V Domingo de Cuaresma, Ciclo C
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 

 

Dentro de dos semanas celebraremos la Pascua del Señor. Es interesante tener presente los contenidos de esta  Fiesta: lo que significó  para el pueblo de Israel y lo que supone para nosotros los cristianos.  

Primera Lectura: Isaías  43, 16-21: Oráculo   de salvación. 

Las lecturas   de los demás   domingos anteriores han seguido   el itinerario  de los israelitas   hacia la tierra   prometida, don de Dios, hasta   celebrar  en ella la Pascua. Pero  los profetas   miraban   más allá.

En cualquier   situación   de peligro, la fe en el Dios  que lo renovado  todo  y que no  ha agotado  sus posibilidades en el éxodo desde  Egipto, infunde   esperanza.

Al  iniciar  la quincena   anterior  a Pascua, las palabras  proféticas son un anuncio  de la Vigilia   Pascual. Una vez más, la Iglesia   se dispone  a celebrar  la gran novedad de la obra  del Señor, el cambio   del desierto   por el jardín del paraíso  reencontrado.  

Esta lectura  hay que situarla  en la época del fin del exilio, cuando la intervención de Ciro, rey de los persas (más o menos  en el  año 700 antes de Cristo); los israelitas  pueden volver a su tierra. El destierro de Babilonia  y su liberación marcarán  profundamente la historia de Israel; serán como una réplica de la esclavitud de Egipto y su marcha a la tierra  prometida.  

El profeta habla desde un presente desde el cual se completa un pasado

Muy rico, lleno de efemérides, de gestas gloriosas: la Alianza  de Dios con Abrahán, que leíamos el domingo II  (este acontecimiento tiene lugar más o menos en el año 1800 aC); el mandato de Dios a Moisés  para que vaya a Egipto a sacar a su pueblo (domingo III); la celebración de la Pascua en la tierra prometida, (IV). Estos  hechos  no  se pueden olvidar, pues son parte constitutiva del pueblo de Israel y cada año se hace memorial de ellos mediante la celebración de la pascua judía. Por esto mismo nos resultan un poco extrañas, a primera vista, las palabras del Profeta: “Así dice el  Señor: No recordéis  lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad  que realizo  algo nuevo”. Nuestra mirada no debe pararse en la lejanía, el pasado es algo maravilloso; pero el presente es todavía mejor. Aquella  liberación  no será  sino sombra de la que va a llevar a cabo vuestro Dios con vosotros.  

            Los  versículos  14-21 son un oráculo de salvación, con una interesante  concentración de tiempos: presente  de liberación  (14-15). La Liturgia de la Palabra no hace uso de estos dos versículos; pasado  remoto  y glorioso (16-17); futuro  próximo, que supera el pesado  (18-21)  

16. Así dice  el Señor, el que abrió  un camino  en el mar, una senda en las aguas  impetuosas.

Quien   preparó   un camino  en el mar para su pueblo, no dejaré  de prepararle   otro nuevo   a través  de la estepa   desértica.  

Yahveh   se presenta  a su pueblo  con los títulos  que ya conocemos  y que  ostenta  con derecho  propio: Redentor  y Santo. Porque  es santo  hará justicia  a su pueblo. Porque  es Goel  esa justicia  será liberadora. Apenas    pronunciada  la palabra  liberación; profeta   y pueblo  tienen  ante sí el recuerdo  de sus grandes  gestas  históricas, su salida  de Egipto  y el paso  del mar Rojo . Con mentalidad  oriental  se presentan  aquellos  acontecimientos   motivados  directamente   por Dios  como si las causas   segundas  no existieran. Fue   Yahveh  quien lo hizo 

17. El que puso en movimiento  carros y caballos, a un poderoso  ejército  de soldados  que quedaron  tendidos  y no  se levantaron; que se apagaron como mecha  que se extingue.

“Poner   en movimiento “(Is  43, 17)  corresponde a “hacer  salir”, que  en el libro del Exodo, se refiere  a Israel, y en el Segundo  Isaías al enemigo. Esta distinción es importante. En el Exodo es Yahveh  quien pone en movimiento a su pueblo para que  huya  hacia la tierra prometida.

