III Domingo de Pascua, Ciclo B
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 
 
Si Cristo no ha resucitado, no  tiene sentido nuestra vida; de aquí que los cristianos proclamemos  que Cristo verdaderamente ha resucitado. Lo hacemos en la predicación, en los Sacramentos y en la Liturgia  de la Palabra, especialmente la Palabra celebrada en la Eucaristía.

 

            En el domingo III de Pascua, ciclo B, leemos el último capítulo de San Lucas, el capítulo 24,35-48.

            También el discurso de San Pedro acentuará esta realidad. Es muy importante fijarnos en la gran riqueza de detalles de estos dos textos para percibir el mensaje que se nos quiere comunicar.

            No hay ruptura entre el Cristo de la resurrección y el Jesús de la historia. Una vez que los discípulos tienen experiencia de esta realidad, no se la guardan, sienten necesidad de comunicarla.

            La aceptación de la resurrección del Señor debe cambiar la vida del oyente, del creyente. Estos cuatro puntos queremos desarrollar, no con la amplitud deseada, pues debemos limitarnos a un espacio no muy largo; pero sí con la claridad suficiente parta que nuestra vida se llene de gozo, de alegría.  

            Cristo fue resucitado:” El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo  Jesús, al que vosotros  entregasteis ante Pilato, cuando había  decidido  soltarlo” ( Lectura primera)  

            El tema del Evangelio podría ser calificado el  de “las pruebas “ de la resurrección. Las dificultades  que se plantean  ante el misterio de la resurrección son antiguas y el mismo Lucas  las reflejas en su evangelio. “ Tocadme y convenceos de que un fantasma  no tiene  carne ni huesos.”

            La resurrección de Jesús va  en contra de todo el camino religioso de Israel en el Antiguo Testamento. De aquí el insistir  que este hecho estaba ya anunciado en las Escrituras:” Estaba  escrito  que el Mesías  tenía que morir  y resucitar  de entre los muertos al tercer día

            Muchos tiene ojos; pero no ven; muchos leen las escrituras; pero no entienden; de aquí la importancia de poder comprender el sentido de las mismas:”Entonces les abrió la inteligencia  para que comprendieran las Escrituras”.

            El evangelista recuerda y no quiere olvidar que también las Escrituras declaran:”... en su nombre  se anunciará a todas las naciones, comenzando  desde Jerusalén, la conversión  y el perdón de los pecados”. El predicar en su nombre indica que no está muerto para siempre, sino que vive. El que de Jesús  hablen tantos es señal que verdaderamente ha resucitado.

            El hecho de aceptar la resurrección: depende de la fe y no puede ser resultado de ninguna comprobación  humana, incluyendo  las apariciones  divinas; tampoco puede  apoyarse  en las anteriores  predicciones  de Jesús; resultan insuficientes.

            La resurrección es un hecho real; pero solamente percibido con los ojos de la fe; las pruebas en las cuales podemos apoyarnos, nos ayudan; pero nada más.  

            No quiero dejar  de señalar una indicación importante: tomado el capítulo  24 de Lucas tal como suena, se saca la impresión, lo mismo que ocurre  con Jn 20, de que la  resurrección, la ascensión  y el don del Espíritu  tienen lugar  en el mismo día.  

            San  Lucas de una manera clara intenta marcar la continuidad entre el Cristo resucitado y el Jesús terreno. “Matasteis  al autor de la vida, pero Dios  lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos  ( Lectura de los Hechos)

            “Llenos de miedo  por la sorpresa, creían  ver un fantasma. El les dijo: ¿ Por qué  os alarmáis?,¿ por qué  surgen  dudas en vuestro interior? Mirad mis manos  y mis pies: soy yo en persona” ( Evangelio).  

            La resurrección de Jesús es para nosotros  y en nosotros se establece ahora una situación de coherencia, de responsabilidad. Un aspecto importante de la resurrección es que  fue resucitado para nuestra salvación.

            “Os escribo esto para que  no pequéis. Pero  si alguno  peca, tenemos  a uno  que abogue  ante el Padre: a Jesucristo, el justo. El es víctima de propiciación  por nuestros pecados, no sólo  por los nuestros , sino también por los del mundo  entero” ( Lectura de la 1ª carta de san Juan ).

            Toda la salvación es un don; pero también es un esfuerzo para que sea cultivada, sea eficaz.

            La separación  entre dogma  y moral, entre conocimiento de Dios  y praxis  cristiana, entre religión  y moral, es absolutamente  inadmisible desde la consideración  de la Palabra revelada.

