VI Domingo de Pascua, Ciclo C
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 

 

Dentro de dos domingos celebramos la Solemnidad de Pentecostés, final  de la Cincuentena Pascual. El evangelio de hoy ya nos habla de la figura  del Paráclito y el Libro de los Hechos acentúa el papel del Espíritu Santo en determinaciones importantes  y esenciales.                                   

            No tenemos ningún calificativo para designarlo, aunque no está equivocado  en llamarle el domingo de la despedida de Jesús. Nuestro corazón  no se aviene con el hecho de que el Señor debe dejarnos para volver de Otra forma. Estábamos acostumbrados  a verle por los caminos de Jerusalén, predicando la Buena Nueva, curando a los enfermos. Esto lo seguirá haciendo; pero de otro modo. La razón tampoco comprende esto; pero la fe le invita a seguir esperando.           

            El Concilio de Jerusalén nos enseña a dialogar, a contar con el Espíritu Santo. No podemos dejar sin desautorizar a algunos hermanos, que quieren  intranquilizar. Cuando suceda algo semejante, lo mejor que podemos hacer es hablar, intentar aclarar las cosas. En este Concilio se defendió algo muy importante: que la salvación no viene por la circuncisión, sino por la fe en Jesucristo. Las últimas recomendaciones no son lo más importante, aunque  no debemos  olvidarlas, cuando queremos que nuestro hermano se sienta amado y respetado.  

             El Apocalipsis nos invita a seguir mirando al cielo, soñando con otros mundos, donde reina la Gloria del Señor. El Evangelio nos exhorta  a seguir cumpliendo la Palabra del Señor, apegados ahora  al Espíritu  Santo, nuestro Paráclito.  

            Primera Lectura: Hch 15, 1-2.22-29: Carta  Apostólica.   

Todo el capítulo 15 trata de un hecho importante de la Iglesia Primitiva: La Asamblea de Jerusalén o Concilio; este acontecimiento en narrado por Lucas en el Libro de los Hechos y por san Pablo   en su carta a los Gálatas, 2, 1-10. Ambos relatos  se refieren al mismo suceso. Al relato de Pablo, por tratarse de un detalle  autobiográfico, hay que darle  un valor más auténtico, aunque Pablo no intenta   contarnos cómo sucedió, es decir, no pretende ser totalmente exhaustivo. Es conveniente tener presente esto, porque los finales difieren. San Pablo termina así: “Tan sólo  nos pidieron  que nos acordásemos  de sus pobres, cosa  que yo  he procurado  cumplir  con gran solicitud” (Gálatas 2, 10). El relato de Lucas termina con la Carta de la Asamblea. 

            Los dos  relatos  coinciden en muchas cosas: Viaje de Pablo y Bernabé a Jerusalén. Los responsables  de Jerusalén  rechazan  la necesidad de la circuncisión  y rehúsan  imponérsela a los paganos convertidos (15, 19s; Gál 2,6). San Lucas terminará el relato con la  carta Conciliar, que incluye  cuatro  exigencias. 

Vamos a estudiar el Concilio de Jerusalén (15, 1-35). Tal como Lucas  presenta  los hechos, el “concilio”  versó sobre dos problemas: la circuncisión  y la cuestión de los alimentos-honestidad sexual (como veremos). 

  Si leemos despacio el “ concilio” de  Jerusalén, da la impresión que lo que lo motivó fue esto: “ En aquellos   días, unos que  bajaban de Judea  se pusieron a enseñar  a los hermanos que,  si no se  circuncidaban  como manda la ley de Moisés, no podían  salvarse. Esto  provocó  un altercado  y una violenta  discusión con Pablo y Bernabé” (Hch 15, 1-2).

 Lucas presenta a Pedro  imponiendo  su parecer  en la cuestión  de la circuncisión, apelando  para ello a su propia  experiencia ( el episodio de Cornelio);  y a Santiago  como la figura  que influye  decisivamente en la cuestión de los alimentos  ( que será la acentuada en la carta del “ concilio”). Desde siempre me ha resultado extraño leer esta perícopa de los Hechos; una vez  que se tiene presente lo dicho, resulta clara y lógica e incluso te anima a alabar a Dios. 

Determinación tomada por la Iglesia de Jerusalén, encabezada por Santiago:” Hemos  decidido, el Espíritu  Santo  y nosotros, no  imponeros  más cargas  que las indispensables: que no  os contaminéis  con la idolatría, que no comáis sangre ni animales  estrangulados  y que os abstengáis de la fornicación. Haréis  bien en apartaros de todo esto.”  (Hch 15, 28-29). Cuando se lee esto, sentimos como cierta decepción, pues no se esperaba tal final.  

