Solemnidad. El Sagrado Corazón de Jesús
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 

 

 No pretendemos dar una conferencia  acerca del significado  del Corazón de Jesús, sino explicar  su celebración solemne.

            Esta Solemnidad  está en relación con la Festividad  de Jesucristo,  Sumo y Eterno Sacerdote y también con la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo.              

La devoción  al Corazón   de Jesús  especialmente  en el siglo XVI  viene proclamada   por los Jesuitas  y floreció  especialmente   en los círculos  de los Oratorios  franceses del siglo XVII. Toda   aspiración  a la perfección   viene orientada  a imitación  de la vida interior  de Jesús, es decir de su Corazón, expresión  cálida de Cristo.

En  la segunda mitad  del siglo XVII  en los círculos  franceses  se comenzó el reclamo  por una fiesta  particular. Para la comunidad de San Juan Eudes  en el año  1672 el obispo de  Rennes le concedió permiso  para la celebración  de una Misa en honor del Corazón de Jesús.

 Influyó  mucho  en la difusión de la Fiesta una visión de la mística  Margarita María de Alacoque ( muerta en el año 1690), en la cual Jesús, mostrando  su Corazón  y reclamando la atención sobre su amor por muchos despreciado, pide  una fiesta especial para el  viernes  después de la octava del Corpus Dómini . (1675).  

            León XIII  en el año  1899  ordenó  la consagración del mundo  al Sacratísimo Corazón de Jesús mediante la bula “Annum sacrum”. Se está terminando el siglo 19  y se comienza  el siglo 20. Este hecho tiene su importancia, de aquí dicha Consagración.

En 1856, Pío IX  bajo  la solicitud  de Gueranger ( Abad de la  abadía  benedictina de Solesmes)  concedió  la extensión  de la fiesta  a toda la Iglesia.  Queda  la fiesta; pero no está claro qué se celebra.  

La Celebración: Esta Solemnidad  está establecida para el día de viernes después del Corpus. Se quiere relacionar  esta Solemnidad con el Viernes Santo.

 A un formulario  de Misa  y de Oficio  ya existente;  en el año  1778  Clemente  XIII añade uno nuevo, en el cual está en el centro el Corazón físico de Jesús. Estamos seguros  que el Papa  no quiere reducir la fiesta al Corazón físico, aunque así lo parezca.

 

En el año 1929, bajo Pío  XI,   se compone otro formulario de misa y de Oficio, que sustituyen a los anteriores. En ellos predomina el pensamiento de  la reparación. Quizá esta palabra  puede ser considerada de una forma unilateral  y también en su sentido menos positivo, de aquí cierto rechazo, que sentimos  hacia ella y hacia lo que la favorezca.

 El Misal Romano  del año 1970 recibe en parte los textos del año 1929, pero presenta  una  más rica  oferta  de textos  para la liturgia de la Palabra. De las oraciones del celebrante  son nuevas la oración colecta, el Prefacio y la oración conclusiva; la oración de ofrendas es del antiguo Misal; pero retocado.

 

Celebración actual de esta Solemnidad:             

La fiesta  del Corazón  de Jesús  es una típica fiesta de devoción. Esta afirmación es correcta y verdadera; lo que se necesita es que la devoción  no pierda  su calidad.

La devoción  del Corazón   de Jesús y  también  la fiesta  manifiestan  desde el principio  una tendencia aislante. Todos queremos contemplar  el Todo  y nos resistimos  a contemplar las partes, aunque éstas impliquen una riqueza, un mejor entendimiento del todo.

 Esta espiritualidad   está relacionada  con el memorial  de la pasión y de la muerte  del Señor. Viene  destacada   una parte del todo, y no  solo  eventualmente  la pasión, sino una parte del cuerpo de aquél  que sufre: el corazón traspasado por la lanza.

