II Domingo de Cuaresma, Ciclo C
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 

 

En el II domingo de cuaresma de los tres ciclos se narra el hecho de la Transfiguración del Señor según cada uno de los tres sinópticos.

            Los evangelios  de Mateo, Marcos y Lucas sitúan en un lugar relevante de su relato el episodio de la Transfiguración de Jesús.

 Esta se convierte en un preanuncio de la futura  resurrección gloriosa. La transfiguración confirma  el mensaje de Jesús, en el sentido de que el sufrimiento es el camino de la gloria. El contexto  de revelación es la clave de comprensión de este relato.

 

 El núcleo  del acontecimiento  es una presentación de la personalidad de Jesús, materializada  en una voz  que viene del cielo  y que contrasta con la presencia de otras dos figuras  veterotestamentarias; la presentación  se completa con un mandato de escuchar a Jesús. 

Primera Lectura: Génesis  15, 5-12.17-18  

La primera lectura es del libro del Génesis, (La Alianza de Dios con Abrahán). La historia  de Abrahán  en el libro del Génesis  se caracteriza  por la iniciativa  de Dios,  que lo llama  y le hace  una serie de promesas. La más importante  es una  descendencia  numerosa.

El capítulo  contiene   dos relatos  originariamente  independientes: uno ( 1-6)  que describe  una visión  profética  en la que se promete  a Abrahán  una    gran  posteridad, y el otro ( 7-20)  que se centra  en la promesa  de la tierra  y en la  alianza  ritual.

La promesa  patriarcal  es la idea-fuerza  de la teología  del Pentateuco. La promesa  se integra  de tres capítulos: descendencia, tierra  y bendición. Responden   todos ellos  a aspiraciones  fundamentales  universalmente.

 La  descendencia   numerosa  es para ellos  fuerza y poder; la tierra  propia  es reposo  a su andar  errantes, la bendición   les significa  riqueza  y bienestar. Pero   todo ello  está aquí  explícitamente  potenciado  por una dimensión  que confiere  a lo material  el peso  específico  de lo definitivo, eterno   y trascendente, y, por lo mismo, responde  adecuadamente   a la aspiración  humana  en toda su profundidad.  

Vamos a examinar  el primer relato: 1-6.

 La Liturgia  solamente  toma de este primer relato  los vv. 5-6. Es conveniente  recordar el v. 1: No temas, Abrán, yo soy  tu escudo. Tu recompensa  será muy grande. A Abrán  lo que le importa es tener descendencia, cosa que no ve con claridad; le responde al Señor: No me has dado  descendencia, y mi heredero  va a ser  uno de mis criados (v. 3).

Teniendo presente esto, presentemos  el contenido de los  vv. 5-6.                        

5. Después   lo llevó  afuera  y le dijo: levanta  tus ojos al cielo  y cuenta, si puedes, las estrellas. Y añadió: Así   será  tu  descendencia. 

            La descendencia  de Abrahán será  tan numerosa  como las estrellas  del cielo. Yavhe  responde, por tanto, asegurando  al patriarca  un heredero  y una enorme descendencia. La   descendencia   numerosa  se muestra  al patriarca  en el signo  de las estrellas  incontables, que llenan el cielo  de la noche.  

6. Creyó  Abrán al Señor, y el Señor  lo anotó  en su haber.

La confianza  de Abrahán  en Yahvé  le gana  su favor. Una expresión  semejante  en Dt 6, 25: “Tal será nuestra justicia: cuidar de poner en práctica todos estos mandamientos ante Yahveh nuestro Dios, como él nos ha prescrito.» 

Dios  acepta  la disponibilidad, la a actitud de Abrahán.  Se ha visto aquí  una anticipación  de la  posterior  interpretación  paulina  de la fe.  

La confianza  de Abrahán  en la realización  de la promesa  no realizable  por vía   ordinaria  le hace  agradable  a Dios. “Creer  es permanecer  firme, aceptar   con seguridad  el plan  de Dios. Es la conformidad   a la exacta  relación  entre Dios  y el hombre  que expresa  la fe.

