XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  
 

 

 Reemprendemos el tiempo Ordinario  dominical, interrumpido  al comenzar la Cuaresma.  

Lectura  Primera: 2 Samuel 12,  7-10. 13  “El Señor perdona   tu pecado”

La  escena  destaca  sobre todo  la misericordia   de Dios  para con el  pecador arrepentido. Así, la misericordia   es una prueba  más de cómo  ama Dios  al hombre, como en el caso  de David. Esta  narración  prepara  el espíritu  para contemplar  la misericordia  de Cristo  para con  la pecadora   que muestra  su conversión  a Jesús.  

El  capítulo  11 de este segundo libro de Samuel  termina diciendo: “pero aquella acción que David había hecho desagradó a Yahveh” (v. 27c). La noticia    de este  desagrado   le llegará  a David  a  través  de uno de los episodios más  bella   y vigorosamente   narrados   en todo el Antiguo Testamento, que tiene como  protagonista  al profeta  Natán  ( 2 Sm 12, 1-15).

La liturgia de la Palabra  solamente  hace uso de los  vv.7-10.13  

Creo que no necesitan  mucha explicación estos versículos, pues su mensaje es claro y nítido, no obstante  vamos a intentar una  breve explicación  

Los  versículos    7-12  son el oráculo  propiamente  dicho. Este oráculo  presenta  en líneas  generales el esquema  clásico de los oráculos de esta índole.  

Primera parte  lo que Dios ha hecho  con David: (sus  beneficios)  

7. En  aquellos  días, dijo  Natán  a David: “Así  dice el Señor Dios de Israel: Yo  te ungí  rey de Israel, te libré   de las manos  de Saúl,

8. te entregué  a la casa   de tu Señor, puse  sus mujeres  en tus  brazos,  te entregué  la Casa  de Israel  y la de Judá, y por sí  fuera   poco pienso  darte  otro tanto.

No se  trata  de recordarle a David  el comportamiento exhaustivo  de Dios hacia él, sino los  gestos  y hechos más  relevantes. Todo hombre debe recordar, hacer presente las maravillas de Dios  y decirlas a los demás.  

La segunda  parte: la acusación. Natán  denuncia  el comportamiento de David:  

¿Por qué  has  despreciado  tú   la palabra  del Señor, haciendo  lo que a él  le parece  mal? Mataste  a espada   a Urías  el hitita  y te quedaste  con su mujer.” (v. 9)  

David  no se portó  bien; no se hizo acreedor de los favores divinos; abusó de su poder; no se hizo uso recto de los  dones, que Dios le había dado. 

La  tercera parte:   es la condena  motivada  con la  repetición:

“Pues, bien, la espada  no se apartará  nunca  de tu casa; por   haberme  despreciado, quedándote   con la mujer   de Urías”. (v. 10)  

El versículo  13  presenta la reacción  de David como pecador, como el hombre, que no se ha comportado bien, como debía hacerlo.  

Estos versículos, que proclamamos en la Liturgia de la Palabra como primera lectura, están ligados al capítulo precedente. El oráculo añade una dimensión  nueva: personaliza   fuertemente   la ofensa  al Señor: “contra ti, contra ti solo he pecado,  lo malo a tus ojos cometí”  (Sal  51, 6). En rigor    se diría   que David   ha ofendido  a Urías; pero  el Señor   toma  por suya  la ofensa, y ésa  es su última   gravedad.

La apertura    trascendente  del hombre   hacia   Dios    y el interés  personal   de Dios por el hombre  confieren su grandeza  y gravedad  a la caridad  y justicia  humana.  

13. David respondió  a  Natán: “He pecado  contra el Señor” Y Natán  le dijo: “Pues  el Señor  perdona   tu pecado. No morirás   

La respuesta   de David   es brevísima: iluminado  por la palabra de Dios, se descubre cómo  es ante Dios, y confiesa  sin comentario   su pecado contra el Señor. Dios  perdona  anulando   la sentencia de muerte. ¿Acaso  porque David  perdonó   a Saúl? ¿Sólo  por el  arrepentimiento  actual? Eso  es lo que buscaba  la palabra   de Dios, salvar. Incluso  cuando acusa  es salvadora, quizá  más salvadora  cuando acusa.

