XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

Sabiduría 11,23-12, 2
Salmo 144
II Tesalonicenses 1, 11-2, 2
San Lucas 19, 1-10

 

Zaqueo, baja enseguida, porque tengo que alojarme en tu casa. El bajó enseguida, y lo recibió muy contento. Luc. 19, 1-18.

El domingo pasado, el evangelio nos presentaba la parábola del fariseo y del publicano. En el día de hoy, nos presenta, no la parábola, sino la historia de un publicano. Mejor aún, del jefe de publicanos. Zaqueo , quien, como “publicano” , recaudador de impuestos, era odiado por el pueblo de Israel, era considerado como un traidor a la patria.

En parte no les faltaba razón para que fueran mal vistos. Los recaudadores de impuestos tenían que entregar una parte determinada a Roma. Pero tenían la libertad de cobrar un “plus” sobre los aranceles, con el cual podían quedarse. Algunos abusaban de esto, haciéndose ricos a costa del pueblo. Y, por lo mismo, eran odiados y mal vistos.

Sin embargo, Jesús mira a Zaqueo con cariño, como a alguien a quien estaba buscando hace tiempo.

Jesús tuvo que alzar la mirada, ya que Zaqueo se había subido a una higuera, para, a su vez, poder ver a Jesús, ya que era pequeño de estatura.

Fue el encuentro de dos hombres que se estaban buscando, como acabo de decir, hacía largo tiempo

Hay miradas que atraen y miradas que hieren. Miradas llenas de bondad y miradas venenosas. Una imagen, dicen, vale más que mil palabras. Y yo diría, y una mirada vale más que mil imágenes.

Jesús, aunque parezca extraño, cree en Zaqueo, y tiene fe en él. Al igual que tiene fe y cree en cada uno de nosotros.

Jesús tuvo fe en Zaqueo y creyó en él. Después…Zaqueo terminará creyendo en Jesús. Y esto, sólo esto, es lo que buscaba Jesús: que Zaqueo terminara creyendo en él. Es decir, buscaba su salvación como hombre, como hijo de Abrahán. En una palabra, como hijo de Dios que era.

Jesús parece tiene prisa en redimirlo: “Zaqueo, baja pronto, porque tengo que quedarme en tu casa”.

¡Qué contraste! Mientras los demás seguían su conversación, Jesús, no sólo habla, conversa, dialoga con él, sino que desea y le pide alojarse en su casa. Por eso, los fariseos le critican después: “Ha entrado a hospedarse en la casa de un pecador”.

¿Qué pasó después? ¿De qué hablaron ¿Qué le dijo Jesús? Nunca lo sabremos, aunque sería interesante imaginaros, cómo pudo desarrollarse aquel diálogo cuyo final feliz relata San Lucas.

Seguramente, en un momento dado, quedaron solos los dos y tuvo lugar una larga charla como la que sostuviera en otro tiempo con la Samaritana o con Nicodemo; quizás duró hasta la madrugada, cuando aún flotaba sobre la ciudad la murmuración de que acogía a los pecadores. Habían olvidado -los fariseos-, eso,”Que el Hijo del Hombre había venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

Y antes de seguir adelante, una pregunta: ¿no olvidamos nosotros también, que Jesús no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores?

Sea de esto lo que fuere, lo cierto es que la charla llegó a su punto culminante cuando Zaqueo, “se puso en pie”, otro muerto que resucita, otro perdido que se encuentra a sí mismo: ya no es un hombre curioso que sube a una higuera para ver a Jesús; es un hombre nuevo, que decididamente cambia de rumbo, cambia sus esquemas, su modo de pensar: en una palabra, quiere cambiar de vida. ¡Y qué cambio! Dijo al Señor: “Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”.

Él había encontrado a Cristo, y nada a o casi nada contaba ya nada para él, fuera de Jesús. Tenía razón Jesús cuando dijo: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán”.

Jesús es el camino, la verdad y la vida. Y así se ofrece a Zaqueo, y a cada uno de nosotros. Por eso, se le ofreció a Zaqueo que era un hombre rico. Probablemente vio el alma de muchos ricos aparentemente felices, sólo por el hecho de ser ricos, pero arrastrando en el fondo, una vida amarga. Jesús era pobre, y vivía conscientemente su pobreza, y en su pobreza, a la vez que condenaba la avaricia, deseaba y luchaba para que todos encontraran el camino verdadero y la felicidad. Y esto lo anunciaba ,más que con palabras , con su vida sencilla y humilde. Y ahora quiere y va a salvar a este gran rico, y, a la vez, pequeño pecador. Por ello, y para ello, entra en su casa, sin pedirle nada para sí o para sus obras benéficas.

Esta página del evangelio es la denuncia de toda clase de “sectarismo”. La evangelización no es sólo para clases sociales, sino para todos, porque pobres hombres no sólo hay entre los necesitados, sino también entre los ricos.

“Hoy, nos ha dicho Jesús, ha llegado la salvación a esta casa”. Así era en verdad. Desde este momento, Zaqueo comienza a ver a los hombres como hermanos. Y comienza, por primera vez en su vida a conjugar , el verbo “compartir” . Comienza por primera vez a usar las manos, no para coger, no para acumular, no para arrebatar, sino, para “repartir”.

Todo comenzó con una mirada de amor a Zaqueo, cuando éste había subido a una higuera para ver a Jesús. Zaqueo lo recibe en su casa. Y Jesús le invita , lo introduce para siempre, en su casa. Es decir, en la casa del Padre.

Abramos nuestro corazón a Jesús. Y él, no lo dudéis, nos introducirá, por toda una eternidad, en la casa del Padre.