II Domingo de Adviento, Ciclo A

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Isaías 11, 1-10
Salmo 71
Romanos 15, 4-9
San Mateo 3, 1-12

 

 

Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: Convertíos porque está cerca el Reino de los Cielos.  San  Mateo, cap. 3.

 

Un año más la  Navidad se va acercando insensiblemente.Y nuestra madre la Iglesia, quiere,  que, poco a poco, nos vayamos preparando para el gran acontecimiento.. Hoy nos presenta a Juan Bautista, aquel hombre que llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y aparece  en el desierto predicando. Yo me pregunto, ¿cómo sería recibido hoy, si viniera  vestido de esa manera un tanto estrafalaria, y, sobre todo, cómo sería recibido su mensaje?

 

En cuanto al vestido, fácilmente sería bien recibido. Ya que hoy, cada uno viste como quiere. Hoy nadie se extraña de nada. Más aún, cuanto más estrafalariamente, va uno vestido, e iba a decir, que es mejor recibido. Es decir, fijándonos en el vestido, Juan Bautista, hoy no sería rechazado.

 

Ahora bien, si viniera y repitiera lo que dijo en el desierto, ¿qué diría la gente? ¿Qué fue lo que dijo? Algo muy sencillo. Pero, que chocaría, dado el ambiente en el que nos desenvolvemos.

 

¿Qué fue lo que dijo? Algo tan sencillo como esto: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos”.

 

Alguien pudiera preguntar: ¿de qué tenemos que convertirnos? Eso, cada uno, con la mano puesta en el corazón, es el que tiene que decirlo.

 

Antes de seguir adelante: ¿qué es la conversión? La misma palabra nos lo está diciendo: volver sobre nosotros mismos. Cambiar de pensamiento en muchas cosas. Cambiar, con todo lo duro que parezca, de vida. Si no estamos decididos a cambiar en algunos aspectos de la vida,  no cabe en nosotros la conversión.  

 

¡Qué diferencia tan abismal entre el pensar de ayer y el de hoy! Ayer, todo era pecado. ¿Nuestros mayores eran unos reprimidos? Hoy nada es pecado. ¿No habremos perdido la sensibilidad religiosa? Creo que nuestro gran pecado, es haber roto la frontera entre el bien y el mal. Y cuando se rompe esta frontera, no hay nada que hacer. No sabemos lo que es bueno, lo que es malo, y lo que es indiferente. ¡Cuántas veces no decimos, esto no va bien! .¿Dónde iremos a parar? Nadie se encuentra a gusto y nadie tiene paz.

 

Ciertamente, nuestros padres lo mismo dieron excesiva importancia a cosas, que lo mismo no tenían tanta. Yo no añoro los tiempos pasados. Lo que sí añoro, es eso, que eran a su manera felices, había paz en las familias, se amaban, y vivían unidos. Hoy, por el contrario, ¿qué es lo que vemos? Todos tenemos, de una o de otra manera, la idea de  lo que  ocurre, familias rotas, con las tristes consecuencias, que queramos o no queramos, todo esto trae. Desorientados buscamos la felicidad, y no nos damos cuenta,  hemos cegado la fuente de la misma.

 

Había una vez un señor que tenía un jardín y en el jardín una piscina. Un día la piscina comenzó a echar unas burbujas que despedían un hedor insoportable. Molesto el señor llama  a un físico, y le dice: quíteme estas burbujas que como Vd. puede experimentar producen un olor nauseabundo. ¡Quíteme cuanto antes las burbujas ¡El físico analiza el agua y se echa a reír. ¿Qué dice?  ¿Qué le quite las burbujas? No hombre, las burbujas no tienen la menor importancia. ¿Vd. sabe lo que tiene importancia? Es que en el fondo de la piscina hay un cadáver. Y es lo que hay que sacar. Saque el cadáver e inmediatamente desaparecerán las burbujas pestilentes y mal olientes

 

Esto es lo que, en ocasiones, nos pasa a nosotros. En ocasiones vamos al confesonario con cuatro “burbujas”. Y sin embargo, el cadáver que tenemos dentro, lo seguimos encubriendo y ocultando. Y como, es natural, el mal sigue en el fondo de  nuestro corazón. Padre, soy egoísta, .Solo me preocupo de mí. .Cuando en la T.V. veo una desgracia, ¿ cómo no?, lo lamento, pero, después,  yo no hago nada por aliviarla. Padre, con toda la mala idea pongo la zancadilla a otro. ¿Quién se acusa de todo esto? No, muchas de nuestras confesiones son así: no he rezado mis devociones, no he venido a misa, me he distraído muchas veces en la misma…Perdonadme, si no he acertado a expresarme: acusaciones de distraernos en nuestras devociones, son las burbujas del estanque de mi alma. Distraerme ante las necesidades de mis hermanos los hombres, cuando salgo a la calle, es el cadáver que puede yacer en el corazón de muchos de nosotros.

 

La conversión tiene que ser interna, del corazón. Si ahora, no perdonas y quieres convertirte, antes tienes que perdonar. Si somos egoístas y queremos convertirnos, tenemos que pensar un poquito en los demás. No porque yo haya hoy comido bien, olvidar que habrá muchos que no han comido ni un solo bocado. Esto es conversión.

 

La verdadera vida, no os maravilléis, no comienza en la otra, sino en ésta. Cuando venga Cristo, el cordero y el león pacerán juntos…

 

Marginados, explotados no puede haber en la otra vida, luego la conversión ha de realizarse en esta. Es decir, hoy. No lo dejes para mañana.