La fiesta es una  fiesta de Idea, en la cual  no está en el centro  la memoria de un acontecimiento salvífico, sino  la idea  de un amor redentor y de la reparación.  Debemos  aceptar  esta  delimitación ; pero también debemos  afirmar  que siempre será noble  y útil  acentuar el amor del Señor hacia los hombres. El misterio se expone, no solamente para conocerlo, sino para vivirlo.

 Ya  en la elección  del día  de la semana viernes   se ve claramente  que se busca la relación  con el Viernes Santo, pero se le quiere celebrar  fuera  del Triduo Sacro. No necesariamente  la celebración de la Solemnidad  del Corazón de Jesús  nos lleva a olvidar  la unidad del Triduo Sacro; pero  no está  acentuada  esta dimensión.   

 

 Es cierto que esta Solemnidad trae  su origen   de la piedad particular  de un determinado grupo.

 Desde el siglo  XVII  la devoción  al Corazón  de Jesús  y también la fiesta  han puesto en el centro  una idea:  se trata del amor  del Redentor, que viene expresado concretamente en el corazón; a esto se añade, especialmente desde el siglo  XIX  la idea de la reparación  por todos los ultrajes  cometidos contra el amor  del redentor. En esta   fiesta, en el centro no está  la memoria de un acontecimiento salvífico, sino la idea del amor   redentor   y de la reparación; de aquí cierta duda de los liturgistas ante esta Solemnidad. El pueblo sencillo no percibe esta dificultad, sino que celebra con devoción la Fiesta, sin pensar  que quizá no  sepa lo que celebra.

 

La eucología  del Misal de Pablo VI  del año 1970  ha olvidado  esta dimensión, proyectando  otra dimensión como vamos a ver en seguida.

Como la Solemnidad  de la Sagrado Corazón  ha sido establecida por la Iglesia, es  precisamente aquí donde  radica  su teología y su razón de ser. Diremos  que no es fácil  señalar con exactitud  el objeto de la celebración.

 En  la historia  de esta fiesta, los formularios    de la misa  han sido  distintos. La razón  quizás  radique  en la dificultad   de precisar  con claridad  el objeto  de la misma celebración.

 La Eucología menor reproduce, en parte, los textos  del Misal anterior: existe una oración colecta alternativa y el texto  de la oración después de la comunión ha sufrido retoques  importantes.

En la segunda oración colecta, que es del  Misal anterior  y en la oración  sobre las ofrendas  se habla  de  reparación  y expiación  de los pecados, concepto  que proviene   del ambiente  devocional   del cual surgió la solemnidad.  

            El texto eucológico  más válido  es  el nuevo prefacio, que se distingue   por una  particular   inspiración  escriturística y patrística;   en él   viene proclamado  el misterio  de la salvación  visto en la dimensión  cristológica, eclesial   y sacramental.  

            Vamos a analizar la oración Colecta, la primera, que es del Misal de PabloVI; la Oración después de la Comunión, que prácticamente es nueva y por último el Prefacio, que es también nuevo.  

            Oración colecta: “... recordamos  los beneficios   de tu amor  para con  nosotros

             La historia salutis  exige  tener presente las maravillas de Dios; no olvidarlas, incluso hacer memorial de ellas. Nadie puede dudar  de la densidad teológica  de esta oración. El contenido de esta exposición está en relación con la celebración del Año Litúrgico.

  Concédenos  recibir  de esta fuente  divina  una  inagotable abundancia de  gracia. No es una petición sentimental, devocional en el sentido menos positivo de la palabra, sino que expresamos un deseo digno. La imagen de la fuente  es bella  y llena  de simbolismo. Cuando se habla de   Jesucristo, le llamamos: Palabra, Luz, Agua viva, Pan vivo, verdadera Vid, ¿por qué no fuente divina?

Oración después de la Comunión:

 Encienda en nosotros el  fuego del amor”.  Cuando el hombre se siente  amado por Dios, se enciende en su corazón  como una hoguera, un fuego, que purifica  y abrasa, pues  es un fuego de amor. Noble deseo, sublime  petición al terminar la Eucaristía de esta Solemnidad.

