XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 

 

El  camino de Jesús hacia Jerusalén, más que un trayecto  geográfico, es un viaje teológico. Esta marcha comienza en Mc 8,27: “ Salió  Jesús  con sus discípulos  hacia  los pueblos  de Cesarea  de Filipo”.

            Antes de comenzar este recorrido hacia Jerusalén nos cuenta el evangelista la curación del ciego de Betsaida:” Llegan a Betsaida. Le presentan  un ciego y le suplican  que le toque. Tomando al ciego  de la mano, le sacó  fuera  del pueblo, y habiéndole  puesto saliva  en los ojos, le impuso  las manos... Y le envió a su casa.” ( Mc 8,22-26). Aquí lo que se acentúa preferentemente  es el milagro, pues el Maestro se emplea a fondo  en esta curación. No podemos negar tampoco su carácter simbólico, indicador quizá de la ceguera espiritual de los discípulos y de sus dificultades  para entender a Jesús  y el alcance de su seguimiento.

 Antes de entrar en Jerusalén, como final del trayecto, se nos narra la curación del ciego de Jericó: “ Llegan a Jericó. Y cuando salía  de Jericó, acompañado de sus discípulos  y de una gran multitud, el hijo de Timeo ( Bartimeo), un mendigo  ciego, estaba  sentado  junto al camino. Al enterarse de que  era Jesús de Nazaret, se  puso a gritar: “¡ Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” ( Mc 10, 46-52).

            El milagro de la curación del ciego de Jericó adquiere  un valor simbólico mucho más fuerte que el ciego de Betsaida;  san  Marcos en la curación de este ciego de Betsaida  se fija más en la grandiosidad del milagro, no quizá en la fe del mismo: “ Y le envió a su casa”. Bartimeo, una vez curado de su ceguera, sigue a Jesús por el camino:” lo  seguía por el camino” . Lo que  los discípulos  hacían con dificultad  y con miedo, este ciego, ya curado, parece que lo hace con toda decisión, sin dudas.

            La comparación  de las versiones  sinópticas de este milagro ( Lc 18,35-43 y Mt 20,29-34) demuestra que  Mc enfatiza más el elogio que hace  Jesús de la fe  de aquel hombre que el hecho  mismo de  la curación.

            Si difícil le resultó a Jesús el camino hacia Jerusalén, más dificultades encontrará aquí, por lo tanto es conveniente presentar a un hombre de fe, que quería ver; pero no veía,  y ahora al ver, se dedica a poner en práctica todo aquello que deseaba hacer; pero que no podía, pues no veía ( en este milagro luz y fe  juegan un papel importante).

            “ Jesús le dijo: ¿ Qué  quieres  que haga por ti?. El ciego le contestó: “ Maestro  que pueda ver”. Jesús  le dijo: Anda, tu fe  te ha curado. Y al momento  recobró la vista  y lo seguía por el camino”.

            No es cuestión de analizar las semejanzas  y diferencias de la curación del ciego de Betsaida y el ciego de Jericó; ya hemos señalado algunas. Ambas tienen un carácter simbólico, pues el evangelista nos quiere enseñar algo, que está como incluido en el milagro; este simbolismo  es mucho más fuerte en el milagro del ciego de Jericó, modelo del discípulo del Señor, que no duda, sino que sigue. En la curación del ciego de Betsaida  se pretende expresar el poder del Maestro, pues es necesario que sus discípulos confíen en él  al contemplarlo como poderoso. 

            La Liturgia de la Palabra de este domingo XXX  recalca cómo este viaje a Jerusalén está  tipificado en el retorno de los hijos de Israel, que vuelven del destierro. La lectura primera de la Eucaristía  está tomada del Profeta Jeremías, 3l, 7-9.