En el Segundo Isaías  es Dios, quien incita  a los egipcios  para que persigan a los israelitas  y así mueran  en este intento.  

18. No recordéis  las cosas  pasadas, no penséis  en lo antiguo. 

Es  ley   de Israel  la memoria  de las acciones  salvadoras  del Señor, y es delito  y fuente   de culpa   el olvido.

Israel  debe  recordar, transmitir  y proclamar  las acciones  salvadoras  del Señor. De ahí  brota su sentido  de la historia. El recuerdo   es válido  cuando  prepara  y abre  al futuro.  

Olvidados  de todo  aquello   porque  de hecho  lo olvidaréis  cuando  contemplen  vuestros ojos  lo que Yahveh  está a punto  de realizar. Aquella   liberación   no será  sino sombra  de la que va  a llevar  a cabo  vuestro Dios  con vosotros 

19. Mirad, voy a  hacer  algo nuevo, ya está  brotando, ¿no lo  notáis? Trazaré  un camino  en el desierto, senderos  en la estepa.

Es algo  que se abre  con impulso  incontenible, como la vida  de la planta  arrancando  de la semilla. La novedad  recuerda  y supera  el primer éxodo.

Los primeros  éxitos  de Ciro  el persa  comenzaban  ya a  dejarse   sentir en los pueblos  vecinos  y estaban  a punto  de incidir  sobre  los opresores  babilónicos. Todos lo veían. Pero  solamente  el Segundo  Isaías, el gran profeta  del destierro, comprenderá  el alcance   y sentido teológico  de los hechos. Ciro  es el nuevo  instrumento  de Yahveh para liberar  a su pueblo. Deben  creer  y esperar.  

20. Me   glorificarán  las bestias  salvajes, los chacales y las  avestruces; porque  haré  brotar  agua  en el desierto  y ríos  en la estepa , para dar de beber a mi pueblo, a mi elegido. 

No solamente  siente el hombre la liberación, sino toda la creación. Toda ella debe  proclamar y cantar  las maravillas del Señor. En la huida de Egipto,  la creación no se hace eco  de ella; cuando el pueblo de Israel vuelta  desde Babilonia a su tierra, sí sentirá  la creación estas efemérides, pues en el desierto  se construirá una calzada de regreso;  la vida en el desierto será más llevadera, pues habrá agua  y alimentos, de los cuales podrán comer los animales. Se trata de una realidad  cósmica, cotidiana; pero sobretodo de una realidad teológica.   

21. El pueblo  que yo constituí  para que  proclamara  mi alianza.  

En  los   versículos 20- 21 dos veces  sale  la palabra pueblo, hecha  de Dios,  producto de Dios; en los vv.14-16 tres veces  la palabra Señor.

El Señor  reclama  a su pueblo, se expresa en su pueblo; el pueblo  grita, alabanza, necesita a su Señor.  

El estribillo  del salmo nos invita a recordar: “El Señor  ha estado Grande con nosotros, y estamos  alegres” (salmo 125, v.3). El Israelita  y el cristiano deben saborear las maravillas de Dios. La fiesta es la celebración de un pasado desde un presente enriquecido, más luminoso, más denso, más rico en matices y en hechos. “Mirad que realizo algo nuevo”. Es una afirmación abierta, no cerrada, no conclusa, sino ilimitada 

Segunda Lectura: Filipenses  3, 8-14: Todo  lo estimo  perdido, comparándolo con Cristo.  

Acertada la elección de esta  perícopa  como segunda lectura: El hijo Pródigo encontró la verdadera libertad, cuando regresó  a la casa de su padre; Pablo canta  su verdadera libertad. La Pascua del Señor  es la aceptación de su muerte y resurrección, Pablo  sigue este camino, en el cual se encuentra feliz y realizado.  

Es una confesión emocionada del  apóstol San Pablo, que se siente liberado, un hombre nuevo. No exagera, no miente, dice la verdad.

 Es una liberación personal, no un sueño, no un recuerdo, no un simple anhelo,  sino una  realidad.