Desde antiguo  las tradiciones   judía   y cristiana  han colocado   en  este momento en boca de David,  el salmo 51, salmo penitencial por antonomasia

El estribillo del salmo responsorial  muy adecuado:

“Perdona, Señor,  mi culpa y mi  pecado”. 

Las palabras  del salmista  pueden ser  palabras  de David, de la pecadora  del evangelio, de cada uno de nosotros. El  texto  del salmo 31 expresa  de un modo   directo  la experiencia  del hombre  pecador  y perdonado.  

Segunda Lectura: Gálatas  2, 16. 19-21: “No soy  yo, es Cristo  quien vive en mí” 

La lectura   de la carta a los   Gálatas   ocupa   la  segunda  lectura  de seis   domingos  durante el año: 9-14. En la   selección    de fragmentos  se tiene en cuenta  la larga  lectura  de la carta a los Romanos que se hace   en el ciclo A; de ahí   que se omitan   los  textos paralelos sobre la antítesis  entre ley   y gracia, carne   y espíritu, tanto   como es posible. Leída   de esta manera, la carta   a los Gálatas  se convierte  en un  testimonio  personal  de la libertad cristiana tal como es vivida por Pablo

Empieza   la lectura   en el domingo   9  (que no celebramos este año)  (Gal  1, 1-10), con el arranque   apasionado  de Pablo: su apostolado  no es una  invención, y menos   lo es su   evangelio.

La lectura  del domingo   10 (que tampoco  celebramos)  (1, 11-19)  continúa  el mismo texto, reuniendo  la autobiografía  del apóstol.

El  fragmento  del domingo 11 (éste), corresponde   a otro elemento  autobiográfico: su   itinerario   espiritual  (Gal 2, 16-21).  

Vamos a “situar” los versículos, que la Liturgia de la Palabra  nos propone:   

Los  versículos  15-21: La ley  y la promesa:

 El pasaje   tiene  dos partes. La primera  - Gal 2, 15-17  está bajo el signo  del “nosotros”,   como si  Pablo  quisiera   destacar  su acuerdo  con Pedro en lo esencial  del mensaje  cristiano. Predominan en ella  los  términos   jurídicos a la hora  de referirse  a la fe. En la segunda  parte, en cambio, - Gal   2, 18-21- Pablo  se expresa  en primera  persona del singular  y predomina  el lenguaje  místico. 

 No  resulta  fácil  este análisis, pues la expresión, el lenguaje de estos versículos choca  con nuestra forma actual de hablar.  

 16. Hermanos: Sabemos   que el hombre  no se justifica por cumplir  la ley, sino  por creer  en Cristo Jesús. Por eso  hemos creído  en Cristo  Jesús para  ser  justificados   por la fe  de Cristo  y no  por  cumplir la ley. Porque   el hombre   no se justifica   por cumplir  la ley. 

Este versículo   pertenece a la primera parte; podemos adelantar  que los términos  justificación  y justificar   expresan lo mismo que  los  términos  salvar y salvación

El hombre  no se justifica:

 Según la teología de Pablo  no  se trata simplemente  de “declarar justo” a uno,  sino  de  constituirlo “justo”. El juez  puede declarar que uno es  justo, cuando no lo es o quizá declararlo  culpable, cuando en realidad  es justo.  Hacer justo es mucho más que declarar  justo. 

Por obras  de la ley: La  frecuencia  con que Pablo  emplea   esta concisa expresión  es indicio  de que era  una fórmula  corriente  para designar  los actos  que prescribía  la Ley de Moisés.  No obstante, el AT  desconoce  esta expresión. Cuando   Pablo emplea  esta expresión  se refiere  a la Ley de Moisés, no a las prescripciones  ceremoniales.  Punto es importante  éste, pues se trata no del cumplimiento de la ley, sino  de afirmar   que la Ley ante la fe no justifica.  

Por la  fe en  Cristo  Jesús : Pablo  entiende   por la fe  la actitud  por la que  el hombre  acepta  la revelación  divina  dada a conocer  por Cristo  y responde   a ella  con la  dedicación  total  de su vida  personal  al mismo  Cristo. 