            Es importante  señalar  que seguramente  Lucas  ha fundido  en Hch 15 dos hechos distintos: el concilio  apostólico, que debía tratar del hecho de la circuncisión, no ya  como simple rito, sino como la inclusión de que lo que salva no es la fe en Jesucristo, sino la Ley. Gracias a Dios esto quedó claro, aunque no muy explicado. Lo que aparece a primera vista es algo secundario: las cuatro cosas que deben guardarse. Este decreto-carta, con  toda  verosimilitud, es un texto  posterior. Con esto aclarado, nos quedamos contentos.

 Las cosas, que Santiago prohíbe, parecen ser cuatro de las que  se prohibían  también en el Levítico  17-18  a los extranjeros  residentes  en Israel. Carnes  ofrecidas  a los ídolos; comer  sangre  o animales  estrangulados  (Lv  17,8-9; l0-12.15). Sobre este trasfondo, porneia o fornicación  se referiría a la unión  sexual dentro de ciertos  grados de parentesco, situación  frecuentemente  llamada por los rabinos zenût (fornicación). Hay que advertir  que las uniones  irregulares  no figuran  en este contexto  por su  calificación moral, sino  en cuanto  principio de mancha  legal. Esta observación es interesante  para comprender  qué entendemos  por fornicación. Si la contemplamos desde la moral, no se trataría de un consejo, sino de una obligación; si la examinamos desde la ley del Levítico, cabe aceptarla como consejo para no incurrir en mancha  legal.

            Destaca la alusión de Hch 15,28 “Hemos decidido, el Espíritu  Santo  y nosotros”. La presencia  del Espíritu es algo  característico de la Obra de Lucas. Sería  muy extraño  que en una decisión  tan  trascendente,  el Espíritu  no apareciese de ningún modo. De hecho, hasta este momento del pasaje no ha sido mencionado. 

            Resumiendo: de los  35 versículos, que contiene el capítulo  15 del Libro de los Hechos; solamente  la Liturgia de este domingo VI  de Pascua del ciclo C  hace uso de los siguientes: 1- 2, que exponen  el motivo  por el cual Pablo y Bernabé  van a Jerusalén; y los  22-29, que presentan   la  declaración  final  de la asamblea.  Ya hemos indicado cómo esta declaración final  no expresa  ni responde  al problema  planteado por algunos  de la comunidad de Jerusalén  al exigir  ciertas  obligaciones  a los  cristianos, que proceden de la gentilidad  y que residen en la comunidad Antioquía de Siria.  

            Expresivo  el estribillo del salmo responsorial: “Oh Dios, que te  alaben  los pueblos, que todos  los pueblos   te alaben”.

            El salmo 66 indica  y presenta  las muestras de amor de Dios hacia los hombres: una  buena cosecha, el orden establecido, la armonía existente en la creación. La mejor bendición de Dios a los hombres es su propio Hijo, que es de los judíos y de los  gentiles; solamente se exige una condición: la fe.  

            Segunda Lectura: Ap  21, 10-14. 22-23: La  Jerusalén  del cielo. 

Como  la Solemnidad  de la Ascensión ha pasado al domingo siguiente,   queda suprimido el domingo VII de Pascua  y esto  tiene cierta repercusión en el texto del Apocalipsis  y en el Evangelio de San Juan, pues no leemos  las perícopas, elegidas  para dicho  domingo VII. Quizá  podríamos  proclamar  en este domingo VI los textos del domingo VII, especialmente  el del Apocalipsis  y  el del  Evangelio de San Juan; pero hemos preferido, siguiendo  la orientación de la Liturgia de la Palabra, proclamar  las lecturas del domingo VI.  

Presentamos la perícopa elegida  y después  expondremos el contenido de los versículos.

La atención   del autor   se centra  ahora  en la Nueva    Jerusalén, que es presentada  alternativamente  como ciudad  y como esposa. Toda la descripción  de la ciudad   es manifiestamente   simbólica. Es significativa la ausencia  de templo  y de  luminarias  astrales: en la ciudad   nueva  ya  no hacen  falta  intermediarios. Dios mismo  y Cristo  resucitado   son personalmente  templo   y luz  en la nueva  sociedad.            

10 “El ángel me transportó  en éxtasis  a un monte  altísimo y me enseño  la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba  del cielo, enviada  por Dios trayendo la gloria de Dios.”.

