II Domingo despues de Navidad, Ciclo C
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 

 

 No todos los años  celebramos  el II domingo de la Navidad; depende  del día de la semana  que se celebre la solemnidad  de la Navidad.  

            Lectura Primera: Eclesiástico, 24, 1-12. 8-12

No debemos olvidar   que en la Liturgia se uso mucho el lenguaje simbólico  y no solamente el conceptual. Si siempre la lectura primera  introduce para comprender  el evangelio; en este domingo II de Navidad  también. Este domingo II de Navidad, como diremos, es una síntesis de la Navidad. Toda la teología  acerca del Niño, que ha nacido, está simbolizada  en la Sabiduría.

El libro del Eclesiástico es un libro, que pertenece, no a la prosa, sino a la poesía del AT; de aquí que debemos leerlo, no de una forma  conceptual, sino  simbólica.

Se inicia    esta segunda  parte del libro del Eclesiástico  con el capítulo  24, 1-34: Alabanza   de la Sabiduría. Los  vv. 1-22 narra la alabanza  que hace de sí misma   la Sabiduría  personificada. La Sabiduría   habita  en Jerusalén. Esta  autoalabanza  de la Sabiduría  toma como modelo   literario Prov  8, 22-31, que describe a la Sabiduría  como una figura  femenina que existió  antes de la creación y que toma toma parte  en la obra  creadora  de Dios.

La contribución  original   de Ben  Sira está en asignar a la  Sabiduría  una casa  en el templo  de Jerusalén  (24, 8-12)

La Liturgia    de la Palabra  toma  los vv. 1-2. 8-12.  Los  vv. 1- 2 son como una  introducción a este himno  acerca de la sabiduría.                

1 La sabiduría  hace su propio  elogio,  se gloría  en medio  de su pueblo;

2 en la  asamblea  del Altísimo   abre su boca, se gloría  en presencia  del Poderoso.  

            Esta introducción nos trae ecos  de Prov  8, 1ss: “¿No está llamando la  Sabiduría?  Y la Prudencia, ¿no alza su voz?”. La sabiduría  personificada  está   dispuesta a narrar  sus excelencias  ante  los hombres. 

            Estos  versículos  describen  a la Sabiduría   que se alaba  a sí misma  tanto en la tierra  como en el cielo. La sabiduría   en persona   canta   sus propias   excelencias. De alcance   cósmico  y  transcendente, la sabiduría  ha venido a habitar  en Israel   y ha plantado  sus reales   en Jerusalén. De ahí  que a Israel, es decir  a la asamblea   del Altísimo, dirige   su discurso  en presencia  de Dios  todopoderoso. 

            En los vv. 8-12 la Sabiduría   cuenta  cómo  le asignó   Dios   una morada  en Israel  y en el  templo  de Jerusalén. De este modo, Ben Sira consigue  reunir  los aspectos  sapiencial, cultural y legal  de la piedad   israelita.  

8. Entonces  el creador  del universo me ordenó, el que me  creó  estableció  mi residencia: Reside  en Jacob, sea Israel  tu heredad.  

Como creador   del universo, Dios  puede  elegir  y asignar  puestos. Atendiendo  al procedimiento  literario, la sabiduría  está descrita  a imagen  del pueblo; atendiendo a la concepción   teológica, el pueblo  actúa a imagen  de la sabiduría, ya que  ella  es anterior.  

9.      Desde el principio, antes  de los siglos me creó, y no cesaré  jamás.

 

Trasciende  los tiempos. Es la  primera   criatura, como  dice  Prov 8, 22: “Yahveh me creó, primicia de su camino,  antes que sus obras más antiguas.”  Abarca  creación  e historia. 

10.  En la santa  morada, en su  presencia  ofrecí  culto  y en  Sión  me establecí;

 La elección  de Jerusalén   es la conclusión  de una etapa: para el  pueblo  unificado bajo David, para el arca, depositada  en el templo. En la tierra  entregada, en la ciudad elegida, en el templo, el pueblo ofrece culto  a su Dios. La sabiduría  asume  aquí dicha  función  litúrgica. Es palabra  que sale  de Dios y  vuelve  a Dios. 

 

     11. En la ciudad   escogida  me hizo  descansar, en Jerusalén  reside   mi poder. Jerusalén  es  además  capital política  del reino, donde   el rey administra   la justicia. “Porque allí están los tronos para el juicio,  los tronos de la casa de David.”  ( Sal 122, 5)

Los  vv. 12-17  acumulan  comparaciones de orden vegetal, de árboles  corpulentos y plantas  aromáticas. Palmera y Olivo  son frutales.

La Liturgia solamente  elige el v. 12:

       12 “Eché   raíces  entre  un pueblo glorioso, en la parcela  del Señor, en su heredad.”

