XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  

 

 

Hoy terminamos  de leer  la selección  de la carta a los Efesios  con una página famosa: la que  habla de los  esposos.

            Terminamos  también  la lectura  del capítulo  6 del san Juan, que hemos ido escuchando durante cinco domingos.

            Podríamos ponerle  a este domingo un epígrafe: Optar  entre Dios  y los dioses

 

Lectura del libro de Josué: 24, 1-2a.15-17: Asamblea de Siquén

 

            La asamblea  de Siquem, presidida por Josué, tiene  por objeto la conclusión  de un pacto  entre las tribus  de Israel  y Yhavéh.

 

            Existían   dos clases  de pactos: los pactos  bilaterales  de igual  a igual, que eran los que hacía el emperador  con las  grandes  potencias; y los llamados pactos de  vasallaje, que tenían  lugar  entre el soberano   y toda la red  de pequeños  reyezuelos  que poblaban  la región.

 

            Estos últimos  pactos  se sujetaban  a un formulario  bastante uniforme, que  constaba  de cinco  puntos.  Un preámbulo, en el que  se daba  el nombre  del soberano con todos   sus títulos. Seguía  un prólogo  histórico, en el que  el soberano  evocaba  todos los beneficios  otorgados  por él   y por sus  antecesores  a favor  del vasallo de turno. Este segundo  punto  era muy  importante, pues  la enumeración  de los beneficios  creaba  en el vasallo  un complejo  de gratitud  y de dependencia, que venían a continuación.  Luego, seguía   la lista  de los  testigos... Y finalmente, se formulaba  una   letanía de  bendiciones  y de maldiciones.

 

            En el  pacto  de Siquém descubrimos  los siguientes pasos: el preámbulo ( “así  dice el Señor, Dios  de Israel”, v. 2); el prólogo  histórico  ( vv. 2-13);  la cláusula   capital, en virtud  de la cual   las tribus  se  comprometían  a servir  exclusivamente  a Yahvéh  ( vv.14-21) ;  las  cláusulas   del pacto (  vv.  25-26);  finalmente, se alude  a los testigos   (vv.  23.26.27). De todos   estos elementos, el que más  paralelos   encuentra  en la Biblia es, sin duda, el prólogo  histórico.

 

            La Liturgia  solamente toma  unos cuantos  versículos: El primero, en el cual se nos narra  el hecho de la reunión: Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquem, llamó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y escribas que se situaron en presencia de Dios.

 

Josué  reúne   a todas  las tribus  en Siquén ante Dios, es decir, en el santuario. Habla  como los profetas.

También la Liturgia hace uso del v. 2a: “Josué  dijo a todo el pueblo: “Así  dice el Señor, Dios  de Israel

 

La Liturgia  en esta ocasión  tampoco emplea los vv. 2-14, cuya importancia  hemos descrito antes, pues son  como el prólogo histórico  de tanta resonancia en toda la Biblia.

Es de lamentar  el haber omitido el v. 14: “«Ahora, pues, temed a Yahveh y servidle perfectamente, con fidelidad; apartaos de los dioses a los que sirvieron  vuestros padres más allá del Río y en Egipto y servid a Yahveh”, que es el comienzo de la cláusula  del pacto. Solamente  se hace eco de los vv. 15-17, que vamos a analizar.

 

            Hay otra situación  muy similar  en la historia  de Israel. Es el día  en que  sobre  el monte  Carmelo  Elías  lanzó  ante  el pueblo  allí congregado  este reto dramático: “¿ Hasta   cuándo  vais a  estar  cojeando  de los dos  pies? Si Yahveh  es Dios, seguidlo; si Baal, seguid a éste” (1 Re 18, 21)

 

            Recordada  la historia, saca  la consecuencia  para el presente y el futuro: temed  al Señor  y servidle  con fidelidad, lo que supone la retirada  de los dioses  a los que  sirvieron  los padres  en Mesopotamia  y en Egipto.

