V Domingo de Pascua, Ciclo C
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 

 

Este domingo  pertenece  ya  a la segunda parte  de la cincuentena  pascual. Hemos celebrado  las cuatro  primeras semanas, fuertemente  marcadas por el misterio  de la presencia del Señor Resucitado en su Iglesia; los acentos  de los textos  bíblicos  y litúrgicos se orientan  ahora  en un sentido  más eclesiológico: El  Presente  es también el Ausente, el que  está presente por el Espíritu  que nos ha dado, el que  urge   el testimonio  de sus fieles.  

            Primera  Lectura: Del Libro de los Hechos, 14, 21b-27 

            La primera    gran misión, que abrió   las puertas   del evangelio  a los  gentiles, está llegando   a su  fin.

            El   mundo   pagano   ha aceptado  con facilidad  y entusiasmo  el evangelio. Los judíos, sin embargo, provocan  siempre   una   reacción   hostil  frente   a los  evangelizadores.  

La lectura primera es de los Hechos de los Apóstoles, 14,21b-27, final del primer viaje de San Pablo. No importa si  este recorrido fue así como San Lucas nos lo cuenta; lo que nos interesa es la lectura teológica, la enseñanza que todo buen apóstol transmite a las comunidades, que va fundando. 

21. Después  de anunciar  el evangelio  en Derbe  y hacer   bastantes  discípulos, volvieron  a Listra, Iconio y Antioquía.  

La ciudad  de Derbe estaba situada  en el ángulo  sudoriental   más extremo  de la provincia   de Galacia. En esa ciudad   llega a fundarse  una comunidad  floreciente. Allí  mismo  comienzan   los evangelizadores  su viaje  de vuelta. Y vuelven, pasando  precisamente   por las comunidades  que acaban  de fundar, para ver cómo  van las cosas  y para consolidar  en la fe  a los miembros  de cada comunidad.

No se trata de la ortodoxia, del contenido de la fe, sino de una vida de fe. Toda comunidad incipiente necesita consolidarse, ahondar, mantenerse en lo aprendido 

22. Confortando  a su paso  los ánimos   de los discípulos  y exhortándolos   a permanecer  firmes  en la fe. Les decían: Tenemos que  pasar  muchas  tribulaciones  para poder  entrar  en el reino  de Dios.  

En el libro de los Hechos se nos narran las dificultades, las contrariedades, los obstáculos, que tuvieron que soportar los apóstoles a la hora de anunciar a Jesucristo. San Lucas no solo cuenta, sino que quiere enseñar a las próximas generaciones. La Iglesia Primitiva debe ser siempre punto de referencia para saber los orígenes, de donde venimos

Tenemos que  pasar  muchas  tribulaciones  para poder  entrar  en el reino  de Dios.

 Desde  el punto  de vista formal, habría  que incluirla  en la serie  de formulaciones  que enumeran   las condiciones   para entrar  en el reino  de Dios.

No se  trata   de la actitud  de aguante  con la que  se deberá  afrontar la tribulación  que precederá  inmediatamente  a la parusía, sino de la  aceptación  de la dificultad  como configuración  esencial  de la existencia  cristiana  en el presente. Ser cristiano  significa   estar dispuesto  a sufrir   el dolor   por amor  a Jesús  y según  el modo  que él  ha consagrado  en su propia existencia como  única  norma  válida.  

23. Designaron     responsables  en cada  iglesia  y, después  de orar y ayunar, los encomendaron  al Señor, en quien    habían   creído.             

Quizá San Lucas proyecta aquí no una realidad, sino un deseo. Será en  las cartas pastorales,  donde la existencia  de los presbíteros, diáconos etc. sea un hecho palpable; ahora todavía no; pero está bien que tengamos presente el clima de oración, ayuno, que debe acompañar la vida de los ministros. Quizá hoy día la práctica del ayuno se pueda cambiar por otra más adecuada a las circunstancias; pero la oración, la relación íntima con Dios es perenne, no pierde actualidad, pues nadie puede santificar, sino es santo. La santidad de los ministros es una exigencia de siempre.  

 27. Al llegar, reunieron   a la comunidad  y contaron  todo lo que  Dios   había  hecho  por medio  de ellos, y cómo  había abierto  a los paganos  la puerta  de la fe.  