El descanso  es  un nuevo  comienzo de crecimiento  y expansión.  Debemos leer con atención estos vv. para darnos cuenta de la belleza simbólica, de la belleza literaria y también del contenido  teológico.

Realmente  es una buena introducción a la lectura del Evangelio, el Prólogo de san Juan. De  Dios se habla mejor con el lenguaje simbólico que con el lenguaje  conceptual, quizá más claro; pero limitado, pues encierra en su expresión lo que no se puede encerrar. El símbolo nunca se cierra, sino que está abierto, indicando cada vez unas connotaciones  más ajustadas y más  bellas de la  realidad.

 

El estribillo  del Salmo muy acertado  y muy expresivo: “La Palabra  se hizo  carne  y acampó  entre nosotros”

        Segunda lectura: Efesios  1, 3-6. 15-18  

Podemos  decir que esta lectura  es apropiada  para este II Domingo de Navidad; domingo,  de la reflexión, del caer en la cuenta  del Misterio celebrado y sus consecuencias para nosotros.

 Los  versículos  3-6 forman  parte  de un himno con el que comienza  la carta, tiene, tanto  literaria como  ideológicamente, una clara dimensión  trinitaria : tres  estrofas  que terminan   con la misma  expresión: himno  de alabanza a su gloria, y tres  específicas  acciones  salvíficas  atribuidas   a cada una  de las tres  personas  divinas. El Padre   nos ha elegido  por amor ( Ef 1, 3-6); el Hijo  nos ha redimido  y nos   ha  obtenido  la salvación a través  del sufrimiento ( Ef 1, 7-12); y el Espíritu  es la mejor   garantía  de que tanto  la  acción del Padre  como la del Hijo  alcanzará  su objetivo  final  ( Ef 1, 13-14).  

            Vamos a analizar  los vv. 3-6, que hacen referencia al Padre...  

 3. Alabado  es el Dios y el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que  nos bendijo con todo lo que es bendición  del Espíritu, en los cielos   en Cristo.

 La   la alabanza  comienza  con una  fórmula  de bendición, por  cierto  en tercera persona...

Pero  ¿por qué  comienza   nuestra carta  por una alabanza?  Se llega  a la alabanza  de Dios  después  de una epifanía  divina de  la salvación. Ahora  bien,  ésta puede  consistir  en dos cosas: primeramente, en la salvación  de peligros y calamidades.

Pero  también   la manifestación   de un misterio  divino a una persona, realizada en sueños  o en un oráculo  o en una visión, presupone  la  epifanía  de Dios y suscita  una alabanza. 

El Dios, a quien  se ensalza  en la bendición   es designado   como el Dios y Padre  de nuestro Señor  Jesucristo. “El Dios y Padre  es casi  un único  concepto.

Con ello  se caracteriza  a Dios  como el Dios  paternal y el Padre  divino  de Jesucristo, que  es “nuestro Señor”, y en quien nosotros  encontramos  también a Dios  como Dios Padre  nuestro. Dios, en lo que  ha hecho  por nosotros, se muestra  precisamente  como el Padre de nuestro Señor  Jesucristo. Y  tal es, por su esencia, la razón  de nuestra  alabanza. En efecto, de este  “Dios y Padre de nuestro Señor  Jesucristo”-  ¡sea  bendito! – hay que  decir  que él  “nos  ha bendecido”.  

 La bendición de Dios  es de  la misma  índole  que el Pneûma;  deriva de El  su manera   de ser. La bendición  es algo  que se revela  en El,  porque se da en El   y está  presente  en El.  El beneficio de la  bendición  se hace accesible  para nosotros  en el Pneûma. En el Pneûma  se nos  han dado  todos los bienes  y dones, que se contienen  en él  y vienen  sobre nosotros  con la bendición de Dios. En él se nos abren, se hacen   conocibles  y asequibles  para nosotros.  

 Si  la alabanza  pneûmatika  debe  entenderse   como la bendición   que el  Espíritu   encierra  en sí, opera y revela, entonces  queda bien  claro  que no  se trata  de una antítesis  entre  una bendición  “material”  y una bendición  “espiritual”; y que  tampoco  se piensa  en una bendición  que consista  en los dones  del Espíritu  o carismas, sino que consiste  en que  esta bendición  es el  Espíritu , por  cuanto dicha  bendición  llega  sobre “nosotros”  por el poder del  Pneûma.

El  concepto  en los cielos” significa lo que  pertenece   al “cielo”, lo que está  en el cielo, lo que es  celestial

            ¿Qué quiere  darse  a  entender   con él? Evidentemente, con lo de” en los cielos”   se indica  siempre  un “lugar”.  Este “lugar”  significa  un territorio,  el territorio.

En Cristo debe   entenderse  en sentido local, como  el complemento  en los cielos.  Como  los bendecidos, nos hallamos  también  “en los cielos”. Pero   estamos allí  “en Cristo”,  dentro  de su “señorío”, al que  están  sometidos  todos los  cielos  y sus amos celestiales.

