Solemnidad. San Jose, Esposo de la Virgen María (19 de marzo)
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 

 

No pretendemos  exponer  o presentar  de un modo exhaustivo la figura del Patriarca San José, sino  comentar  los textos eucológicos   y la Liturgia de la Palabra  de esta Solemnidad.            

            La primera parte de la Oración Colecta  afirma una dimensión muy importante de San José: “Dios  todopoderoso que confiaste  los primeros  misterios   de la Salvación  de los hombres  a la fiel  custodia  de san José...”. Dios cuenta  con este  hombre “justo”  para algo muy importante, de aquí su grandeza, la estima que debemos tenerle.  

            El Prefacio  va  descifrando  esos primeros misterios: “Porque él  es el hombre  justo   que diste  por esposo  a la Virgen  Madre de Dios”.  

 Ser esposo de la Madre de Dios es algo que quizá no comprendemos, algo que quizá no nos damos cuenta  a la hora de pronunciar  semejante  afirmación; pero engrandece, ennoblece, ensalza  la figura  de San José. Si ser esposo de una persona importante,   es motivo de gloria, de regocijo, de autoestima, de dedicación  y de responsabilidad; San José  se siente feliz  de poder  compartir  la compañía, la ilusión de esta gran mujer: La  Madre de Dios.  

            “El servidor  fiel   y prudente que pusiste   al frente  de tu Familia  para que, haciendo   las veces  de padre, cuidara  a tu único  Hijo...”. Cada palabra de esta frase  merecería  un largo comentario. Quiero detenerme  en éstas: “cuidara a tu único Hijo”. Ahora  san José ya no puede dudar, ahora sabe lo que tiene que hacer; le han encomendado  una tarea muy trascendental, capaz de hacer feliz a un hombre “justo”: cuidar al Hijo de Dios.  La Iglesia,  bajo el patrocinio de san José,  se ha expresado  con acierto a la hora de decirnos lo que  tenía que hacer san José.

            Esta misma Iglesia  nos cuenta cómo desarrolló, que actitud  tomó  el  Esposos de María: “... San José, que se entregó  por entero a servir  a tu Hijo, nacido   de la  Virgen  María”  (Oración  sobre las Ofrendas). San José no se guardó nada para sí, se dedicó de lleno a lo que el Angel del Señor le encomendó.  

            Desde esta luz  podemos comprender  mejor la Liturgia de la Palabra de esta Eucaristía y desde la Liturgia de la Palabra convencernos una más que todo lo encerrado  en la eucología  es verdad. 

            Podemos decir que la lectura primera, el salmo responsorial  y la segunda lectura  son como la presentación del aspecto humano de Jesús, la familia, de la cual procede, de la estirpe de José.

 Esta primera lectura está tomada del segundo libro de Samuel, 7, 4-5a.12-14a.16. “En aquellos  días, recibió  Natán  la siguiente  palabra del Señor: Ve y dile a mi siervo  David: Esto dice  el Señor: cuando  tus días   se hayan  cumplido y te  acuestes  con tus  padres, afirmaré  después de  ti la descendencia que saldrá  de tus entrañas, y   consolidaré   el trono  de su realeza.”

             Jugando  con el doble  significado   de la palabra “casa” =templo; “casa”= dinastía. No será   David   quien construya  una casa  para el Señor, sino  que será  éste  quien   levante  una casa  para el Rey David. A Dios  no se le encontrará  en un punto  del espacio, sino  en el tiempo, y más  concretamente, en la  descendencia  davídica, de la cual formará parte José (el Esposo de María  y el padre putativo de Jesús). La historia  se convierte en la auténtica  y permanente casa de Dios. La dinastía   y el reino de David subsistirán  para siempre  ante el Señor, y su trono  se afirmará   para siempre.

            Nos atrevemos a decir que es el texto  de la alianza  de Dios  con David y su descendencia. El oráculo  rebasa  la persona   del primer sucesor  de David, Salomón.  La profecía   de Natán  es la: carta magna   de la monarquía  y dinastía   davídica.

            “Tu dinastía  (casa)  y tu   reino  subsistirán   para siempre  ante mí”. El  binomio  “David-Jerusalén” se correspondía,  y en cierta manera   se contraponía a la alianza   sinaítica,  o sea,  al binomio  “Moisés-Sinaí. Lo culminante   de David  es la promesa  que Dios  le hace.            

            El salmo responsorial  es el salmo 88, cuyo estribillo  suena así: “Su linaje  será perpetuo”. Los  versículos 4-5 acentúan esta misma línea: “ He sellado una alianza  con mi elegido, he jurado  a mi  siervo David: estableceré tu linaje   para siempre, asentaré  tu trono  por  todas  las edades” . San José  será llamado Hijo de David; también  alguna vez  Jesús será designado de esto modo: Hijo de David. 