 San Juan de la Cruz  llamará a  una de sus  Obras: “Llama  de amor viva”. Este amor  que prende en nosotros es de la máxima calidad, y digno de toda credibilidad  y confianza:

 “que nos mueva  más a unirnos   a Cristo  y reconocerle  presente  en los hermanos. Rápidamente nos viene a la mente  y al corazón la clase  de amor, que quería San Juan, tanto en su Evangelio como en sus Cartas.

            El amor de  verdad  tiene una doble dimensión  constitutiva, inseparable: amar a Dios y verle en los hermanos, siendo éstos sacramento del amor divino.  

El Prefacio: “... Por Cristo, Señor nuestro. El cual, con  amor  admirable  se entregó  por nosotros...”  

Afirmación densa y cuajada de teología. Cristo sabe amar  y lo hace hasta el extremo. Nadie puede dudar  que esta expresión dista mucho del sentimentalismo. Esta expresión   vertebra toda locución acerca del amor de Cristo a los hombres.  

y elevado  sobre  la cruz  hizo  que de la herida  de su costado  brotaran, con el agua  y la sangre, los sacramentos  de la Iglesia”.

 Aquí están hablando los Padres de la Iglesia, que han sabido  hacer teología  de los hechos bíblicos. No se trata de una frase dulzona, sino  fuerte y  llena de vigor. Cristo crucificado  es la máxima garantía de que realmente nos ama. El Costado  de Cristo, símbolo de la acogida, de la intimidad, de la fidelidad, se ha convertido en fuente sacramental. La sangre del costado  no solo  produce en nosotros  sentimientos de dolor, de compasión, sino de gratitud, es una invitación a valorar  bien los gestos de Jesús en pro de los hombres. Las palabras  iluminan, aclaran la razón; pero los gestos sinceros y nítidos  encienden  el corazón.

“Para que así, acercándose  al corazón  abierto  del Salvador, todos  puedan   beber con gozo  de la fuente  de la salvación”.

 Cristo nos invita  a acercarnos a El, no solamente a sus enseñanzas. El lenguaje  simbólico  es el más adecuado  para  entender y comprender lo que Dios nos quiere decir. El corazón simboliza  y expresa la totalidad del ser; el  Corazón de Jesús  remite  al Jesús entero y total. El se nos presenta  sin engaños, con la máxima transparencia, haciéndose  presente y cercano. Un corazón abierto para el otro  es la máxima garantía.            

Primera Lectura: Ezequiel, 34, 11-16: Juicio  contra los pastores  de Israel 

34, 1-31: Es éste   uno de los grandes discursos   de la segunda actividad  pastoral de   Ezequiel, desarrollo  quizá de  Jeremías  23, 1-8 y en cierta manera   modelo  del discurso  que Jesús  pronunciara  en Jn 10.

Presentamos  esta primera parte para poder comprender  los versículos que la Liturgia nos propone.  

La primera parte    ( Ez   34, 1- 15)  es un   ataque  directo  contra las autoridades  políticas  de Judá, a las que  el profeta  considera  responsables  del  destierro de Babilonia. Las  acusaciones  recaen  sobre  esta realidad: los   pastores  se han aprovechado  del rebaño; éste ha quedado  abandonado, se ha dispersado  ha sido  presa  de los animales salvajes. Ellos se han  convertido  en devoradores  del rebaño. No lo han apacentado. En lugar    de alimentarlos, los gobernantes y líderes religiosos  se han  alimentado  a sí mismos y han   hecho  de las ovejas  su propio bocado. En vez  de gobernar   con justicia, han  oprimido  al rebaño  con brutalidad  de trato.

Pero   la responsabilidad   de esta dispersión  no es sólo  de los dirigentes  políticos, sino también  de todos aquellos  miembros  del pueblo  ricos  y fuertes  que han explotado  a los pobres  y débiles. Esta idea  se desarrolla  en la segunda parte   del capítulo (Ez   34, 16-24)  

Ez   34, 25-31  es la conclusión   de este  oráculo  sobre  los pastores  y el rebaño. Aquí  se  habla  de una promesa  de paz y prosperidad  cuya  descripción en términos   paradisíacos  hace referencia  al reino mesiánico.

