de la fiesta de los Azimos  se orientan  hacia  la situación  presurosa  de los hebreos, que salen de  Egipto.

 

            Las fechas   de la celebración  de las fiestas primitivas  se mantienen  y hasta  se tornan  objeto de  rigurosa    prescripción:    «Este mes será para vosotros el comienzo de los meses; será el primero de los meses del año”. También  hay prescripciones  detalladas  sobre  el ritual, la calidad del cordero, quiénes  pueden comerlo: Hablad a toda la comunidad de Israel y decid: El día diez de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor por familia, una res de ganado menor por casa.

Y si la familia fuese demasiado reducida para una res de ganado menor, traerá al vecino más cercano a su casa,  según el número de personas y conforme a lo que cada cual pueda comer

El animal será sin defecto, macho, de un año. Lo escogeréis entre los corderos o los cabritos.”

            La actitud  en pie  es señal  de la  presura   aludida. Toda  esta legislación  refleja  el modo  de celebración de la Pascua en época tardía. “6Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes; y toda la asamblea de la comunidad de los israelitas lo inmolará  entre dos luces.

7Luego tomarán la sangre y untarán las dos jambas y el dintel de las casas donde lo coman”

8En aquella misma noche comerán la carne. La comerán asada al fuego, con panes  Azimos  y con hierbas amargas.

           

            Sin duda  hay a lo largo de la historia  evolución   y notables  transformaciones. Hasta  hay evolución  en la valoración  de su importancia y en la valoración  relativa  de una fiesta  frente a otra; la Pascua   predominó  sobre  los Azimos como la gran  Fiesta  de la liberación. El ritual que  leemos en el  Exodo   recoge   mucha praxis  de la fiesta  a lo largo  de la historia, se densifican  en él muchas  etapas. La Pascua  no es sólo memoria, celebración  de un pasado  que se apropia  y se  revive  sacramentalmente; aunque objetivado  en un modelo, ese pasado  tiene una realidad  viva  y nueva  en el momento de la celebración; pero, además,  es promesa  y esperanza, celebración adelantada  de la salvación  total. La Pascua   cristiana  asume  el mismo  sentido, pero con contenido  nuevo: es el paso  del Señor  de la muerte a la vida, principio de la victoria  de todos  sobre el mal  y sobre  la muerte.

 

            Lo que se celebra es algo muy importante: Es la   Pascua de Yahveh. El v. 12 nos dice en qué consiste esta fiesta, la Pascua de Yahveh:

 

Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, Yahveh.

            Esta celebración se apoya en un elemento visible: la sangre:”La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros,  y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto.” Es una fiesta para recordar y seguir celebrando:

“Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahveh de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre».

 

            Con lo expuesto, creo que queda claro el significado de la primera lectura  para comprender la Eucaristía.

 

            El estribillo del salmo  responsorial: “El cáliz  de la  bendición  es la comunión  con la sangre de Cristo” Estribillo de una  gran densidad teológica.

 

            La segunda lectura está tomada de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, 11, 23-26.

 

            Los corintios, al igual  que las iglesias  de Palestina, celebraban  la eucaristía  en el marco  de una comida fraternal, que Pablo  llama cena del Señor. Los  grupos   en que estaban   divididos los corintios  acabaron   produciendo  abusos   graves  contra la caridad y las buenas   formas  en la celebración de la Eucaristía. Los cristianos  acomodados, quizá  los del grupo de Apolo, llevaban   comida y bebida  abundantes a la asamblea;  pero se negaban   a compartir   los alimentos   con los otros grupos. Algunos   se entregaban  a  excesos  e incluso  se emborrachaban, mientras  que otros   se quedaban  con hambre. Todo esto fue comunicado a Pablo.

 

            Pablo   les hace ver  el escándalo  de tales   abusos, recordándoles la doctrina   de la Eucaristía. “Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan,     y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.»

 

Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.»

 

            Les trae  a la memoria   la primera  “última Cena”. Es algo  que él  ha aprendido  de la comunidad primitiva  y que  ha transmitido  fielmente  a los corintios. Se  trata  del testimonio  más antiguo  que existe  sobre  la institución  de la eucaristía. Escrito  unos ocho  años antes que el evangelio de Marcos, el relato  que hace  Pablo  de las palabras   de la institución  es muy  parecido  al relato de  Lc 22, 19-20: “Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.»

De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros”,  y probablemente   es una  muestra  de la forma   que se empleaba  en la Liturgia de  Antioquía. La forma   de  Mc y Mt representa  más bien   la liturgia   de la Iglesia de Jerusalén. “la Nueva Alianza en mi sangre”: Alusión  a la alianza   del Sinaí, que se llevó a cabo  con la sangre   de las víctimas  sacrificiales: “Entonces tomó Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: «Esta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con vosotros, según todas estas palabras.» (Exodo 24, 8)

 

“Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.