            La segunda lectura  está tomada del capítulo cuarto de la Carta a los Romanos. Quizá en un sentido metodológico  hubiera sido preferible comenzar  la Liturgia de la Palabra por esta lectura, pues la herencia ( la dinastía ) de Abrahán  es antes que la dinastía davídica; pero tampoco   estamos  desacertados al respetar el  orden, que hemos seguido, máxime que en la celebración litúrgica  el Antiguo Testamento precede al Nuevo.

            La dinastía Abrahánica no se fundamenta  en la sangre, en la ley, en el mérito, sino en la gratuidad (promesa), en la receptividad (fe). Si el protagonista  de la dinastía  davídica era Jesús, hijo de José, hijo de David; también en la dinastía  de nuestro padre Abrahán el protagonista es Jesús, hijo de José.

            El versículo 13  de este capítulo 4  nos dice el denominador, el fundamento  de esta dinastía: “ No fue  la observancia   de la  ley, sino la fe, la que  obtuvo  para Abrahán y su descendencia  la promesa  de heredar  el mundo” . Esta afirmación rompe  el fundamento legal, la raíz de la sangre, para establecer otra apoyatura: la de la fe, la de la promesa, la de la gratuidad. Esta herencia  se abre de una manera amplísima: toda la humanidad. En esta cadena  hay un eslabón  muy importante: José, que reúne  los dos  fundamentos: el legal  y el de la fe.

            El versículo 16 es nuclear para poder afirmar   que esta herencia tiene consistencia, da señales de seguridad, de perennidad “... como todo  depende  de la fe, todo es gracia: así la promesa  está asegurada para toda la  descendencia, no solamente  para la descendencia  legal, sino  también  para la  que nace  de la fe  de Abrahán, que es padre  de todos   nosotros” ( padre de José el “justo” el hombre de fe).

            Podemos llamar a José, hijo de Abrahán, por la fe; como podemos llamarle hijo de David por la ley. Todo lo que digamos,  para señalar  la diferencia  y la complementariedad  de estas dos dinastías  o herencias, será útil. Podemos afirmar  una vez más que  la promesa  fue hecha  no a Abrahán  cumplidor   de la ley- una ley  que todavía   no existía-,  sino  al Abrahán  creyente, es decir, al Abrahán  que acoge  la palabra  del Señor  con una entrega  incondicional, como hizo José, el Esposo de María, la Madre de Dios. 

            El Evangelio está tomado del evangelista  San Mateo, 1, 1-24.

Adelantamos algo para comprender este texto evangélico. El evangelista  San Mateo (el evangelista  de José) pretende   presentar   a Jesús  como Hijo  de Abrahán, hijo de David (Mesías), y sobre todo  como hijo de Dios; afirmación  que expresa mejor que ninguna otra la  identidad del hijo de José.  

            Podemos enfocar este evangelio desde tres ángulos de visión: la visión del cineasta, que se hace eco del silencio de María y habla por ella; la visión del moralista  y la visión del exégeta, del teólogo.

            El versículo 1 es muy importante, pues es la síntesis de la genealogía de Jesús según san Mateo: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual  nació  Jesús, llamado Cristo”. Según la ley José es de la estirpe de David (es interesante tener esto presente); según la fe José es del linaje de Abrahán.  

            Los versículos  16-24 (en sentido amplio) nos cuentan cómo fue el nacimiento de Jesús.

            Hay que tener en cuenta los desposorios y el matrimonio. José y María estaban comprometidos como novios. Este compromiso constaba  ante la ley. Durante el mismo podían mantener relaciones  sexuales, de tal manera  que si nacía un hijo, era legítimo. El matrimonio se realizaba, cuando la novia  era llevada a casa del novio.

            Vamos a examinar el texto: El Nacimiento  de Jesucristo  fue de esta  manera: María, su madre, estaba desposada  con José y, antes de  vivir  juntos, resultó  que ella  esperaba  un hijo  por obra del Espíritu Santo. José, su esposo,  que era  justo  y no quería  denunciarla, decidió   repudiarla  en secreto.”

            Enfoque del moralista: José, como era justo, como era bueno.  Justo hace relación al A. T.; la bondad hace relación a la moral. Debemos distinguir  entre denunciar  y repudiar. Denunciar es romper el contrato, alegando las motivaciones  con las consecuencias fatales para la desposada; repudiar era dejar a la desposada sin alegar motivos, por lo tanto las consecuencias eran nulas para ella.

            Me impresionó una imagen de la película de Jesús de Nazaret: Cuando José entrega a su desposada un símbolo del compromiso, María se echa a llorar, diciéndole  que no la dejase, pues lo que él creía no era cierto.