            La esperanza  no ha quedado  destruida: el pueblo  todavía  tiene   por delante  una posibilidad  de vida. Libre  de los malos  dirigentes políticos y religiosos, encontrará  la paz  y la prosperidad  bajo  la dirección  del buen pastor , el Señor   mismo, en el país  adonde   Dios  lo hará regresar.             

 11.  Porque esto dice   el Señor. Yo mismo  buscaré  a mis ovejas  y las apacentaré.

            Es necesaria   la iniciativa  del Señor, su presencia en la escena   “en persona” para que comience   la nueva liberación. Aun  en el destierro siguen   siendo “mis”  ovejas; el Señor  viene    a recobrar  lo que es suyo.

            Recordemos  que el título   de pastor  es de los que se atribuyen  más  corrientemente  a los reyes  y a los  dioses   del Antiguo Oriente, sobre todo  porque gran parte  de la población  de estos territorios  vivía  de la agricultura   y ganadería.

            Pero   los  reyes   son llamados   “ pastores” de su pueblo  en cuanto   representan  a la divinidad, ya que el verdadero  pastor  supremo  es el Dios  de ese pueblo; él  es el pastor  supremo  que encomienda  a sus   lugartenientes, los pastores  subordinados, el que  reúnan   a su rebaño  y se ocupen  de él.

En Israel  el título  se aplica  con frecuencia  a Dios, especialmente en los salmos. Pero  ningún   rey de Israel  es llamado  directa  y personalmente  “pastor”. Solamente   se atribuye  a los hombres  en este  texto  de Ez 34,  1-31; en Jr   23, 1-8; Zac 10, 3; 11,  4s; 13, 7 y en  Miq 5, 3, que  lo aplica  al rey futuro. 

12.  Como un pastor  cuida   de sus ovejas cuando están dispersas, así  cuidaré  yo a   mis ovejas y las reuniré  de todos  los lugares   por donde  se habían  dispersado en día  de oscuros   nubarrones.

              13. Las sacaré   de en medio  de los pueblos, las reuniré  de entre  las naciones  y las llevaré a su tierra; las apacentaré  en los montes    de Israel, en  los valles y en todos  los poblados   del país. 

Dios ha  hecho  salir   a su pueblo  de los diversos  países    donde  estaba  disperso. Es la promesa  de la vuelta  del destierro: el pueblo de Israel, dejando   los parajes    tenebrosos, como un rebaño, encontrará  buenos  y nuevos pastos.

Para    llevarlo   de nuevo   a su tierra. Esta nueva  migración  del pueblo se realizará  bajo   la dirección  del Señor  en persona  como pastor  del rebaño  de Israel. Ocupará   el lugar   de los antiguos  pastores, es decir  los reyes, que tan  lamentablemente  habían   ejercido  sus funciones 

14. Las apacentaré  en pastos escogidos   y pastarán  en los montes  de Israel; allí  descasarán   en cómodo aprisco y pacerán  en pingües  pastos por los montes de   Israel.

15. Yo mismo   apacentaré  a mis ovejas y las llevaré a la majada, oráculo   del Señor.

16. Buscaré la oveja perdida  y traeré  a la descarriada; vendaré  a la herida,  robusteceré a la flaca, cuidaré  a la gorda  y robusta; las apacentaré como se debe.  

Una  tradición  bíblica  contempla  a Dios como  el pastor de Israel: “Como pastor pastorea su rebaño: recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas”  (Is  40,11). Este versículo  de Isaías, lleno de ternura y delicadeza, es el mejor  comentario a los   versículos  14-16 del capítulo  34  de Ezequiel.

Oíd la palabra de Yahveh, naciones,  y anunciad por las islas a lo lejos, y decid: El que dispersó a Israel le reunirá   y le guardará cual un pastor su hato” (Jr 31, 10). Grata noticia,  que  no solo  no se debe olvidar, sino que deben  oírla y escuchar  todas las naciones.

