XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  

 

 

Jesús va hacia Jerusalén, donde morirá. En el camino va instruyendo a sus discípulos; pero a éstos les cuesta comprender muchas veces las enseñanzas del Maestro. El Domingo pasado veíamos cómo los discípulos no entendían lo que Jesús les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán”.  En este domingo XXVI la incomprensión de los discípulos tiene otra manifestación: el espíritu sectario, que establece  más fronteras  de las realmente  existentes.

            Se dan dos mentalidades, dos formas de entender las cosas: una equivocada y otra cierta. Al hombre le cuesta acomodar su razón, su pensamiento al pensamiento de Dios, del Señor, de Jesucristo.  

            Antes de comenzar a hablar de estas dos formas: una positiva y otra negativa, creo conveniente recordar la primera parte de la Oración Colecta:”¡ Oh Dios!, Que  manifiestas  especialmente tu poder  con el perdón  y la misericordia...”. Este texto es una verdadera joya; uno queda desarmado  y se le caen por tierra todos los razonamientos dialécticos, fundamentados en la lógica  humana. Dios no expresa su poder en las grandes obras, en las espectaculares  hazañas, sino en una actitud, llena de ternura, de debilidad, de acogida.

            También quiero rememorar una afirmación  acerca de los mandatos del Señor, de su forma de pensar,” Los mandamientos del Señor alegran el corazón” ( Estribillo del salmo responsorial.)Cuando uno tiene presente estas dos declaraciones, está en condiciones de escuchar y de aceptar lo que el Señor le quiere comunicar.  

            La lectura primera es del libro de los Números ll, 25-29. En este texto, como en el evangelio  de este domingo, se dan las dos formas de pensar. Josué quisiera  monopolizar  el espíritu del Señor, lo mismo intentará hacer Juan en el evangelio. No es ese el parecer  de Moisés  ni tampoco  el de Jesús.

            “Eldad y Medad están profetizando en el campamento”; están usurpando un derecho que en principio no les pertenece,  pues no han acudido juntamente con los demás ancianos  a la cita de Moisés, cuando el Señor bajó en la nube, habló con éste y, apartando algo de del espíritu que poseía, se lo pasó a los sesenta ancianos.

            “Josué, hijo  de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino: Moisés, señor mío, prohíbeselo”. Esta forma de pensar es mezquina, carece de la amplitud suficiente y requerida. Dios no es patrimonio de unos cuantos.

            Moisés en esta ocasión acierta y da la talla: “Moisés le respondió:¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo  el pueblo  del Señor fuera profeta y recibiera  el espíritu del Señor!”.

            Juan,  en el evangelio, se expresa del mismo modo:”Maestro, hemos visto a uno  que echaba  demonios  en tu nombre, y se lo hemos querido  impedir, porque  no es de los nuestros “. El hombre siempre pensará como hombre, siempre hablará lenguaje de hombre; solamente cuando se deje iluminar por el Señor, discurrirá de manera diferente. Jesús corrige este comportamiento, está instruyendo a sus discípulos,” Jesús  respondió: No se lo impidáis, porque  uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que  no está contra nosotros  está a favor nuestro.” ( Mc. 9,39-40) . La respuesta de Jesús, como en tantas ocasiones, está  en contraste con el pensar de sus discípulos.

                        Debemos aprender de Moisés y de Jesús. Esta  generosidad  y amplitud de miras, que no concede el monopolio  del espíritu sólo a la jerarquía, sino que lo otorga a todo el pueblo, suena a Vaticano II: “ El mismo  Espíritu  Santo no sólo  santifica  y dirige el pueblo de Dios mediante los sacramentos..., sino que también  distribuye  gracias especiales  entre los fieles de cualquier  condición, distribuyendo a cada uno según quiere ( l Cor l2, ll)”  ( LG 12).

            Las palabras de Moisés y de Jesús son una exhortación  a la tolerancia  y a la magnanimidad. La exclusión sectaria, la mirada recelosa, la pretensión  monopolizadora son actitudes  extrañas al espíritu del Señor. Dios no tiene  límites en su actuar, todo bien tiene siempre su origen en él. 

            También en la Carta de Santiago se reflejan dos maneras de actuación. Hoy terminamos la lectura de esta Carta: sus palabras contra los ricos  injustos  son muy duras, pero realistas. Habla de  jornaleros  defraudados  y de injusticias  con los obreros, y de una vida  dedicada al lujo  y al placer: todo lo cual les va a llevar a la ruina, porque  Dios  oye  los clamores de los injustamente  oprimidos. “Ahora, vosotros, los ricos, llorad y lamentaros  por las desgracias  que os han tocado” ( St 5,l). Es difícil  que el hombre crea en su corazón que las riquezas le puedan traer  desgracias, sino todo lo contrario. Cuando uno se mueve en Dios, no solamente lo cree, sino que experimenta que las riquezas, máxime las injustas, son fuente de sufrimiento  y de malestar. Podemos ampliar el concepto de riqueza, entendiendo por ella todo aquello que nos aparta del camino recto, de la verdad. “Vuestra riqueza  está corrompida  y vuestros vestidos  están apolillados”. Las vestiduras  constituían  una importante  forma de riqueza en la antigüedad. Hoy las riquezas adquieren otra expresión; pero tanto entonces como ahora llegan a perder su valor, no tienen consistencia.

            “El  jornal defraudado  a los obreros  que han  cosechado  vuestros campos está clamando  contra  vosotros; y los gritos  de los segadores  han llegado hasta  el oído  del Señor de los  ejércitos”. El gemido  de los segadores ( del trabajador, del que pone sus manos en las manos de otro para ayudarle en su trabajo, exigiendo una coherente y exacta recompensa), de los oprimidos, ha llegado hasta Dio, lo mismo  que había llegado hasta él en otro tiempo la sangre de Abel, pidiendo venganza. La justicia humana, cuando realmente quiere ser justa, muchas veces no lo consigue  y por lo tanto los atropellos  de todo tipo campean impunemente; a veces no sabe, no puede o no quiere ser justa la juticia de los hombres; en estos casos surge la voz profética, denunciando valientemente esta flagrante violación de la verdad y del derecho. 

            Moisés corrigió debidamente a Josué; Jesús catequizó rectamente a Juan; Santiago, como es costumbre en él, denuncia con vigor y valentía el comportamiento equivocado de los ricos, que se han hecho ricos injustamente.  

            La carta  de Santiago contiene uno de los textos más duros del Nuevo  Testamento contra los ricos, que recuerda  el tono  y el espíritu  de algunos  fragmentos  de los profetas  que también  denunciaban  con vehemencia  la opresión  de los  pobres  por parte de los ricos.

            La dimensión social del mensaje  de Santiago es evidente. Es posible  que en estos  pasajes de la carta esté reflejada la situación concreta de la comunidad de Jerusalén, en la que  abundaban  los necesitados. Pero en la comunidad  hay también  ricos  que no parecen  prestar demasiada atención a los pobres, y por ello son denunciados.

            Lo social es quizá lo más tangible, lo más palpable para averiguar la rectitud o la falsedad del comportamiento humano. No todo se debe reducir a lo social; pero es un indicador orientativo. Las dos mentalidades se manifiestan en una multitud de expresiones; en lo social esta señal  es unívoca, sin paliativos.