XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Éxodo 17, 8-13
Salmo 120
II Timoteo 3,14- 4,2
San Lucas 18, 1-8

 

Celebramos hoy el día del Domund: “Domingo mundial de misiones”.  No sé si tendremos suficiente conciencia de la magnitud y significado de este acontecimiento. Tengo un relativo miedo, a determinados hechos  tanto, civiles como religiosos. Podemos celebrarlos y vivirlos un día. Y al siguiente, ni el más pequeño recuerdo de los mismos. Se parecen a esas nubes o tormentas de verano, impresionan unas horas, y al momento nadie, se preocupa de ellas. Por ello digo, que tengo miedo a estos acontecimientos. Hoy podemos ser generosos, hasta muy generosos con las misiones: oraciones, limosnas espléndidas, los misioneros muy presentes en nuestro corazón Y mañana, ¿qué?  

¿Os digo una cosa? No acabo de entender, sinceramente, cómo mi oración, mi limosna, pueden ayudar a otros a su salvación. Te lo repito, ni lo entiendo, ni lo comprendo. Pero, ¡cuidado!, lo admito, firmemente, porque creo en la verdad de nuestro “Credo” y en el mismo decimos: “Creo en la comunión de los santos”. 

En un día como hoy, siempre me vienen a la memoria las palabras de San Pablo: ¡Ay de mi si no evangelizare!  

Y estas palabras debo hacerlas mías, yo, sacerdote carmelita. Y tú, padre o madre de familia. Siempre, pero, hoy más que nunca, el hogar, debe y tiene que ser un santuario.   De muy poco sirve todo lo demás, las palabras del sacerdote, las de  los o  las catequistas, si en la familia no tienen resonancia. Me atrevo a decir, y creo que no me equivoco, lo siguiente: siempre, pero hoy de modo especial, los primeros misioneros, son los padres. No obstante, cómo no, siguen en pie las palabras del Concilio Vaticano II : “Aunque Cristo llama siempre a los que quiere para extender la buena Nueva, incumbe a todos los cristianos la tarea de extender la fe”. 

Hace unos días celebramos la festividad de Sta. Teresa. ¡Qué bien entendió la Santa esta obligación  que pesa sobre todo cristiano. Su espíritu se estremece cuando oye al P. Alonso Maldonado, recien venido de las Indias, la multitud de almas que se perdían. “Yo quedé tan lastimada, nos dice, que fuime a una ermita  con tantas lágrimas suplicándole me diese a entender  qué podría hacer  para que no se perdiesen tantas almas”. Ella conocía sobradamente, que las lágrimas de nada o casi de nada sirven, por eso le suplica, que su “oración, sus obras todas, en una palabra, su vida entera, sirviera para la salvación de las almas”.  

Sabemos que siendo niña quiso ir a tierra de moros con su hermano, para que la descabezasen por Cristo, y así, irse derechita al cielo. Ahora, todo esto, queda atrás. Y ahora, su única obsesión es la salvación de las almas. 

Después de todo esto, no nos extrañará esta frase, sin duda, desconcertante, que sólo ella ha sido capaz de decirla: “ Y mucha más devoción, me hace y más ternura, y más  envidia, que todos los martirios que padecieron los santos que convirtieron almas”. En consonancia, con lo que acaba de decirnos, nos dirá después: “Precia Dios Nuestro Señor más un alma que por nuestra industria y oraciones le ganamos, que todos los beneficios que le podamos hacer”. 

Esta preocupación llegará hasta tal extremo, que llevará a decir a sus hijas: “Y el día que no hagáis esto por la salvación de las almas, tener presente, que no sabéis para que os reunió aquí el Señor”. Y sus hijas, un tanto alarmadas, le dijeron con toda naturalidad: “Madre, si nuestra soledad, nuestros sacrificios, nuestra oración, todo  lo hacemos por las almas, ¿qué será de nosotras? 

Y la respuesta de la Madre, no podía ser otra: “Qué importa, les dice, que yo esté en el purgatorio  hasta el fin del mundo, si por  mi oración se salva un alma? 

Para apagar estos impulsos misioneros, Cristo, se ve como en la necesidad, de intervenir, y una noche apareciéndosele, le dirá: “Espera, hija, y verás grandes cosas”   

¿Qué cosas son estas? Lo mismo nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos,  es que el año 1582, poco antes de morir, la Santa ve partir de Lisboa, para el Congo, la primera expedición de Carmelitas misioneros. 

Y el segundo hecho,  es la proclamación , de una de sus hijas, como Patrona universal de las misiones. No sé si será lícito decir, que este día, en el cielo, reventó  de gozo su corazón, inflamado de amor a Dios y a los hombres. 

Efectivamente, el 14 de diciembre de 1927, ante los ojos atónitos del  mundo entero, Pío X1 declaraba a la humilde carmelita, Teresa del Niño Jesús y de la  Santa Faz, principal Patrona , junto con San Francisco Javier, de todos los misioneros y misioneras y de todas las misiones existentes sobre la tierra. 

El mundo se preguntó, ¿cómo una carmelita descalza, encerrada en clausura, una de las más estrechas de la Iglesia, y como quien dice, sin contacto alguno con el mundo, pudo ser proclamada  Patrona de todas las misiones? 

Una lección para todos, el poder de la oración, y una proclamación de cómo cada uno de nosotros, sea cual fuere nuestro estado y edad, puede constituirse en un verdadero misionero. 

Misioneros, los padres de familia, dedicados y preocupados por la educación de sus hijos. Misioneros, los jóvenes, con su corazón abierto a la llamada del Señor, sea ésta cual fuere. Apóstoles, los sacerdotes con su doctrina, y sobre todo, con sus obras, y su ejemplo  Apóstoles,  las religiosas con su vida de silencio y oración. 

Testimonio y prueba de todo esto, la doctrina inequívoca de la Iglesia. Y  Teresa de Jesús, primero con su vida, y después de muerta, al declarar a una de sus hijas, Teresa de Liseux, principal Patrona, de todos los misioneros, y de todas las misioneras de la tierra.