San Pablo  afirma   que Abrahán  creyó  en la promesa  antes de obedecer; “En efecto, ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia.  (Rom 4,3): subraya su fe.

 La a los  hebreos subraya  la obediencia: “Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y  salió  para el lugar que había de recibir en herencia, y salió  sin saber a dónde iba.” (Heb 11, 8).                        

 La fe  ofrecía    un futuro a Abrahán, la realidad   se lo negaba. La solución  lógica   era   nombrar   como heredero  a su criado, confiar  en una ley  y no en Dios. No tenía  mala   voluntad, pero le faltaba  fe. Abrahán  se vio  en el dilema  de confiar  entre lo  legal  y seguro, que era  la solución  que venía  pensando: nombrar  como heredero  a Eliezer; o bien  aceptar  sin más  la palabra divina, una promesa  vaga  y sin  garantías. Abrahán  optó  por Dios, creyó  en la palabra  de la promesa. Ahí es cuando empezó  a ser justo.  

Segundo relato: 15, 7-20 (La tierra Prometida). La Liturgia de la Palabra, solamente  hace uso de los vv. 7-12. 17-18.  

7. Después  le dijo  el Señor: Yo soy  el Señor  que  te sacó  de Ur  de los caldeos para darte  esta tierra  en posesión.

La misma  fórmula  se utiliza  en  Ex: “«Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre”  (Ex 20, 2). Yahvé  se autorrevela   como aquel  que sacó  a Abrahán  de Ur  para darle   esta tierra. Abrahán  pide   una confirmación.

         En correspondencia  con la promesa  de un hijo (vv. 1-6) encontramos  la promesa  de “esta tierra” (vv. 17-12)

El capítulo  de la tierra  le es   ratificado  por un rito, que equivale  a promesa jurada.La alianza  se inicia   con la autopresentación   de Dios  como el que  “sacó” a Abrahán  de un lugar  en que no era   nada, por carecer   de sentido y propósito 

8. Abrán  le preguntó: Señor, Señor, ¿cómo sabré  que voy  a poseerla? 

Abrahán  pide   una señal  y recibe su confirmación  en forma  de juramento  de una alianza (vv. 9-11: preparación; vv. 17-21: ritual).  

9. El Señor  le respondió: Tráeme  una ternera  de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón.

El significado  de la respuesta divina  en el v. 9  es: “Para  mostrártelo, tráeme  una novilla”

En respuesta    a la petición  de Abrahán, Dios   sella  una alianza  con él.  

10. Trajo  él todo  estos animales, los partió por la mitad y puso una mitad  frente  a la otra; pero las aves  no las partió.

11. Las aves   rapaces  empezaron  a lanzarse  sobre los cadáveres, pero Abrán  las  espantaba. 

El ritual, que consiste   en cortar  en dos  partes  a los animales, y caminar   entre ellas, está atestiguado  en Jr 34, 18: “Y a los individuos que traspasaron mi acuerdo, aquellos que no han hecho válidos los términos del acuerdo que firmaron en mi presencia, yo los volveré como el becerro que cortaron en dos y por entre cuyos pedazos pasaron.” Los participantes  en el ritual  piden   que les ocurra  a ellos   lo mismo  si violan  la alianza.  Las aves  rapaces  que Abrahán  espanta  son, al parecer,  pájaros   de mal agüero. Las  “ aves  de presa”  son símbolo  de los peligros  que  amenazarán   la alianza   ( son  ahuyentados, como  de hecho  lo fueron, por la fe  de Abrahán           

12.  Cuando  el sol  iba  a ponerse, cayó  un sueño   pesado  sobre Abrán  y un  gran terror  se apoderó  de él 

El sueño profundo   es el preludio  de que Dios  va a intervenir: “Entonces Yahveh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne” (Gn 2, 21).

Este v. 12  contiene  todos los elementos  que expresan  el peso   de la intervención  sobrenatural           

17. Cuando  se puso  el sol, cayeron  densas  tinieblas, y entre los animales  partidos  pasó  un horno   humeante y una antorcha  de fuego. 