La liberación que siente el apóstol no es fruto de su justicia, de su lucha, sino que es un don de Dios. 

Para él lo  importante   es tener   a Jesucristo,   frente  al cual todo lo demás  carece  de valor. El ejemplo  del propio  Pablo  es definitivo  al respecto.  

Con más  razones    que nadie  para  presumir  de títulos  judíos, lo único   que ahora  le interesa, porque  es lo único  que tiene  eficacia  salvadora, es conocer a Jesucristo.  

  Presentamos  el contenido de estos densos versículos, que la Liturgia de la Palabra nos proporciona.   

8. Es más, pienso  incluso que nada vale la pena  si se compara  con el conocimiento  de Cristo Jesús, mi Señor. Por él  he sacrificado  todas las cosas, y todo lo tengo por pérdida  con tal  de ganar  a Cristo. 

El conocimiento  de Cristo  Jesús: El conocimiento de Cristo  concedido al Apóstol  en la revelación  del camino  de Damasco  fue  el comienzo  de una nueva  forma de relación  entre él  y Cristo  que sobrepasó  con mucho  todas las ventajas  anteriores. Este  conocimiento  se concretará en 3, 10; pone  de manifiesto  la madurez   de las  reflexiones   de Pablo  sobre su condición  anterior , que él  recuerda ahora , unos  20  años después  de la conversión.  

Basura [estiércol]: Expresión   fuerte empleada  para designar  lo que Pablo  consideró  antes  de gran estima.  

Ganar  a Cristo: No basta  el conocimiento  de  Cristo como simple  adquisición  intelectual. Pablo   describe   su comunión  con Cristo  como una   meta   que debe  conseguir  en una carrera  que todavía  debe correr: “¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corred de manera que lo  consigáis!” (1 Cor 9, 24). Esta  comunión  con Cristo  es una identificación en la  que  siempre  hay que profundizar  hasta  conseguir su consumación  en la parusía.            

9. Y vivir   unido a él con una salvación que no procede  de la ley, sino de la fe  en Cristo, una salvación  que viene de Dios  a través  de la fe. 

La meta  de su vida  en cuanto  fariseo  fue  encontrarse  sin tacha  en la presencia  de Dios  mediante  una  observancia  perfecta  de los 610  mandamientos de la Ley mosaica. Era un vivir pegado a la Ley, a la  Torá. Ahora Pablo espera  aparecer  ante  Dios  en el juicio  escatológico  como alguien  totalmente  identificado  con Cristo. 

No contando  con una justicia mía: Comienza   aquí  un compendio  breve, pero  extraordinariamente apropiado  de la doctrina  de la justificación, tan fundamental   en Romanos y Gálatas.  

Basada  en la Ley: La Ley  para Pablo  es en sí misma “Santa, justa y buena”: “Así que, la ley es santa, y santo el precepto, y justo y bueno”  ( Rom 7, 12), pero debido al pecado, que ella  no puede remediar , sigue siendo  una vía   fatalmente  defectuosa  para llegar a la justicia  y  conduce  a la muerte.  

La que viene a  través   de la fe: El evangelio  proclama  que la verdadera  y correcta  posición  escatológica  nace únicamente  de la aceptación  en la fe del ofrecimiento por parte   de Dios  de una relación  renovada  con él, ofrecimiento  hecho  de manera   gratuita  y misericordiosa en Cristo.  

La justicia   que viene  de Dios: Toda justicia   humana   procede  en última  instancia  de la propia  justicia  de Dios, es decir, de su  fidelidad  salvífica  a la creación, que lo impulsó a extender su mano y a ofrecer de buen  grado la   salvación  a un mundo  que no la  merecía. Los   creyentes  reciben  su justicia  “de Dios”, por cuanto,  absteniéndose  de toda   pretensión  incorrecta,  se dejan  arrastrar  en Cristo  a la esfera  y ámbito de la propia   justicia de Dios.  “A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él” (2 Cor  5, 21)   

10. De esta manera   conoceré  a Cristo  y experimentaré  el poder  de su resurrección  y compartiré  sus padecimientos  y moriré  su muerte. 

Conocerle  a él: significa   experimentarlo  como Espíritu      que da vida. “Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad”  (2 Cor 3, 17).  