Los evangelizadores   convocan   una reunión  comunitaria, para informar  no de la propia   actividad desarrollada, sino  de lo que Dios  ha realizado  por medio  de ellos.

El diálogo, el compartir  experiencias  positivas, anima. Necesitamos recordar esta actitud de la Iglesia Primitiva. El Vaticano II ha hablado muy bien de la relación entre los presbíteros y los demás miembros de la comunidad: Somos pueblo de Dios. Quizá se ha acentuado demasiado la dimensión jerárquica y poco la carismática. La comunidad se siente animada por sus hermanos presbíteros y éstos por la comunidad;  se necesitan, si quieren tener vida. Contar las maravillas del Señor, sus hazañas. Sobran los profetas de oráculos negativos; hay que respirar otros aires: lo bueno que el Señor realiza 

“Cómo había  abierto a los gentiles la puerta de la fe”. La Iglesia  de los Hechos es la Iglesia  de la gentilidad. Dios no es patrimonio de un pueblo en particular, sino de todos. Urge una lectura teológica del Antiguo Testamento para poder dialogar con esos hombres, que eran enemigos del pueblo de Dios y ahora están llamados a ser Pueblo de Dios. Le costó a la Iglesia romper los moldes del judaísmo; pero lo intentó desde el principio, por esto mismo es noticia gozosa, cuando se produce.  

La imagen  de la puerta, abierta   por Dios, es frecuente  en el lenguaje  del Nuevo  Testamento, para expresar  la actividad  misionera. En el contexto  de este pasaje  quiere   decir  que Dios   abre  a los gentiles   la posibilidad   de entrar  en el ámbito de la fe; pero   una “fe”  que no significa  una decisión  personal, sino el ser  cristiano, la pertenencia  al pueblo  de los creyentes. En el fondo, esta   imagen  se completa   con otro  símbolo  frecuente  en el Nuevo Testamento, en el que  se presenta  a la Iglesia  como nuevo  y definitivo   templo de Dios.  

La conclusión  que realmente  tiene   que sacar  la comunidad  de Antioquía, como resultado  de este primer  viaje   misionero , es la firme  convicción  y la certeza  absoluta  de que  Dios quiere  que los paganos  entren a formar  parte  de su Iglesia   precisamente  en cuanto  paganos, es decir, sin necesidad   de la circuncisión   ni de la observancia  de la ley. Si anteriormente    se había llevado  a cabo   una cierta   actividad  misionera    entre los paganos, concebida  más o menos   como un apéndice  de la

Misión  a los judíos, esto  se ha acabado; desde ahora  en adelante, la misión   a los gentiles  es una tarea  fundamental  de la Iglesia.  

Muy  adecuado el estribillo del salmo responsorial: “Bendeciré  tu nombre por siempre  jamás, Dios mío, mi rey”. Se trata  del salmo  144, que es un himno de  alabanza  y de acción de gracias a Dios. Lo ponemos en boca de Pablo y de Bernabé, que  regresan después de su primer viaje apostólico.  

Segunda Lectura: Del  Apocalipsis, 21, 1-5a: Cielo  nuevo   y tierra nueva  

Cuatro veces aparece el calificativo Nuevo. Estos versículos son como el epílogo de los capítulos  19-20. El capítulo 19 es un canto de alegría, pues el bien ha triunfado; el capítulo 20 es la confirmación de la derrota  definitiva  del dragón (símbolo del mal). Lógicamente cuando sucede esto, uno puede soñar con unos cielos nuevos, con una tierra nueva. A la vez estos versículos son como el prólogo, el anuncio anticipado de los capítulos 21,9-22, 5.

            En los  versículos  9-27 del capítulo 9  se describe  La  Jerusalén del cielo  y en los   versículos   1-5 del capítulo  22  El río de agua viva  y la ciudad sin noche.  

            Una  vez realizada  el juicio  contra  las potencias   del mal, se inaugura  una situación  completamente  nueva: unos cielos  y una  tierra   totalmente  transformados  son el marco  apropiado  para celebrar  el triunfo  de Cristo  y de la  Iglesia  simbolizado  en las bodas del Cordero  y de la esposa.  

            Estamos ante un  nuevo  Génesis: nuevos, nueva  tierra, nueva ciudad santa,  nuevas  cosas; en una palabra, nueva creación. La antigua  creación  era radicalmente  buena, pero fue   contaminada  profundamente  por el pecado  y se convirtió  en lugar  de luto, de  llanto, de dolor y muerte. En la nueva  creación, que tiene  como punto  de referencia a Cristo  resucitado, todo vuelve a su situación  original, todo  vuelve  a ser   vida  y comunión   gozosa  con Dios.  