El humo, el horno  y la antorcha  representan  simbólicamente  a Dios, que,  en una  actitud  condescendiente  sin precedentes, acepta las consecuencias que se derivarían  de un  incumplimiento  de la promesa; después hace  una alianza   con Abrahán

Dios  es simbolizado  frecuentemente    con figuras  de fuego: “El ángel de Yahveh se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que la zarza no se consumía” (Ex 3, 2). Sólo él    pasa por medio  porque  la alianza  es unilateral, incondicional  por parte  de Abrahán.            

            18. Aquel día  hizo  el Señor  una alianza  con Abrán  en estos  términos: A tu  descendencia  le daré  esta tierra, desde  el torrente de Egipto  hasta  el gran  río, el Eufrates.

Muchos  especialistas  piensan  que se trata más  de un juramento  que de una alianza, porque en  Gn 24, 7: “Yahveh, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que me tomó de mi casa paterna y de mi patria, y que me habló y me juró, diciendo: "A tu descendencia daré esta tierra", él enviará su Angel delante de ti, y tomarás de allí mujer para mi hijo”.

  Se nos habla  del juramento  hecho   a los padres. Sin embargo, tanto el mismo texto  como los paralelos  extrabíblicos  nos confirman que   es una alianza. En las alianzas   de soberanía-vasallaje   del próximo Oriente  antiguo, el soberano  podía asumir    también  ciertos  compromisos, como en nuestro caso. La controversia  sobre el juramento versus   alianza  se debe  en parte   a las diferentes  concepciones   teológicas   modernas.

Podemos decir que el Juramento  es una promesa, que no depende, sino del aquél que promete; la alianza es un contrato, que implica responsabilidad por parte de los contrayentes. Podemos decir que la rúbrica  de este hecho indica que se trata de una alianza; la teología del hecho expresa más la condición de Juramento. Diremos que la  promesa de la tierra  se apoya en el mismo  honor  de Dios.

Las fronteras, desde el torrente de Egipto  hasta el Eufrates, en la parte  noroeste, se refieren  claramente  a aquellas  que solamente  se lograron  con David .

La conclusión   de la alianza  asegura  al Israel  posterior  la posesión  de la tierra. Estas  fronteras  eran   tradicionales  en tiempo de Salomón: “Salomón dominaba todos los reinos, desde el Río hasta el país de los filisteos y hasta la frontera de Egipto. Pagaban tributo y servían a Salomón todos los días de su vida”  (1  Re  5, 1)

Abrahán  aparece  en el relato como figura ejemplar. Es el modelo  del que confía  en el Dios que viene  a su encuentro. Por la  confianza  entra  ya en posesión  de lo que espera.  

Acertado  el estribillo del salmo responsorial: “El Señor  es mi luz  y mi salvación “del salmo  26. Las  palabras  del salmista  nos comentan  y actualizan  la actitud   espiritual de Abrahán.  

Segunda lectura: Filipenses  3, 17-4,1: “Cristo  nos  transformará  según el modelo  de su condición  gloriosa”   

Podemos decir que ha sido acertada  la elección de esta lectura  por varios motivos, que señalamos.

El camino  de la transfiguración  es la asimilación  en la cruz  de Cristo. Las  afirmaciones   del apóstol  son una  orientación  para el camino   cuaresmal  y para la vida  cristiana. Como  Abrahán,  tampoco   nosotros   tenemos   una ciudad  permanente; ¿por qué, pues, valorar  más  las cosas   terrenales  que las definitivas? Nuestra meta   no es la corrupción  del sepulcro, sino la asimilación, incluso en el  cuerpo, de la gloria  de Jesús. 

De este capítulo 3, solamente  la Liturgia  hace uso de unos cuantos  versículos, que ahora vamos a presentar de una forma  no exhaustiva, sino orientativa.  

