XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  

 

 

Dicen los entendidos, como veremos después, que el pasaje  que leemos  hoy en el evangelio  de Marcos es como el final  de su primera parte y punto  de flexión  hacia  la segunda.

 

            Primera Lectura: Isaías   50, 5-10: Tercer  poema  del siervo  de Yahvéh

            Lectura muy bien elegida  para introducirnos al Evangelio. Vamos a analizar esta perícopa del libro de Isaías.

            En hermoso  contraste  con el Israel  histórico, el Israel  de la carne de la perícopa anterior: 50, 1-3, nos encontramos  de repente  con el anverso  de la medalla, con el Israel fiel,  con el Siervo  de Yahveh  pintado en esta  perícopa.

            El poema   es el testimonio  personal  de la función  profética  de Israel  dentro del plan   divino, a pesar   de las vejaciones.

            Este siervo  de Yahveh  tiene lengua  de discípulo, de receptor  y transmisor  de la enseñanza  revelada, eslabón  fiel de la  tradición. Con su  palabra, la que  ha recibido, que es fuerza  de Yahveh, sostiene  al cansado, al Israel  histórico, escéptico  y desilusionado. Y con la bella  imagen  del despertar   mañanero  a la voz de Yahveh sugiere  en nosotros  el misterioso  contenido  de la inspiración.

            Desterrado  y lleno  de  vejaciones, azotado, escupido y abofeteado, supone obedecer  a Yahveh, supo  aguantar.

 

            Hacemos ahora un análisis  para comprender mejor el significado “literal” de estos versículos.

           

            Isaías 50, 4-9 es una  declaración  en primera persona  de un personaje  anónimo, cuya situación   y destino  coinciden, sin embargo , en diferentes  aspectos con los   del misterioso  personaje  que se entreveía en Is 42, 1-7 ( Primer poema del Siervo).

            Este texto  pone de relieve  que este  personaje  es plenamente  consciente  de su misión y de su destino. Por  ello  la insistencia  sobre el “aprender”, y “abrir   el oído”.

            El  Servidor sabe   que debe   enfrentarse   en un juicio  con sus enemigos. Así lo sugiere  el vocabulario  judicial  de Is  50, 8-9a: “Cerca está el que me justifica:          ¿quién disputará conmigo? Presentémonos juntos: ¿quién es mi demandante?  ¡Que se llegue a mí!

He aquí que el Señor Yahveh me ayuda: ¿quién me condenará?”: Sabe  que dispone  de los medios  necesarios   para hacer  frente a la situación  y salir   victorioso. El Señor  mismo  tomará a su cargo  su defensa, y él   no se rebela a su destino.

 

            La imagen   de Is 50, 4-9  sugiere   la de un  prisionero  que después  de haber salido  mal tratado: “Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban,   mis mejillas a los que mesaban mi barba.  Mi rostro no hurté  a los insultos y salivazos “(6) espera  el momento  del juicio.  Por la  mañana  muy  temprano: “El Señor Yahveh me ha dado          lengua de discípulo,   para que haga saber al cansado  una palabra alentadora.      Mañana tras mañana despierta mi oído,  para escuchar como los discípulos  ( 4)  se ha  despertado  con la seguridad  de que Dios  lo ayuda, y de  que  por ello  será capaz  de derrotar  a sus enemigos. Espera ese momento  con alegría, como un  momento  de triunfo  propio  y de glorificación  de Dios. Le falta, sin embargo, todavía  la experiencia final  de los tribunales  corrompidos, del triunfo  de la injusticia,  del silencio de Dios. 

 

            Todos los israelitas  fieles   tendrán   que caminar  en tinieblas – no les queda  otra alternativa- y, al igual  que el Siervo,  tendrán   que  seguir  creyendo  a pesar de todo.

 

            10 “El que de entre vosotros tema a Yahveh   oiga la voz de su Siervo.  El que anda a oscuras   y carece de claridad   confíe en el nombre de Yahveh    y apóyese en su Dios.” 

            Es la prótasis  de una proposición condicional  o normativa: “El que teme  al Señor... aunque   camine   en tinieblas” etc. Esta actitud  no es otra  que la del Servidor  de los versos  precedentes.

            Este versículo 10 es el resumen  de todo lo expuesto en los vv. Anteriores. Debemos recorrer la misma suerte que el Siervo, que simboliza  al Israel del espíritu, a Cristo, cuyos  servidores somos nosotros  juntamente con los doce.