            La Nueva  Creación  supera  a la antigua, es de otro orden. No se trata  ya de volver al Génesis antes del pecado, sino a la Resurrección de Cristo, que la ha impregnado  de trascendencia, de divinidad. Solamente desde la fe se  puede  aceptar este nuevo orden.  

            Hasta  el pasado  domingo, los  fragmentos  del Apocalipsis   se referían  a la gloria  de Cristo, Cordero  glorioso, aunque   como degollado. Hoy  el fragmento  corresponde  a la última parte  de las visiones   y se refiere  a la gloria  de la Iglesia. 

            Las imágenes   son   importantes: la Iglesia  es el nuevo  pueblo de Dios, que tiene  en El  su origen ( “bajada del cielo”), y  como decían  los profetas  de Israel,  es como una novia  para el Señor. Jerusalén  es la ciudad  donde Dios  quiso  habitar  en medio de Israel; pero  la Iglesia   es la nueva  Jerusalén , porque   en la Iglesia  está siempre  presente el Señor, ya ahora, anunciando  la presencia  definitiva  de la  consumación  celestial. Todo esto-¡la novedad!- es obra  de Dios                        

1. Yo,  Juan,  vi  un cielo  nuevo  y una tierra nueva, porque  el primer cielo y la primera  tierra han pasado, y el mar ya no existe.  

Si leemos el Antiguo Testamento, palpamos un hálito de liberación: la huida de Egipto hacia la  Tierra Prometida; el querer volver de la esclavitud de Babilonia a la tierra de Israel. Los profetas constantemente hablan  de este deseo de plenitud. Con Cristo han llegado los tiempos nuevos: ya; pero todavía no. Una escatología realizada; pero no definitiva. En el Apocalipsis se sueña con esta escatología definitiva. El cristiano, máxime cuando se siente perseguido, debe pensar en unos cielos nuevos y en una tierra nueva (definitiva).

“El mar ya no existe”. En Apocalipsis el mar es símbolo del mal en todos los sentidos; ahora ya no existe, pues el enemigo ha sido vencido. Juan siente necesidad de pensar en esto para poder seguir viviendo y exhortar a la perseverancia 

2. Vi  la ciudad  santa, la nueva  Jerusalén, que descendía    del cielo, enviada  por Dios, arreglada como una novia  que se adorna  para su esposo. 

La aparición  de la ciudad santa, la nueva Jerusalén, se presenta como la culminación  del libro. La nueva Jerusalén  se dice  que viene de junto a Dios, su origen  es divino: por eso  es santa e inédita. La santidad de la Iglesia es mayor en calidad y cantidad que sus pecados. De la tierra le viene a la Iglesia lo que la ensucia, la hace poco atractiva, aunque también le viene cierta hermosura  (los santos, miembros de la Iglesia), su belleza, su encanto, su lindeza, su atractivo le viene de arriba. 

3. Y escuché   una voz  potente que  decía   desde  el trono: Esta  es la morada  de Dios con los hombres: acampará  entre ellos. Ellos  serán  su pueblo  y Dios  estará  con ellos.

Dios se ha dignado estar con nosotros, estar junto a nosotros. La Iglesia no es una institución humana, que ha producido una cultura, que ha dejado unas huellas, sino algo más, es una realidad misteriosa, incomprensible a los ojos humanos, no se la puede juzgar acertadamente desde una visión terrenal, sino desde una óptica sobrenatural. Se la puede atacar; pero nunca vencer.

            4. Enjugará  las lágrimas  de sus ojos. Ya no  habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque  el primer mundo  ha pasado  

El Apocalipsis enumera algunas limitaciones, indicadoras de una situación de desgracia, de amargura, de tristeza, de muerte; todo esto desaparecerá. La existencia humana se llena de una bocanada de oxígeno, de esperanza. Todo no se implanta a la fuerza, creando el terror, sino que se consigue mediante el amor. Los hombres  debemos unir nuestras fuerzas en esta dirección. “ 

5. Y dijo  el que estaba  sentado  en el trono: He aquí  que hago nuevas   todas  las cosas

Este es el único pasaje del Ap donde Dios habla directamente. El sábado es el último de la semana, día de descanso; pero el domingo, día señorial, día de la Resurrección, es el primer de la actuación de Dios: “Todo lo hago nuevo”. No es tiempo de descanso, de mirar al pasado, sino de vivir el presente iluminado por el futuro: “Todo lo hago Nuevo”. 