17. Imitad  mi ejemplo, hermanos, y fijaos  en quienes   me han tomado  como norma de conducta. 

Los filipenses   tienen   ante sí  dos   posibles    y muy  diferentes   ejemplos  a seguir. Uno  el de Pablo  que se considera  como  un atleta  que ha comenzado  la carrera  pero aún no ha llegado  a la meta. Por tanto  hay que   continuar  esforzándose. Otro  el de los predicadores  judaizantes  que  alardean  de participar  ya de forma  plena   y definitiva  en el triunfo  de Cristo.

Pablo puede  proponerse  como ejemplo  porque   sigue  el de Cristo: “Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo”  (1 Cor 11, 1). No ejemplo   de algo acabado, sino  de un esfuerzo  constante. 

18. Pues  como ya os  advertí muchas veces, y ahora  tengo  que recordároslo   con lágrimas  en los ojos, muchos    de los que están  entre vosotros  son enemigos de la cruz de Cristo.

Pablo puede hacerse eco  de la incoherencia moral  de algunos libertinos, ya sea por ignorancia, ya sea por malicia o debilidad.

Puede   referirse  a los judaizantes: “Atención a los perros; atención a los obreros malos; atención a los falsos circuncisos”  (Flp 3, 2).

Son enemigos  de la cruz   de Cristo: “Nosotros  predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles” (1 Cor  1, 23)  porque  buscan su seguridad  en ritos  y prestaciones  puramente humanas.                        

19 Su paradero  es la perdición; su dios, el vientre; se enorgullecen  de lo que   debería  avergonzarlos y sólo  piensan   en las cosas  de la tierra.  

En observancias   alimenticias: “Pues  esos tales no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a su propio vientre, y, por medio de suaves palabras y lisonjas, seducen los corazones de los sencillos”  ( Rom  16, 18); en la circuncisión, en lo  terreno, o bien  el culto material: “Pues los verdaderos circuncisos somos nosotros, los que damos culto según el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús sin poner nuestra confianza en la carne,”  ( Flp 3, 3) donde  colocan  la salvación   futura 

20. Nosotros, en cambio, tenemos  nuestra ciudadanía  en los cielos, de donde  esperamos  como salvador a Jesucristo, el Señor.           

Cielo  sustituye  con frecuencia  al nombre  de Dios  y representa  imaginativamente  la morada divina. Somos    ciudadanos  de una ciudad   donde gobierna  Dios mismo: “Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, reunión solemne” (Heb 12, 22). El cual  desde arriba: “Corriendo  hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús” ( Flp 3, 14 ) enviará  a Jesucristo  para que  lleve  a término  la salvación  comenzada,  transformando  gloriosamente  todo nuestro   ser, a imagen  de su gloria  consumada: “Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él  el primogénito entre muchos hermanos” ( Rom  8, 29). 

 La  representación  espacial  importa   poco;  lo que importa  es nuestra glorificación a imagen   y por la “eficacia” del  resucitado.

La unión  con Cristo  ha trasladado  al cristiano, en cierto  sentido  al “reino  celestial”. El cristiano  está  donde  está  Cristo           

Los  cristianos ya están  empadronados  como ciudadanos  de la “ciudad celestial”: “Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios,” (Efe.  2, 19) 

21. El  transformará  nuestro  mísero   cuerpo  en un cuero  glorioso  como el suyo , en virtud  del poder  que tiene  para  someter  todas las cosas, 

Los cuerpos   de los cristianos, que actualmente  son partícipes   de la mortalidad  de la vida  presente, no pueden  entrar  en la gloria   final  sin pasar  por una “transformación”. En la forma   de su   cuerpo glorioso: Cristo   resucitado  es también  modelo  en cuanto  representante  de la verdadera  humanidad  que Dios  quiso  para los seres  humanos  desde el principio.

 Lo que no dice   Pablo, al menos  claramente, es cuándo, dónde y cómo  tendrá  lugar   la definitiva   glorificación  del creyente. Incluso  se tiene   la impresión  de que sobre  este particular  son diferentes   las perspectivas  según   los distintos   momentos  de la carta. En realidad   diríamos   que Pablo   no está  mayormente  interesado  en el cómo y el cuándo  del encuentro  con Cristo. Lo que  de veras  le importa   es el encuentro  como tal   y en él  concentra  su esperanza  y sus afirmaciones.  