 

            El estribillo  del salmo responsorial es muy adecuado  y por lo tanto no se debe cambiar, pues de hacerlo, desfiguraría  todo el significado  de la primera lectura:

           

            “Caminaré   en presencia  del Señor en el país de la vida”

 

           

            Segunda Lectura: de la Carta de Santiago, 2, 14-18: Fe y obras

                       

            Es necesario recordar algo de lo que dijimos el domingo pasado, pues en él expresábamos puntos de  vista, útiles  para comprender  este perícopa de la Carta de Santiago.

 

            Santiago refleja  una mentalidad  existente en su tiempo  y podemos  decir que  quienes   pensaban  así podían  hacerlo bajo  una doble influencia. La influencia  de múltiples  filosofías  de origen  griego, que   centraban  toda   la atención  y el interés  en el “conocimiento de Dios” ( en el fondo  se trataba  de una especie  de fe)  y descuidaban  absolutamente   el aspecto  moral   y las buenas obras .

            Esta mentalidad se da actualmente de una forma consciente o inconscientemente: la fe como cultura, arte, conocimiento; pero no vida.

            La otra influencia  podría venir  de las   afirmaciones  del apóstol  Pablo, que   habían  impresionado  profundamente  a los judíos  ( y que  podían  haber sido  mal  interpretadas):  el hombre  se justifica  ante Dios  por la fe, sin las obras  de la ley.

 

            Creo que Santiago no se refiere a este problema de San Pablo en su carta a los Romanos.

            Para demostrar  lo absurdo  de tale pretensiones, Santiago  recurre  al procedimiento  literario  llamado “diatriba”. Consiste  en tener   delante   un adversario – real  o posible-, conocer  su mentalidad   y razones   contrarias  a las que el autor  de un escrito  va exponiendo  e ir  aduciendo  unos  argumentos  que rebaten   la  inconsistencia  del raciocinio     de dicho  adversario. Es un procedimiento  normal   entre los  filósofos  de la época  y que utiliza frecuentemente  el apóstol Pablo.

 

            Exponemos  someramente el significado de los versículos  para después sacar una conclusión, que sintetice la mentalidad de Pablo y la mentalidad de Santiago.

                                   

14                ¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe?

 

¿De qué sirve?: La expresión  corresponde  al estilo de la “diatriba” e implica  la respuesta “nada”

«Tengo fe”: Santiago   no supone  que pueda existir  una verdadera fe sin obras. Santiago entiende por fe: la libre   aceptación  de la divina  revelación  salvífica. No tiene  obras.  Por “obras” se entiende  el obediente  cumplimiento  de la divina  voluntad  revelada  en cada aspecto  de la vid. Puede salvarle su fe:  Es decir, podrá   salvarle  del  juicio   una “fe”  semejante.

 

15  Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario,

16        y alguno de vosotros les dice: «Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?

 

            Esta aguda   ilustración  no es un ejemplo  hipotético  que  englobaría  el principio general, sino más bien  una incisiva  analogía, un ejemplo. El texto de Isaías, en el cual se inspira la comparación  o analogía  “¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa?   ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras,   y de tu semejante no te apartes?”  (Is  58, 7), serviría para la catequesis, pues su fuerza  emotiva y de convicción es muy grande y todos pueden comprender. 

 

17                Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta.

 

Así: se  explicita  la idea  de la analogía. La fe... por sí misma: La fe   sin obras, es decir, lo contrario  de la “fe que  actúa  a través  del amor”: Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad” (Gál 5, 6). Esta muerta: Es incapaz  de salvarle  para  la vida  eterna. El  término  “muerta”  (nekros) se aplica  a las obras  pecaminosas: “Por eso, dejando aparte la enseñanza elemental acerca de Cristo, elevémonos a lo perfecto, sin reiterar los temas fundamentales del arrepentimiento de las obras muertas y de la fe en Dios” (Heb 6, 1)

 Nótese que  Santiago   no está   oponiendo  entre sí  fe  y obras, sino la fe muerta  y la fe  viva. Creo que desde aquí podemos comprender la verdadera mentalidad de Santiago.