El monte en la Biblia es símbolo de las teofanías, de la comunicación de Dios. Traemos textos del AT, que confirman  lo presentado en algunos versículos.  

En visiones divinas, me llevó a la tierra de Israel, y me posó sobre un monte muy alto, en cuya cima parecía que  estaba edificada una ciudad, al mediodía”  (Ez 40, 2)                        

11. resplandeciente de gloria. Su esplendor  era como  el de una  piedra preciosa deslumbrante, como una piedra de jaspe  cristalino. 

La gloria de Dios: la presencia   de Dios, que colma  a la Iglesia, la transfigura. 

“Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz,  ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo” (2 Cor  4, 6). Texto  bello, que explica  y nos da a entender la “gloria “de esta ciudad.  

“Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu  (2 Cor 3, 18)  

Jerusalén, quítate tu ropa de duelo y aflicción, y vístete para siempre el esplendor de la gloria que viene de Dios. Envuélvete  en el manto de la justicia que procede de Dios,  pon en tu cabeza la diadema de gloria del Eterno.

Porque Dios mostrará tu esplendor a todo lo que hay bajo el cielo. Pues tu nombre se llamará de parte de Dios para siempre: «Paz de la Justicia» y «Gloria de la Piedad»”  (Bar  5,  1-4).  

            Estos textos bellísimos  valen más que una explicación, por esto mismo me he limitado a  transcribirlos 

            La Iglesia  como esposa, indica su consagración a Dios. La Iglesia  como ciudad  alude  a la convivencia  social, califica   a quienes   se relacionan  en transparencia. Esta ciudad  aparece   como una perla, en la que  habita  toda la gloria  de Dios 

La original  construcción de esta ciudad,  tan extraña   para nosotros, contiene  un rico   simbolismo. No podeos explicar  toda la riqueza simbólica, sino que damos algunas orientaciones.  

            12. Tenía   una muralla  grande y elevada y doce  puertas con doce   ángeles custodiando  las puertas, en las que estaban  escritos  los nombres  de las doce  tribus  de Israel. 

Tenía  una muralla grande  y alta”. Una muralla, que rodea la ciudad; ésta queda defendida. Su altura  es sinónimo   y símbolo de paz  y de refugio. “Y doce puertas custodiadas   por doce ángeles”  En el caso de una ciudad las puertas son verdaderos portones, éstos están  guardados   por ángeles, que manifiestan  la santidad  del lugar 

14. La muralla  de la ciudad  tenía  doce  pilares en los que  estaban  grabados  los doce  nombres  de los doce  apóstoles del Cordero.  

La muralla  posee doce  cimientos, con los doce  nombres   del Cordero;  y las doce  puertas   llevan  los nombres  de las doce tribus  de Israel. Esta  ciudad está compuesta  por la suma  simbólica  del Antiguo   y del Nuevo  Testamento.  Tiene   un fundamento  apostólico (Heb  11, 10;  1 Cor  3, 11; Ef.  2, 19-22).  

“Pues esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”  (Heb 11,10); “Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo”  (1 Cor  3, 11).            

Los doce   apóstoles  del Cordero: Esta  observancia  remite  al tiempo  de los apóstoles. La  mención  de las doce  tribus y los doce  apóstoles sugiere que la ciudad  es símbolo  del pueblo.   

22. No vi  templo  alguno  en la ciudad, pues el Señor  Dios  todopoderoso  y el Cordero  son  su templo. 

La  ciudad  entera  aparece  como un templo íntimo, dedicado a  Dios. No hace falta  levantar   en ella  ningún templo. Algo   ha cambiado de raíz ¡Cómo   la santa  ciudad  de Jerusalén  iba  a  estar   sin templo! Se da la razón: El Señor Dios  todopoderoso  y el Cordero  son su templo.

El templo  era el punto  focal de la Jerusalén  histórica, porque  allí habitaba  Dios entre su pueblo; la Presencia de Dios en el mundo  nuevo no está  circunscrita  por los muros de un templo.

Dios   no aparece   ya como  objeto de culto, sino  como un lugar  de culto. No se trata  de una ciudad, que tiene  un templo, sino de un templo que se ha convertido  en la ciudad, y ésta   es ya  la presencia   viva de Dios y del Cordero. Ellos   hacen posible  la ciudad, fundamentan  la convivencia  y armonía  de los hombres. Y es el Cordero, Cristo  muerto y resucitado, el lugar   vivo  de encuentro  y de cruce  obligado entre  Dios y los hombres. 

Lo más probable  es que el  Ap se escribiera  tras  la destrucción  del templo de  Jerusalén. 