Vemos, pues,  lo fundamental   y exclusiva  que es la bendición  con que Dios  nos bendijo. El, que es  la bendición   del Padre  en Cristo  en  virtud  del Espíritu  santo, nos revela el señorío  de Cristo  como la dimensión  de nuestro existir.  

            4. Nos eligió  en él, antes de la fundación  del mundo,  para que fuésemos  santos  e irreprensibles  ante él.

El v. 4  comienza  a  definir  con detalle  en que consiste  la bendición. En primer  lugar, la bendición  de la eterna  elección  y predestinación  por Dios en Cristo.

Elegir”  es  para   Pablo  un concepto  “bíblico” y significa-  ya en su  pasado  judío-  escoger y seleccionar. El concepto  lleva,  pues,  la connotación  de un aprecio  positivo, de manera  análoga  a como la lleva nuestro concepto  de elegir, y más todavía  de seleccionar.

Lo específico  en estas  palabras  sobre la elección  son dos cosas: en primer lugar, que la elección  de los cristianos  se realizó antes de la fundación del cosmos. Es  trasladada, por tanto, a  antes  del tiempo  y antes  del mundo. Lo segundo,   esta elección  efectuada   antes del tiempo  y antes  del mundo, tuvo lugar  “en Cristo”. En nuestra  elección, estábamos   ya en  Cristo.

 Esta  elección   tuvo de antemano  un fin. Nuestra  elección  es un ser  elegidos  para algo.

  Dios eligió  a los cristianos  para que  fueran   santos en el sentido  que tiene la santidad  divina. Según  esto,  ser bendecido  significa en primer lugar:  ser solicitado  por Dios  para  que lleguemos  a nuestro ser,  elegido  eternamente  en Cristo, de  santa  irreprensibilidad ante  Dios.

5. Nos  predestinó  en amor  para que  fuésemos   sus hijos  por Jesucristo  según el  beneplácito  de su voluntad 

 Predestinar.  Su origen  etimológico  quiere decir “deslindar”, significa: fijar, establecer, determinar. Y esto, no sólo  con respecto  a las cosas sino también  a las personas. Predestinar   indica el destino  para el que se ha efectuado   la elección.  La elección  antes  de todos los tiempos  (praeelectio)  viene   a parar  en una destinación  antes de todos  los tiempos (Praedestinatio).  Ambas  cosas   presuponen  e incluyen  en sí  un conocimiento  antes  de todos los tiempos ( praescientia),  véase  Rom  8, 29.   

 Tal vez  acertaremos  con lo que San Pablo  quiso decirnos   con  lo de predestinar, si traducimos  este   verbo  por “definir  anticipadamente”.

 No es un elegir  cuyo motivo  sea únicamente   la soberanía   de Dios, sino  que es una   elección  soberana  hecha  por amor, una elección de amor soberano. Lo que   nosotros   somos ahora  como santos  y creyentes, como  los que han sido  bendecidos, eso lo  ha definido  ya desde  toda la eternidad  el amor de Dios. ¿Para qué  hemos sido  predestinados?

 La respuesta, hasta ahora, había sido: para una santidad  irreprensible a los ojos de Dios. Estamos    destinados-decimos en este momento-“para  ser sus hijos  por Jesucristo”. Esta condición  de hijos  es un  ser hijos  en el sentido  real  y pleno  de la palabra.  La santidad  irreprensible  es,  a los ojos  de Dios, esta condición  de ser hijos. Aquí  se indica  la norma  divina  para juzgar  lo que es “santo”.  

Somos   hijos  de Dios  “por  medio  de Jesucristo”.  Con esta  referencia  a Jesucristo,”por” quien  somos hijos  de Dios, se acentúa  el carácter  gracioso  de ese  ser   que Dios   ha destinado  para nosotros   desde  toda la eternidad.  

 6. Para alabanza  de la gloria  de su gracia, Con ella   nos agració  en el Amado

 En nuestra   elección  eterna, hizo  Dios  que resplandeciese  la alabanza  de su  gracia. Lo que   nosotros   somos por esa  gracia, lo somos  ahora  para alabanza, más concretamente, para  alabanza  de la gracia  divina.

 En esta  fórmula  se acentúa  la gracia.  Tal vez, la expresión alabanza  de gloria, objetivamente, es  en nuestro  pasaje   un  único   concepto con el que  desea  acentuarse el carácter  glorioso   de la alabanza que Dios   mismo se tributa-  como quien dice-  al  proceder  a nuestra elección.