                                   

18                Al contrario, alguno podrá decir: « ¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe”

 

La interpretación de este versículo  es bastante discutida y nada fácil.  Quizá es considerarlo como última  objeción aclaratoria Entiéndase   “tú” y “yo”, no simplemente  como Santiago  y el objetor respectivamente, sino   en el sentido  de que unos  se especializan  en la fe, otros   en las obras. La frase: “Muéstrame  tu fe...”,  es la respuesta  de Santiago al objetor; en ella  le invita a aportar  pruebas  de la existencia  de la fe separada  de las obras. Su  siguiente  afirmación, “yo  por mis obras”, sostiene  que,   se podría suponer  que las obras  existen  sin fe.

Quizá  haría falta  mucho más tiempo para explicar este último versículo. Hacemos una síntesis  de todo  la perícopa  y de la luz, que surja, podemos iluminar  la problemática de este versículo.

 

La relación  entre  fe y obras. Es la vieja  discusión   que se apoya  en afirmaciones  diversas, ¿contrarias?,  de Pablo  y de Santiago. El hombre  se justifica  ante Dios  por la fe, sin las  obras de la ley (Pablo). La fe  sin obras  no sirve    para nada  (Santiago). ¿Quién  tiene  la razón?  Los dos, pero  cada uno   desde  su punto  de vista. El punto  de vista  de Pablo- frente a los judaizantes- es que la obra  de Cristo  es completa, no necesita  ser completada por las obras  de la ley. Aspecto  absolutamente  válido. ¿Significaba  esto rechazar   las obras?  En modo  alguno. Sólo que  Pablo  las presenta  como fruto  de la fe, como  complemento  de la misma. El punto  de vista de Santiago  es, más bien, de tipo  práctico y tiene delante  el ambiente  al que aludimos   más arriba. Y afirma  terminantemente  que la fe, si no se  traduce  en obras, es algo muerto.

            Así  es, en efecto. La  relación  recta con Dios debe ser demostrada  con la conducta   (una  exigencia   fundamental, que es también  la de Pablo). La simple  profesión de fe no es un salvoconducto para  la salvación; lo mismo que  el simple  deseo de que se  remedie  una necesidad  no elimina  dicha  necesidad. Es el  aspecto en el que, muy  justificadamente, insiste  Santiago. Repetir   un credo  y no  vivir   conforme  a él  es algo grotesco  y estéril; equivaldría  a pronunciar  palabras  mágicas   ineficaces. Si la fe es  verdadera, tiene   que llevar  necesariamente   la autenticidad de las obras.

 

            Evangelio: Marcos 8, 27-35: 

 

            La Liturgia  toma del capítulo 8 de Marcos: por una parte los vv. 27-30:   Confesión de Pedro; por otra,  los vv. 31-33: corrección de Jesús  y los vv. 34-35: comienzo sobre la Instrucción del seguimiento.

 

            Vamos primeramente a presentar los vv. 27-30.

 

No debemos olvidar el carácter profundamente simbólico de los milagros  narrados por San Marcos. La curación del sordo-mudo  del domingo pasado y la curación del ciego de Betsaida, que precede a la perícopa  actual, nos sirven para entender lo que vamos a leer en los textos sucesivos.

También tenemos que tener presente  que Marcos  no es un periodista, que cuenta las cosas como suceden en su orden cronológico, sino que es un teólogo, que hace historia-teología desde la experiencia pascual y también teniendo presente  la situación de la Iglesia a la que escribe

 

            El milagro  del ciego   anónimo  (Mc 8, 22-26)  se realiza  en los discípulos. Mientras  que la muchedumbre  sigue  tan perpleja  y titubeante como antes, los discípulos  terminan  por ver  claro. Pedro, en nombre  de todo  el grupo, proclama  abierta y certeramente  la identidad de Jesús: Tú eres  el Mesías. Tal proclamación  recoge  el primer  título  que el evangelista  había  señalado  al inicio   de su obra: “Comienzo de la buena  noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”.