Esta lectura de Ezequiel  nos ayuda e ilumina a la hora  celebrar la Solemnidad del Corazón de Jesús.

Muy adecuado  el estribillo del salmo  responsorial: El Señor es mi pastor, nada  me falta.  

Segunda  Lectura: Rom 5,  5b-11: Los  frutos de la salvación  

El  cristiano  justificado, reconciliado  con Dios, será  salvo, participando  con la esperanza   en la vida    resucitada  de  Cristo. Una  vez justificado, el cristiano  está  reconciliado  con Dios  y experimenta  una paz que las   penosas  dificultades  no pueden  perturbar, una esperanza  que no conoce  la decepción, y la confianza  de llegar a la salvación.  

5. Hermanos: Y la “esperanza  no quedará  confundida”, porque  el  amor  de Dios  ha sido  derramado  en nuestros   corazones con el  Espíritu   Santo  que se nos  ha dado.

En el v.  5 Pablo  comienza  su interpretación  profunda: la esperanza    es, inquebrantable, no  “avergüenza” al que  espera. “La esperanza  no es ninguna  ilusión   vacía”. El cristiano   espera   precisamente  en la gracia  de Dios. La gracia de Dios   no es  otra cosa  que la fuerza  del  amor  de Dios.

El amor   de Dios  ha realizado  su acción  de salvación  en la muerte   de Cristo. Esta realidad   de su amor  nos ha sido dada a nuestros  corazones  en el Espíritu de Dios  como “arras” o  “primicias”  de su  consumación  cumplida   ya en Cristo  exaltado.

Pablo  piensa  aquí   en el bautismo, en el que la justificación  del impío se ha realizado  en el individuo. La idea   de que  el cristiano ha recibido  en el bautismo   el Pneuma   es experiencia   cristiana  común.

Es interesante   la afirmación  de que  el contenido  del don  del Espíritu  es el amor  de Dios.  

El amor de Dios: No   “nuestro amor  a Dios”, sino  el “amor  de Dios  a nosotros”.

En   el AT, “derramar” un atributo  divino  es una expresión  corriente ( “misericordia”, Eclo  18,  11; “sabiduría”,  Eclo 1, 9; “favor, gracia”, Sal   45, 3; “ira”, Os   5, 10); “efusión  del Espíritu”,  Joel  3, 1-2)

Mediante   su santo  Espíritu: El don  del Espíritu   es la prueba  (o   quizá  el medio)  de la efusión  del amor divino: “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (Gál  4, 6). Significa    por antonomasia  la presencia  de Dios  en el hombre justificado.              

6. En   efecto, cuando nosotros   estábamos   todavía  sin fuerza, Cristo, en el  tiempo  fijado, murió  por los  impíos

Así describe  Pablo   la situación   del hombre no justificado: incapaz de hacer nada  para lograr  su rectitud  ante Dios.  

Nuestra situación  estaba   marcada  completamente  por la “debilidad”; concretamente, por la impotencia  de la impiedad. Sólo   el que ha  experimentado   en la   justificación  del impío  el poder  creador  de Dios  como potencia   superior   al poder  del pecado y de la muerte, sabe   de la  impotencia  del pecador  frente  al poder  del pecado, del que fue esclavo.  Lo   tremendamente   desesperado   de esta situación  contrasta con la acción  de Cristo; él, el Justo, muere por  impíos y utiliza   así el poder  de Dios, el pode de su amor como  gracia, a favor   de los impotentes.   

 Cristo murió: Pablo afirma   el acontecimiento  histórico  en el contexto  teológico  del sufrimiento    vicario. Todo   viene a  subrayar  el carácter  espontáneo  gratuito  de aquella muerte.   

7. Difícilmente se encuentra   uno que quiera   morir  por un justo; puede  ser que se esté  dispuesto   a morir por un hombre   bueno.