Tengamos   en cuenta   las relaciones  internas: incluso   la elección  eterna   es ya una  actuación  de la gracia  de Dios. Por consiguiente, el   hecho  de ser elegido   es fruto  de esa gracia  y muestra  de la misma. Ahora  bien, el hecho  de ser  elegido  es el ser  del bautizado.  Y, así, el bautizado  es en su mismo  ser fruto  de esa gracia  y demostración  de la misma. En la   elección  eterna, como acto  gracioso  de Dios, resplandece  la  gracia, que es alabanza  ella misma, resplandece   desde el principio la gracia  que en sí misma alaba  a Dios. Nuestro  ser de santos y creyentes, que ahora   es un ser  de elegidos  que han sido bendecidos, está  alabando  ya en sí  mismo  a la gracia, a la que  todo  se debe.

  Gracia  significa, poco  más o menos, en el horizonte  de nuestros escritos: mostrar amabilidad, benevolencia, benignidad, misericordia. Dios   quiso  hacernos  felices con su gracia: he aquí  lo que esta expresión  significa. ¿Y cómo  nos hizo  felices  con la gracia? ¡Concediéndonosla  gentil  y benignamente   “en el  Amado”! (En su querido Hijo) 

“El Amado  es un título mesiánico. Claro  está  que es muy raro  encontrarlo  con este  sentido absoluto. Teniendo   en cuenta  todos  estos  datos,  podemos  afirmar  seguramente  que “Amado”  es la aplicación  a Cristo de un título  mesiánico   referido  a Israel. Cuando  se dice  en el v 6b  que Dios nos concedió  benignamente  la gracia “ en el Amado”  hay que escuchar  en tales  palabras: en Aquel  que,  por ser el único  Amado de Dios, el Amado por excelencia, experimenta  también ahora  amor, de suerte que también nosotros, que estamos en él , en el Hijo del amor  de Dios, experimentamos  ese amor que a El   se le concede.

Los cristianos   no han sido  bendecidos  únicamente  porque han  sido elegidos  por Dios  desde  toda  la eternidad, sino   también  porque   han experimentado  aquel amor  de Dios  con que él  ama  a su Hijo  único, a su Hijo  por excelencia.  

La Liturgia también  toma como segunda lectura  los vv. 15-18, que no forman parte del himno  trinitario, sino  que expresan  la supremacía  de Cristo. La exposición  de la supremacía de Cristo  abarca hasta el v.  22; nosotros  solamente analizamos los  vv. Indicados. 

15 Por eso, yo también, habiendo  oído  de vuestra fe  en el Señor Jesús  y de vuestro amor  para con todos  los santos

16. no ceso  de dar gracias  por vosotros, recordándoos en

17 mis oraciones, (y pido)  que el  Dios de nuestro Señor  Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé  el Espíritu de la  sabiduría

18  y de revelación, para conocerle  a él, iluminados   los ojos   del corazón  para que sepáis  cuál  es la  esperanza  que su  llamamiento   os ha abierto: cuál  es la riqueza  de la gloria  

A la alabanza  de Dios, hace el apóstol  que siga  una intercesión  a favor  de la comunidad.

El apóstol   da gracias   (1, 15s)  por la fe y el amor  de los cristianos a quienes se dirige. Pero  con esta  acción de gracias se entrelaza  en el v 16b el tránsito  a la intercesión, que pide   el conocimiento  de la esperanza   que les  ha sido  revelada  a los cristianos  por Dios  en Cristo (  versículos  17-19).

Y, así, la razón  de la gratitud   que ahora  expresa  el apóstol,  radica  en dos cosas: en la  bendición  de Dios  o en la participación  que tienen  en ella  los cristianos   procedentes   de la  gentilidad;  y luego  también  en lo que  expresa   la oración  de participio del v 15: en la fe y el amor de la comunidad,  de los que  san Pablo  ha oído   hablar.

 El,  el apóstol, da  gracias, porque  ha oído  hablar   de ellos   y de su  fe  en el Señor Jesús. El  apóstol  no les conocía   a ellos   personalmente. De la   fe  en el Señor Jesús  se  habla  también   en otras partes.  

En el  Señor  Jesús  designa   al Señor  Jesús  como aquél  en quien  ellos viven  por la fe. En él  tiene   su fundamento  y morada su fe,  y ellos   están  fundamentados  y moran  en su propia  fe. También   lo que Pablo  ha oído  hablar  del amor  de la comunidad, le permite dar gracias  y le obliga  a ello. En  ese amor  experimentan   los demás  la bendición  recibida  y conservada  en la fe.  

A Dios  es a quien da gracias  el apóstol.  Pero ellos  son el objeto  de esta acción  de gracias.              

             Las  oraciones  del apóstol, en  las que  él  da gracias a Dios por la  comunidad, contienen   también   sus peticiones  a favor de ella. ¿Cuál   es el objeto   de la  petición  apostólica? El objeto  es lo que  san Pablo, además  de la fe y el amor, considera  también importante: el conocimiento.  