            La Iglesia, al celebrar  el banquete  eucarístico, debe   proclamar  la muerte   redentora  del Señor hasta el día  de la parusía. Es el sacramento de la  presencia  invisible, que  recuerda  la muerte   ocurrida  y da  en prenda  el triunfo  futuro. En esta perícopa, el Apóstol  subraya  el aspecto  sacrificial  del sacramento  como memorial  y símbolo  de la muerte del Señor. Del mismo modo  que la celebración  de la Pascua conmemoraba  la liberación  de Israel de la esclavitud de los Egipcios, así  también  la eucaristía  conmemora   la liberación  que Cristo  lleva a efecto. La eucaristía   es el anuncio  de la muerte   redentora del Señor, que  la Iglesia  proclama  hasta su  venida , cuando  ya no será  necesaria  la  presencia  sacramental de Cristo.

 

            Si la Eucaristía es  esto; la cena del Señor (el ágape)  debe tener otras características.  De aquí que lo más efectivo fue la supresión  de la cena antes de la Eucaristía.

 

            Quizá nos falta  relacionar  más la vida con la Eucaristía y ésta con la vida.

 

El Evangelio está tomado del evangelista San Juan, 13, 1-15: Jesús lava los pies a sus discípulos.

 

Cuando Juan   inicia   el  relato de la Ultima Cena, no nos cuenta   la institución  de la Eucaristía, como hacen   los demás  evangelistas, sino que lava  a sus discípulos los pies. Este gesto ha tenido  y tiene  una importancia  grande. En él se ha visto el papel de la Eucaristía, como entrega  y como ejemplo. La Iglesia Primitiva  descubrió quizá un significado que a primera vista  parece no tener.

 

Antes  de iniciar  el discurso de despedida, Jesús realiza  una parábola en acción  en la que   condensa  toda su vida  de entrega  a los demás.

 

Vamos a analizar  esta perícopa  de una manera  casi  completa.

 

1Antes de la fiesta de la Pascua: Juan  da a entender  claramente   que esta comida, así como el prendimiento, juicio  y crucifixión de Cristo  que vienen  a continuación, ocurrieron  en un mismo día, precisamente  el que precedía  a la Pascua. Según la costumbre  judía, el día  comienza   con la puesta del sol.

 

            No está menos  claro   que el  relato  sinóptico  presenta  a Jesús  y a sus discípulos   comiendo  juntos   la Pascua.

            Para armonizar  estas  dos perspectivas se ha afirmado     que Jesús  y sus discípulos  galileos  celebraron  la Pascua  en un día  distinto  del oficialmente   establecido  para Jerusalén.

            Si bien  la mayor parte de los  investigadores  tiende a  resolver  las cuestiones   de “historicidad”  a favor   de los sinópticos  contra Jn, en el caso  presente  parece preferible  aceptar  el testimonio  presencial de Juan  sobre la fecha  real de la última  Cena  y concluir  que la  tradición  sinóptica  ha dado el nombre de “Pascua” a una comida  que se le parecía  y sirvió  como  inauguración  de la eucaristía  cristiana, pero que  realmente   no constituyó  una celebración  de la  Pascua judía. “habiendo  amado a los suyos que estaban en el mundo” El evangelista  enuncia  el tema  del amor, presente  en toda la escena   y en el discurso que sigue. “Los  amó hasta el extremo.”. Jn afirma   que cuanto  sigue   es  la demostración  final  del amor de Jesús, o quizá  más probablemente, que es  la demostración  suprema de  ese amor.

 

2Durante la cena: Aunque   Juan no narra  la institución  de la eucaristía, le lector  cristiano  tomará conciencia  del significado  que tiene  esta comida  en relación  con la vida  de Jesús. De  ahí  que Juan  subraye  esta acción  como parte  de tal significado.

 

“3 sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía,” Insiste  san Juan   en la conciencia  de Jesús  sobre  su relación  con el Padre. Esta conciencia  demuestra  que la intención  de Jesús  fue que  esta acción: “se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó.

 

Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que  estaba ceñido” constituyera  un símbolo  concreto  de la humillación inherente  a su condición  encarnada: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo:

El cual, siendo de condición divina,   no retuvo ávidamente  el ser igual a Dios.

Sino que se despojó de sí mismo  tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre” (Fl 2, 5-7); esta acción  pudo  producirse con toda naturalidad  con conexión  con el episodio  narrado por Lc 22, 23ss. “Entonces se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer aquello.

Entre ellos hubo también un altercado sobre quién de ellos parecía ser el mayor.”  

 

            Era la tarea  propia  de un esclavo, aunque  también  la realizaban  las esposas  y los hijos menores.

6 Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?» La reacción  de Pedro   sirve  para señalar  la incongruencia  aparente  de lo que está ocurriendo: la inversión  de los papeles  de amo y esclavo.