La muerte  de un justo  a favor   de los impíos no sólo  es impensable  para un judío, sino que  es también  teológicamente  imposible. Esto  significaría  querer  violar  la diferencia   entre justicia  e injusticia y, con ello, corromper  la justicia   en el efecto. Este  fue  el motivo   decisivo  de la oposición  de los fariseos   y de los escribas  contra la predicación  del  reino de Dios  hecha  por Jesús.

Sin embargo, Pablo  se corrige  en  v. 7b: “tal vez” pueda   suceder  que alguien   esté dispuesto  a morir” por “lo bueno”. Pablo  tiene   en cuenta  ejemplos   de autoinmolación heroica. Pero, de nuevo, la muerte  de Cristo nada tiene  en común  con esto, porque él  no es un  ejemplo  de intervención  modélica a favor  de lo bueno  o de  amigos “buenos”, sino que su  muerte  es una acción  para  rescatar a los impíos, es intervención   a favor   de “enemigos 

 8. Pero   la prueba  del amor  que Dios nos tiene  nos la ha dado  en esto: Cristo murió  por nosotros cuando todavía   éramos  pecadores 

El v. 8  repite   lo del v. 6, pero  de una manera algo diferente: ahora   la muerte  de Cristo, diferenciada  de cualquier otra muerte posible  de hombres   a favor   de hombres, emerge  como acción   del amor  de Dios, del que   se hablaba   en el v. 5. El amor   de Dios  va dirigido  a nosotros  como pecadores. El poder de su amor  se nos demuestra  en que ha realizado  en la  muerte  expiatoria  de Cristo  su intención  “ a favor  de nosotros”: los pecadores   han sido  justificados   mediante  la sangre de Cristo. 

9. Y  ya   que ahora  estamos  justificados  por su sangre, con más razón  seremos  salvados   por el  de la cólera. 

Mientras que  en 4, 25 la justificación  se  atribuía  a la resurrección  de Cristo, en este  texto se imputa a su muerte. 

Cristo, el Crucificado resucitado, cuya muerte  expiatoria  ha liberado al pecador  del poder  de perdición   de su pecado.

En nuestro texto viene  especificado de qué cosa  seremos salvados (liberados): del juicio    escatológico  de la ira de Dios. Esta  salvación  en el juicio  de Dios   no significa  que el justificado  por la fe  no deba  rendir  cuenta  de sus actos. Significa  que la ira de Dios  puede ser  apartada de aquél que es justificado  por la fe.  

10. En   efecto, si cuando  éramos  todavía  enemigos  de Dios fuimos   reconciliados   con él  por la muerte  de su Hijo, con más  razón, reconciliados   ya,  seremos  salvados  por su vida.

Es   repetición   de la misma  conclusión  en v.10, en lugar   de la justificación  mediante  la sangre de  Cristo ( v. 9) aparece  la reconciliación  de los enemigos de Dios  con él  mediante  la muerte   de su Hijo. 

El que se hable  aquí  de nuestra   reconciliación  con Dios no  significa, pues, que ésta  parta de nosotros, sino más bien  de Cristo  como Hijo  de Dios: mediante su muerte. En  v. 9  se está pensando  en el  Crucificado  por nosotros, en v. 10  se apunta  al Resucitado  en cuya  vida  se fundamenta  nuestra salvación futura  como participación  en la vida  escatológica. En el cristianismo  primitivo, tanto la participación  en la salvación   final  como  en la  resurrección  de los cristianos   están  unidas   a la resurrección  de Cristo.

11. Más aún, ponemos  nuestro orgullo  en Dios por nuestro  Señor Jesucristo por el que  ahora  hemos   recibido  la reconciliación.