Vuelve   a sentirse   aquí la emoción  que sobrecogía  ya a  Pablo  en la alabanza  y que  se transparenta  también  en el lenguaje  de la oración, en los siguientes  versículos  que hablan  de cómo  él les recuerda  en su oración  por la comunidad.  

El Padre de la gloria

 Esto   no quiere   decir sólo  que la gloria   es característica   esencial  de  este “Padre”, sino  también   de que de él   procede   la gloria, la cual  tiene en él  su esencia 

Por consiguiente, gloria  y fuerza   son en  san Pablo   conceptos  intercambiables. El esplendor   de Dios   es el esplendor  de su poder, y  el poder de Dios   es el poder  de su esplendor. Y  según  se quiera hacer   resaltar  lo poderoso   o lo luminoso, el “peso” o la “irradiación”  de su manifestación, se habla   de su   fuerza  o de su gloria.  

 En nuestro   contexto   se habla  del Padre  poderoso en su esplendor,  del Dios   y Padre  cuyo poder  se deja  sentir en su   irradiación  iluminadora  y da  conocimiento. Es verdad  que el don  que se pide  a Dios  es denominado  primeramente  por el apóstol  

  Pneuma  de sabiduría   y  revelación. Esta  expresión  desempeña  también  un papel  en el antiguo  testamento, en la tradición  apocalíptica  del judaísmo  y en su  literatura  sapiencial, y significa, por diferente  que el modo  de entenderla, el Espíritu   mesiánico  de la inspiración, que penetra  en los misterios de Dios.  Y precisamente  en este sentido, la emplea  también  san Pablo  en nuestro  pasaje. Porque   la “sabiduría”, que quisiera   darse  como don del Espíritu  y en cuya   forma  el Espíritu  quisiera  darse a los hombres a los miembros   de la comunidad, es aquella  “Sofía” pneumática que Dios prodigó  abundantemente   a la Iglesia, para que   ella   comprenda   el misterio   de la voluntad  de Dios:  don que  él ahora   desea   seguir dando,  y dándolo   más plenamente , porque   se trata   de aquel don  que jamás   se da  de una vez   para siempre. Esta   sabiduría, una vez   dada,  va siendo  poseída   como un  incesantemente  

Revelación  es aquel  carisma   mencionado  en 1 Cor  14, 6; “Y ahora, hermanos, supongamos que yo vaya donde vosotros hablándoos en lenguas, ¿qué os aprovecharía yo, si mi palabra no os trajese ni revelación ni ciencia ni profecía ni enseñanza?”  Y que significa   el don  de recibir   revelaciones  particulares. La Sofía  y la apokalipsis   representan  - como   carismas- una   manifestación   del Espíritu.  

Por  consiguiente, la petición  del apóstol  tiene por objeto  implorar  la garantía  sensible  de que se  ha recibido   el sello del  Espíritu Santo, implorar   los carismas   y esencialmente  los dones   mesiánicos  del Espíritu  que   consisten   en recibir revelaciones  extraordinarias  del misterio  de la voluntad  de  Dios  y de la sabiduría    vinculada  a ellas. Ahora  bien, tales signos  y garantías  son únicamente las maneras  en que se   llega  al “conocimiento”  de Dios. Porque  esto es lo que  quiere  decirse  con la expresión  introducida  por una preposición  en  su conocimiento.  

 Estas  palabras  no sólo indican  para qué  quiere Dios dar el Espíritu, sino también en qué manera  se va  a dejar  sentir  el don  del Espíritu. La sabiduría    carismática  y el don  de recibir   revelaciones  sirven  para el conocimiento  de Dios.  

Conocer   es un término  helenístico  que se encuentra  en san Pablo  desde la Carta  a los romanos,  y que  es precisamente un término  predilecto  suyo  en nuestra carta  y Colosenses.

 ¿Qué es conocimiento   en sentido  paulino?

 También  en nuestra carta  se ve con claridad  que el conocimiento presupone  la fe y el amor. Pues  precisamente  la idea  del apóstol  es que Dios quiera  completar  a estos dos  con el conocimiento. La fe  y el amor  son condiciones  necesarias    para llegar   al conocimiento.  El conocimiento  es una experiencia   de fe y de amor. El conocimiento  es- para decirlo con más precisión- la fe  que conoce  y el amor  que revela. Y, así, es también  obra  del Espíritu. Este  conocimiento,  en el que  actúa  el Espíritu  de sabiduría  e inteligencia  o revelación,  es- en sí mismo – conocimiento  del Espíritu.

“Iluminados  los ojos del corazón”. Este perfecto  indica  la duración  y, si estamos   en lo cierto  de que se trata  de una expresión  bautismal, la progresión  y la renovación   y profundización  incesantes  de la iluminación. El corazón, cuyos   ojos permanecen   iluminados    y se  van haciendo   cada vez  más luminosos, es aquello   que nos pone  centralmente a tono  y nos   determina   para adoptar  nuestras decisiones   o realizar  nuestros cambios. Los ojos del corazón  están iluminados    desde el bautismo. Quiera   Dios que  sigan iluminados  y que se  iluminen   aún   más   por los dones, concedidos   incesantemente,  del Espíritu  de sabiduría  y conocimiento.

