XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  

 

 

           Con el evangelio  de hoy  termina  lo que podemos  llamar  una etapa  de la predicación  de Jesús , o de la  presentación  que Marcos va haciendo  de Jesús  y su obra, junto con las  reacciones  que provoca.

            Y termina con un panorama  de fracaso: la  incredulidad  precisamente  de los más cercanos. El mismo   Jesús se extraña  de la poca fe  de sus paisanos. Es  un retrato  muy humano, nada mitificado: no “puede”  hacer milagros,  que serían   inútiles, porque   ve que no tienen fe.

            Las tres lecturas  de hoy nos  presentan  el panorama  de la incredulidad, también  la de Ezequiel  y la de Pablo. Es un aspecto  muy  actual  para los cristianos  que vivimos  y queremos  anunciar  el evangelio  en el mundo  de hoy .

           

                        La lectura primera está tomada del libro del Profeta Ezequiel. No debemos olvidar que la lectura primera es como el pórtico para entrar en el Evangelio proclamado.

            “En aquellos días, el espíritu  entró en mí, me puso  en pie y oí  que me decía: Hijo de Adán, yo te envío  a los israelitas... Ellos, te hagan caso o no te hagan caso, sabrán  que hubo  un profeta en medio de ellos “(Ezequiel, 2,2-5).

            El Profeta de Nazaret (Jesús) está  tipificado en los profetas del Antiguo Testamento. No todos los rasgos de estos profetas se repetirán en Jesús; pero algunos sí. Conocer las peculiaridades de los profetas nos ayudará a entender el texto de Marcos 6,1-6.

 

            Al profeta se le llama hijo de Adán (hijo de hombre). Aquí, esta designación  no tiene  resonancias  mesiánicas. El sintagma hijo de hombre se encuentra  noventa veces en Ezequiel; su significado no está en la línea de Daniel 7, l3: “... vi venir sobre  las nubes alguien semejante a un hijo de hombre...”, sino de Daniel 8, l7: “Se acercó a mí, y yo, aterrado, caí  de bruces. Pero él me dijo: Hijo de hombre...”. Se pretende acentuar la condición del hombre, su debilidad, su realidad de carne moral en contraste con Dios, que es esencialmente espíritu inmortal.

 

            El espíritu entró en mí: para salvar el abismo  que hay entre Dios y el hombre; el espíritu de Dios entra el profeta, capacitándole para que preste atención el mensaje de Dios": ponte en pie”.

            La conciencia que tiene Ezequiel de ser movido por el espíritu  en su tarea profética será una constante permanente.

            La influencia  del espíritu  sobre los héroes  y los profetas  de Israel antes del exilio tenía por objeto  llenarnos de una fuerza física superior a sus normales posibilidades.

            Con Ezequiel, la influencia  del espíritu  se ejerce más comúnmente sobre sus capacidades psíquicas y muchas  veces simplemente  en el sentido de hacerle más atento a la presencia del Señor y al significado  de sus palabras.

            Es muy útil tener presente esta distinción, pues es iluminadora para comprender ciertas dimensiones del Espíritu del Señor.

 

            Ellos sabrán: El pueblo quizá  no preste atención  a las palabras del profeta, aunque proceden  de Dios, pero la presencia  de Ezequiel expresa unas realidades  tan evidentes  que no pueden ser ignoradas.

            A diferencia de Jeremías, destinado profeta de los pueblos, Ezequiel  sabe que su misión  está restringida al pueblo de Israel. Podemos decir que es este profeta quien con más exactitud simboliza al profeta de Nazaret, enviado preferentemente al pueblo de Israel.

            Lo importante en un profeta no son los frutos inmediatos, sino el testimonio presencial de Dios a través de su figura.

 

            El grito del profeta en su misión  queda muy bien indicado en el estribillo del salmo responsorial: “Misericordia, Señor, misericordia”. Misericordia que aquí amplía su significado: paciencia, fortalezca, sigue confiando, Señor, en tu profeta.

 

            En este domingo XIV del tiempo Ordinario concluimos la lectura semicontinua de la segunda carta de San Pablo a los Corintios. La comenzábamos a leer el domingo  VII de este tiempo;  solamente este año hemos leído tres perícopas: las correspondientes a los domingos VII-VIII. Y XIV.

            Aunque nunca la segunda lectura en el tiempo Ordinario hace referencia directa al Evangelio proclamado ni tampoco a la primera lectura; creemos conveniente presentar la figura de Pablo como un verdadero profeta del Nuevo Testamento. “...me han metido una espina en la carne; un emisario  de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres  veces  le he pedido al Señor verme libre de él  y me ha respondido: Te basta  mi gracia: la fuerza se realiza  en la debilidad... Cuando soy débil, entonces  soy fuerte. (2 Cor l2, 7-l0).