            Josué  busca  un c compromiso  bien  definido, que no admita interpretaciones  ni rebajas. Busca  también   un compromiso  solemne , que se recuerde  para siempre: hay que  elegir  entre servir  al Señor, con  todas las consecuencias, o servir a los dioses  de Mesopotamia o a los dioses  de los amorreos, también  con todas   las consecuencias. Y  sin poder  volverse  atrás. Josué  y su familia  ya han optado  por el Señor.

 

            15 “Pero, si no os parece bien servir a Yahveh, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi familia serviremos a Yahveh.»

 

            Da la  impresión   que en la asamblea  de Siquem   hay dos   clases  de tribus: las representadas   por Josué, que profesan  el yahvismo; y las otras  tribus, que siguen  dando culto  a otros dioses. La jornada   de Siquem  habría  tenido, por   tanto, como resultado  que todas las tribus  se comprometieron  a no reconocer  más Dios  que a Yahveh y este reconocimiento  fue refrendado  por un pacto.

 

            16 “El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar a Yahveh para servir a otros dioses.”

 

            La respuesta  del pueblo  es unívoca. “Lejos  de nosotros”  equivale  a tachar  de blasfemia  la propuesta de apostasía, el no servir.” Abandonar”  es lo contrario  de servir; pero  abandonar  implica  una situación precedente  de aceptación. No están  ante  una elección  inicial, sino  ante una  renovación  al comienzo  de la nueva  etapa

 

            17 “Porque Yahveh nuestro Dios es el que nos hizo subir, a nosotros y a nuestros padres, de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre, y el que delante de nuestros ojos obró tan grandes señales y nos guardó por todo el  camino que recorrimos y en todos los pueblos por los que pasamos.”

 

            “Nuestro  Dios”  equivale  a profesión  de fe  en el Dios  de la alianza. El pueblo  hace suyo  el prólogo  histórico resumiendo  en tres tiempos   la historia de la liberación:  salida  de Egipto como liberación  de la esclavitud; camino  por el desierto, que no  es “habitar”, sino “caminar”; entrada  en Canaán

 

            Esta conciencia nacional  se veía  alimentada   y estimulada  por la renovación  de la alianza, que tenía  lugar  periódicamente   en el santuario  donde se encontraba  el arca. Algunos  autores  piensan  que esta   renovación  se celebraba  anualmente  dentro del marco de una liturgia   especial, que bautizaban  como  fiesta de  la alianza.

 

            Creemos sinceramente que ha sido muy bien elegida esta lectura como preámbulo para comprender el final del capítulo 6 de San Juan.

 

            El estribillo del salmo  responsorial  muy expresivo y centrado: “Gustad  y ved qué bueno es el Señor”

 

            La Segunda Lectura: Efesios  5, 21-32: Los esposos

 

 

            Hoy finalizamos la lectura  de la Carta a los Efesios, que hemos leído durante varios domingos.

            Esta perícopa  resulta muy interesante, pues ilumina la condición de los esposos. Esta lectura no ha sido bien interpretada, de tal modo  que muchos han creído que San Pablo es víctima  de la cultura de su tiempo.

           

            Vamos a hacer un estudio de este texto, indicando  posibles orientaciones  para un mejor entendimiento.

            El domingo pasado terminábamos con el v. 20 de este mismo capítulo 5; hoy reemprendemos  la lectura con el v. 21:

 “Estad. Sujetos   los unos  a los otros  en el temor  de Cristo” 

Este versículo contiene el principio  general  que el apóstol  va a aplicar  ahora  a las  distintas  circunstancias  particulares  de la convivencia  doméstica.   Claro  que, en sentido  muy amplio, las exhortaciones  que se formulan  de aquí al versículo  6, 9, presuponen  que uno  está lleno  del Pneûma: presuponen  la existencia  cristiana  obediente  en el temor del Señor.

 

            Nosotros  solo leemos lo referente  a los esposos, no decimos aquí nada  acerca de los hijos y los padres  y amos  esclavos. Sería muy conveniente leer los vv. 21-33 del capítulo 5 y los vv. 1-9 del capítulo 6.