 Debemos   tener  conciencia  de que, cuando el apóstol  pide a Dios  “conocimiento” para los cristianos, se refiere a aquel conocimiento  que, con el bautismo, hace  eclosión  en las profundidades  del hombre. Este  conocimiento, considerado   en su “contenido”, es  conocimiento de Dios. Conocimiento   del don divino   de la salvación  y del acto  divino  de la salvación: conocimiento  de nuestra esperanza.

 El versículo  18b  enuncia: “para que  sepáis  cuál  es  la esperanza  de su llamamiento “. El conocimiento  de Dios es conocer  la esperanza  que se nos abre  en su llamamiento.

La esperanza   es el bien  esperado, la res  sperata. Llamamiento  tiene sentido activo. El apóstol  pide  a Dios  que los cristianos   procedentes  de la gentilidad  conozcan  la esencia  de la esperanza  que se les ha  abierto  con el llamamiento  del evangelio, para que estos   cristianos  permanezcan  en esa esperanza.   

Ahora bien, ¿cuál  es esa esperanza  que se  revela  en el llamamiento? Se la describe  según dos  facetas: en primer  lugar, con respecto  a su esencia; en segundo lugar, con respecto  a su realización.

  En   primer lugar, el apóstol pide que los creyentes comprendan -  si es que quieren  comprender la esperanza- “cuál  es la riqueza   de la gloria   de su herencia  entre los santos”. Se entiende  por ello “ la posesión  de la  herencia celestial” que Dios  confiere,  herencia  de la que – en – somos   partícipes  ya desde ahora , pero que algún  día será  posesión   nuestra  de manera definitiva. Para esta herencia  nos ha capacitado  ya Dios.

Los santos  según  el lenguaje  judío y el antiguo   testamento, son  probablemente  aquí los ángeles. Por consiguiente, la esperanza   que se  abre  en el  llamamiento  divino  es el país  divino del cielo, el país   celestial donde Dios  mora  en medio de sus ángeles. La esperanza   es, pues, el “lugar” “de la  riqueza”  de su  gloria. Así  como Dios   mismo  tiene   gloria en plenitud, así también  la tiene   su país del cielo. Partiendo   de él, del  “Padre del resplandor”,  irradia el abundante   resplandor   de su poder   en su “presencia”  entre los ángeles. Precisamente   esta “presencia”  de Dios  entre los ángeles  es también  nuestra  esperanza: esta  esperanza   que hay   que conocer.

            La otra faceta  de la esperanza   es el poder   de Dios que nos  capacita  para esta presencia divina. No  sólo  debemos   comprender  la plenitud  del resplandor  de su   herencia   de  los ángeles , sino que debemos  saber  también  lo  grande  que es su poder, ese poder que Dios  hace  que actúe  en nosotros, los creyentes, a fin  de trasladarnos  a su reino. Pues  por el conocimiento   de la gloria   de aquella herencia   nace el vivo  deseo de poseerla; y  por   el conocimiento  del poder  de Dios nace  la certeza  de conseguirla. La gloria   de Dios   nos capacita  para esa misma   gloria. Y  así  como allí  se habla  de la “riqueza”  de su gloria, así  aquí se habla  de la “extraordinaria grandeza”  de su poder. Este poder está  dirigido  hacia nosotros, está referido  a nosotros. 

            Evangelio: Jn 1, 1-18. 

Hemos leído este  texto  tres veces: en la Solemnidad  de Navidad; el día  31 de diciembre y hoy.

            Lectura  bien elegida, pues  la Liturgia quiere como recordarnos Quién ese Niño, cuyo Nacimiento  celebramos.

            No queremos repetir  todo lo que dijimos  acerca de este texto en la Homilía de   Navidad, misa del día.

            No presentamos los vv. 6-8.15, que hacen referencia a  Juan Bautista.

            El personaje  central del Prólogo es la Palabra, un término  que no reaparece  con sentido cristológico  en el cuarto Evangelio.

            Muchos autores   se inclinan  hoy  a ver en el Prólogo  un poema   originariamente  independiente   que luego  se adaptó  al evangelio.

            Presentemos algunos de sus versículos:  

             “En el principio  ya existía  la Palabra, y la Palabra   estaba junto a Dios, y  la palabra  era Dios”

  Existía, Era: el tiempo imperfecto  denota  existencia continua, intemporal; contrasta  con el aoristo (nuestro tiempo indefinido) usado en los  vv. 3.6.13 (la creación, la  misión  del Bautista, la encarnación)  para designar  acontecimientos   que han   tenido lugar  en determinados  momentos.

