XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Sabiduría 9, 13-18
Salmo 89
Filemón 9b-10.12-17
San Lucas 14, 25-33


Dijo Jesús: Quien no lleva su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. San Lucas, cap. 14.

El libro de la Sabiduría en su mismo inicio nos sorprende con un interrogante, que si lo tuviéramos presente en un sin número de ocasiones, arrojaría un foco de luz sobre muchas de nuestras dudas. ¿Qué hombre, dice, comprende los designios de Dios? ¿Cuántas veces, todos y cada uno de nosotros, no nos encontramos envueltos en tinieblas y oscuridades frente a los designios de Dios? ¿Por qué el Señor permite ahora esto? ¿Qué he hecho yo para que ahora me suceda todo esto? No entiendo nada. Iba a decir, que tienes toda la razón.

En sintonía con estas palabras del libro de la Sabiduría, son aquellas palabras de San Pablo a los Romanos: ¡Oh, abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son tus designios e inescrutables sus caminos!

Ni tú, ni yo en algunos momentos de nuestra vida, entendemos nada de cuanto a nuestro lado ocurre. Yo en algunos momentos me revelo contra Dios. No entiendo, no comprendo determinadas cosas. Sin ir más lejos, yo pregunto al Señor: ¿Dónde estabas cuando la masacre de Beslan -por citar una-, donde murieron más de cuatrocientas personas, y de ellas, más de la mitad, eran niños? ¿Dónde estabas cuando el cataclismo del Perú? No lo entiendo, Señor. Sin embargo, he de deciros, he de confesaros que el misterio, a mí no me aplasta, no me hunde. Al contrario, reafirma mi fe en Dios, porque veo que está infinitamente por encima de mis juicios. Si yo entendiera a Dios, si yo comprendiera a Dios, si yo abarcara a Dios&, yo sería Dios. Quizás sea en estos momentos, en los que debemos recordar con humildad, las palabras del libro de la Sabiduría: ¿Qué hombre conoce los designios de Dios? Sólo un espíritu sencillo puede entender, comprender a Dios, su cercanía y su presencia. No pretendas comprender el misterio. Acéptalo, y más que aceptarlo, vívelo ¿Cuántas veces el hijo, no entiende, no comprende al padre?

En el Evangelio de hoy topamos, asimismo, con unas palabras, sin duda alguna, un tanto, un mucho, desconcertantes: Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre; y a su mujer y a sus hijos, no puede ser discípulo mío.Las palabras del texto original son aún mucho más duras, hablan, nada más y nada menos, de odio. Si alguno quiere venir en pos de mí, y no odia a su padre, y a su madre, etc. etc. no puede ser discípulo mío. Podríamos enfrentarnos a Jesús y decirle o preguntarle: ¿de modo que nos mandas amar incluso al enemigo, y ahora nos pides que para seguirte, es necesario, odiar al padre, a la madre a los hermanos, etc.?

Ciertamente estas palabras han servido de escándalo a millares de cristianos. Sin embargo, están ahí, en el centro de mensaje de Jesús, y constituyen uno de los mensajes más consoladores y fecundos de su palabra (padre, madre, hijos, hermanos...), se entiende el clan donde uno vive, los lazos familiares de la sangre& Cerrarse en el amor a esa familia, en ese círculo biológico en los intereses de una raza, supone confundir el verdadero amor con el egoísmo.

Cristo, no lo olvidemos, ha venido a crear un amor que rompe barreras; por eso, ofrece su asistencia a los marginados, pescadores, extranjeros y desheredados de la fortuna. Ël quiere que el amor a los nuestros no sea un obstáculo para amar a todos los hombres.

Otro punto a tener en cuenta en el Evangelio de hoy, son aquellas sus palabras: Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser mi discípulo.

Pudieran parecer un tanto exigentes estas palabras de Jesús. Sin embargo, entrañan una providencia infinita. Quien no cargue con su cruz & Yo no he de cargar con tu cruz, ni tú con la mía. Yo he de cargar con mi cruz, y para llevarla, el Señor antes, me ha dado las fuerzas necesarias. Yo no puedo santificarme con lo que tu haces. Y tú no puedes santificarte con lo que yo hago. Cada uno hemos debe recorrer su camino. Y para hacerlo, como acabo de decir, antes nos ha dado las fuerzas necesarias.

Si quieres, el Señor puede aparecer exigente al pedir. Pero, no olvidemos, que antes nos ha dado lo que nos pide. Decía San Agustín: Dame lo que me pides, y pídeme lo que quieras.

Para terminar se me ocurre este sencillo ejemplo. El comportamiento de Jesús para con nosotros, es como el de una madre. Ësta, después de haber cubierto de besos a su hijo, le dice: Hijo mío, dame un beso El Señor ha ido delante de nosotros con su cruz, y ahora nos dice: Hijo, sígueme. Seamos generosos con él.