            Toda la sección  se halla  dividida  en tres partes, que muestran  que el apóstol  tenía presente  la familia según  la cultura  antigua.  Y,  así,  en los versículos  22-23 se habla  de las relaciones  fundamentales  dentro del matrimonio:  del comportamiento  de las mujeres  casadas con sus maridos, 22-24, de los maridos  con sus mujeres, 25, 32,  haciéndose  al final  una síntesis , v. 33;  los versículos  6, 1-4 hablan  de las relaciones  mutuas  entre los hijos  y los padres, y los versículos  6, 5-9,  de las relaciones  entre los esclavos  y los amos. El esquema  que sirve  de base  a nuestra sección, corresponde a  determinadas  tradiciones  catequéticas  del cristianismo  primitivo. Estas  se hallan  relacionadas, a su vez, con esquemas   estoicos  y judeo-helenísticos de la doctrina  de los deberes  domésticos   y ciudadanos.

 

Pero Efesios  5, 21-6,9 es en  buena parte  una plasmación   específicamente   paulina de viejas  tablas  de conducta  moral  y de espejos  de virtudes, como   vemos no sólo  por la exégesis   de esos preceptos uno  por uno, sino también  por su esquema, dentro de la  tradición  cristiana  primitiva, con su misma  selección, limitación, sucesión  y ordenación  por pares de preceptos, se  encuentra  únicamente   en Col 3, 18-4, 1. Pero   incluso   entre lo que  se expone   en Colosenses y lo que  se expone   en nuestra carta  hay  importantes   diferencias. En  la carta a los  Colosenses trata  brevemente  de las relaciones  entre el marido  y la mujer,  y entre  los hijos y los padres, mientras  que habla  más detenidamente  de las relaciones  entre  los esclavos  y los amos. En cambio,  en la Carta  a los efesios, su interés  más destacado  se centra  en las relaciones  entre los esposos. Y, así, estas relaciones  adquieren  en la Carta  a los  efesios  una  fundamentación  completamente   nueva  con respecto  a la Carta a los Colosenses y a toda  la demás tradición  catequética.

 

San Pablo  considera  precisamente  este “ estar sujetos  los unos a los otros”   como el verdadero  fundamento  del hogar   cristiano  y también  de la vida  política.

 

Por tanto, después  de la instrucción  general  de estar sujetos  los unos a los otros , con  una sujeción tal  como la inspira el temor  de “Cristo”, vienen   las exhortaciones  siguientes, que se refieren  a la convivencia  en el hogar.  

 

            Para   esta convivencia  son de la máxima  importancia  la situación  del hombre  y la mujer  y su relación  respetiva. Por eso, el apóstol  aborda  en primer   lugar  estos dos temas. Exhorta  brevemente  a las esposas, en tercera  persona, a estar  sujetas  a sus maridos, v. 22, y fundamenta  esta exhortación  refiriéndose  a la relación  ejemplar   de la Iglesia  con Cristo, versículos  23-24. Luego  exhorta  a los maridos  a amar a sus mujeres, v.  25a   haciendo una doble  referencia    a la relación  de Cristo  con la Iglesia: versículos  25b-27 y 28-32.

 

22. Las casadas estén sujetas  a sus maridos, como al Señor. Este mandato  no  resulta  actual, pues no se le entiende  rectamente. Nosotros  podemos añadir  que los maridos  estén sujetos a sus  esposas, como al Señor. Es como una conclusión del versículo  21.

 

 El sentido aparece  claro  realmente  por el  fundamento  que se da  más adelante, en el  v. 23s: “ ... porque  el marido  es cabeza  de la mujer, así  como Cristo  es cabeza  de la Iglesia, cuerpo suyo, del cual  él mismo  es el Salvador. Como  la Iglesia   está sujeta  a Cristo, así  también las casadas lo estén  a sus maridos, en todo”

 

Hoy no  se puede hablar  de que el marido  es cabeza de la mujer. Ni la filosofía ni la teología admiten esta afirmación. Sí es correcto lo siguiente: Cristo  es cabeza  de la Iglesia, cuerpo suyo, del cual  él mismo  es el Salvador.  Tanto el marido como la mujer  son  parte del Cuerpo, cuya cabeza es Cristo.