1.   Por tanto, hermanos   míos queridos y añorados, vosotros   que sois  mi gozo  y mi corona, manteneos  firmes  en el Señor, queridos

Exhortación  final  a no dejarse  apartar   de la nueva  existencia  ahora   disfrutada   “en el Señor”.  

Lectura del Evangelio: Lc. 9, 28-36: La Transfiguración  

El camino   de la pasión   se va a  iluminar   con el esplendor, anticipado  y provisorio  de la transfiguración.  

La enseñanza  que Jesús ha comunicado  en 9, 22-27: anuncio de la pasión y condiciones del discipulado,  exige  una sanción divina. 

En medio   de una vida   llena   de contradicciones, y ante un   horizonte   cercano  de sufrimiento, se revela   sin embargo  la verdadera   gloria  de Jesús, una gloria   que le viene   de Dios mismo.

Como   la voz   celeste  identificó  a Jesús    en su bautismo  antes  de iniciar   la misión  en Galilea (Lc  3, 22), así ocurre   también  ahora. Antes  que  se inicie   el viaje   a la ciudad de su destino  (Lc 9, 51), la voz de Dios   identifica  a Jesús  con su Hijo. Moisés   y Elías, representantes  de la ley   y los profetas, hablan  entre sí  del éxodo de Jesús, es decir  de su muerte    liberadora, aunque   quizá no esté ausente  del horizonte    de este concepto  la misma resurrección anunciada en la  transfiguración.  

Presentemos  estos versículos, que la Liturgia  de la  Palabra  ha elegido.  

28. Unos ocho días  después  de este discurso, Jesús  tomó  consigo  a Pedro, a Juan  y a Santiago, y subió  a la montaña a orar. 

            Jesús  deja el ámbito  de lo cotidiano  para retirarse   a un lugar   en el que  pueda  establecer  comunicación  con Dios. Lucas   aduce   el verdadero  motivo  de la subida  de Jesús  al monte; sube  a “orar”, no a manifestarse   a sus tres discípulos. 

29. Mientras   oraba, el aspecto  de su rostro  cambió  de repente, y sus vestidos  refulgían  de blanco. 

 “Y mientras oraba, el aspecto de su rostro  cambió, sus vestidos  brillaban de blanco”.  El blanco  es un color  eminentemente apocalíptico. Lucas volverá a emplearlo  en sus  descripciones  pospascuales: “ No sabían qué pensar  de esto, cuando se presentaron  ante ellas dos hombres  con vestidos blancos” ( Lc 24,4)  “ Como ellos  estuvieran  mirando  fijamente  al cielo mientras él se iba, se les  presentaron de pronto dos hombres  vestidos de blanco” ( Hech. 1,10).  

Una idea que se debe acentuar es la relación entre Transfiguración y resurrección. El color blanco, aquí empleado, nos confirma en esta afirmación.

 Mientras   Jesús  ora  lo penetra  la gloria   de Dios  y transfigura   luminosamente   su rostro  y vestidos.            

30. Entonces   se vio a dos  hombres  que estaban  conversando  con él. Eran Moisés  y Elías 

El orden  de los personajes  en Lucas  y también  en Mateo (  Mt   17,  3)  es: primero   Moisés  y luego  Elías; en Marcos, en cambio, es  a la inversa: “ Elías  y Moisés” (  Mc  9, 4)

Moisés  y Elías   son las dos  grandes figuras  veterotestamentarias   cuya vuelta  a la tierra  era  una  de las  expectativas  del judaísmo   inmediatamente   anterior  a la era   cristiana.