            No hay que olvidar esta  realidad: tener la comunión  con Dios y andar  en la luz  no son sinónimos  de poseer la impecabilidad. También el cristiano peca  y tiene  conciencia de ello. No reconocerlo sería un engaño; la verdad  no estaría en él.

            La novedad de la vida cristiana  no elimina la vieja condición humana con su propensión al pecado. Se necesita, por el contrario, confesar los propios  pecados. Es la actitud  que Dios  exige  del pecador para derramar su gracia sobre él.  

            “ En esto sabemos  que le conocemos en que guardamos  sus mandamientos”  ( Segunda lectura).

            El verdadero conocimiento de Dios  tiene que ser autenticado por la observancia de los mandamientos. La unión con Dios, esencia de la vida cristiana, le impone a esta vida cristiana la necesidad implacable de ser consciente  en las exigencias  que esta unión implica. Si el hombre  se mueve en las tinieblas, es un mentiroso  cuando habla de su unión con Dios.  

            El anuncio Pascual es un imperativo, que brota de dentro, es una inclinación  motivada por la experiencia, por la fuerza del Espíritu Santo.

            La Lectura de los Hechos  (  primera lectura  de los siete domingos de Pascua) está salpicada por diversos discursos: de Esteban, de Pablo, de Pedro. Hoy leemos uno de los discursos del primero de los apóstoles. Vamos a entretenernos  un poco en analizarlo, pues es una gran catequesis kerigmática.

            Este discurso Pedro lo pronuncia en el templo de Jerusalén. Si lo comparamos con el de Pentecostés, el tono resulta  bastante incisivo. Entre todos los discurso de Hechos, éste y el de Esteban son los que tienen un acento más arcaico. En vez  de los títulos  cristológicos   usuales, se encuentran  aquí  algunas  denominaciones  que no parecen  nunca, o casi  nunca, en el resto del Nuevo Testamento. Jesús es el “siervo”,”el santo”,”el justo”,” el profeta”.           

            “ Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis  por ignorancia  y vuestras  autoridades  lo mismo” . Con esta nueva introducción  alocutiva Pedro cambia  de tono, ahora más bien  conciliador.

            Ahora confiesa  que la causa de su conducta ha sido la “ignorancia” . Tal vez  se pueda  ver aquí una alusión al libro del Levítico 4, 2.l3.22 “Di a los  israelitas: así  procederéis  cuando alguien peque  inadvertidamente contra  alguna  de las prohibiciones  del Señor, haciendo algo  prohibido: si ha sido la comunidad de Israel la que ha pecado inadvertidamente y la que  se ha hecho  culpable  haciendo, sin darse cuenta, algo prohibido  por la ley del Señor, cuando la comunidad  se dé cuenta del pecado cometido, ofrecerá  un novillo  como sacrificio  de expiación.

Si es un jefe el que ha pecado y el que se ha hecho culpable por transgredir  inadvertidamente  alguna  de las prohibiciones  del Señor, su Dios, cuando se le haga caer  en la cuenta del pecado cometido, presentará como ofrenda  un macho  cabrío  sin defecto” 

            “... Pero Dios cumplió  de esta manera lo que había dicho  por los profetas: que su Mesías  tenía que padecer” ( Hechos de los Apóstoles). Este es un elemento  fundamental del kerigma cristológico. Es inútil  pensar  en algunas citas proféticas concretas; lo que  aquí realmente se quiere  expresar es la convicción  del cristianismo  primitivo de que el camino de Jesús hacia la cruz  ya estaba anunciado  en la Escritura  con todo detalle.            

            “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que  se borren vuestros pecados” . Aquí  empieza la segunda parte del discurso, que desarrolla  de manera insistente  la llamada a la conversión  dirigida a Israel. Lo  que se exige es, negativamente, renunciar a la vida  depravada que se ha llevado  hasta el momento y, positivamente, abrirse a aceptar la actuación  salvífica de Dios en Jesús. 

            Quizá sea conveniente para comprender cómo la ignorancia debe ser trascendida, recordar un texto de san Pablo en Atenas: “Ahora, sin embargo, pasando  por alto  los tiempos de la ignorancia, Dios hace saber a los hombres que todos, en todas partes, han de convertirse” ( Hechos 17, 30)  

            Quiero terminar con un texto de la Oración Colecta, pues expresa muy acertadamente nuestra actitud pascual. 

            “Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse  renovado y rejuvenecido en el espíritu;  y que la alegría de haber recobrado  la adopción  filial  afiance  su esperanza de resucitar  gloriosamente”