 Logos, Palabra, en el  pensamiento  helenístico  significa   sumisión, emanación, mediación  divina.

            En el AT, la  palabra de Dios  es una manifestación  de Dios, la revelación  de sí mismo  en la creación. Cristo, la Palabra hecha  carne, es la revelación   última   y completa  de Dios.

            Dos líneas   del pensamiento  judío  en especial  han confluido  en el desarrollo  de este concepto de la Palabra. Una idea  es la personificación  de la Sabiduría   divina  en los escritos   tardíos  del AT. La otra  es la glorificación  de la Torah  en el judaísmo  rabínico: la identificación  de la Torah  con la sabiduría  divina.

            Cristo es la verdadera  Palabra  de Dios, que existe  desde la eternidad, a través  de la cual  y no a través  de la Ley, llega  la gracia  y la verdad. La Palabra  estaba  en la presencia  de Dios: se afirma   una distinción  en la divinidad.

            Por cuarta vez el Prólogo  insiste  en que la Palabra  estaba  con Dios  en el principio.

            “Por medio  de la Palabra  se hizo  todo, y sin ella  no se hizo nada de lo que se ha hecho”

  El Prólogo  no dice  que Cristo  sea el creador, título  que en NT  se reserva al Padre. La Palabra  es la causa instrumental  o mediadora  de la creación. Los teólogos después hablarán de la causa eficiente o causa ejemplar. No podemos descartar ninguna de estas causas; pero aquí no se habla de esto. Sin ella  nada llegó a ser: con esta frase se expresa la misma idea. No olvidemos que este Prólogo es un himno y el ritmo hímnico exige a veces repetir la idea para llenar el verso.

            “En la Palabra  había  vida, y la vida  era la luz  de los hombres”. San Juan  insiste  ahora  en la naturaleza de la vida  y en su origen. La vida no es la mera existencia; la vida,  para San Juan, significa  una cierta participación  en el ser de Dios.

            San Juan  coincide  con Col 1, 15-20 en considerar  la obra  de la creación como modelo  y ejemplar  de la segunda  creación, que es la salvación.

            Esta vida  era la luz  de los hombres. La vida  de que habla el Prólogo,  como  verdadera participación en la vida de Dios, tiene  que ser  una vida  de conocimiento  definitivo. San Juan  aplicará  más adelante  a Jesús  otras designaciones: agua (4,10); pan (6,35.

            La luz  brilla  en las tinieblas: las tinieblas  son la antítesis  de la luz. Los exégetas han traducido de varias maneras esta frase: “Y las tinieblas  no la acogieron”. “Las tinieblas  no la captaron”; “Las tinieblas  no la sofocaron”. Creo que todas son correctas.

            Ella  era la luz  verdadera: En el uso  hebreo, “ verdadero”  caracteriza  precisamente  el ordenamiento  divino, distinguiéndolo  así del engaño   y la ilusión  del ordenamiento  del hombre pecador.

            “ Al  mundo  vino  y en el mundo  estaba; el mundo  se hizo  por medio  de ella, y el mundo  no la  conoció”. Este mundo  significa  en Jn  el mundo  de los hombres y sus cosas.

            El mundo  no la conoció. Estas palabras   no han de  restringirse a la  repulsa  de Cristo  por su propio  pueblo. Ante todo, podríamos   pensar  en que  el mundo  no logró reconocer  la verdad  que Dios – a través  de su palabra   creadora- dio a conocer  en la creación.

            “ Vino a su  casa, y los suyos  no la recibieron” Se repite  en otros términos   la afirmación  del versículo  anterior, aplicándola  ahora  específicamente  al pueblo  de Israel. En cuanto   que es referida  a la vida de Cristo, puede encontrarse  un paralelo  en Mc  6, 1-6. “Salió  de allí  y fue a su pueblo...Y no pudo  hacer  allí ningún  milagro...”

            “Pero  a cuantos  la recibieron, les da  poder  para ser  hijos de Dios, si creen  en su nombre”. La  repulsa  opuesta a la Palabra  nunca fue  completa. Tanto en la fase  veterotestamentaria  de la historia  de la salvación  como en la plenitud de Cristo, la fe  en la Palabra  ha sido  principio de inmortalidad.

            La segunda   mitad del  Evangelio de Juan  tendrá  por tema  cómo los hombres  llegan a ser hijos  de Dios a través  de la fe.

            En el uso semítico, “nombre” equivale  a persona. La fe  no consiste  simplemente  en aceptar  una proposición, sino en la entrega  comprometida  a una persona.

            “Estos  no han nacido  de sangre, ni de amor  carnal, ni de amor  humano, sino de Dios”

            Jn  insiste   enfáticamente   en que nacer  como hijos  de Dios  nada tiene que  ver con la generación  humana, sino que es  un especial  don de Dios.