La mayoría  de los comentaristas  han presentado  a estas  dos figuras   como símbolo  de la ley  y de los profetas 

31. Que aparecieron  llenos de gloria  y hablaban  de su partida, que él iba   a completar   en Jerusalén. 

Que  aparecieron   llenos  de gloria 

El detalle  es adición  de Lucas. La  caracterización    “gloriosa” les confiere   un halo  de  figuras  celestes. En el  Antiguo  Testamento, la doxa (=gloria)   representa, por lo general, una especie  de resplandor  asociado  con la presencia   de Dios  

Hablaban  de su  partida : Un buen número  de  investigadores  defienden   la interpretación  de partida como referencia  no sólo a la muerte de Jesús, sino  a todo el proceso  de su “paso” al Padre, que culmina   con la ascensión  

Completar  en  Jerusalén:  Jerusalén  no es solamente  la “ciudad que mata a los profetas” ( Lc 13,34), sino la ciudad  donde  va a llegar a su cumplimiento  el propio  destino de Jesús. De este modo, queda  introducida  la panorámica  del viaje que comenzará en Lc 9,51:Cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo, Jesús  tomó la decisión de ir a Jerusalén”.

San Lucas hace coincidir la última tentación de Jesús precisamente en el alero  del templo de Jerusalén, en contra de los otros  sinópticos 

32. Pedro  y sus compañeros   se caían  de sueño; pero  se espabilaron, y vieron  su gloria  y a los   dos hombres  que estaban junto  a él.  

Se caían  de   sueño: Este detalle   no aparece  más que  en la redacción  lucana  del episodio.

El comportamiento  de los  tres discípulos    más íntimos   de Jesús  es desconcertante. Estaban   cargados de sueño, como  en otro momento crucial. “Levantándose de la oración, vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza” (Lc 22, 45)

Los apóstoles   dormían   en el momento  crítico  y no  pudieron  ver la  transfiguración  en acto, sólo ven  el resultado. 

33. Mientras  éstos  se separaban  de él, dijo  Pedro  a Jesús: Maestro,  viene  muy bien   que estemos  aquí nosotros. Vamos  a hacer tres  tiendas: una  para ti, otra  para Moisés  y otra  para Elías. Pero no sabía  lo que decía.  

Tres  tiendas: alusión  a la fiesta   de los   Tabernáculos. Pedro   pretende  eternizar  ese momento: “Hagamos  tres chozas...”  Sin duda, es bueno  el acampar junto a Jesús. Pero  olvida Pedro   que la luz que ha  vislumbrado  se realiza  en un camino. Por eso  es necesario  que despierten   y se encuentren  solos, con Jesús  que se dirige  fielmente  hacia la muerte.  

34. Mientras   hablaba  se formó  una nube  que los envolvió  en su  sombra; y al entrar  en la nube  se asustaron.

 La nube, como símbolo    de la presencia   y de la gloria  de Dios. 

35. Entonces  salió   de la nube  una voz  que decía: Este  es mi Hijo, mi   Elegido. Escuchadle.

Una voz  celeste  identificó a Jesús en su bautismo antes de iniciar  la misión en Galilea, así ocurre  también ahora. Antes que se inicie  el viaje a la ciudad de su destino, la voz de Dios identifica a Jesús con su Hijo.

Escuchadle: Esta  es la frase   más importante   de toda la escena; Moisés  y Elías   han desaparecido , y el  Cielo   declara   que en adelante    los hombres  deberán  “escuchadle”,  especialmente   por lo que  se refiere   a cuanto   ha de  decir  sobre su pasión  y muerte, el camino  de la gloria  y de la salvación

 

36. Después   de resonar  la voz,  se encontró  Jesús  solo. Ellos   guardaron   el secreto y, por el momento,  no contaron  a nadie  nada  de lo que habían   visto.

Es interesante  observar la forma  casi precipitada  con que Lucas  termina su narración.

En Lc 4,13 leíamos el domingo pasado: “Cuando terminó de poner a prueba a Jesús, el diablo se alejó  de él hasta el momento oportuno”.

Tan pronto  suena la voz, Jesús  se encuentra solo,  y se produce un silencio que solo se romperá, en Pentecostés, la fuerza  del Espíritu  para dar testimonio del Señor  ya definitivamente  transfigurado 

             La cuaresma para ser bien vivida hay que contemplarla desde la Pascua; la transfiguración del Señor, narrada en el camino cuaresmal, es presagio, anticipo de la resurrección del Señor y también una invitación a creer en nuestra transfiguración-resurrección.