Como  la Iglesia   está sujeta  a Cristo, así  también las casadas lo estén  a sus maridos, en todo. Tampoco es correcta actualmente esta afirmación. Se debe decir mejor: Los maridos  y las casadas estén mutuamente sumisos, sujetos, como la Iglesia  está sujeta a Cristo.

En una perfecta  eclesiología la mujer y el marido son iguales, miembros del Cuerpo de la Iglesia.

Pablo se deja llevar quizá demasiado de la analogía Iglesia = cuerpo, Cristo = cabeza a la hora de hablar de la sumisión de la mujer  con respecto al marido.

            .

 

25-27 “ Maridos, amad a vuestras  mujeres, así  como Cristo  amó  a la Iglesia  y se dio  a sí mismo  por ella, para   santificarla, habiéndola  purificado  en el baño  del agua, por la palabra; a fin  de presentarla  a sí mismo  como Iglesia   gloriosa , sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante, sino  santa   y sin mácula

 

            En el v. 25 el apóstol  se dirige  con un vocativo  expreso a los maridos, y les hace  una exhortación breve “¡Amad a vuestras mujeres!”. La exigencia  dirigida  al marido  es fundamentada  inmediatamente  con una referencia a Cristo  y a la Iglesia. El amor  del marido  a su mujer, y con  ello  la relación entre ambos, se entiende  de hecho como reproducción  del amor  de Cristo  a la Iglesia, amor  que sirve  de  fundamento  a las relaciones   entre el  marido  y  mujer

 

Cristo  amó  a la Iglesia, como  vemos por el hecho  de que se  entregara por ella. El amor  de Cristo  se mostró  como entrega  de sí mismo  a favor  de la Iglesia.

            Cristo  se entregó  para “santificar” a la Iglesia. La santificación  tiene su razón  de ser  en la entrega  que Cristo  hizo de sí, pero  se hace realidad  en la purificación  que tiene lugar  en el bautismo.

            Esa  santificación  que Cristo pretendió  en su entrega  se describe  más detalladamente  en la segunda  oración final, v. 27. La finalidad de la santificación  en su consumación, y con ello  también  la finalidad  de la entrega  que Cristo  hizo  de sí mismo a favor  de la Iglesia, es  la siguiente: que él , Cristo, se la presente   gloriosa  a sí mismo ( es   decir, a Cristo).

 

            Con esto  termina   la primera   fundamentación  de la exhortación  del apóstol  dirigida   a los maridos para que amen  a sus mujeres. Pablo  se inspiró  en el  importantísimo  prototipo  y modelo del amor  de Cristo  a la Iglesia: Cristo  amó  a la Iglesia  y se entregó  por ella  con la intención  de santificarla; para realizar   esa santificación, la purificó  por medio del bautismo; después de se bautismo, se la presentó  a si mismo como esposa gloriosa.

 

28a: “Así  deben, pues  los maridos  amar  a sus mujeres  como a sus  propios  cuerpos.”

 En v. 28a comienza   una nueva  idea  que surge  en relación  con una  exégesis  de Génesis  2, 24: “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne.” La nueva  idea  se propone motivar  de nuevo  la exhortación  dirigida  por el apóstol  a los maridos para que amen  a sus mujeres: Amadlas   como amáis  a vuestro propio  cuerpo.

 

V28b: “El que  ama  a su  mujer, así mismo  se ama” Se añade  a modo de paréntesis, refiriéndose  quizás a un proverbio, para consolidar  la relación  esposa-propio cuerpo.

 

29-30 “Porque   nadie  aborrece  jamás  a su propia carne; antes  bien  la nutre y la cuida, así como Cristo  lo hace  con la Iglesia, puesto  que somos  miembros  de su cuerpo”

La Iglesia  es “nutrida y cuidada” por Cristo en sus miembros  (miembros  de la Iglesia y miembros  de Cristo).

 

31 “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne”

 

            Nos sorprende  esta cita, pues comienza  sin enlazar  con lo que se ha dicho  antes. Es como una exclamación del apóstol, que está tratando de la importancia del matrimonio.