También nosotros  creímos : Pablo  apela  a la convicción de que  un judío  se da  plena  cuenta  de su incapacidad  para conseguir  y realizar  la justicia   por las “obras  de la ley”  

Ningún  viviente  es justo ante ti  (Salmo   143, 2). Pablo   omite   “ante ti”, pero añade  la  frase decisiva  “haciendo las obras  de la ley”. También esta afirmación tiene  un alcance  teológico muy profundo. No  se trata sólo de rubricar con un texto bíblico lo que se quiere enseñar, sino que ese texto bíblico  contiene  toda la densidad  del pensamiento, que  se está desarrollando.  

Estas afirmaciones  concisas  y llenas de significado de este versículo  16 exigirían  una  explicación más larga; creo   que con estas indicaciones  nos  orientan hacia  el verdadero sentido de las mismas.  

19. Porque   yo, por la ley   he muerto  a la ley, para vivir  en Dios. Con Cristo  he sido   crucificado.

Estos  tres últimos  versículos  pertenecen  a la segunda parte, de la cual hemos  hablado anteriormente.  

Porque   yo, por la ley   he muerto  a la ley, para vivir  en Dios: resulta  extraña  tal formulación  y casi no  sabemos   qué quiere decirnos  Pablo  con estas palabras. No olvidemos que se trata mucho más de un lenguaje  místico y siempre la mística  retuerce  la  expresión para que exprese mejor lo que se pretende. 

Para la ley (dice  Pablo)   no soy  más que  un muerto que ya no  cuenta  para su actividad. Es para  Dios  para quien vivo, para quien estoy  en la vida. Esta liberación  de la ley me ha sido  proporcionada  por la ley. La ley  misma   tiene su parte  en que yo  haya sido  destruido   para ella.

El morir  con el que  yo he sido  arrancado  a la ley  tuvo lugar  en el bautismo.  

¿En qué sentido  es la ley  no sólo  el poder   al que  he muerto, sino también  el poder  por el  que morí  a la ley? ¿  Cómo  hay que entender esta expresión : la ley  es el medio  eficaz por el que  en el bautismo  hemos  muerto  a la ley misma?. 

Aquí el concepto de ley es polivalente: La ley  de Moisés, como economía de salvación; y la ley, como gobierno, en poder del  sanedrín  y sumo sacerdote.  

La ley ( como  poder)   ha matado  a Cristo  pero así  nos ha  liberado  de sus propias  manos  a él  y a nosotros, incorporados   a Cristo  en el bautismo , y nos ha  vivificado.  Quizá  Pablo siente  lo que quiere decirnos; pero no le es fácil el modo  de decirlo; esto siempre  ha sucedido, cuando se quiere comunicar una realidad, que es vivencia  y no simplemente concepto. 

Con Cristo  he sido   crucificado: Resulta  a primera vista  como una paradoja  tal afirmación. La cruz nunca  es expresión de vida  en un lenguaje  moderno, extraño  a la forma de hablar de la fe; pero aquí se trata precisamente  de una expresión, motivada por la fe.

Podemos decir que este versículo  19 con sus  dificultades  expresivas, denota una realidad  especial, que   conlleva  una  exclamación  de libertad, de vida, no de esclavitud.  

20. Vivo    yo,  pero no soy  yo,  es Cristo  quien vive   en mí. Y mientras  vivo   en esta  carne, vivo  de la fe  en el Hijo  de Dios, que me  amó  hasta entregarse   por mí.

No se  trata sólo de liberarnos   de la “ley”  y quedarnos vacíos, sino  de alcanzar una  realidad  diversa, en la cual nos apoyamos y nos sentimos libres, realizados.  

Cristo    vive en mí: Con estas palabras    se expresa   la perfección   de la  vida cristiana, ya que  no consiste   solamente   en una    existencia  dirigida    por una nueva motivación  psicológica. La fe en Cristo   no ofrece  sólo   una norma  o meta nueva   de acción, sino que   remodela   de nuevo al hombre  internamente,  proporcionándole   un nuevo  principio  de actividad  al nivel  ontológico  de su mismo ser. Como resultado  de ello, hay  una simbiosis  del hombre  con Cristo, con el   Kyrios   glorificado , que se ha  hecho  por la   resurrección  “espíritu que da vida” , principio vital   de la actividad  cristiana.  

