Domingo de Resurrección

Juan 20, 1-9: Llegó también Simón Pedro y entró en el sepulcro. Entró también el otro discípulo, vieron y creyeron. En verdad había resucitado de entre los muertos. San Lucas, cap. 20.

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43
Salmo 117
Colosenses 3, 1-4
san Juan 20, 1-9

 

 

Llegó también Simón Pedro y entró en el sepulcro. Entró también el otro discípulo,  vieron y creyeron. En verdad había resucitado de entre los muertos. San Lucas, cap. 20.

 

Uno de los monumentos de mármol del célebre cementerio de Génova representa a una madre muerta, colocada en un ataúd, y delante de él a su hija, que está de rodillas y con las manos juntas, casi muerta por el dolor.

 

Pero entre la madre muerta y aquella hija deshecha por el llanto, está Cristo,  que extiende sus manos, en actitud de consolar a ambos, a la vez que pronuncia estas palabras, como un rayo de esperanza, que irrumpe del otro  mundo: “Yo soy la Resurrección”.

 

Sí, Cristo es la Resurrección, y ella es el eje de nuestra existencia, y en ella se encuentra la razón de nuestra esperanza. Por eso, ser cristiano, antes que nada, es creer en la resurrección de Jesús.

 

Fijaos bien, no somos cristianos por el hecho de creer en el pecado, en el más allá, ni en la misma Cruz. Somos cristianos, porque creemos en el perdón, en la liberación del pecado; en una palabra, en la Resurrección de Cristo.

 

Por eso, el cristiano, no es hombre que nace y vive para morir, sino que nace y muere para resucitar.

 

Yo no soy un hombre destinado a la muerte. Yo soy nu hombre destinado a la vida.

 

Un día Marta a los pies de Cristo le pide por su hermano Lázaro. Y Cristo le dice: “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá . ¿Crees esto?

 

Esta es, pues, la cuestión que Cristo nos plantea. ¿Crees tú, nos dice a todos y a cada uno de nosotros, que yo soy la Resurrección? ¿Crees tú que puedo dar la vida a un muerto, a ese muerto que eres tú, y  a todos los muertos que te rodean?

 

Por eso, no me sirve de gran cosa, creer en la Resurrección de Cristo, sino creo en mi propia resurrección. Y lo interesante, no es resucitar dentro de diez, veinte, treinta años, etc. Lo interesate es resucitar hoy: salir del estado de muerte, al estado de gracia.

 

Hemos nacido para resucitar. Hemos nacido para vivir eternamente.

 

Pero, atención, no hemos nacido para resucitar en la otra vida, sino, en esta. No os escandalicéis, yo no creo en la otra vida. Yo creo en esta. En esta, que por un misterio insondable, se transformará en una vida perdurable, en la vida eterna. Por eso, os digo , que no creo en la otra vida, sino, en la vida eterna. Es decir, esta vida, la que ahora estoy viviendo, en un momento, se hará eterna. Y si mi vida ahora es luz, si ahora es amor, por una eternidad, viviré una vida de luz, una vida de amor. Por el  contrario, si ahora mi vida  es oscuridad  tiniebla, un día viviré una existencia, llena de tinieblas y oscuridad.  Si ahora en mí hay odio y rencor, por toda una eternidad , viviré una vida de odio y de rencor..

 

Y no  olvidéis esto, el infierno no es más que un lugar donde no se ama; donde no hay amor. Quien no ama aquí ya está en el infierno.

 

Amemos, esforcémonos en amar, y jamás iremos al infierno. Amemos y jamás tendremos miedo al infierno.

 

Decía San Agustín, que “el tiempo es semilla de eternidad”.  Lo que sembremos en esta vida, recogeremos, no en la otra, sino, en la eternidad. Sembremos, pues, aquí luz y amor, y resucitaremos en una vida, que ya ha comenzado, que ya es,  pero que se ha convertido en una vida perdurable, eterna, porque si tuvo principio, “ya, como decimos en el Credo, no tendrá fin”.

 

No ha mucho fue jubilado un sacerdotote en un pueblecito de la diócesis de Salamanca. Había bautizado, dado la comunión, casado, y había dado la sepultura, a varias generaciones El pueblecito, antes de despedirle, quiere rendirle un más que merecido homenaje. El sacerdote, visiblemente emocionado, les sorprende en la homilía, con estas sencillas, pero  jugosas palabras: “Voy a revelaros un secreto que ni siquiera conoce mi familia. En mi testamento, he dejado escrito, mandado, que se me entierre aquí, entre vosotros”. Y esto ¿por qué? ¿Para seguir viviendo con vosotros? ¿Para seguir ayudandoos? No. Que me entierren aquí, sencillamente, por eso: “porque deseo resucitar con vosotros”.

 

Creo no necesita comentarios: “deseo ser enterrado aquí, porque deseo resucitar con vosotros”