El poder   de su resurrección: 

 Siendo Kyrios e “Hijo de Dios en poder”: “constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro”  (Rom  1, 4). 

 A partir de la resurrección, el Cristo   resucitado   poseía  una dynamis  que es  el principio  vital  de la nueva   vida  del cristiano, de la nueva creación: “Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder” (1 Cor 6, 14).

Esta  dynamis  no es otra cosa  que su “gloria”, la que  el Padre  le otorgó: “Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado  de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” ( Rom  6, 4); la que, de modo  gradual , lleva  a cabo  la transformación  del hombre  de fe  en una imagen de Cristo  mismo: “Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu.” (2 Cor  3, 18).

Este   influjo  de Cristo   hace que  el hombre  se identifique  con Jesús  en su pasión, muerte  y resurrección.  Podríamos  desarrollar mucho más este aspecto; pero creo que con lo que hemos dicho queda suficientemente aclarado y expresado.

Pablo  abraza todo el camino de Cristo: camino Pascual: muerte-resurrección.  

12. No pretendo  decir  que haya  alcanzado  la meta  o conseguido  la perfección , pero me  esfuerzo  a ver  si la conquisto , por cuanto  yo mismo he sido  conquistado  por Cristo Jesús. 

No  es que  ya lo haya  conseguido: La meta  del esfuerzo  de Pablo y la del esfuerzo  del cristiano  en general, no se  puede  alcanzar  todavía  en esta vida. 

Ya que  he sido  alcanzado: Pablo se   refiere  probablemente  a la experiencia  del camino de  Damasco.    

14. Y como  hacia  la meta, hacia  el premio  al que Dios  me llama  desde lo alto  por medio  de Cristo Jesús.

Al final  de una carrera, el juez  llama al ganador  por su nombre y título para que suba a recibir la corona de vencedor

La llamada de  lo alto: El destino   último del cristiano  es compartir  una vida  con Cristo  en la gloria: “Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro  del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor.  (1 Tes 4, 17)  

Evangelio: Juan 8, 1-11: La mujer adúltera 

El texto evangélico  debería ser de san Lucas, pues estamos en el ciclo C; pero no,  está tomado  del evangelista San Juan 8,1-11. Esta perícopa evangélica  es llamada “perla perdida de la tradición antigua”. Este admirable  relato  no es joánico. Ausente  de los manuscritos  más antiguos, es ignorado  por los Padres de la Iglesia hasta el siglo IV. A partir de entonces, su canonicidad  fue defendida  por algunos  padres latinos; la primera  mención  sobre él  se encuentra en la Didaskalia, que lo cita  para exhortar  a los obispos  a la clemencia  con los pecadores. Un importante  grupo  de manuscritos  lo coloca a continuación  de Lc 21,38, lugar que resulta  mucho más  apropiado  que el  que actualmente  ocupa en Juan. Va más con la teología de San Lucas  que con la teología de San Juan. Actualmente  encontramos esta perícopa en el cuarto evangelio.  

Hacemos una presentación global de la  misma   y después nos fijaremos en algunos detalles de  algunos versículos, que nos ayudarán a entenderla  

En el caso de adulterio, el marido  ponía  la demanda   de divorcio, que era concedido  automáticamente. El marido  quedaba  sin ninguna  obligación  frente   a la mujer infiel y ésta  caía, además  en la desgracia  de su propia  familia.

El caso  presentado  a Jesús   era claro, ya que se nos dice que había   sido sorprendida  en el acto del adulterio. El divorcio, por supuesto, era automático. Pero, ¿el castigo? La ley  de Moisés   consideraba  el adulterio  como  contrario  a la ley  de Dios  y como   fuente  de graves  perjuicios  para la sociedad  como tal. Por eso  la Ley    establecía   la pena de muerte. “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer  y la mujer misma. Así harás desaparecer de Israel el mal.” (Dt 22, 22). No se dice  que sea lapidada 

Según  la Mishna, la mujer   sería lapidada. No todos   compartían  esta actitud tan rígida, pero, por supuesto, la hacían  suya  los provocadores  de esta historia: los doctores  de la Ley  y los fariseos. Y aprovecharon  esta ocasión  para que la Ley  se aplicase   en todo su rigor.