 

            Es este  un momento  crucial   en la trama  del libro  y ha sido  preparado  de manera  hábil  y cuidadosa  desde  el mismo  comienzo  del evangelio. En  cada una de las páginas  precedentes ha  ido  resonando  una y otra vez, entre el  estupor  de la muchedumbre  y la incomprensión  de los discípulos, la pregunta  por Jesús: ¿ Quién  es éste?. Después  de mucha espera  y no pocas  conjeturas  erróneas  viene  la respuesta   exacta. Es el Mesías. Pero, ¿qué significan   en realidad  estas  palabras  de Pedro? No  hay duda  de que  van  más allá  del simple  reconocimiento  de Jesús  como profeta. Considerarlo  como  Mesías  suponía  reconocerlo como el último  y definitivo  enviado  de Dios, que habría de  conducir  al pueblo de Israel  a la salvación esperada. Con él  la historia  llegaría a su plenitud. Ahora  bien,  aunque  exacta, la respuesta de Pedro  podía  prestarse  a graves  malentendidos, quedando  teñida  de color  triunfalista  y político-nacionalista. De aquí  que los discípulos  reciban la orden  de callar. Era preciso  clarificar  y depurar  el concepto  de Mesías. Era necesario, además, completarlo. No  reflejaba todavía  de manera  exhaustiva  el  misterio de la persona de  Jesús.

 

            La confesión  de Pedro (Mc 8, 27-30)  es un  punto de  llegada, que se transforma  al instante  en punto  de partida. No se puede  decir  que Jesús  es el Mesías sin precisar  y completar a continuación  esta afirmación. La tensión  que se ha desencadenado  en la confesión  de Cesarea debe  prolongarse  hasta  la cruz y la pascua, como momentos  de revelación  plena. Se abre así la segunda parte del evangelio, que consta  también de tres secciones en continua progresión: la revelación  del camino  doloroso del Mesías  ( Mc 8,31-10,52); la revelación de su autoridad ( Mc  11,  1-13, 7), y el  relato  de su pasión  y resurrección ( Mc  14,1-16,8).

 

 

            Vamos a analizar no todos los versículos, sino algunos, pues con la introducción, que hemos  hecho,  muchas cosas quedan aclaradas:

           

29      Y él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo.»

Se presenta   enfáticamente  la segunda  pregunta  de Jesús; está  claro que  los Doce (“vosotros”)  aparecen  en contraste  con los “hombres” de 8, 27. El “vosotros”  señala   aquellos  a quienes   ha sido  confiado  el secreto  del reino  de Dios, en contraste  con los de “fuera”, para quienes  todo ello  constituye  un enigma: “El les dijo: «A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas,” ( 4, 11)

 

Tú eres  el Mesías: Pedro  es  el primer  hombre  que reconoce, o al menos  que  reconoce  abiertamente, a Jesús  como el libertador  esperado. Se trata, en efecto, de un acto  de fe en la mesianidad, pero  aún  no en la divinidad de Jesús.

 

30      “Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él.”

 

Es digna   de atención  la respuesta  de Jesús  por varios motivos: por   vez   primera  se refiere  a su misma  persona  la prohibición  de hablar  claramente; si la  confesión  de Pedro  es correcta   como  reconocimiento  de la identidad  de Jesús, ¿ por qué  le impone  el silencio?. De hecho, Jesús  acepta la confesión mesiánica  de Pedro, pero  sólo  con la importante  matización: “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días”  ( 8, 31),  reacción  típica  de Jesús   ante los títulos  mesiánicos   populares, donde  Jesús  acepta  el  título  que le  atribuye  el que le  interroga, pero  añadiendo  inmediatamente  una importante  corrección.

 

Ahora  presentamos los  vv. 31-33: La puntualización  de Jesús  y la corrección de Pedro.

 

Los versículos  31-33 son el primer anuncio de la pasión y resurrección .Este pasaje  ha de  considerarse en relación  con 9, 31: “porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le  matarán y a los tres días de haber muerto resucitará.» y con 10, 33-34: “Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le  condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y  se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará.»

 

Su importancia  en Mc  radica  esencialmente  en la intención  de corregir  cualquier  idea falsa  que pudiera  afectar  a la mesianidad  que acaba  de reconocerse  en la confesión  anterior.

                                     

            8, 31-33: El primer anuncio  de la pasión  y resurrección  supone  para los discípulos  una enseñanza   nueva. Jesús “empieza” a enseñarles  la verdadera  naturaleza  de su mesianismo. Para ello  sustituye  el título  de Mesías por otro  más arcaico y menos cargado  de connotaciones  triunfalistas  inmediatas. Habla del  Hijo del  hombre   y aclara  su itinerario. Como Hijo  del hombre, título  que expresaba  al mismo  tiempo exaltación  y humillación, a Jesús  le está  reservado  el triunfo, la gloria y el poder de juzgar, pero no sin antes  pasar  por la acusación, el escarnio e incluso  la muerte. Este  es el camino  que debe  recorrer  el Mesías y que Pedro  no está dispuesto  a aceptar, ganándose  el calificativo  de Satanás. Jesús  lo invita a ponerse detrás  de él, es decir, a adoptar  la actitud  del discípulo  que sigue a su maestro.