            Creo que debemos ahondar mucho más en la relación entre José y María. No solamente  los guardianes de Jesús, sino también el deseo de vivir juntos, haciendo un proyecto de vida bajo la mirada de Dios.

            En estos tiempos en los cuales parece que la diferencia entre el hombre y la mujer  es  solamente fisiológica, genital; la figura de José y de María  son una apología, un canto al amor humano. Es difícil comprender la dulzura, la ternura,  la compenetración reinante entre un hombre y una mujer. Si como justo, José debía dejar a María, como hombre bueno  no podía dejar a su mujer a merced de la ley desencarnada.

            El teólogo, el exégeta, se adelanta  y averigua la motivación profunda de san José. No se trata de una motivación  moral, no se trata de un enfado con María, sino de un enfado con el cielo, con Dios. San José se siente desconcertado, pues nadie le dice su papel.

            Será el Angel del Señor quien aglutine  las tres miradas: la del cineasta, la del moralista y la del teólogo.

            Pero, apenas  había  tomado  esta resolución, se le apareció  en sueños   un ángel del Señor que le dijo: “José, hijo de David, no tengas  reparo en llevarte a María, tu mujer, porque  la criatura  que hay  en ella  viene del Espíritu Santo”. María

no habla, no dice nada, su silencio  es hecho palabra por el Cineasta: No me dejes, no rompas conmigo, pues te soy fiel, no me abandones. Es necesario acentuar más el amor de José y de María. El amor del matrimonio  no es principalmente el hijo, (en este caso )   sino la ayuda  mutua, caminar los dos  bajo la presencia de Dios. El amor entre un hombre y una mujer es algo sagrado, divino, pues su fuente está en Dios. 

            También el moralista queda contento, pues su inclinación hacia la bondad de San José  queda aclarada. La Justicia del A. T. y la bondad del N. T. deben callar ante la voluntad de Dios, ante un acontecimiento de Dios.

            También a teólogo se le habla y se le comunica que su intuición era acertada, que la motivación de San José no era simplemente moral o de justicia, sino de otro orden.

            Dará  a luz   un hijo, y tú  le pondrás   por nombre  Jesús, porque  él salvará  a su pueblo  de los pecados” El cielo cuenta con José  no solo legalmente, sino de una forma especial. Poner nombre al hijo le corresponde al padre. San José le pondrá  a su hijo un nombre. No debemos olvidar lo que significa bíblicamente  el nombre: la realidad, la esencialidad, lo vocacional. Jesús, salvador de los hombres. José va a contribuir  a que Jesús sea el Salvador

            Creo que esta figura de San José tiene mucho que decir no solo a la Iglesia, sino a la humanidad. El misterio del amor humano entre un hombre y una mujer no se agota en este mundo, sino que se abre a Dios. José y María se amaron  de una manera muy digna  y muy elocuente  y llena de contenido y de enseñanza. Su amor queda fortalecido cuando se dan cuenta de que el proyecto de Dios sobre ellos es Jesucristo, cuidar de él, educarlo, hacer que llegue a la madurez en todos los sentidos.  

            Después de escuchar al ángel, que es la respuesta del cineasta, del moralista y del teólogo, San José se siente feliz, reacciona de una manera no solamente intuitiva, sino real: “Cuando José  se despertó, hizo  lo que  le había  mandado el ángel del Señor”. Jamás dudó de María, sino que su deseo era hacerla feliz, que ella junto a él realizase los planes de Dios.

            Me llena la figura de José enamorado de María, que la cuida; pero que también se deja cuidar de ella. Nos falta pensar en María que cuida de San José, no solamente en el sentido material de la palabra, sino en  una dimensión plena. José cuidará  de Jesús  no solamente como hijo suyo según la ley. Hoy se habla del valor de la adopción como signo de una filiación no en cuanto la sangre sino en cuanto el espíritu. Lo cuidará  y le ayudará a ser Jesús, pues esa es la voluntad de Dios. 

            José será feliz viendo que María es feliz y contemplando cómo su hijo es luz que ilumina  y da consistencia al amor  de sus padres. Si José aparece un poco celoso, preocupado de sí mismo; ahora ya no se preocupa  por él, sino que su proyección es que María y Jesús sean lo que Dios quiere que sean.

José, esposo de María, deja que tu mujer hable  y te cuente las motivaciones  verdaderas. Que los esposos vean en vosotros cómo se deben amar.

            Debemos  unir  la riqueza  de la eucología  de esta Solemnidad  y la Liturgia de la Palabra para darnos cuenta  de la figura  riquísima  de San José. La Liturgia no agota  todas las dimensiones del Justo José; pero las que nos presenta, nos llenan de paz e iluminan  nuestra existencia.

            De verdad José y María son luz para comprender la dignidad del matrimonio, no solamente   cristiano, sino humano en general.