V Domingo de Pascua, Ciclo A

Juan 14, 1-12:  Tomás le dice a Jesús: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿Cómo podemos saber el camino? Jesús le responde: Yo soy el camino, le verdad y la vida. San Juan , cap. 14.

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Hechos de los apóstoles 6, 1-7
Salmo 32
I san Pedro 2, 4-9
san Juan 14, 1-12

 

 Tomás le dice a Jesús: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿Cómo podemos saber el camino? Jesús le responde: Yo soy el camino, le verdad y la vida. San Juan , cap. 14.

De entrada, juzgo interesante detenerme, o sencillamente, recordaros, las primeras palabras del Evangelio de hoy, dichas por Jesús a sus discípulos: "No perdáis la calma". En medio de las dificultades y contratiempos que a veces nos cercan y acorralan, Jesús nos dirige las mismas palabras que a los apóstoles: "No perdáis la calma"´

A medida que se acerca su despedida, se va produciendo en los apóstoles, una sensación de angustia e incertidumbre muy acentuadas. Jesús, como es natural, lo nota., quiere tranquilizarles. Y por eso, les dice: "No perdáis la calma".

Jesús les ha anunciado su partida, y les añade: "Donde yo voy, ya sabéis el camino". Tomás, un tanto confuso, le dice: "Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos conocer el camino? Y es cuando Jesús pronuncia esas sustanciosas palabras, que son como el eje de la vida del cristiano: "Yo soy el camino, la verdad y la vida"

Cuando nos hallamos desorientados, preguntamos por el camino, y si nos hemos perdido, nuestra alegría es dar con él. ¡ Y qué felices seríamos en tantas situaciones de la vida, si supiéramos con seguridad dónde está el camino y. alguien con palabra amiga y gesto firme, nos dijera: por aquí hay que seguir. Y es lo que hace Jesús: nos tiende la mano y con cariño nos dice: "Soy tu amigo, agárrate a mí con confianza, y no te perderás".

Cuentan de Tierno Galván, alcalde que fuera de Madrid, que estando en el lecho de muerte, recibía con frecuencia, a la periodista, de todos conocida, Encarnita. Tierno Galván era agnóstico. Encarnita, católica. Pero mantenían una estrecha amistad. Y un día le confiesa Tierno: "Envidio a los cristianos , porque "esperan" algo, tienen un camino y saben a dónde van. Nosotros, por el contrario, no esperamos nada, ni sabemos a dónde vamos". Más aún, "dicen", que en los últimos momentos de su vida quiso confesarse, y sus íntimos, se lo impidieron. ¡Para pensarlo!

Hemos indicado al principio, que la situación de los apóstoles era manifiestamente angustiosa ante la insinuación de que el Maestro les iba a abandonar. Pero el dolor queda mitigado, cuando les dice que marcha a la casa del Padre, a prepararles un lugar, y que pronto volverá por ellos, y juntos, todos, vivirán por toda una eternidad. Eso, en la casa del Padre.

¡Qué cosas se han dicho, se dicen y se seguirán diciendo del cielo! Sin duda alguna no se ha dado una definición tan sencilla, y, a la vez, más esclarecedora, del mismo.

Con sinceridad, ¿ qué hay más codicioso ,aquí en la tierra, que la casa del padre? En la casa del padre nos encontramos a gusto, contentos y seguros. Nos sentimos acogidos, amados y queridos. Nos movemos con libertad y con alegría. Por eso, Cristo, que quiere que seamos felices nos ha precedido, y ha ido a prepararnos un sitio, en la casa del Padre.

Sin duda alguna, la palabra "padre" fue la primera que aprendimos. Y la aprendimos en la deliciosa escuela de los brazos de la madre.

No hablábamos aún, pero tan cálidos y tiernos eran los abrazos y besos de nuestra madre, que parecían ayudarnos a crecer más de prisa. Y un día, la fuente sellada de nuestros labios parecía que quería prorrumpir en balbuceos. Y en seguida la madre, antes que el dulce nombre de Jesús, nos dijo todo emocionada, señalando a un hombre: ¡Vamos, dí "papá!

Sí , nada tan tierno en el cielo y en la tierra como la casa del "padre". Ya lo dijo el hijo pródigo, entre bellotas y arrepentimientos: "Volveré a la casa de mi padre". Asimismo, el niño pequeño, nada más salir del colegio, marcha lleno de alegría, a la casa del padre. Los recien casados, en la luna de miel, la primera llamada telefónica, es a la casa del padre.

En consonancia con esto, un día, Felipe dice al Señor: "Muéstranos al Padre y nos basta". Jesús le replica: ¿Hace tanto tiempo que estoy con vosotros y no me conocéis? Felipe, quien me ha visto a mi ha visto al Padre. Un deseo, que de una manera o de otra, un sin número de veces hemos manifestado todos nosotros, de ver al Padre, de ver a Dios. Jesús "reprende a Feli-pe, diciendo: ¿tres años con vosotros y aún no me conoces? A nosotros nos podía decir: "X XI S. llevo con vosotros y aún no me conocéis? ¿Decís que no me habéis visto? ¿Cuántas veces os he dicho, que cualquier cosa que hiciereis con el más pequeño de mis hermanos me lo hicisteis a mi? Agiganta los ojos de la fe y me descubrirás en cualquiera de ellos.

Por eso, porque todos sois hermanos e hijos míos, marcho a la casa del Padre a prepararos un sitio. ¡Qué bondad la de Jesús! Se ha preocupado de nosotros mientras estábamos en la tierra. Pero, ante todo, y sobre todo, ha marchado al cielo a prepararnos una morada, a todos y a cada uno de nosotros. Por eso, dice:"En la casa de mi Padre, hay muchas moradas. ¿Cuál es la mejor?

Hablemos un lenguaje familiar, que todos entendamos. ¿Mejor la mía por ser Carmelita que la tuya por ser padre de familia? Entendedme, mejor la mía, si soy mejor Carmelita que tú padre de familia. Pero, cuidado, mejor la tuya si eres mejor padre de famita que yo Carmelita: Pero, dejemos esas cosas. Todo contentos con la vocación, con el estado al que nos ha llamado el Señor. Todas las vocaciones, todos los estados, son maravillosos a los ojos de Dios. El religioso que no envidie al casado. Y la madre de familia que no envidie a la religiosa.

Tanta gloria puede dar al Señor el padre de familia, como el sacerdote. Y la misma gloria puede dar a Dios la casada como la religiosa. Ah, y la misma gloria puede dar la soltera ,como la religiosa y la madre de familia.

Vivir contentos con la vocación y el estado a los que el Señor nos ha llamado. A todos nos ha preparado una morada en el cielo. A cada uno la suya. Todos contentos con la nuestra

Ciertamente, en la casa del Padre hay muchas moradas. Pero, no lo olvidéis, sólo hay una puerta: la puerta del "amor".