           

32 “Grande   es este misterio, y yo  lo interpreto  como  refiriéndose  a Cristo  y a la Iglesia”

Misterio en este versículo  32 nos significa  el misterio  del pasaje bíblico como tal, ni tampoco   el misterio  del matrimonio  como tal, sino el acontecimiento  indicado  en el pasaje  bíblico, acontecimiento  que es “typos” de Cristo y de la Iglesia.

 El hecho  de que  el matrimonio  cristiano  deba modelarse conforme  al ideal  de los desposorios   de Cristo  con la Iglesia, le da una  dignidad  y un significado  que lo eleva  al plano  de lo sobrenatural, y está  como pidiendo  ser vehículo  de gracia, como lo es la unión  de Cristo  con la Iglesia.

 

El Evangelio: Jn 6, 60-69

 

            Comenzábamos el domingo XVII  a leer el capítulo  6 de san  Juan; en aquel domingo proclamábamos el hecho de la multiplicación de los Panes; el domingo  XVIII el diálogo  sobre el maná  del desierto; el domingo XIX qué significa “creer” en Jesús; el domingo XX qué significa  “comer”  a Jesús (discurso sobre el pan eucarístico). Hoy, domingo XXI, las reacciones   de los oyentes  de este gran discurso.

 

            Primera cosa  que deberíamos  estudiar  es si todo este discurso en su origen  era  como ahora  lo contemplamos, o quizá   este discurso es la suma  de  otros discursos, pronunciados  en diversas circunstancias; dejamos este problema; pero es muy conveniente tenerlo presente, pues así  podemos aceptar ciertas extrañezas con las cuales nos tropezamos.

 

            Vamos a presentar  estos  vv. 60-69, que la Liturgia  nos ofrece.

 

“Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?»

 

            La “dureza de las palabras”  sobre  la que  se pronuncian  muchos de sus discípulos  no se  refiere  a lo inmediatamente  anterior, a la afirmación  sobre la eucaristía. Lo más lógico  y, probablemente, lo más   correcto es responder   que es la idea  de comer  la carne  y beber  la sangre  del Hijo  del hombre (vv. 53-56). Eso  es lo que resultaría  intolerable  no sólo   para los judíos sino también  para el público  helenístico  de Juan

 La murmuración  y deserción  de  judíos-discípulos  se halla  suscitada  por la pretensión  manifestada  por Jesús de ser  el Revelador: “Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo.»” (Jn 6, 41) El auto testimonio  de los que  murmuraban  no deja lugar a duda: “Decían: Este  es Jesús, el hijo  de José. Conocemos  a su padre  y a su madre.¿ Cómo  se atreve a decir  que ha bajado  del cielo? ( Jn 6, 42)  Quien acepta  a Jesús como el Revelador , como el enviado  del Padre, como el que  ha venido  de arriba, no tiene  por qué  escandalizarse por las palabras  sobre la eucaristía. Quien    no lo  acepta  así “también”  las afirmaciones   eucarísticas  son duras, es decir,  sencillamente  inadmisibles.

           

            Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: « ¿Esto os escandaliza?

 

            ¿Os resulta  difícil  aceptar  esto?  “¿Qué  ocurriría  si vieseis  al Hijo  del hombre  subir  adonde  estaba antes?"

 

Todos los exégetas  consideran esta  pregunta  no completa y  procuran   dar respuestas para   completarla. Nosotros  resumimos: ¿Aumentaría  el  escándalo  o disminuiría?  La deducción  inmediata  parecería  orientarnos  en el sentido  del aumento  del escándalo. Creemos  más probable  que el  escándalo  desaparecería, porque  supondría  haber admitido  el misterio de Jesús, que es el que vino de arriba, el enviado  de Dios, no sólo  el hijo  de José, como ellos pensaban.  El misterio  de Jesús  se expresa  mediante  la fórmula  subir  adonde  estaba  antes. Y esto  es lo duro  e inadmisible.

 

Sube   a donde  estaba  antes. Significa  “al Padre”. Se da  a entender  implícitamente  que el Hijo  del Hombre  ha descendido  antes, idea que , como  hemos visto, resultaba  muy  desacostumbrada. La ascensión  al Padre  se realizará a través  de la crucifixión  y la  resurrección.