 Evidentemente, en este caso, el celo  por el cumplimiento  de la ley era una máscara. La intención   oculta  e inconfesable  era comprometer  a Jesús.

Era lógico invitar  a un joven  rabino, que tenía ideas  propias, incluso  sobre la Ley,  a pronunciarse  en un caso tan  complejo.

Jesús   podía   pronunciarse  por la aplicación   de la Ley. En este caso, como se ha dicho  muchas veces, su fama de hombre  compasivo y misericordioso  se vendría   abajo. Pero   había algo  más serio  y comprometedor. Bajo  la administración  del Imperio romano, los judíos   habían  perdido el derecho de la aplicación  de la pena  de muerte (Jn. 18, 31). Un  pronunciamiento  a favor de la Ley   hubiese comprometido seriamente  a Jesús  con las autoridades romanas  por  interferirse  en la administración  de aquella provincia  del Imperio.

En el caso contrario, que Jesús  se pronunciase  contra  la Ley, su situación-  considerada  desde su  misión- era  aún más  embarazosa. 

3. Los escribas  y fariseos   le trajeron  una mujer  sorprendida  en adulterio y la pusieron  en medio.

            Se  trata  de una mujer  casada, pues  en la Ley  se tiene   en cuenta  el adulterio sólo en cuanto   que es  una  infidelidad  de la esposa. Nada   se dice  sobre  los  tratos   de un hombre  casado  con mujeres solteras.

 Según   Dt  19, 15: “Un solo testigo no es suficiente para convencer a un hombre de cualquier culpa o delito; sea cual fuere el delito  que haya cometido, sólo por declaración  de dos o tres testigos será firme la causa  

  Y la  pusieron  en medio. Es la forma  de comparecer    a juicio. “Les pusieron en medio y les preguntaban: « ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho vosotros eso?»” (Hch  4, 7)  

5.      La Ley  de Moisés  nos manda  apedrear  a las  adúlteras; tú, ¿qué dices? 

Hemos presentado la opinión de la Mishna. Recordemos algunos   textos de la Ley. “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera” (Lv 20,  10). Se impone  en este caso la pena  de muerte, pero no especifica  la forma de ejecutarla.  

sacarán a la joven a la puerta de la casa de su padre, y los hombres de su ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido una infamia en Israel prostituyéndose en casa de su padre. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti.” (Dt  22, 21) Prescribe   la lapidación   como  castigo   para le mujer prometida   que comete  un pecado sexual; algunos    han  pensado  en consecuencia  que se trataba   de una mujer  prometida; no casada, y que  aún   no vivía con su marido.  

Según  Ez 16, 38-40 parece que la lapidación  era el castigo de las mujeres adúlteras.

La  lapidación  era el castigo  habitual  para todas  las formas  de adulterio. La  lapidación  estaba  aún  en uso  en tiempos de Jesús, y que sólo más tarde  adoptaron   los fariseos   el estrangulamiento  como pena del adulterio.

Una aplicación rígida de la Ley  exigía la lapidación; una interpretación benigna  excluía la lapidación; pero no la muerte.

En el caso de la mujer adúltera, presentada ante Jesús, no se trata de una interpretación jurídica  de la Ley, sino una dimensión  teológica   del perdón y de la salvación. 

6.      (Le preguntaban  esto  con mala  intención, para tener  de qué  acusarlo). Jesús se  inclinó  y se puso a escribir  con el dedo  en el suelo. 

Desde antiguo se pensó que Jesús escribió en el suelo este texto de Jeremías: “¡Tú eres, Señor, la esperanza de Israel, y todos los que te abandonan  quedarán  confundidos; los  que  se apartan de mí serán  condenados, porque  abandonaron  al Señor, fuente de agua viva!” (Jer 17, 13). 