 

31      Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días”

Las palabras  de Jesús  son como  un comentario  al reconocimiento  expresado  por Pedro; constituyen  además   una instrucción  acerca  de cómo  ha de  entenderse  su condición  de Ungido , de Mesías.

Es preciso alude al  cumplimiento  de las Escrituras. El Hijo  del hombre: ésta  es la primera  vez que aparece  tal título.  A partir   de este momento, este título  se repetirá  en  Mc  referido  a la venida   gloriosa   del Hijo  de hombre, a la  vida humilde  de Jesús o a su pasión  y muerte. Lo que   en realidad  hace Jesús  es modificar  la noción  que entonces  se tenía  acerca  del Hijo  del hombre, juez   escatológico  glorioso, fundiéndola  con la del Siervo  doliente  de Yahvé. Sufrir mucho  y ser repudiado...  y muerto  y resucitar  después  de tres días:   Tal como se  nos presenta, este versículo  es una  predicción  de los malos  tratos, la condena, la muerte y al resurrección  de Jesús

En el  NT, el verbo  paschein (sufrir)  no se aplica  a los dolores  padecidos  por Jesús  antes de la muerte; a lo sumo, se aplica a ésta. Por consiguiente, si bien  en el contexto  de Mc 8, 31 “ padecer un gran sufrimiento “  se refiere  a los acontecimientos  que precedieron  a la condenación  del Viernes Santo, en boca  de Jesús  esta  misma expresión  serviría  para caracterizar  el resto  de su ministerio  como el del Siervo  doliente  de Yahvé. Repudiado: En este contexto  se refiere  a la sentencia  capital   que recaería  sobre Jesús. Aquí sin embargo apodokimasthenai  (repudiar) indica más el repudio  religioso que jurídico, con el que se indica   cómo los necios, que se apoyan  en la sabiduría   humana, rechazan a Dios: “Los sabios pasarán vergüenza,  serán abatidos y presos. He aquí que han desechado la palabra de Yahveh,  y su sabiduría ¿de qué les sirve?” (Jeremías  8, 9), o cómo Dios  rechaza  a Israel  por su locura  o infidelidad: “Serán llamados «plata de desecho»,  porque Yahveh los desechó” (Jeremías 6, 30). Usado  por Jesús, aludiría al hecho  de que su ministerio  iba a desembocar  en un “repudio” por parte  de los hombres, idea  afín a la expresada por Is  53, 3: “Despreciable y desecho de hombres,  varón de dolores y sabedor de dolencias,          como uno ante quien se oculta el rostro,  despreciable, y no le tuvimos en cuenta”

 

  “Por  los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas,”Al  añadir  estas palabras, la idea  originalmente   teológica  de Jesús  se convierte  en una predicción  específica  de su condenación  a muerte  que subraya la culpabilidad  de los dirigentes  judíos.

Muerto: la fórmula  kerigmática  usual  es apethanen ( murió) , mientras  que el verbo  “matar”, en relación  con la muerte de Jesús, aparece  en contextos   polémicos  antijudíos; frecuentemente en  Jn. Esta parte  del versículo, por consiguiente, es  con toda probabilidad un adición  cristiana  al dicho original de Jesús; el mismo  tono polémico  puede   reconocerse  en la frase  que incluye a los  ancianos, los  sumos sacerdotes  y los escribas.

Resucitar  después de tres días: Muerte y  resurrección  van siempre  juntas  en el kerigma, lo que  puede explicar  suficientemente  que se mencione la resurrección  después  de mencionar  la muerte de Jesús  

 

32      “Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle.”

 

Abiertamente: Esta  palabra  viene  a poner  de relieve  la publicidad  de la revelación  de Jesús; en  Los Hechos de los Apóstoles  esta palabra  significará  la audacia  con que los apóstoles  proclaman  que Jesús  es Señor  ( act. 4,13) Se sugiere  que Jesús  deja   ya de  manifestarse  veladamente  para hablar  de sus sufrimientos  y su repudio  en términos  claros  e inequívocos.