23. Tampoco  necesita  sol  ni  luna  que la alumbren; la ilumina   la gloria  de Dios  y su antorcha  es el Cordero. 

En el  templo de  Jerusalén   había un candelabro  de los siete brazos, la menorah del Templo. Toda la  ciudad  está bañada   en luz. Aquí la luz  indica la presencia  divina: “Casa de Jacob, andando, y vayamos,  caminemos a la luz de Yahveh. (Is 2,5).

No hay  necesidad de luz astral ni de luz  de templo (lámpara); pues  Dios y el Cordero  constituyen  la sola  fuente de la luz. “Porque  en ti  está la fuente  de la vida, y por  tu luz  vemos la luz” (Salm. 36,10).

            “¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz,  y la gloria de Yahveh sobre ti ha amanecido! Pues mira cómo la oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos, más sobre ti amanece Yahveh  y su gloria sobre ti aparece.

Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada” (Is  60, 1-3)

“No será para ti ya nunca más el sol luz del día,  ni el resplandor de la luna te alumbrará de noche, sino que tendrás a Yahveh por luz eterna,  y a tu Dios por tu hermosura.

  No se pondrá jamás tu sol,  ni tu luna menguará,  pues Yahveh será para ti luz eterna,          y se habrán acabado los días de tu luto” (60, 19-20)  

            Jerusalén, así  iluminada, se convierte  en meta  de todas las naciones. Ciudad de puertas francas, Iglesia siempre  abierta; hacia   ella   camina  lo mejor  del mundo,  la riqueza  de los pueblos 

            Evangelio: Jn  14, 23-29:  

El evangelio forma parte  del Discurso  sobre la partida  y el retorno en el Espíritu (l3, 31-14,31).

El tema central   es la partida  de Jesús a través  de su glorificación  en la cruz. Las enseñanzas  tratan  de hacer  comprender a los discípulos   el significado  de este acontecimiento central  de la fe cristiana.  

La partida de Jesús  significa  su ocultamiento, tanto para los discípulos  como para el mundo. El mundo  no volverá a verle, porque  Jesús está  hablando  ahora de una visión  de fe. Y esta visión  únicamente  es perceptible  por los creyentes. Esto, a su vez, significa  la unión  o comunicación  de los  creyentes  con el Hijo  y con el Padre. 

Los  versículos  23-24  hablan  de  La  vuelta de Jesús.  Ahora  se trata  de la vuelta  de Jesús, no de  una vuelta  lejana, sino próxima, pues volverá  a estar  con sus discípulos   cuando resucite de entre los muertos. Entonces  la presencia  del Padre  y de Jesús  será plena  en los que le aman.  

La Liturgia de la Palabra no hace uso del versículo  22; pero creo que es conveniente  recordarlo para poder  entender mejor  la respuesta  de Jesús  

22. Judas, no el  Iscariote sino el otro, le preguntó: Señor, ¿Cuál   es la razón  de manifestarse  sólo  a nosotros, y no al mundo?

23. Jesús   le contestó: El que me ama, se mantendrá  fiel  a mis  palabras. Mi Padre  lo amará, y mi Padre y yo  vendremos  a él  y viviremos en él.

24. Por el contrario, el que  no guarda  mis palabras, es que  no me ama. Y las  palabras  que escucháis  no son mías, sino del Padre, que me envió 

A la pregunta    de Judas, responde   Jesús  insistiendo   en lo ya dicho.  El mundo  no ama  a Jesús  ni  guarda  sus mandamientos; por eso  no puede  captar  la manifestación  que será la muerte  y resurrección. Hace  falta  amar  para entender  y no hay amor  sin cumplimiento  de los  mandatos.

  Jesús se marcha; pero no se da una ruptura, sino que la relación de amistad continúa. Somos moradas del Padre y del Hijo; aquí está la dignidad del cristiano.             

Los  versículos   25-26:  el   segundo anuncio  del Paráclito, que  presenta  al Espíritu    como el “maestro” que recordará   y descubrirá    en toda  su profundidad  la enseñanza  de Jesús  y la verdad, que  es el mismo  Jesús.  

El Espíritu  se llama  aquí Santo, enviado  del Padre, en atención  a Jesús. Su función  de “enseñar  responde  a su condición de Espíritu  de la verdad. Es el agente   de la tradición  recordando  lo pasado, toda la enseñanza   de Jesús  y hará  progresar  en su  comprensión. 