7.      Como insistían  en la pregunta, se incorporó  y les dijo: “ A ver, el que no tenga pecado, que le tire  la primera  piedra 

Para rectificar  la culpabilidad  castigada   con la pena  capital era necesario el testimonio  de dos  testigos. El proceso  judicial   judío  se apoyaba   esencialmente  en la probidad de los   testigos. Los jueces   no se fijaban  tanto en las pruebas  independientes cuanto  en la probidad  de quienes   las aducían. Si los testigos eran  fidedignos, bastaba. Se pronuncia  la sentencia  y el testigo  tenía el derecho  y el deber  de tirar la primera  piedra.

Si su  probidad   se ponía   en tela   de juicio, debía  abrirse  una investigación  que  demostrase  que, en modo alguno, estaban    implicados en el caso  que se discutía, ni en ningún otro  asunto ilegal. Si se descubría  que el testigo  era falso, recaería   sobre él penas  severísimas.

De ahí   que la   respuesta  de Jesús  no deba  ser  calificada de aguda, en orden  de salir  del aprieto en  que lo habían  metido, sino  que fue un verdadero  ataque   contra  los que  le atacaban. De hecho, nadie  se atrevió  a tirar  una piedra. 

8.  Volvió   a inclinarse   y siguió   escribiendo  en la tierra. 

También   el v. 6 nos presenta a Jesús inclinado y escribiendo en el suelo. Existen varias opiniones  acerca  de lo que escribiría  el Señor; creo que nadie  puede saberlo. No hay   datos suficientes  para  confirmar  ninguna  de las  opiniones; cabe  pensar   que si lo escrito  hubiera sido  algo importante, no se  hubiera   dejado de consignar. Quizá  la opinión más sencilla es la siguiente: de que Jesús se pusiera a escribir  o trazar algún garabato  en el suelo  mientras pensaba, o que  deseara  de este modo  aparecer  imperturbable, o que lo hiciera  para contener  sus   sentimientos  ante el celo  violento  desplegado  por los acusadores. Algún autor  dice que en esta segunda  ocasión   escribiría  el v. 7 del capítulo   23 del Exodo: “Abstente  de las causas  falsas: no harás morir  al justo  ni al inocente  ni absolverás   al culpable,  porque yo  no absuelvo  al culpable 

9. Al oír aquello  se fueron    saliendo  uno a uno, empezando  por los más  viejos, y  él  se quedó solo  con la mujer que   seguía  delante. 

 Nadie era de fiar, nadie se siente justo y por lo tanto no puede echar la primera piedra. Esta  frase tiene  cierta sorna; no son los más viejos  los más inocentes, sino todo lo contrario. Cuando se trata de temas sexuales, el anciano, el viejo, pierde  credibilidad, pues su malicia  es grande y además desordenada, por lo tanto su acusación no tiene credibilidad.  

10. Se incorporó  y le preguntó: “mujer ¿dónde  están  los otros? ¿Ninguno   te ha condenado?”

¿Dónde   están  los otros?: ¿Se trata   de una exclamación  de sorpresa?  ¿O de sutil  sarcasmo?

¿Ninguno  te ha condenado?: Testigos  y acusadores  han desaparecido; el juicio  se resuelve  por   incomparecencia. 

11. Contestó   ella: “Ninguno, Señor” Jesús   le dijo: “Pues tampoco yo   te condeno. Vete  y en adelante  no vuelvas a pecar” 

La lección  del relato  no es, por supuesto  que el pecado  carezca  de importancia  o que Dios  no esté  dispuesto  a castigarlo, sino   que Dios   extiende   su misericordia  al pecador para que  éste  se aparte  de su pecado. El cuadro  de la pecadora  y el que  no tuvo  pecado  frente a frente  ilustra la llamada  al arrepentimiento.

 Podemos decir  que el hecho de la adúltera  es como “un apotegma  biográfico”, tiene mucho de parábola por la dimensión salvífica, que expresa.

No se trata que el joven rabino Jesús interprete  de una forma suave o rígida lo que dice la Ley, sino que lo que él quiere comunicar y enseñar  que no podemos juzgar con criterios solamente humanos-legales el comportamiento de las personas, sino mediante la misericordia y el amor infinito del buen Dios: también las mujeres adúlteras  son hijas de Dios y esto pesa mucho más que el pecado