III Domingo de Pascua. Ciclo A

Lucas 24, 13-35: Dos discípulos de Jesús iban a una aldea llamada Emaús. Mientras conversaban, Jesús en persona se acercó, y se puso a caminar con ellos San Lucas, cap. 24.

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33
Salmo 15
I san Pedro 1, 17-21
san Lucas 24, 13-35
 

 

  A los ocho días estaban reunidos los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús y dijo a Tomás: Trae tu dedo, trae tu mano y métela en el costado. San Juan, cap. 20.

Fácilmente si no hemos dicho, sí hemos oído más de una vez esta frase: “se quedó in albis”. Lo que quizás, parte de nosotros, desconozca cuál es el origen de la misma. Pues, ni más ni menos, se fundamenta en este segundo domingo de Pascua, que celebramos hoy. A los catecúmenos que recibían el bautismo en la Vigilia de Pascua, se les imponía una vestidura blanca. Vestidura blanca que llevaban durante ocho días. Es decir, hasta el día de hoy. Al despojarles, como es natural, se quedaban sin ella. De ahí viene la frase “in albis”. Sin ella.

Asimismo en correr de os tiempos, cuando a una persona, se le había despojado de sus cosas, se la ha dejado sin nada, o casi sin nada, se diga de ella, que está “in albis”.

Esta costumbre, la de imponer al bautizado la vestidura blanca , perdura hasta el día de hoy. Al niño en el bautismo, en un momento dado, cubre la cabeza con un paño o una vestidura blanca, la mismo tiempo que se le dice:”Recibe esta vestidura blanca como signo de tu dignidad de cristiano… consérvala sin mancha hasta la vida eterna”.

En el evangelio de hoy encontramos como dos escenas bien diferenciadas. Pero, a la postre, vienen, como a complementarse la una a la otra. En las dos encontramos


Juan 20, 19-31: A los ocho días estaban reunidos los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús y dijo a Tomás: Trae tu dedo, trae tu mano y métela en el costado. San Juan, cap. 20.Dos discípulos de Jesús iban a una aldea llamada Emaús. Mientras conversaban, Jesús en persona se acercó, y se puso a caminar con ellos San Lucas, cap. 24.

El viaje que realizan dos de los discípulos de Jesús a Emaús, es uno de los acontecimientos más familiarizados con la mayoría de los cristianos. Alguien ha podido escribir – creo que algo exageradillo- que es una de las páginas más bellas de la Biblia. Sea de esto lo que fuere, tengo para mí que no hemos profundizado lo suficiente en la misma. En los discípulos que se dirigen a Emaús, estamos la mayoría de nosotros representados, por no decir, todos los cristianos. Creemos que caminamos solos, sin darnos cuenta, que Jesús marcha siempre a nuestro lado. Alguien, acertadamente, ha dicho: “Tú y yo somos tres” (?). Por eso, porque Jesús no nos deja un momento solos.

Los de Emaús, caminan, un tanto decepcionados. En parte, podían tener algo de razón. Disponían de una promesa: resucitaré a los tres día; y de una realidad: le vieron muerto y enterrado.

Por otra parte, cuando Jesús se manifestaba “triunfador”, cuando era aclamado por las multitudes, resultaba gozoso el ser y mostrarse, discípulo suyo.

Pero, cuando queda sepultado, no puede sorprender a nadie que nazca la desilusión, surja el desconcierto, y se apodere el desaliento de todos.

Los discípulos, como acabamos de ver, caminan descorazonados. Jesús se les hace presente. Se une a ellos. Y les muestra el interés por sus preocupaciones. Y con suma delicadeza les pregunta: ¿” Qué conversación es esa que lleváis entre vosotros, mientras vais caminando?.

Jesús, sobradamente sabe, porqué marchan preocupados, y no les pregunta por curiosidad, sino para ayudarlos. Ellos no han comprendido la pregunta de Jesús. Como nos ocurre a nosotros un sin número de veces. Por eso, casi un tanto desabridos, le contestan: ¿Eres tú el único en Jerusalém que no sabe lo que ha ocurrido estos días? Ellos son, los que a la hora de la verdad, no sabían lo que había ocurrido.

¿Cuántas veces, en cuántas ocasiones no se nos aparece Cristo y no le reconocemos? En el dolor, en el sufrimiento, en el contratiempo, no exclamamos, pero, Señor ¿dónde estás? ¿dónde te escondes?

Hay una frase cargada de profundo sentido, que, a la vez, manifiesta el infinito desaliento del que era presa su corazón: “Nosotros esperábamos -ya no esperan- que él fuera el futuro liberador de Israel”. Y como agarrándose a un clavo ardiendo, dentro de su corazón , se oculta una lucecita de esperanza, que les hace decir o exclamar: “Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo; incluso vinieron diciendo, que había visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo.

Con tino hasta aquí les ha querido llevar el Señor. Ellos manifiestan lo que muy apagadamente, abrigaban en su corazón: la idea, la esperanza, aunque fueran pequeñas, de una posible resurrección de Jesús. Y una vez que ha visto el señor atisbos de su credibilidad, de su fe, cariñosamente les increpa, para reavivarla, y les dice: “¡ Qué necios y torpes sois de corazón, para creer lo que anunciaron posprofetas”.

El recelo que podía existir entre ellos, se ha venido abajo. El peregrino ya no es un extraño para ellos. Se establece entre ellos una corriente de simpatía y de amistad. Yo diría, de amor.

Prueba de ello, es que, habiendo llegado al destino, el peregrino hace ademán de proseguir el viaje. Pero, los discípulos le dicen: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”.

Seguro que el corazón de Jesús dio un “brinco” de alegría. Aquellos peregrinos era verdaderamente discípulos suyos. Ciertamente, habían tenido algún momento de duda. Se les podían haber olvidado algunas cosas de las que les había enseñado. Pero, la principal: el amor al hermano, no se les había olvidado, sino que lo llevaban muy en su corazón , y lo vivían.

¡Quédate con nosotros!, es el grito que brota de todo corazón humano. ¡Quédate con nosotros! Porque tú eres el camino, y si te marchas, nosotros quedamos sin rumbo y desorientados. ¡Quédate con nosotros!, porque tú eres la vida. Y si te alejas de nosotros, moriremos.

Y se quedó con ellos a cenar. Y lo conocieron “al partir el pan”.

Si te preguntan a ti, si eres cristiano, ¿Qué les dirías? Sí, soy cristiano. Y si te preguntan, ¿cómo me lo demuestras? ¿Qué les dirías? Pues, voy a misa los domingos. Pertenezco a esta o aquella cofradía. Por la noche rezo siempre a la Virgen… ¡Maravilloso! Pero, no basta.

Los discípulos de Emaús en las dos horas de camino, y eso que les explicó las Escrituras., no llegaron a reconocer a Jesús Y…lo conocieron “al partir el pan”.

Repartamos, también nosotros, el pan que tenemos. Pero, nunca nos contentemos con “sólo” repartir el pan. Hemos de repartirlo, de entregarlo, con amor. Cuando veas a un pobre en la calle, sí, dale un pedazo de pan, pero, ante todo y sobre todo, dale un poco de tu corazón, de tu amor. Cuando estés “enojado” con tu hermano, con tu hermana, no sólo les perdones en tu interior, sino también dales una sonrisa llena de vida y de amor. De lo contrario, en el reparto, en nuestra entrega, no reconocerán a Cristo. No olvidemos esto: “Lo reconocieron al partir el pan.”