Vivo  por la fe  en el Hijo  de Dios: Profunda  visión   paulina   de la   experiencia  cristiana: la  transformación  de la misma vida   del hombre  mediante el influjo  trascendente  de la inhabitación  de Cristo. Este influjo  debe  alcanzar   últimamente   a la conciencia   psicológica, de suerte   que el cristiano  comprende que  en la fe que su vida  auténtica  sólo  proviene  de la entrega  redentora  y vicaria   del Hijo  de Dios.   

21. Yo no  anulo  la  gracia  de Dios. Pero  si la  justificación  fuera  efecto  de la ley, la muerte  de Cristo  sería inútil.  

La palabra “gracia” tiene un significado  diferente  según quien la pronuncie.  

Yo no  anulo  la  gracia  de Dios: El acento  va sobre  toda la frase, con la que Pablo rechaza  la acusación  de que suprime  la  gracia. Esta acusación  debe haber  sido lanzada  por los adversarios   Gálatas del apóstol  en el sentido  de que para ellos la “gracia”  es la ley o la justicia,   la circuncisión. Para Pablo  las cosas  son distintas. Para él la  “gracia”  es la gracia  que ha   sobreabundado  con la obediencia  de Cristo ( Rom  5, 20 ),  la que hemos  recibido ( Rom 5, 17),  en la que estamos  ahora   ( Rom  5, 2) , la que  perdemos, si es  que llegamos  a la justificación  gracias  a la ley  ( Rom 5, 17).

Pero si la anulamos – y esto   ocurre si se busca  justificarse   por las obras, entonces   Cristo  ha muerto  inútilmente.

 Razonando   su voluntad, Pablo   formula  breve  y objetivamente: pues si la justificación  viene  por la ley, entonces  Cristo ha muerto  en vano.   

Ahora ya entendemos mejor  lo que a veces decimos  sin darnos cuenta  de lo que queremos expresar.  

Lectura del Evangelio: Lucas, 7, 36-50: Simón el fariseo  y la mujer pecadora  

Los domingos  9-11 forman una unidad; en este año  no hemos podido celebrar ni el domingo 9 ni el 10, ocupados por la Solemnidad  de la Santísima  Trinidad, el domingo 9 y el 10 por la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo.

En el domingo 9 se lee el capítulo 7, 1-10 de San Lucas, la curación  del criado del centurión; el domingo 10, los  versículos   11-17, la  resurrección  del hijo de la viuda de  Naím; en  domingo  11, los versículos  36-50, el perdón de la pecadora. El tema   de la misericordia  y del perdón  es frecuente  en Lucas. Las tres  perspectivas  del  profetismo  de Jesús – los  extranjeros, los que lloran, los pecadores- destacan  su originalidad: profeta   universal, profeta eficaz, profeta  misericordioso.  

Esta unción   de Jesús   se parece  a la   de Betania, que los otros   evangelios  relacionan   con la pasión como   prefiguración  y anuncio. La unción   tiene un significado  diferente, es  una escena  de conversión y de perdón. En ella   Lucas  subraya  un aspecto   muy querido  para él: la misericordia  de Jesús  con los pecadores. El episodio   muestra  también  la división  del pueblo  judío con respecto a  Jesús.  

Desde el punto  de vista  de historia de las formas, esta perícopa  bíblica  se compone   de una “declaración “de Jesús  (vv. 36-40  y 44-47ab)  y de una parábola  sobre  un  prestamista  y dos deudores  (vv. 41-43); 47c sería un añadido después  y los vv. 48-50  son una especie   de apéndice.  

La versión   de Lucas, por su parte, contiene   determinados   elementos   que siempre  han suscitado  problemas.  En la presentación  de Lucas, el comportamiento  del  fariseo  resulta extraño , al invitar   a Jesús  a un banquete  protocolario  y olvidarse  de las más elementales  normas  de cortesía; y algo  parecido  se puede  decir de Jesús: la crítica  que hace  al fariseo no es precisamente  un modelo de delicadeza. 