            Los capítulos  30 y 31  del libro de Jeremías  son llamados  a menudo” el libro de la consolación”, porque  contiene  una serie de anuncios  llenos de esperanza. Originariamente  se referían  al reino del Norte ( o de Israel), destruido el año 722 aC por los asirios, y más  tarde  se aplicaron  también al reino del Sur  ( o de Judá), en tiempo del  exilio  de Babilonia, a partir del año 587 aC. “ Gritad  de alegría  por Jacob, regocijaos  por el mejor de los pueblos “. Jesús, camino de Jerusalén, les recordará a sus discípulos que el Hijo del hombre tiene que ser ejecutado y después  resucitar. Los discípulos no comprenden este lenguaje. No podemos decir que este camino es una invitación a la alegría, al regocijo, aunque  durante el mismo se nos cuenta la Transfiguración del Señor:” Seis días  después, toma  Jesús consigo a Pedro, Santiago  y Juan, y los lleva, a  ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró  delante de ellos”  ( Mc 9, 2)

            “Decid: el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel”, es decir, el pequeño  número de los que se libraron de la calamidad del año 721, y que han  sido purificados  a través del exilio  para constituir  el nuevo Israel fiel a su Dios. Bartimeo puede representar a este resto, que después de mucho tiempo sin poder ver, ahora liberado, empieza a pertenecer al número de los discípulos fieles.

            Los oráculos proféticos  anuncian  que Dios, movido por el amor paternal, intervendrá  para reunir a todos los miembros de su pueblo que ahora están dispersos. En esa  multitud que vuelve, están  también presentes  los enfermos y los débiles, en un signo  de que el amor de Dios se dirige a todos, y especialmente a los más necesitados.

            Jerusalén, lugar de la revelación, del gozo; hacia ella están dirigidas todas las miradas. Si decíamos que el viaje, más que lugar geográfico, es lugar teológico, lo mismo podemos manifestar de Jerusalén. “ Mirad que yo os traeré  del país del Norte, os congregaré  de los confines de la tierra”. Confines de la tierra: esta expresión  es sinónima  de “norte”, es decir, de Asiría, adonde  han sido  llevados  cautivos.

            Al comienzo  y al final del viaje hacia Jerusalén nos encontramos con dos ciegos, signo de la impotencia, de la debilidad; también la caravana  que regresa hacia Jerusalén desde el destierro está formada por gente  débil: “Entre ellos hay  ciegos y cojos, preñadas  y paridas”.

            En este retorno Dios ha estado maravilloso: “ El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” ( Estribillo del salmo responsorial).

            El ciego Bartimeo está también lleno de gozo, ha experimentado  el poder del Maestro, por esto mismo le sigue; no se contenta con proclamad lo que ha hecho en él, sino que quiere correr el mismo camino. “ Seré un padre para Israel. Efraín será mi primogénito"   ( Jeremías  3l, 9).

            Los que vuelven del destierro se apoyaban en Dios Padre; el ciego Bartimeo en Jesús de Nazaret; nosotros  creemos en Cristo, sumo Sacerdote.

            La segunda lectura de la Eucaristía está tomada, como en domingos anteriores, de la Carta a los Hebreos.

            “Nadie  puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de Sumo Sacerdote, sino Aquel que le dijo.” Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”, o como  dice otro pasaje  de la Escritura.” Tú eres  Sacerdote eterno, según el rito de Melquisedez” ( Carta a los Hebreos 5, 4-6). El sacerdocio de Cristo no es un sacerdocio aarónico, con una vocación  humana  o por línea  hereditaria, sino  un sacerdocio  que nace de su misma realidad  de Dios y hombre conjuntamente. Un sacerdocio  no añadido, sino existencial.

            La condición para el ejercicio  del sacerdocio de que fuese  un hombre semejante a aquellos  en cuyo  favor  ejercía  su ministerio. Tal vez  en ningún  pasaje  del Nuevo Testamento, como en esta Carta,  se hable  de forma tan estremecedora de la plena humanidad de Cristo y de su debilidad.

            Esta imagen  de Cristo orando de esta forma  casi violenta no corresponde a la  presentación  que nos hacen de Jesús los evangelios  cuando le sorprenden  haciendo oración o enseñando a orar.

            El camino hacia Jerusalén es un trayecto marcado por la luz y por la fe.