El   efecto  de la justificación  es que el cristiano  llega hasta  a gloriarse  de Dios mismo, mientras que antes  vivía atemorizado  por su ira. Tras haber experimentado  el amor de Dios  en la muerte de Cristo, puede   exultar  ante el  mero pensamiento  de Dios  

Evangelio: Lucas, 15, 3-7: Parábola de la oveja  perdida  

El capítulo   15  reúne   tres parábolas  sobre el tema  de la búsqueda  y el hallazgo  del que  estaba  perdido. Jesús   quiere   justificar  su comportamiento  con los publicanos  y pecadores. Frente   a los que se  consideran  justos y se indignan  por la acogida  que Jesús  dispensaba  a los pecadores, Jesús  les habla  de la alegría  de Dios  al encontrar  lo que estaba  perdido  y los invita a que cambien  de actitud. La parábola  de la oveja  perdida  tiene como  trasfondo  el texto de  Ez 34, 11-16. Jesús  es el buen  pastor   que ha venido  a buscar  las ovejas   perdidas.  

3. En aquel tiempo, dijo  Jesús a los fariseos  y letrados  esta parábola:

4. Si  uno  de vosotros  tiene cien  ovejas y se les  pierde  una, ¿ no deja  las noventa  y nueve  en el campo  y va   tras la descarriada, hasta que la  encuentra? 

En la parábola  propiamente  dicha  hay  un contraste  interno  entre el número  absoluto  “cien”, y “una”, la que se  extravía. Ahí    radica  precisamente  el sentido  de la parábola: la categoría  del pastor  se mide  por su decisión  de ir en busca  de esa única  oveja  que se le  ha extraviado, aunque tenga que abandonar  a las otras   noventa  y nueve.

Hasta que la  encuentra: La  frase   expresa   la incansable  tenacidad  del pastor.  

5. Y cuando  la encuentra, se la carga  sobre  los hombros, muy contento;

6. y al llegar  a casa, reúne  a los amigos y a los vecinos  para decirles: “¡Felicitadme!, he  encontrado  la oveja  que se me había  perdido.”

El detalle  es una expresión de cariño.  Invitación  a compartir  la alegría, porque la búsqueda  se ha visto  coronada  por el éxito. Se toca   una fibra  que  atraviesa  las tres parábolas  del capítulo 

7. Os digo    que así  también   habrá   más alegría  en el cielo  por un solo  pecador  que se convierta, que   por noventa  y nueve  justos   que no necesitan  convertirse”

Si esos  “noventa y nueve” hacen   referencia  implícita  a “los  fariseos y los doctores de la ley”, la conclusión  no puede ser más irónica; se   trataría, entonces, de   “noventa t nueve”  que presumen  de “justos”. Pero  posiblemente  no es más que una  de las típicas exageraciones  de Lucas, aplicada aquí a la enorme   satisfacción  que se  experimenta  en el cielo- Dios mismo-  cuando  un pecador  se convierte: “¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado - oráculo del Señor Yahveh - y no más bien en que se convierta de su conducta y viva?”  (Ez  18,  23).  

La alegría  que proporcionan  noventa  y nueve  justos, que no tienen  necesidad  de convertirse, no  tiene  ni punto  de comparación  con el júbilo  desbordante  que embarga  al propio Dios, cuando  un pecador, se  arrepiente  de sus maldades. La  buena  noticia  del amor de Dios hacia  los pecadores, que es el núcleo  de la proclamación  de Jesús, es un aspecto  favorito  de la teología  de Lucas, y aquí ,  en esta  parábola, alcanza  su grado máximo  de concentración.

Es digno de notar   el contraste  con la aplicación  que cierra  el pasaje  de Mateo: “ Pues lo mismo: es voluntad  de vuestro  Padre del cielo que no se pierda ni uno  de esos  pequeños” ( Mt  18,  14) . El énfasis  no está  en la “alegría”, sino  en la “voluntad”  salvífica del “Padre”

 Nos unimos a la Iglesia en esta Solemnidad del Corazón de Jesús  y hacemos como un propósito: Si Dios nos ama de tal manera, como hemos intentado  exponer, nosotros debemos responderle en la misma medida. Este deseo ha sido expresado  de un modo sublime por los místicos,  que saben qué es amar desde  la profundidad de Dios y desde el hondón del hombre.