XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. Y una viuda solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Un día se dijo el juez: como esa vida me está fastidiando, le haré justicia… San Lucas, cap. 18

Creo que lo hemos dicho más de una vez, hay una perfecta consonancia entre la primera lectura y la tercera del domingo. El domingo de hoy no es una excepción.: en las dos se pone remanifiesto, la fuerza, la eficacia de la oración.

En la primera lectura se nos ofrece, no tanto el detalle de una batalla de guerra, cuanto el hecho de que es Dios el que salva al pueblo escogido. Los israelitas caminan hacia la tierra prometida. . Tierra que han de conquistar tanto con la espada como con la oración. Mientras el pueblo luchaba, Moisés oraba en lo alto del monte. Cuando Moisés tenía en alto las manos, Israel vencía a Amalec. Y como le pesaban las manos, Aarón y Jur, le sostenían los brazos: uno a cada lado. De esta manera el pueblo de Israel, gracias a la oración de Moisés, Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de su espada. Moisés derrota a Amalec por la oración. Y la oración de la viuda del Evangelio, venció la frialdad del juez sin piedad.

Todas y cada una de las páginas del Evangelio son una manifestación clara del amor que Dios tiene a los hombres. La expresión más clara de este amor, la encontramos en Jesús, enviado por el Padre, para eso, para manifestar lo que nos amaba, muriendo por todos y cada uno de nosotros.

En la viuda del evangelio de hoy, quiere ponernos de manifiesto, dos cosas: el amor de Dios al hombre, y, ante todo y sobre todo, la fuerza de la oración perseverante y confiada. Todos sabemos, que la viuda es uno de lo seres más necesitados de este mundo. Todas las gentes tienen como el derecho de meterse y abusar de la misma.

La viuda lesionada va al juez para que la haga justicia. El juez, tal como nos lo describe el evangelista, es un ser impermeable a todo sentimiento humano. Frío como un témpano, e insensible a todo. Todo le da de lo mismo.

La viuda no tiene dinero para buscarse un abogado que defienda su causa. En principio tiene la causa perdida.

La viuda no se arredra, una y otra vez, acude al juez. Este, un sin número de veces, ni la escucha. Y cuando la escucha, apenas le presta la más mínima atención, y viene a despedirla, como suele decirse, a cajas destempladas. Sin embargo, la viuda fue constante –todo un ejemplo para nosotros- en sus súplicas y en su petición. El juez tuvo que escucharla y darle satisfacción, para poder librarse del fastidio, que suponía tener que aguantarle todos los días. Le dio la razón para verse libre de ella y de sus “impertinencias”. Así, un día dice: “ Aunque no temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando voy a hacerle justicia”. Aquí quería llevarnos Jesús, a la perseverancia, a la confianza ilimitada de la bondad de Dios.

La oración es siempre eficaz. Y así, pone a nuestra consideración, esta verdad patente y manifiesta: “Si vosotros que sois malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más, el Padre del cielo, dará el Espíritu Santo al quienes se lo piden?

En ocasiones, engañados, razonamos falsamente diciendo: “Si se lo he pedido un sin número de veces, y no me lo ha concedido, y nos desesperamos, y dejamos la oración. He ahí, nuestro error y engaño. ¿Qué le habría pasado a la viuda del evangelio, si ante las primeras negativas se hubiera desanimado? Pues, sencillamente, lo hubiera perdido todo. Lo que un sin número de veces nos ocurre a todos nosotros. La oración no sólo debe ser confiada, sino también debe ser constante.

Dios tiene empeñada su palabra: “Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá”.

¿Cuántos padres hay aquí? Sedme sinceros: ¡cuántas veces si vuestro hijo os pide algo que sabéis que le va a hacer bien, se lo negáis? Decídmelo.

Y … os pregunto una cosa, ¿cuánto queréis a vuestros hijos? . No me lo digáis, mucho, mucho. Pues todo eso que queréis a vuestros hijos, es una sombra de lo que Dios nos quiere a nosotros. Si nadie goza más que él cuando nos ve felices.

Lo que fácilmente olvidamos en la oración, es que ésta, no es tanto para que Dios haga nuestra voluntad, sino para que nosotros hagamos la suya. ¿Qué vamos a pedir dentro de unos momentos al rezar el Padrenuestro? “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. ¿Por qué lo olvidamos tan presto?

Una minusválida va en peregrinación a Lourdes, con la confianza firme que María la curará. Lleva una fe ciega. Durante los días que permanece en Lourdes, su oración es confiada en insistente. Oró con más fe que nunca. No se produjo el milagro material. Pero, se produjo el milagro espiritual; que a la postre, ante el Señor, es el que tiene verdadero valor. He aquí sus palabras: “Fui a pedirla curación del cuerpo, y María me ha concedido más que la pedía: la salud del alma. La del cuerpo, ya casi ni me pesa. Este es un milagro mayor que la curación que pedía.

Y termina Jesús con una inquietante y trascendental pregunta: “Cuándo venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe sobre la tierra? Todos conocemos los tiempos antirreligiosos que por doquier nos rodean. Pero, aun quedan en este mundo muchas viudas, más de las que creemos, que tienen cifradas su fe y su confianza en el Dios bueno. Y tienen la plena seguridad que Dios no les fallará.

Si dentro de tu corazón hay momentos que crecen desmesuradamente las espinas del dolor, resbalan por tus mejillas las lágrimas del sufrimiento, no desmayes: ora, confía en el Señor, y no tardarás en oír la voz del mismo: “no temas yo estoy contigo”. Agiganta los ojos de la fe, y descubrirás a Jesús a tu lado, estrechándote contra su corazón. Tratando de consolarte. Creéme, todo es cuestión de fe y de oración confiada.