Pedro  empezó a reprenderle: Aquí tenemos  la prueba  de que, si bien  Pedro  ha reconocido  a Jesús como  Mesías, todavía  no comprende  que esta función  lleva  consigo  el sufrimiento   y la muerte de Jesús.

 

33      “Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: « ¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres

 

Volviéndose  a mirar  a sus discípulos: Este detalle  gráfico  de Mc  indica  que la respuesta  de Jesús  dirigida  a Pedro, ha de ser  escuchada  también  por los demás.

¡Quítate de mi vista, Satanás! : Pedro  representa  el papel  del diablo  al sugerir  que Jesús  debe  comportarse  como el libertador  político  de  las esperanzas  populares.

 

“porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.»En las palabras finales  de Jesús  va  implícita  la idea  de que él   ha elegido  seguir  la voluntad  de Dios, mientras  que Pedro  y los otros, al preferir  las cosas  “de los hombres”, se han  alineado   contra  el plan  salvífico de Dios.

 

Por último analizamos los versículos 34-35: Comienzo de la  instrucción  sobre la condición de discípulo.  

           

8, 34-9,1: El camino  doloroso del Mesías  es también  el camino del discípulo. Entre las  graves  exigencias  que conlleva  sobresalen tres.  El discípulo  debe negarse  a sí mismo, es decir, convertirse  de raíz. Debe  proyectar su vida  en términos de donación, no de posesión; sólo  una vida  de entrega y solidaridad  es vida de plenitud, porque  en su entramado  más profundo  el hombre  está hecho  de amor. Debe, en fin, testimoniar  valientemente  su fe, incluso  cuando ello  le acarree burlas, ultrajes y persecuciones. A estas tres exigencias  se añade  una promesa  consoladora: la de  gustar  ya aquí  y ahora  el poder  y el esplendor del reino de Dios.

 

                       

34      Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí  mismo, tome su cruz y sígame.”

 

Venir  detrás de mí: Las palabras  se dirigen  ahora a  “la multitud  con sus discípulos” y se refiere  al verdadero  compromiso. Niéguese a sí mismo: Esta palabras  fuerzan  el sentido  originario de las palabras  de Jesús; hay que   arriesgar  la propia  vida  por amor  a los  bienes escatológicos que ya están al alcance   de la mano. Tome  su cruz: Para el lector  cristiano, la cruz de Cristo  es un símbolo de  sus sufrimientos redentores, que todos  los quieran  seguirle  han de llevar sobre sí.

            Entre los judíos  existía  la práctica  de ungir  o marcar  a una persona  con el signo  de la cruz  ( † o x , la forma  antigua  de la letra  hebrea  tau) en señal de arrepentimiento, o para  expresar  que se “ marcaba  a fuego” al individuo  como posesión de Dios: “y Yahveh le dijo: «Pasa por la ciudad, por Jerusalén, y marca una cruz en la frente de los hombres que gimen y  lloran por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella.» (Ez 9, 4). Esta acción  iba  muchas veces  conectada  con ritos  penitenciales   o bautismales  y está  en la base   del tema  neotestamentario  del sello  bautismal: “Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones.”  (2 Cor 1, 21-22).

            Es posible  que la expresión  original  de Jesús  fuese: “Quienquiera  que no cargue [ se marque  a sí mismo] con su † [  es decir, que no se arrepienta y se entregue  por entero a Dios ]  no puede ser  mi discípulos: “El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío” ( Lc  14, 27)

 

            Hoy llevar la cruz de cada día  significa la aceptación de su propia realidad  en conexión con la doctrina cristiana.

            No olvidemos que los dichos de Jesús al comenzar el camino hacia Jerusalén no tienen un valor  preferentemente cronológico, sino teológico

 

35      “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.”

 

Salvar su vida: Las palabras de Jesús  significan  que hay  una fase  escatológica  en la existencia  humana  y que  ningún  sacrificio  resulta  excesivo  con tal  de alcanzarla.

“Pero  quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.” Al amplificar la expresión “ por mi”  mediante la  añadidura  de “y por  el evangelio”, Marcos  quiere  insinuar que Cristo  está  de alguna  manera  presente  y que se identifica  con la proclamación  evangélica. Además  delata  una situación  en que la  Iglesia  sufre  persecución  por causa  del evangelio.