25. Os he dicho   todo   esto   mientras  estoy con  vosotros;

26. Pero el  Paráclito, el Espíritu  Santo, a quien   el Padre   enviará  en mi nombre, hará que   recordéis  lo que  yo os   he enseñado y os lo   explicará   todo 

Solo en el evangelio de San Juan se le llama al Espíritu Santo, Paráclito: ayudante, asistente, sustentador, protector, abogado, procurador, animador  e iluminador en el proceso interior de la fe: “El Paráclito, el Espíritu Santo... será  quién es lo  enseñe todo  y os vaya  recordando  todo lo que os he dicho”. El Paráclito es presentado como Maestro. La época de Cristo ya ha pasado, está sentado a la Derecha del Padre. Estamos en los tiempos de la Iglesia, la cual está enriquecida con una multitud de carismas, provenientes del Espíritu Santo. La función del Espíritu Santo es múltiple: interpretar el pasado, lo que Jesús hizo. El depósito de la fe va aumentando, no con nuevos dogmas o revelaciones, sino con una diversidad  de aspectos, que gracias al Espíritu Santo, nosotros podemos percibir 

Los  versículos    27-29  son  parte del fin  del gran  discurso.  

La otra instrucción,  es acerca del don de la paz. Uno de los regalos de Pascua  es el don de la Paz. La paz  regalada por Jesús  es su gracia aceptada en la fe. 

El Hijo debe dejarnos, aunque  como hemos dicho, los hombres de fe nunca se sentirán huérfanos, pues vendrá a ellos de otra forma.  Jesús está en su Iglesia  mediante su Palabra, mediante su Espíritu, en la Eucaristía. Nos cuesta pensar que el Señor nos puede dejar; pero nos conviene. Su presencia histórica-terrena no se puede prolongar mucho.

27. Os  dejo  la paz, os doy  mi propia paz. Una vez que el mundo  no os puede  dar. No  os   inquietéis  ni tengáis  miedo  

Mi paz  os dejo: “Paz” (Shalom)  era    y  es  la fórmula  habitual  de saludo  y despedida  entre los judíos. El término  tiene  un significado  mucho   más profundo, sin embargo, como  expresión  de la armonía  y comunión  con Dios que eran  el sello  de la

Alianza: “Yahveh te muestre su rostro y te conceda la paz” (Num  6m 26). De ahí  que llegara  a adquirir  un significado  mesiánico  y escatológico: “Grande es su señorío y la paz no tendrá fin”  (Is  9, 6), prácticamente   idéntico  a “salvación”. Es  esa   tranquilidad  de  espíritu  que da Cristo  y que no  se parece  a nada  de lo  que el mundo  pueda dar. Como   el don  que otorga  Cristo es  él mismo: “Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad” (Ef 2, 14), puede   llamarle   “nuestra paz”.           

            28. Ya   habéis   oído  lo que dije: Me   voy, pero volveré a vosotros. Si de  verdad me amáis, deberíais  alegraros  de que  me vaya   al Padre, porque el Padre  es mayor que yo. 

Nos cuesta pensar que el Señor nos puede dejar; pero nos conviene. Su presencia histórica-terrena no se puede prolongar mucho. Su marcha  se debe  al amor  que les tiene.

Porque   el Padre   es mayor que  yo”  Esta  afirmación  es soteriológica. Aunque Cristo  es uno  con el Padre ( 10,30), en cuanto  Hijo  ha sido  enviado  por el Padre  para hacer  su voluntad y en  esta relación  el Padre  es mayor. El retorno  de Cristo al Padre con su misión   cumplida es la condición  de todo  cuanto  ha prometido a los discípulos.  

29. Os lo  he dicho  antes  de que suceda, para que cuando  suceda   creáis.  

El mismo tema   aparece en  13, 19  y  en 16, 4. Es un eco  del AT: “Por eso   te lo anuncio  de antemano, antes  de que suceda...”  ( Is  48, 5).

La pasión, muerte, resurrección y ascensión, entendidas  como un todo, llevarán a los discípulos  a un acto  de fe completa en Jesús. 

Concluyendo: El domingo  VII  celebramos al Ascensión del Señor; los textos bíblicos  harán referencia a esta Solemnidad.  

Nos  quedamos  contentos, aguardando  llenos de esperanza esta Solemnidad. El Evangelio, parte del discurso de despedida, nos ha preparado  para entender  lo que va a suceder.

Solo desde la fe podemos darnos cuenta  de lo que significa  la ida de Jesús de entres nosotros y su  inmediata  “vuelta”, permaneciendo  con nosotros para siempre; pero de otro modo.