 

Todo  el proceso   de la vuelta  de Cristo  a la gloria   del Padre, en el que se incluye   la crucifixión, fue   no sólo  el escándalo  supremo, sino también  la reivindicación  de Cristo  como Pan  de Vida y, al mismo  tiempo, la  prueba  de que comer  su carne  y beber  su sangre  no implicaba  una especie  de asesinato.

 

Hay que  afrontar  el escándalo   y embarcarse  en una costosa  decisión  de fe, antes  de comer  la carne   y beber  la sangre  de Cristo, para que, en unión  con él  en la muerte, se pueda  recibir  el don de una vida  eterna

 

Esto  demuestra   que la presente   unidad  literaria   no era continuación  del discurso  sobre  la eucaristía, sino  que seguía   al discurso  sobre  el pan de la vida, que terminaba  en Jn  6, 51, antes  de comenzar  el discurso  eucarístico.

 

«El espíritu es el que da vida;  la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu   y son vida.

 

La propiedad   esencial  del Espíritu, según  el cuarto  evangelio, es la de dar vida.

 

Las palabras no tienen  por qué   referirse   exclusivamente  a las palabras del discurso anterior, sino que  puede significar  todo el conjunto  de las palabras  de la Palabra  hecha carne. “Mis  palabras  tienen  capacidad  de dar  vida, mientras  que las  de Moisés  eran incapaces   de cumplir   sus promesas”

 

«Pero hay entre vosotros algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.

 

La frase  implica  que la vida  que contienen   las palabras  de Jesús  se recibe  a condición  de que haya  fe. Creo que es suficiente esta explicación, pues nos alargaríamos  mucho al intentar  incluso   presentar una síntesis.

 

Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: « ¿También vosotros queréis marcharos

 

Jesús  repite  ahora  a los discípulos  la advertencia  que entonces  hizo  (v. 36) sobre la falta de fe. La  advertencia  se mantiene  en los  vv.  37, 40 y 44, con alusiones  a la necesidad de que se  cumpla  la voluntad  del Padre: sólo  creen  en Jesús  aquellos  que son atraídos  por el Padre. En el v. 65 tenemos  exactamente  la misma  secuencia.

Ahora  Jesús   pone  a prueba  a los Doce, que sin duda  formaban  un grupo distinto   de discípulos.

 

Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.»

 

La manifestación  de Pedro: “Tú tienes  palabras  de vida eterna; nosotros   creemos. Y sabemos  que tú  eres  el Santo  consagrado  por Dios”, en cuanto   representante  de los Doce, es la versión   “joánica” de lo que  conocemos   como “la confesión  de Cesarea de Filipo” (Mc 8, 27-30 y par.) Pedro no  confiesa   a Jesús como el Mesías, ni como  el Hijo del hombre o el Hijo de Dios; en este pasaje  de Juan  presenta a  Jesús  como el Santo de Dios. Es una  designación  singular  y antiquísima  que expresa la  suprema  de aquella   persona  a la que  es atribuida. No es  un título  corriente  dado al Mesías. Juan   lo considera  como un  importantísimo  título  profético-carismático.¿  Pretende   poner  de relieve  la presencia  del tres   veces  santo, del  Dios   santísimo, en Jesús?  En tal   sentido  Jesús  sería  la encarnación  y personalización   de la santidad divina.

 

¿Es Jn  6 un capítulo   eucarístico? Lo estrictamente  eucarístico  es Jn  6, 51b-58. Su  colocación  a continuación  del discurso  sobre el pan   de la vida  tiñe  a éste  de un aspecto  eucarístico que, en realidad, no tiene. La insistencia  en la fe  ilumina  algo  que es  fundamental: la eucaristía  sin la fe  no  es nada; del mismo   tinte  eucarístico  se halla teñido  el relato   de la multiplicación   de los panes. En la mente  del redactor  final, esta ordenación  de secuencias   tenía la finalidad  de presentar  la eucaristía  en un contexto eucarístico    que  originariamente    no tuvo.