XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

II Reyes 5, 14-17
Salmo 97
II Timoteo 2, 8-13
San Lucas 17, 11-19

 

 

Uno de los leprosos, viendo que estaba curado, se volvió y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano. San Lucas , cap. 17. 

 

Voy a comenzar esta homilía, aparentemente con una simpleza o ingenuidad. Siendo niño en el Colegio Teresiano de los Carmelitas Descalzaos de Medina del Campo, oí una frase al Director, que jamás he olvidado en mi vida. En las charlas doctrinales que, con relativa frecuencia nos daba, un día nos dijo esto: “Decían los antiguos, que el único pecado  que no perdonaban los dioses, era la “ingratitud”. 

Al leer en el evangelio de hoy, cómo Jesús cura a  diez leprosos, y que uno solo volviera para darle gracias, no he podido menos que recordar la frase que nuestro Director nos dijera, nada más y nada menos, que hacia el año 1937 : “El único pecado que no perdonan los dioses, es la “ingratitud”. 

Pero, antes de seguir adelante, creo conveniente, aunque sea brevemente, detenernos unos instantes en la primera lectura. Naamán, jefe del ejército de rey de Aran , era muy estimado por su señor.  Pero tenía lepra. Habiendo salido algunos de su país cogieron de la tierra de Israel, una muchachita, que se quedó al servicio de Naamán. Un día dijo ella a su señora: “Ah, si mi señor  pudiera presentarse  al profeta que hay en Samaría, pues le curaría de la lepra”. Naamán se dirigió con regalos a Eliseo. Pero queda decepcionado cuando el profeta no le recibe, sino que a través de un mensajero,  le comunica que se bañe siete veces en el río Jordán. Naamán se irritó, esperaba ser recibido con honores y mucha parafernalia, y  todo disgustado exclamó: “Acaso el Albanán y el Fair, ríos de Damasco, no son mejores que todas las todas las aguas  de Israel? Sus cortesanos le dijeron: “Padre mío, si el profeta le hubiera mandado una cosa difícil, ¿es que no la hubiera hecho? ¡Cuánto más habiéndole dicho, lávate siete veces y quedarás limpio! 

Naamán bajó, se sumergió siete veces en el Jordán y quedó limpio. ¡Qué ejemplo para todos y cada uno de nosotros! Fácilmente tenemos manchada nuestra alma y nuestro corazón, de más o menos lepra. ¿Y qué nos pide Jesús? No nos pide cosas raras, cosas extrañas, sólo nos pide una cosa, y bien sencilla, que vayamos al confesor y le digamos con fe y confianza: “Señor, tengo lepra, te he ofendido”. Díselo con fe, y tu corazón y tu alma quedarán limpios.  

Y dicho esto pasamos a meditar y reflexionar unos momentos sobre las palabras de Cristo en el Evangelio de hoy.  

No se si sabréis que todos los domingos, la primera lectura guarda una estrecha relación con el Evangelio del mismo. Lo recordaréis, la primera lectura de hoy, lo acabamos de ver, nos habla de Naamán el sirio, el leproso. Y el Evangelio de hoy nos habla de la curación de diez leprosos. En los cuales, de una o de otra manera, estamos todos incluidos. 

Diez leprosos claman a Jesús de lejos diciendo: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.  

Hoy no podemos hacernos ni una remota idea de lo que la lepra era en tiempos de Jesús. La lepra deformaba al hombre, y con ello, infundía terror a los demás. Por ello, eran expulsados de la sociedad, viéndose obligados a vivir en los montes, o junto a los cementerios. Eran gentes proscritas, abandonadas por sus propias familias. Además, en aquel tiempo, todo mal, pero de modo especial, la lepra, era considerada como un castigo de Dios, cometido por el leproso o por alguno de sus antepasados. 

Los leprosos, desde lejos, clamaron al Señor: “Maestro, ten compasión de nosotros” Y como para Jesús no hay distancias, al verlos les dijo: “Id a presentaros al sacerdote” Y en el camino quedaron curados. 

Sólo uno de los diez, al verse curado, se volvió dando gritos y alabando a Dios. Jesús, contrariado dijo: ¿No han quedado limpios los diez?; y los otros nueve, ¿dónde están? 

¡Cuántas veces, tú y yo hemos sido curados del pecado, y no hemos vuelto a Jesús con el corazón en la mano  y no le hemos  dicho: ¡ Gracias, Señor!    

Nos parecemos a esos niños mimados y caprichosos, que casi siempre están pidiendo  y nunca o casi nuca dan la gracias.  Tú y yo, ¿cuántas veces no nos hemos comportado como esos niños caprichosos? Le pedimos al Señor cosas, si nos las concede, tan contentos. Si no nos la concede, en lugar de aceptar su voluntad, nos enrabietamos. Ya en su momento, dijo un clásico: “Pocas veces quien recibe lo que no merece, agradece lo que recibe”. 

Necesitamos leer nuestro diario, tomar conciencia, de lo que debemos a Dios, que todo viene de “arriba”,  que todo es “gracia”. 

No quiero pasar en silencio, algo que, a mi juicio, ya nos lo hace notar el Evangelio, el, leproso que regresó a Jesús, era “samaritano”. Es decir, no pertenecía  al pueblo “escogido”. ¡Es todo un aviso para navegantes! 

Somos cristianos. Es decir, seguimos a   Cristo. Jesús pasa su vida haciendo el bien a todos sin excepción, y dando gracias al Padre: “Te doy gracias, Padre, porque siempre me escuchas…” 

A nuestro lado solemos escuchar muchas veces: “Este mundo está lleno de desagradecidos”. No quiero entrar en polémica. Lo que sí digo., y   con ello termino, es que “en el cielo no hay ningún desagradecido”. Te recuerdo lo de los antiguos: “El único pecado que no perdonan los dioses, es el pecado de ingratitud”