II Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Mateo 17, 1-9: Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, se los llevó a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos. Su rostro resplandecía como el sol. San Mateo, cap. 17.

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Génesis 12, 1-4a
Salmo 32
II Timoteo 1, 8b-10
san Mateo 17, 1-9
 

 

Jesús tomó consigo a Pedro, a  Santiago y a Juan, se los llevó a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos. Su rostro resplandecía como el sol. San Mateo, cap. 17.

 

No sé si habréis reparado que en los tiempos litúrgicos de Adviento y Cuaresma, preparación para la Navidad y preparación  para  la Resurrección, digo, que no sé si habréis  reparado, que en  medio de estos dos tiempos, dedicados de modo especial, a la oración, al ayuno y penitencia, la Iglesia nos pone dos domingos especiales, como si quisiera que llenáramos nuestro corazón de alegría. En el tercer domingo de Adviento, comienza la carta de San Pablo:  “Alegraos. Por segunda vez os digo, alegraos”. Y hoy, segundo de Cuaresma, como si olvidáramos la penitencia y mortificaciones, nos presenta, nada más y nada menos, que la  Transfiguración del Señor.”Su rostro, nos dice San Juan, resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas  como la luz.

 

La Transfiguración, no es una anécdota en la vida de Jesús, y menos aún, una escena exhibicionista. Es un acto premeditado, y llevado a  efecto con una intención concreta y determinada. No les subió a la montaña para que le vieran transfigurado, sino para que le escucharan y darles ánimos

 

Jesús les acaba de anunciar “una mala noticia” o “la gran noticia”: su pasión y su muerte

 

Tenían una idea equivocada de Jesús. Ciertamente ven en él al “enviado” por Dios. Pero debiera ser, según su mentalidad: un viaje triunfal sobre la tierra. Pero lo que acaba de anunciarles, echa por tierra todas sus ilusiones. De ahí, que Jesús se vea en la necesidad de anunciarles cuál será el fin verdadero de la crucifixión. Quiere hacerles ver que se va a la gloria por el camino de la cruz. ¡Qué lección para todos y cada uno de nosotros, que pretendemos alcanzar la gloria sin la cruz!

 

Y viendo a los discípulos sin aliento, toma a Pedro, Juan y  Santiago –en ellos estábamos todos- y los sube al Tabor. Lo interesante de la Transfiguración, no es ver el rostro de Jesús resplandeciente como el sol, sus vestiduras blancas como la nieve, sino prestar atención a la voz del Padre, que se deja oír rasgando los cielos: “Este es mi Hijo amado, escuchadle”. En efecto, hay que escucharle cuando nos dice: “ Si alguien quiere ser discípulo mío, que tome su cruz y me siga” .

 

Todos nosotros, cómo no, queremos ser discípulos  de Jesús. Pero con frecuencia, olvidamos, eso, que tenemos que tomar nuestra cruz. Queremos ver a Cristo transfigurado. Pero, en ocasiones, nos resistimos a “subir” al Tabor.

 

Conociendo a Pedro, me figuro que subiendo el escabroso sendero del Tabor, más de una vez pasaría por su imaginación, este pensamiento, esta idea: ¿a dónde nos quiere llevar por aquí el Maestro?. Y lo mismo sintió la tentación, llevado del cansancio, de  renunciar a la subida. ¿Qué hubiera pasado, si se hubiera dejado llevar de la fatiga? En una palabra, se hubiera perdido, eso,  “el mayor espectáculo del mundo”.

 

¿Cuántas veces, nosotros, ante el trabajo, ante la dificultad, no renunciamos a subir al Tabor, y nos perdemos el encuentro con Jesús transfigurado?

 

Pedro deslumbrado por la belleza de Jesús, rodeado de Moisés y Elías, exclama: “Señor, ¡qué bien se está aquí. Si quieres haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés  y otra para Elías.

 

Pero, mucho, mucho cuidado, el punto culminante de la Transfiguración, no está representado, por el resplandor deslumbrante del rostro y los vestidos de Cristo, sino por el resonar de la voz, que se oyó rasgándose los cielos: “Este  es mi Hijo., el amado, el predilecto. Escuchadlo”.

 

Como la escena del Bautismo  en el Jordán, al principio de la misión pública, también aquí, vísperas de la Pasión, la voz expresa el reconocimiento del Padre:  “Este es mi Hijo predilecto. Escuchadle.

 

El discípulo de Jesús, el cristiano, no es el hombre de las visiones, sino el hombre de la “escucha”. Pero, atención, no para saber más de él, para satisfacer la curiosidad, sino para  obedecerle. En una palabra, para amarle más.

 

También el cristiano puede y debe transfigurarse. Si nos acercaos con sinceridad a Jesús, nuestro rostro, sino ante los hombres, sí ante Dios, no lo dudéis, nuestro rostro será transfigurado.

 

Y quiero terminar con unas palabras, un tanto sorprendentes de Jesús. Para mí, uno de los momentos más gloriosos, en lo humano, en la vida de Jesús, es el momento de la Tansfiguración. Pero no dejan de ser sorprendentes, digo, sus palabras a los discípulos, cuando al bajar de monte les dice: “No contéis a nadie lo que habéis visto”.

 

¿Cómo, Señor, que no cuenten a nadie lo que han visto? ¿Qué no cuenten a nadie este momento, uno de los más gloriosos –como acabo de decir- de tu estancia entre nosotros?  Ciertamente, nos dirá Jesús, es uno de los momentos más gloriosos. Pero, el más vivo, cuando me sentí más encarnado, más hombre, fue en Getsemaní, cuando inundado de un sudor de sangre, que caía hasta la tierra, me ví en la necesidad de exclamar: “Padre, si es posible, pase de mi este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

 

En estos momentos, cuando comenzaba a consumarse la obra de la redención, es cuando ,más “Hijo del Hombre me he sentido”.

 

Recuerda, cuantas veces quieras, el Tabor. Pero no olvides jamás, el “Huerto de los Olivos”.