Evangelio: Juan  13, 31-33a. 34-35: “Os doy   un mandamiento  nuevo”  

La segunda parte  de la cincuentena  pascual- la semana  cuarta ha sido  la central- se  distingue   por la lectura, en los evangelios   dominicales   y feriales, de las palabras  de despedida   de Jesús  a sus discípulos.

Los discursos  de despedida  joánicos  se distinguen  por prometer  la presencia  futura  de la figura  del revelador  ( Jesús) entre los “hijos” que está a punto  de dejar.  No encontramos   en ellos  las habituales  exhortaciones   a la virtud  moral  y a la obediencia  de la ley. El mandamiento  del amor  aparece  como el fundamento  único  del comportamiento  propio del creyente.  

Estos versículos   13, 31-38  señalan  la transición   entre la cena  y los discursos. 

Estos  versículos   tienen  paralelos  en otros pasajes de Juan  (31-32= 12, 23.27-28; 33= 7, 33; 8, 21; 34-35= 15, 12). Las mismas palabras  tienen un significado diverso según el contexto. Creo que es importante  tener esto presente para comprender  el contenido de estos versículos.  

La glorificación  de Jesús  (vv.  31-32), que es  la finalidad   de “la hora”, es un  tema  muy adecuado  para iniciar  el gran discurso  que explica  precisamente  esa hora. La  glorificación  incluye  el retorno  al Padre y, en  consecuencia, la separación de los discípulos  (v. 33). El mandamiento  del amor  (vv. 34-35)  es el medio  elegido  por Jesús  para asegurar  la permanencia  de su espíritu   entre los discípulos. 

Analizamos  estos  tres grupos  de versículos: 31-32 (La Glorificación); 33 (La partida) y los vv. 34-35 (El mandamiento del amor).  

Versículos: 31-32: la glorificación: 

31. Nada más salir  Judas, dijo  Jesús: Ahora  va a manifestarse  la gloria  del  Hijo del  hombre, y Dios será  glorificado  en él.

32. Y si Dios  va a ser glorificado  en el Hijo  del hombre, también  Dios  lo glorificará  a él. Y  lo va  a hacer  muy pronto.

 Comienza el primer  discurso de despedida  (Jn 13,31-14, 31). En él, junto al tema principal, que es la partida  de Jesús, se pone de relieve otro tema particularmente  querido por Juan: el de la manifestación de la gloria de Dios  y de Jesús. En este  contexto  introduce  el evangelista  el mandamiento del amor. 

 “Cuando salió  Judas del cenáculo, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado  en él”. La pasión  será la manifestación de la gloria tanto del Hijo  como del Padre; esta idea es parte  esencial de la Teología de San Juan. La Pasión no es la humillación, sino el triunfo. A nosotros nos cuesta aceptar y comprender esta teología. La pasión  es, al mismo tiempo, la exaltación-glorificación, el retorno al mundo celeste, del cual vino. La pasión del Hijo, al ser  el cumplimiento de la voluntad del Padre, es también la glorificación  de éste. Nos cuesta creer que la Voluntad del Padre sea la Pasión de su Hijo.

La gloria implica  una manifestación  visible  de la majestad  divina  en actos  de poder. Estas dos exigencias se cumplen   en la muerte y resurrección  de Jesús, que constituyen  una acción  de su propio  poder.  

Versículo  33: La partida.

La Liturgia  de la Palabra  no hace uso de todo el versículo, sino de una parte del mismo.  

33. Hijos  míos, me  queda   muy poco  que estar  con vosotros  

Hijitos míos: Esta   expresión, llena  de cariño  y ternura,   aparece   siete veces  en 1 Jn, pero sólo  aquí por lo que respecta  al evangelio.  

Muy poco: no siempre indica  la medida de tiempo,  sino es una  expresión  usada  en el AT  por los profetas para indicar  en tono  optimista  la inminencia  de la salvación: “Porque un poquito más y se habrá consumado el furor, y mi ira los consumirá” ( Is  10, 25). 

