IV Domingo de Pascua, Ciclo B
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  

 

 

Como cada  año, dedicamos  el cuarto domingo de Pascua a una gran afirmación:¡ Jesús  es nuestro Buen Pastor!.

 

            En los tres primeros domingos, preferentemente en el evangelio se hacía hincapié en la Resurrección del Señor; en este cuarto domingo no, sino en lo que es el Señor para la comunidad.

            En los Hechos de los Apóstoles se seguirá afirmando la Resurrección del Señor.”...Pues quede bien claro, a vosotros  y a todo Israel, que ha sido  el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien  vosotros  crucificasteis  y a quien  Dios resucitó  de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros” ( Hechos de los Apóstoles). Quizá   sea ésta la forma más simple de la antítesis  kerigmática.

            Casi en la mitad  de la Cincuentena Pascual, sea más conveniente proclamar, no el hecho de la Resurrección, sino que la Resurrección es para mí, para todo hombre y que esto me está pidiendo una respuesta, una acogida.

            “Jesús es la piedra  que desechasteis  vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido  en piedra angular” ( Hechos de los Apóstoles y estribillo del salmo responsorial, salmo ll7, 22).

            “Ningún otro puede salvar y, bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos” ( Hechos). Afirmación de una gran hondura teológica. Hoy también esta declaración-proclamación adquiere dimensiones de una enorme magnitud.

            El discurso de Pedro ante los Jefes del pueblo se cierra con esta profesión de fe en el nombre de Jesús  y en su significación salvífica  universal.

            En virtud de su Resurrección, Jesús ha sido  constituido  por Dios  fundamento único de salvación. Sin relación directa o indirecta al Señor Jesús  no es posible la salvación.

            El Lenguaje  elevado y solemne de esta profesión, sugiere que se trata  de una fórmula  litúrgica  tomada de la tradición.  

            Para conocer quién es el Señor resucitado, la Liturgia proyecta sobre El todo lo que Juan había dicho acerca del Jesús de la historia: en este domingo,  parte del capítulo 10  ( que trata del Buen Pastor).

            “Yo soy el buen  pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” ( Evangelio). La imagen del pastor se emplea en el AT para expresar la idea de la solicitud de Dios, que guía, protege, congrega y cuida amorosamente de su pueblo. Después de la resurrección vemos que estas palabras del capítulo l0, no son solo palabras bonitas, sino una realidad. Jesús, el buen pastor, lo ha demostrado, dando su vida por sus ovejas, que somos nosotros.

            No se le puede  pedir al buen pastor, que dé su vida por las ovejas, pues éstas valen menos que el pastor. Atender bien el rebaño no quiere decir que se tenga que dar la vida por él. Cuando se ama al otro más que a uno mismo, aquí sí que es “normal” que uno entregue su vida por la persona ama. Solamente Dios y la persona amada justifican y aclaran que uno dé su vida por el otro.

            Yo soy el buen pastor, que conozco  a las mías y las mías me conocen. Dar la vida es la máxima expresión de amor; pero la veracidad  de un amor se fundamenta en algo espiritual, exquisito, que es difícil de conseguir; pero es posible: el conocimiento del otro. El conocimiento del  otro es de índole especial: no se trata de algo teórico o intelectual, sino de una  verdadera comunión de vida, cuyo paradigma  es la relación que existe entre el Padre y el Hijo. Conocer al otro significa dejarle que él sea el mismo. El conocimiento profundo del otro supone un martirio perenne, no solo puntual.

            Los diversos  escritos del Nuevo Testamento  interpretan  la muerte de Jesús  como una donación  de la propia vida  por amor; pero es sin duda  el evangelio de Juan  el que más  pone de relieve el aspecto  consciente, libre  y voluntario de esta donación.

            La segunda lectura de este domingo está tomada de la 1ª carta de San Juan. Es  un texto bello, lleno de contenido teológico, abierto a la esperanza y a la coherencia de vida. “Mirad qué amor nos ha tenido  el Padre para llamarnos hijos de Dios”. No resulta fácil comprender lo que San Juan nos quiere decir; dificultad que no solo viene del contenido del mensaje, sino también de la forma de expresarlo. La forma de hablar de San Juan es en espiral; para nosotros es una manera incómoda, pues nos desenvolvemos en un proceso lineal: causa- efecto-causa.

            Nosotros distinguimos entre llamar y constituir; San Juan  no capta diferencia alguna: “ Mirad  qué amor  nos ha tenido  el Padre para llamarnos  hijos de Dios” ( Segunda lectura). El  gran don de Dios a los hombres en Jesucristo se resume  en la filiación divina.

            Casi antes de terminar la frase, pronuncia una exclamación:”pues ¡lo somos!”. Se trata de una aclamación sacramental, motivada por la experiencia gozosa  del Espíritu. Es el Espíritu  una realidad  sobrenatural  que eleva la filiación  divina por encima de cualesquiera  relaciones meramente jurídicas  o morales. “Queridos: ahora somos hijos de Dios  y aún no se ha manifestado lo que seremos “. Nos cuesta a nosotros entender esto. Podemos decir que existe una realidad ontológica ( somos hijos de Dios); pero una realidad que se está haciendo, no acabada. Necesita que se desarrolle. Ya; pero todavía no. Somos  y todavía no se ha manifestado lo que seremos. El ser aquí, ahora, hijos de Dios  no expresa todavía, en el sentir del autor, toda la realidad  de las relaciones para con Dios Padre. San Juan se mueve en la línea de las relaciones ( siempre en proyección perfectiva); nosotros quizá en la línea del ser. Si somos, no hay que esperar al después. Para san Juan el después es necesario para la plenitud relacional.  

            “Sabemos que, cuando se manifieste, seremos  semejantes a él”. Este proceso nunca termina en una igualdad entre Dios y el hombre, sino en una semejanza por amor. Cuanto más semejantes seamos a Dios en las actitudes, en los comportamientos, en hacer su voluntad, seremos más hijos de El. Todo un proyecto de vida, fundamentado  en el amor. El don del Resucitado es esta capacidad  ya existente ( ¡lo somos!); pero todavía no acabada.

            ¿ Quién nos dirá que hemos llegado a la semejanza de Dios?: nuestra forma de gozarle, de poseerle, de verle.” Porque le veremos  tal cual es”. Solo la plena semejanza nos capacita para ver a Dios tal cual es. El amor crea y hace la semejanza; solo con los ojos del amor, del corazón, de la voluntad ( no de la inteligencia) se puede comprender a Dios. San Juan ( el evangelista del amor), enemigo de la gnosis, nos habla de una filiación  divina del creyente en el Señor resucitado; pero esta filiación se debe desarrollar, no en la línea  del conocimiento, sino del amor.  

            Somos proyecto de Dios, estamos de camino, vamos hacia la casa del Padre; lejos de nosotros el que el tiempo nos desmorone, sino que gastamos gozosamente el tiempo en este proyecto  divino. Quiero terminar con la petición de la Oración después de la Comunión: “ Pastor bueno, vela con solicitud sobre nosotros  y haz  que el rebaño  adquirido por la sangre de tu Hijo  pueda gozar  eternamente de las verdes praderas de tu  Reino”