Una pecadora   pública, movida  de arrepentimiento, se   presenta   en casa   de un fariseo  de Galilea, que ha invitado  a Jesús  a comer con él; mientras  están  a la mesa, la mujer se echa  a los pies de Jesús, estalla   en lágrimas y, soltándose  su cabellera, se pone  a secar con sus  cabellos   los pies   bañados  de Jesús; la acción  provoca   en el fariseo  un comentario  malévolo  sobre la  personalidad  de su invitado.  

El sentido  de la narración  de Lucas, en su globalidad, es fácilmente  identificable. El arrepentimiento, el perdón  de los pecados  y la salvación  se han hecho  realidad  en una persona  perteneciente   a uno de los  sectores  más marginados  de la sociedad  israelita: una mujer y, además, pecadora. La transformación  experimentada  se hace  patente  en una serie  de muestras  de afecto, que revelan  una actitud profunda  de amor  y de fe; amor  a Jesús  y fe  en Dios.  

El pasaje  significaría  más bien que la mujer  se presenta  a Jesús  después  de haber  experimentado  el perdón  de Dios  y porque  quiere  manifestar  con signos  externos  su amor  y su  gratitud; así   tendrían  sentido  sus lágrimas, sus  besos, su derroche  de perfume. En esta   interpretación , el amor  del que se habla  en el v. 47b  es la consecuencia  de haber experimentado  ya el  perdón;  y el v. 47c sirve para integrar la parábola   en todo el contexto  de la narración, ampliando  la “declaración de Jesús”.  

La parábola   de los  dos  deudores, introducida  en el núcleo   de la declaración  propiamente dicha, tiene   dos aspectos  muy significativos: por un lado  tiene   su propio  mensaje sobre la relación  que existe entre el perdón  de los pecados   y amor (  es decir , el pecador  manifiesta   más  agradecimiento  a Dios  que el  intachable , pero crítico, fariseo), y por otro , alegoriza  la narración: el arrepentimiento  de sus innumerables   pecados  abre  el corazón  de la mujer  a la misericordia  de Dios mucho   más que la   mezquina  complacencia  del anfitrión , que quiere honrar a Jesús  invitándole   a su mesa. El amor    de la pecadora, manifestado   en sus lágrimas , en sus besos  y en el  derroche  de un costoso  perfume  revela  una más  radical  orientación  a Dios, es decir, una fe  que le lleva a experimentar  la salvación. Por eso  Jesús termina  diciéndole: “vete en paz”.  

Esta   escena  constituye uno   de los episodios  más significativos  de todo el Evangelio  según Lucas. Y  eso  no sólo porque presenta  a Jesús , que sale   en defensa  de una pecadora frente  a las críticas  de un fariseo, sino, sobre todo, porque  describe  de manera  plástica  la relación  entre  el perdón  de los pecados  ( realizado  por Dios ) y el lugar que ocupa  en todo este  proceso  el amor  humano y la total  donación  del propio  ser. Es   imposible  leer  este pasaje  sin experimentar   la fuerza   intrínseca  de la descripción  literaria   de Lucas. Comparada  con la narración  paralela  de Marcos, e incluso  con la  de Juan, esta página  de Lucas  tiene una expresividad  incomparablemente  superior.  

Ahora  vamos   a detenernos  un poco en el análisis, no de todos los versículos, sino sólo de algunos.  

36. En aquel   tiempo, un fariseo rogaba  a Jesús  que fuera  a comer  con él. Jesús, entrando  en casa del  fariseo se recostó a la mesa.

37. Y una de la ciudad, una pecadora, al enterarse  de que  estaba  comiendo  en casa  del  fariseo, vino  con un  frasco  de perfume

38. Y  colocándose   detrás  junto  a sus pies, llorando, se puso  a regarle  los pies  con sus lágrimas, se los  enjugaba   con sus  cabellos, los cubría  de besos   y se los  ungía  con el perfume.

39. Al ver   esto,  el fariseo   que lo había invitado, se dijo: “Si éste  fuera   profeta, sabría quién  es esta mujer  que lo está tocando y lo que  es: una pecadora”

40. Jesús   tomó   la palabra y le dijo: “Simón, tengo  algo que decirte “El respondió: “Dímelo, maestro 

41. Jesús le    dijo: “Un prestamista   tenía   dos deudores: uno  le debía  quinientos   denarios  y el otro cincuenta.

La parábola   empieza   abruptamente, sin  fórmula  introductoria. No se trata  de una parábola  en la que  se expliquen   los misterios  del Reino; el significado  hay  que de deducirlo  del propio  contexto  narrativo en el que viene   inscrita. Dentro   de su género, esta parábola   pertenece  a una clase   particular: la que  se articula   en torno  a una pregunta.  