La expresión  de esta parte  del  versículo encaja  asimismo  en el discurso  final si lo  entendemos  como una despedida, pues en  este género  literario   la escena  se desarrolla  frecuentemente  en presencia  del padre  a punto de morir  que instruye  a sus hijos.

El tema   de la partida  tiene en  el v. 33 resonancias   de 7, 33-34 y 8, 21 

“Poco   tiempo  voy  a estar con vosotros” = 7, 33: “Entonces él dijo: «Todavía un poco de tiempo estaré con vosotros,  y me voy al que me ha enviado”   

Quizá para comprender   este versículo  33 y 34  sea útil  hacer referencia  a la existencia  de un libro: “Los   Testamentos   de los Doce  Patriarcas”, escrito  judío  con  interpolaciones  cristianas o posiblemente  un texto  cristiano  inspirado  en fuentes  judías. En este libro encontramos  las  expresiones de ternura   y también parte del mensaje, que   expresa  este versículo  33.    

 “Hijos   míos, guardaos del  odio...  pues el   odio no está  dispuesto a escuchar  las palabras   de los mandamientos   divinos  sobre el amor  al prójimo”.

“Que cada  uno de vosotros, hijos   míos, ame   a su hermano...amándoos   mutuamente”.

Del mismo  modo que Jesús  a punto  de partir  da un   mandamiento  a sus hijitos, escuchamos  en Rubén 4, 5: “Hijos   míos, observad  todo  lo que os he   mandado”.

Versículos  34-35: El mandamiento del amor.  

El mandamiento  queda   aquí   un tanto  fuera de lugar; pues  el discurso  prosigue  inmediatamente  con el tema  de la partida de Jesús. Aparece  de nuevo en  15, 12-17 y en 1 Jn 2, 7-8; 3, 11. 23. El tema  del  mandamiento   aparece  frecuentemente  en el discurso  final  ( seis o siete veces)  y en las cartas  joánicas ( 18 veces)  

Los discípulos   no pueden   seguir a Jesús  cuando  éste  abandone  la vida,  pero reciben  un mandamiento  que, si lo observan, mantendrá  vivo entre ellos   el espíritu   de Jesús   mientras sigan  viviendo  en este mundo 

34. Os doy   un mandamiento  nuevo: Amaos   los unos a los otros. Como yo  os he amado, así  también  amaos  los unos a los otros.

35.  Por el amor  que os  tengáis  los unos a los otros   reconocerán todos los que sois discípulos  míos.

 No  vamos a hacer una presentación exhaustiva  de  estos dos versículos, llenos de contenido  y de doctrina, sino algunas orientaciones, que nos sirvan como clave  de interpretación.

 Los cristianos predicamos un mandamiento Nuevo: “Os doy  un mandamiento Nuevo”.

 El  amor es algo más  que un mandamiento; es un don,  y al igual  que los  restantes   dones   de la  dispensación cristiana, procede   del Padre  por Jesús  y es otorgado  a los que  creen  en él. Se dice  en 15, 9: “Igual que mi Padre  me amó  os he amado  yo”

La  expresión “igual que yo os he  amado  subraya  el hecho  de que Jesús es la fuente  del amor  mutuo  entre los cristianos. (Sólo  secundariamente se refiere a que Jesús  es la norma  del amor  cristiano). 

 El amor  de Jesús  a los suyos  es no sólo   afectivo, sino también  efectivo, pues hace  realidad  la salvación. “Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados” (Ap  1, 5).  

  Hemos  de indicar  que el “amor  mutuo  de que habla  el Jesús joánico  es un  amor  entre  cristianos. En nuestros  tiempos  se ha  difundido  el ideal  del amor a todos los hombres, enunciado  en términos  de la paternidad  de Dios  y la hermandad  de todos los hombres. Juan, debido  la peculiaridad  de su comunidad, acentúa  cómo  Dios   es Padre    de quienes  creen  en su Hijo  y que han  sido   engendrados  como hijos de  Dios por el Espíritu  en el bautismo.

Juan no niega la paternidad universal de Dios, sino que  acentúa  cómo muchos no aceptan  y rechazan  esta paternidad. Las comunidades joánicas  pueden resultar para nosotros un tanto desconcertantes. No lo son, si tenemos presente lo que nos quieren  decir. Esas comunidades  presentan   sobretodo  lo característico del cristiano, lo peculiar, lo que los distingue de los demás. Quizá nosotros actualmente  hacemos hincapié  en lo que  nos une a todos lo hombres. Siempre será necesaria  una síntesis  en  este planteamiento.  