 

7Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde.»: Jesús  mismo señala  el significado  del lavatorio de los pies  en los vv. 12ss.

 

Sin embargo, el sentido  total  de este  signo  será  conocido por la Iglesia  sólo mediante la ulterior   iluminación  del Espíritu Santo: “Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús” (Jn 2, 22)

 

8Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo.» Pedro demuestra  inmediatamente que en realidad  no comprende  nada de lo que  está ocurriendo, pues  insiste  en que Jesús  no debería  rebajarse  tanto. «Si no te lavo, no tienes parte conmigo.».  Esta  acción  tipifica  toda la obra  de Cristo, que Pedro debe aceptar como voluntad  de Dios, pues   así lo ha hecho  también Jesús. Con toda   probabilidad, Juan espera del lector  cristiano  que también  él relacione  las palabras  de Jesús  con su propio  vivir y que  recuerde la función del bautismo. Es la  interpretación  que comúnmente  dieron  los Padres  a este pasaje.

 

9Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.» Pedro sigue   hablando  inconscientemente. Si Jesús  insiste  en lavarle  los pies  como condición  para seguir  siendo su discípulo, que sea así. Pero  entonces   que le lave  todo el cuerpo, para  que su parte  con el Señor   sea completa.

 

10Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.»  Lo que pide  Pedro  es absolutamente  innecesario. El  lavatorio  de los pies, después  de todo,  no es más que  un símbolo; no se trata  de que los discípulos  hayan  de tener  limpia   esta  o aquella parte de su cuerpo. Si  poseen  la unión  con Cristo  ya tienen todo   lo que necesitan.

 

11Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos.» Jesús  acaba  de afirmar  que  los discípulos  como grupo  están limpios, tal como  lo significaba el símbolo  del lavatorio. Sin embargo, hay uno que, si bien  ha sido lavado, no está limpio. Ni los mismos   sacramentos  son capaces  de purificar  cuando  la disposición  interior es impura.

 

12Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: « ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Se explica  ahora, a modo  de aplicación práctica, el significado  que entraña  el símbolo  del lavatorio.

 

13Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Este versículo es una declaración muy importante, es como una confesión, es como una señala  que está pidiendo un punto de referencia. Cualquier gesto de Jesús   debe ser interpretado desde esta afirmación.

 

14Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. No sólo  han de  participar   los discípulos   y todos los cristianos  en los frutos   de toda la obra  de Jesús, sino que  además   han de imitar  su espíritu. Su obligación   es practicar   la humildad significada  por esta  acción, que ha sido  incorporada   al pie  de la letra, hasta  cierto punto, en la actual  liturgia  de la Semana Santa.

 

15Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.  Se  reitera  la obligación  con distintas palabras. Cristo, que nos limpia, que nos purifica  para nuestro bien; también nosotros debemos purificar y hacer el bien a los demás.

 

           

             A manera de conclusión:

 

Hemos centrado la importancia del Jueves  Santo  en su contexto  Litúrgico, como prólogo del Triduo Pascual. No  debemos olvidar que no se trata de hacer una charla sobre el Jueves Santo, sino saber qué es el Jueves Santo.

 

            Hemos explicado la ritualidad  de la Pascua Judía  mediante el texto  del Libro del  Exodo. La Pascua cristiana   le da otro sentido a la Pascua judía; pero no la vacía  de su contenido. Quedarnos en la  Pascua judía no sería lícito, pues nos veríamos privados  de la aportación salvífica  de la Pascua Cristiana.

 

            En la segunda lectura hemos visto  cómo celebraba  la Iglesia Primitiva la Pascua Cristiana: La Eucaristía. Es útil no olvidar  lo esencial, pues así nunca podremos desfigurar lo que es la Eucaristía.

 

            El Evangelio no nos habla de la Institución de la Eucaristía. Quizá algunos pensarán  que no ha sido bien elegido el Evangelio del día. Nosotros  creemos que sí, pues San Juan nos habla de un gesto de Jesús en la última Cena  que indica  todo lo que el Señor ha hecho por nosotros y lo que nosotros debemos hacer por los demás.  El lavatorio de los pies  no es solamente un acto de humildad, sino que es expresión de lo que el Señor debe hacer: entregarse, humillarse, darse a los demás.

 

            Si está bien en un sentido pedagógico que consideremos  el  Jueves Santo  como el día de la institución de la Eucaristía, como el día del Sacerdocio, como el día de la Caridad; pero en un sentido teológico esta visión no es correcta; debe ser contemplado el Jueves Santo en el conjunto del Triduo Pascual.

            Por último decir: que no es lícito magnificar el sentido del Jueves Santo, como el día más importante de la Semana Santa; pero tampoco es lícito desvalorarlo, como si fuera una especie de apéndice. La Teología y la Liturgia deben darse la mano para que el Jueves Santo sea lo que tiene que ser.