            Continúa san Pablo defendiendo la legitimidad de su tarea apostólica y para ello  aduce tanto experiencias  místicas excepcionales, como realidades humanas  más pobres. Quizá primeramente nos apoyamos en la fortaleza, en lo que brilla; pero después vemos que este camino no es el más adecuado y por esto mismo dejamos a un lado este procedimiento para “apoyarnos” en nuestra debilidad, pues así la fortaleza de Dios brilla y nos sostiene.

            Con la expresión  tercer cielo alude sin duda, siguiendo el lenguaje  judío del tiempo, al cielo  superior y supremo, el paraíso donde mora Dios; lo que en realidad  quiere  significar es el contacto misterioso  y total con la plenitud  del ser  y del poder divino.

            Los místicos no serán amigos de los fenómenos extraordinarios, sino de la experiencia sublime de Dios.

 

            Con las palabras aguijón  clavado en la carne evoca Pablo  un sufrimiento suyo especial, cuya naturaleza  nos es desconocida. Si Pablo llama a esta enfermedad agente de Satanás  es porque  se acomoda a la mentalidad bíblica  general que considera a Satanás  la causa de todo mal, también del mal físico. Tres veces: puede significar  muchas veces o el número aritmético  exacto.

            Por eso estoy contento: La certeza de la ayuda  y del favor de Dios es la causa de la satisfacción de Pablo. El sufrimiento, cuando es aceptado como venido de la mano de Dios, tiene un no sé qué especial de enseñanza, de catequesis, de alegría y de gozo, que fácilmente se nos escapa esta faceta. El profeta debe saber convivir con el sufrimiento, con la debilidad, con la kénosis, con el rechazo, con la marginación, que viene de los hombres.

 

            Antes de comenzar a comentar directamente  el Evangelio proclamado en la Eucaristía de este XIV domingo, nos será muy conveniente indicar  y recordar algunas cosas acerca de la fe sujetiva, la que proviene del creyente.

            Diremos que la fe no es un simple conocimiento, sino un re-conocimiento: mientras  no se pasa al nivel de la aceptación fundamental, no es posible  poner signos. Cristo no quiere  hacer milagros  que puedan  sonar a magia. En Marcos la fe precede a los milagros y no al revés. Con Dios no se puede jugar, no es un tapa-agujeros. Los hombres piden milagros y después quizá creerán. El milagro  no tiene sentido  allí donde los hombres  se cierran al Dios que se acerca  a ellos en el milagro. Casi podemos decir  que no pocas veces los hombres prefieren renunciar a Dios antes que a la imagen que se han forjado de él.

 

            “... y fue a su pueblo...Cuando llegó el sábado  se puso a enseñar  en la sinagoga. La muchedumbre que lo escuchaba estaba admirada  y decía: ¿De dónde  le viene  a éste todo esto?... ¿No es éste el carpintero, el hijo de María?... Y los tenía  desconcertados. Jesús les dijo: Un profeta  sólo es despreciado  en su tierra... Y no pudo  hacer allí ningún milagro... Y estaba sorprendido  de su falta de fe.”  (Mc 6, 1-6).

            El conocimiento  del entorno  donde Jesús  residió  se convirtió  para sus paisanos  en impedimento  casi  insuperable  para reconocer su pretensión de revelación.

 

Los hombres somos así: queremos apoyarnos en lo extraño, en lo insólito, en lo singular, en lo excepcional para aceptar a alguien que se presenta como mensajero de lo maravilloso, de lo que rompe los moldes de lo cotidiano. Nos apoyamos en la evidencia de las cosas más que en la Palabra de Alguien que  no contradice la evidencia; pero la supera. San Juan de la Cruz nos dirá  con acierto:” Toda ciencia trascendiendo, caminando no entendiendo”.

 

No pudo hacer allí ningún milagro”. San Mateo dirá que no hizo allí ningún milagro. Marcos quiere exponer la raíz de esta impotencia: no viene de Jesús, sino de la persona receptora. Dios no es amigo de hacer milagros, cuando el hombre no tiene fe. El milagro no es una imposición, no es intruso, sino que respeta.

 

La primera etapa de Jesús en Galilea acabó mal: “... En cuanto salieron, los fariseos  se confabularon con los herodianos  para planear el modo de acabar con él”  (Mc 3,6. La segunda concluye  de esta forma que hemos expuesto.

 

Pero Jesús, el profeta de Nazaret, no se acobarda, sigue luchando, amando.