            “Carne  y sangre”  es una expresión  del AT y del judaísmo  posterior  para designar  la humanidad  y las capacidades humanas.

            La Palabra se  hizo carne. La “carne”, ciertamente, no es mala, no es la antítesis  de Dios; pero representa   todo lo que  es transitorio, mortal e imperfecto y,  a primera vista, incompatible con Dios.

            “ Y  fijó su morada  en medio de nosotros, y hemos contemplado  su gloria : gloria  propia  del Hijo único del Padre, lleno de  gracia  y de verdad”  “ Gloria “ era otro término veterotestamentario  para designar  la presencia  de Dios visiblemente  manifestada.

            “Hemos visto  su gloria”. Algunos  han pensado  en la transfiguración, en la que estuvo  presente el discípulo  amado. Sería   también subestimar  el pleno significado  de “gloria”, que tanto  en el AT  como en el NT significan  eminentemente   la presencia divina  en la salvación. El testimonio de Jn, por consiguiente, se refiere  a toda  la vida salvífica   de la Palabra hecha  Carne.

            “Gloria  como de  Hijo único”  Se especifica  ahora de qué  gloria  da testimonio Jn: la Gloria del Unigénito del Padre. La relación  del Hijo con el Padre, su venida  desde el Padre  y su retorno como condición  para dar  el Espíritu de Santificación, es decir,  su condición  de Salvador, es el tema  de la segunda parte del Evangelio,  y especialmente   del discurso   de Jesús  en 13, 31ss.

            “Rico en misericordia  y fidelidad”. Estos términos  caracterizan al Dios de la alianza de Israel. En Ex. 24, 6  aparecen  juntos  como una definición  virtual  de Dios. “ Misericordia “ era el término  usado en el AT para significar  la ternura  amorosa de Dios para con Israel, demostrada  en la elección   y en la alianza; “ fidelidad”  significaba   la fidelidad  de Dios y la confianza  que merecía  en su compromiso de alianza.

 

            “De su plenitud todos hemos  recibido  gracia tras gracia”. Las riquezas  en que nosotros  hemos  participado  son aquellas mismas  con que el Hijo  es rico  según el v.14. La misión  de la Palabra  en el mundo  era precisamente  capacitar  a los hombres  para hacerse  hijos de Dios, para participar en la vida divina. “Fidelidad tras  fidelidad”: o “gracia  sobre gracia”; lo que prometió  en la alianza  con Israel  ha alcanzado  la superabundancia  en la revelación  del Hijo de Dios.

            “ Porque la ley  se dio  por medio de  Moisés, la gracia  y la verdad  vinieron  por medio de Jesucristo” La idea  coincide  con la de  Hebreos 1, 1-4, y supone   una ruptura  definitiva  entre el pensamiento  de Juan y el del judaísmo. Si la Torah  fue  un don de Dios  a  través de Moisés, la plenitud  de su revelación  ha llegado  únicamente a través de Cristo. Este  tema de las figuras, representadas  por Moisés  y la Ley, que  alcanzan  su plenitud  en las realidades   que proceden  de Cristo, aparecerá  frecuentemente  en el evangelio, sobre todo  en 6, 31-33.

            “A Dios  nadie  lo ha visto  jamás: el Hijo  único, que está  en el seno del Padre, es quien  lo ha  dado a conocer”. La creencia  judía  era firme: Dios  era un Dios  invisible  y no  podía  ser visto  por el hombre. Pero  en la Palabra  hecha carne Dios  se ha  revelado  plenamente.

            “Cristo  es la imagen del Dios  invisible, el primogénito de toda  criatura” (Col 1,15).  “Esto no significa  que alguien  haya visto  al Padre. Solamente   aquel  que venido  de Dios  ha visto  al Padre” ( Jn 6,46); “ El que  me ve  a mí, ve al  Padre” ( Jn 14, 9)

            “Que está  en el seno del Padre”. Esta  expresión  denota  la intimidad  plena, una  comunidad  de vida. No puedo dejar de presentar una traducción del v. 18 de este Prólogo: “ A Dios  nadie  le ha visto jamás: el Unigénito  Hijo,  el que  está en el regazo  del Padre  mirándole  cara a cara, él es quien  lo dio a conocer”  

 

             Necesitamos leer muy despacio  el Prólogo del Evangelio de San Juan  para darnos cuenta un poco  de lo que significa para nosotros el Nacimiento del Hijo de Dios.

                No estoy de acuerdo con esos exégetas que dicen que la Palabra de Dios es  revelación, es comunicación, es cercanía de Dios al hombre, sin necesidad de preguntarnos  por el contenido de esa Palabra. Sí que es cercanía, gesto comunicativo; pero lleno de un contenido sublime, que ni ojo vio, no oído oyó lo que nos quiere decir el Prólogo, cuando  afirma una y otra vez que la Palabra existía junto al Padre, pues esta Palabra era Dios