42. Como  no tenían  con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál   de los dos    lo amará  más?  

El motivo  por el que  el prestamista  perdona   las dos   deudas, tanto la grande  como la insignificante, es la insolvencia  de los deudores, un  procedimiento, que constituye   el núcleo  de la parábola 

43. Simón  contestó: “Supongo  que aquel a quien  le perdonó   más”  Jesús    le dijo: “Has   juzgado  rectamente”. 

44. Y,  volviéndose   a la mujer, dijo  a Simón: “¿Ves  a esta mujer? Cuando  yo entré  a tu casa, no me  pusiste  agua  para  los pies; ella, en cambio, me ha  lavado  los pies  con sus lágrimas y me los ha enjugado  con su pelo.

Jesús   aplica   la parábola   a Simón  y a la  pecadora  no tanto  para establecer  un contraste  entre  sus  respectivas  actuaciones   cuanto para  subrayar  la dosis   de amor  que se manifiesta   en ellas  y para cuantificar  el perdón  que suponen   por parte de Dios .  

45. Tú  no me   besaste; ella, en cambio, desde  que entró, no ha dejado   de besarme los pies.

no ha dejado   de besarme los pies: La mujer    muestra  su agradecimiento  no sólo  con sus lágrimas o con su  derroche de perfume, sino  con sus  “besos”: el signo  más  representativo  de la reverencia  y del amor.  

46. Tú  no me ungiste  la  cabeza  con ungüento; ella,  en cambio, me ha ungido  los pies con perfume. 

47. Por eso  te digo, sus muchos   pecados  están perdonados, porque (pues)    tiene mucho amor: pero  al que poco   se le perdona, poco ama” 

Por eso: enuncia  el motivo  de la siguiente  declaración de Jesús; es una  síntesis  de todo lo que ha dicho  en los  vv. 44-46. Algunos  comentaristas  insisten  más bien en un significado  causal: “porque”. Este sentido  es difícilmente  aceptable.  

 Porque (pues)    tiene mucho amor: no  tiene   propiamente   valor causal, como  si quisiera  indicar  que el amor  es el motivo  del perdón. Esa  interpretación  iría  contra   el sentido de la parábola. Más   bien hay que entender  la conjunción   en su sentido  lógico   o explicativo. De este   modo, la  frase  no enuncia  el motivo  del perdón, sino  que más  bien indica  cómo se  manifiesta   la realidad  de ese  perdón  ya existente.  

 Pero  al que poco   se le perdona, poco ama: Este  pronunciamiento  generalizante no sólo   es la conclusión   de la parábola, sino  que, al mismo tiempo, amplía  la “declaración”  de Jesús. El “amor” describe  las consecuencias  del perdón; la actitud   de “menos  amor” es la característica  del fariseo, que es  el que tiene  una deuda más pequeña. A los ojos   de Dios, al fariseo   se le perdona   poco, no precisamente  por su comportamiento, sino  por la actitud    fundamental que preside  su vida

48. Y a ella le dijo: “Tus   pecados   están perdonados”

49. Los demás   convidados   empezaron  a decir  entre sí: “¿Quién  es éste, que hasta  perdona  pecados? 

50. Pero   Jesús   dijo a la mujer: “Tu fe   te ha salvado, vete en paz”.

Al final   del episodio  desvela  Lucas  el motivo  fundamental   y primario  que llevó  a la mujer  a buscar  el perdón de Dios, a pesar  de la inmensidad  de su culpa. Hay que  entender  esa “fe” como confianza  en un  Dios   que, por  muy pecaminoso  que sea  o haya  sido  el pasado, no duda  en  restablecer  generosamente  una relación  de amistad, aunque  haya quedado  rota  o deteriorada. La “fe” de la pecadora   es la que la ha  llevado  a manifestar  su  respecto   y  su amor  hacia  el que ella considera   como   intermediario  de la salvación  de Dios.