III Domingo de Adviento, Ciclo A

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Isaías 35, 1-6a. 10

Salmo 145

Santiago 5, 7-10

San Mateo 11, 2- 11 

 

Jesús respondió a los discípulos de Juan: Id y anunciad lo que estáis viendo y oyendo: Los ciegos ven y los ínválidos andan, los leprosos quedan limpios. San Mateo, cap. 11.

 

Una vez más vuelve a ser protagonista el mismo del domingo pasado: Juan Bautista.

 

Ayer aparecía en el desierto predicando, mejor, pidiendo la conversión. Aparecía en el desierto donde voluntariamente se había retirado. Hoy se encuentra en otro “desierto”: en la cárcel, donde ha sido arrojado por denunciar una injusticia, por levantar la voz contra el adúltero Herodes,  que había arrebatado la mujer, nada más y nada menos, que a su hermano, Arquelao.

 

Ahora, la verdad, puede ser pisoteada, incluso enterrada; pero nunca será vencida. Las nubes pueden ocultar, oscurecer el sol, nunca vencerlo.

 

Así desde la cárcel, Juan manda algunos de sus discípulos a preguntar a Jesús: “Eres tú  aquel a quien esperamos? ¿Ha llegado el Reino de Dios?

 

Y la respuesta de Jesús constituye una de las páginas más importantes  de todo el Evangelio.

 

Si el Mesías ha llegado, si Dios se ha hecho presente entre los hombres: ¿cuáles son los signos que lo prueban? Si el Reino de Dios ha llegado, ¿cuáles son sus manifestaciones para no correr el riesgo de confundirse?

 

En aquel entonces, como hoy, existían muchos signos religiosos que pretendían ser las señales de la presencia de Dios en la tierra. El Templo, la Ley, el Culto, etc. etc,

 

Lo increíble en la respuesta de Jesús, es que no alude a ninguno de estos tradicionales signos de la presencia de Dios, y presenta, por el contrario, hechos, aparentemente, carentes de sentido religioso, hechos fuera del ritual, y fuera de la teología.

 

La respuesta comienza con un dato de capital importancia, decid a Juan lo que estáis viendo: “Los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio.

 

No otra cosa había dicho Isaías a los desterrados de Babilonia: “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará, y volverán los rescatados del señor”.

 

¡Qué contraste entre el proceder de Cristo y del nuestro! A una de las preguntas más decisivas, más trascendentales que el hombre puede hacerse o plantearse, responde con la mayor sencillez:” No os rompáis la cabeza; simplemente, decid lo que habéis visto”. Digo, que cómo contrasta su proceder con el nuestro. Jesús apenas habla, obra: “Decid lo que habéis visto”

 

Por el contrario, nosotros, nada más tenéis que recordar el tiempo de elecciones, todos los partidos políticos, todos, sin excepción, cómo nos bombardean con palabras y palabras. Y lo sabemos todos, a casi nadie, por no decir a nadie, convencen. Por eso, porque sabemos que no son más que palabras.  Recuerdo haber oído a un político que le preguntaron: ¿ y todo aquello que dijo vísperas de las elecciones, cómo no lo lleva a la práctica?  Sonriendo contestó: lo ha dicho Vd., eran  vísperas de elecciones.

 

Cuando no se está seguro de que se dice la verdad, se trata de envolver al otro con palabras

 

¿No tendría razón aquel chino, Lin Yu Tang, al decir que los occidentales, cuando no teneos nada que decir, decimos muchas palabras?

 

Cristo, por el contrario, tenía grandes cosas que anunciar, por eso fue excepcionalmente, sencillo.

 

¿Dónde está  el Reino de Dios? Allí donde hay un hombre que ayer no comía, y hoy come. Allí donde hay un hombre que ayer era explotado , y hoy es libre. Allí donde reina la justicia social, es decir, donde el patrono da su salario justo, y, a su vez, el obrero rinde lo justo.  En una palabra, allí donde ayer  había un hombre que no veía, y hoy ve; allí está o ha comenzado el Reino de Dios.

 

El Reino es anunciado antes en la calle que en el Templo. Cristo, cierto, en ocasiones habló en la Sinagoga. Sin embargo, él anunció el Reino, allí mismo donde vivían los hombres; allí donde sufrían y trabajaban. Junto a la orilla del mar, y en lo alto de la montaña, en el campo y en la ciudad. Nada ni nadie, a sus ojos, estaba excluido del Reino. No tenía el menor reparo en tratar a los pecadores, a los publicanos, y a los militares. Jamás puso obstáculo en hablar con las mujeres, aunque la ley decía, mejor, prohibía, incluso saludarlas, y jamás se avergonzó de dialogar con las de dudosa vida. Asimismo trató de cerca a los leprosos, no haciendo asco alguno, y. dejándoles limpios de su humillante enfermedad.

 

En el corazón de Cristo, en su Reino, todo tenía  cabida: el hombre, la ley y el culto.. Pero, qué duda cabe, primero el hombre, después la ley, y  por último, el culto.

 

Asimismo, primero el hombre que no tiene, después el que tiene: primero el enfermo, después el sano.

 

Los enfermos los primeros…quizás los drogadictos, quizás los divorciados. No te escandalices, lo dijo él: “ No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos”.

 

Alegrémonos todos, pues en cualquier circunstancia que nos encontremos, si nos acercamos a Cristo con sencillez y humildad, no lo dudemos, la puerta de su corazón la encontraremos siempre abierta.