El “otro”  al que  ha de amar el cristiano  es descrito  en  1 Jn 3, 14: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida,   porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte.” 

“nuestros hermanos”, es decir, los que pertenecen a nuestra   misma comunidad. Para  Juan   el amor  de Jesús  es el elemento  constitutivo  de la comunidad 

¿En qué  sentido  puede decirse  que sea “nuevo”  el mandamiento  del amor?  

Los investigadores  cristianos   han tratado  frecuentemente  de explicar  esa novedad  por contraste  con la actitud   del AT  con respecto  al amor  del prójimo. Al   mandamiento  de amar a otro  israelita  como a sí mismo ( Lv 19, 18)  se añadió  en el AT  otro mandamiento  semejante  de amar  al extranjero  que vivía  en medio  de los israelitas: “Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo, Yahveh, vuestro Dios”  (Lv 19, 34); pero   no hay  en el AT  pruebas  de que  se insistiera  mucho  en estos   mandamientos. Sin embargo, en el período intertestamental  está  atestiguada  una especial  insistencia  en el amor  al prójimo.   

La novedad  de la doctrina   de Jesús  se ha  intentando  explicar  por el hecho  de que el amor  al prójimo cedería   en importancia  únicamente  ante el amor  a Dios  y por  definirse   el prójimo  en un sentido  muy amplio”.

El rasgo  que caracteriza  al amor  de Dios expresado  en la alianza  y que lo distingue  incluso  de las más  nobles formas  del amor humano  consiste  en que  es espontáneo  e inmotivado, dirigido a   unos hombres  que son  pecadores  e indignos  de ser amados. 

Israel  conoció  ya la  generosidad  del amor de Dios: “Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra”  ( Dt 7, 6ss), por lo  que en  cierto  modo  puede  decirse  que el concepto  cristiano  del amor no es nuevo: “Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo  es la Palabra que habéis escuchado. Y sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo  - lo cual es verdadero en él y en vosotros -  pues las tinieblas pasan    y la luz verdadera brilla ya.” (1 Jn 2, 7-8).

   La  generosidad   del amor   de Dios no  pudo conocerse  plenamente  hasta   que él  dio a su propio  Hijo,  y por ello  puede afirmarse  también  que el concepto  cristiano  del amor , que tiene su origen  en Jesús, es nuevo. 

Quizá con esto tengamos suficiente  a la hora de explicar y entender la novedad del amor cristiano.  

La señal  por la que  conocerán  que sois  discípulos  míos, será que  os améis  unos a otros”. 

 El amor de Jesús  es fundamental y constitutivo  del amor fraterno; éste debe ser  un amor de entrega, hecho de comunicación  y de sacrificio. No es un  amor  altruista  y simplemente  humanitario, sino la continuación de la obra de Jesús. El cristiano debe amar, porque Dios le ama, porque Cristo le ama; ésta es la razón primera  y definitiva. El hombre no sale perdiendo, cuando es amado en segundo lugar, sino todo lo contrario. No es el hombre, no es el estado, la razón del amor. Toda la aspiración noble del hombre parte de Dios y tiende a Dios. Cristo es fundamento y norma del amor. Nadie discutirá  que Cristo se buscó a sí mismo; incluso los ateos sienten un respeto hacia la figura de Jesús de Nazaret 

 Este amor  supone   un desafío  al mundo, igual  que Jesús   significa   un desafío  al mundo, y lleva a los hombres a decidirse  por la luz. De este   modo, mientras  en el mundo  esté presente  el amor  cristiano, el mundo  no dejará  de encontrarse ante Jesús. Podemos   entender  de este modo  que el mandamiento  del amor  de los  vv. 34-35 es una  respuesta   al problema   planteado  por la partida  física de Jesús  (v. 33)  

            Si el domingo II de Pascua era designado como el domingo de la Divina Misericordia; si el domingo IV era llamado el domingo del Buen Pastor. Bien podemos calificar al quinto domingo como el domingo de lo Nuevo: “Cielo nuevo, tierra nueva, nueva Jerusalén, “todo lo hago nuevo”; “un mandamiento nuevo”.