XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 21, 33-43: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, Construyó la casa del guarda, y la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje.  

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Isaías 5, 1-7
Salmo 79
Filipenses 4, 6-9
Mateo 21, 33-43

 

Había un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, Construyó la casa del guarda, y la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Mt. 21, 33-43.

Uno de los símbolos más acariciados en la Palabra de Dios, es el símbolo de la viña. Sin ir más lejos, el Evangelio del domingo pasado nos hablaba de aquel padre que tenía dos hijos y los mandó a trabajar a su viña. Uno dijo que sí, lo recordaréis, y luego no fue. El otro dijo que no, luego se arrepintió, y fue. Nosotros terminábamos preguntando: ¿quién hizo la voluntad del padre? Evidentemente, el que en un principio dijo que no, pero al final, arrepintiéndose, fue.

Hoy Jesús vuelve a escoger por tema o símbolo la viña. Un símbolo como todos los de Jesús, cargado de lecciones para todos y cada uno de nosotros

Ya en la primera lectura, el profeta Isaías, nos ha dicho: "Mi amado tenía una viña. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas. Construyó en medio una atalaya.Y esperó que diera uvas, pero dio agrazones".

Tanto la viña de la que nos acaba de hablar Isaías, como la viña de la que nos ha hablado Jesús en el Evangelio, se refieren directamente al pueblo de Israel. Pero sería un lamentable error, cargar únicamente sobre las espaldas de Israel las palabras de Isaías y las del Señor.

El pueblo de Israel es signo de la Iglesia y de todos y cada uno de nosotros, que hemos sido llamados a formar parte de ella, y en muchas ocasiones, en vez de frutos, le hemos proporcionados decepciones y amarguras; en lugar de alegrías, le hemos ofrecido disgustos.

La parábola nos recuerda que somos un sueño de Dios, hijos amados desde toda la eternidad. Nos ha llamado a la vida por amor y nos ha proporcionado una parcela en su viña, para que la trabajemos. Pero, ¿cuántas veces no le hemos decepcionado?

Juan Pablo II ya nos dijo en su día, unas palabras muy serias: "Es necesario un nuevo anuncio del Evangelio, incluso a los bautizados. Muchos de nosotros creemos saber qué es el cristianismo pero realmente no lo conocemos. Y si lo conocemos, no lo vivimos, que aún, es peor".

La parábola de hoy es un tanto fuerte. Una llamada para que despertemos de ese sueño que nos tiene como aletargados.

Si leemos detenidamente la parábola, nos encontramos con el verbo "arrendar". ¿Cuántos de nosotros no nos hemos creído "dueños" de la viña? Apenas somos sus servidores. Y al igual que los engreídos arrendatarios ¿no hemos echado de ella a los criados del señor, tomando ,injustamente, posesión de la misma?.

Por el contrario, en la historia de la Salvación, la actitud del Señor ha sido en todo momento, un dechado de amor, condescendencia y misericordia.

Recordemos que Isaías en la primera lectura, y Jesús en el evangelio de hoy, nos hablan del mimo con que Dios siempre ha acogido a su pueblo, cultivando su viña con amor ¿Qué podía hacer por su viña que no haya hecho?. Dios plantó la ley en Israel y los profetas, y, ante todo, les dio a su Hijo. Pero, ¿qué decir de la predilección de su nuevo Pueblo, la Iglesia? Dios nos ha dado, además de Jesús, los sacramentos, el evangelio, una historia de más de veinte siglos de mártires y santos, donde vemos reflejada perfectamente su imagen.

Y en respuesta de esta predilección de Dios por el Pueblo, antiguo y nuevo, ¿qué hemos hecho los judíos de ayer y los cristianos de hoy por su viña? Esperó que diéramos fruto y dimos agrazones. Son metáforas. Esperó de nosotros, derecho, y ahí tenemos estas muestras; esperó justicia, y ahí tenemos guerras, odios y rencores.

Con prácticas, aparentemente correctas, quizás hemos herido a muchos, y aún podríamos haber privado de la "vida" a alguno. Y no debiéramos olvidar que el Señor dijo:"Lo que hicisteis con algunos de estos mis hermanos, conmigo lo hicisteis". ¿Por qué olvidamos esto?

Después de tanto esfuerzo y consideraciones del Señor para con su viña su Iglesia- casi le entran a uno ganas de de comentar: "También le fallan al Señor las previsiones"

Dios espera infinitamente. Multiplica las atenciones, el perdón y recoge negativas.

Los viñadores, además de haber negado lo que debían haber entregado, se mostraron incapaces, y lo que aún es más doloroso, incapaces de reconocer el cuidado y el mimo del amo.

Casi cae uno en la tentación de decir: "Deja, Señor, de concebir proyectos ambiciosos sobre nosotros, deja de cultivar sueños, deja de cantar ese canto de ternura".

Pero en el fondo de nuestro corazón, brotan estas palabras cargadas de angustia, a la vez que de esperanza y optimismo:¡ Señor, no te canses de esperar!

¡Ay, si se dejara de escuchar ese canto de amor a la viña!

Y no puedo terminar esta homilía, sin fijar la mente en aquellas palabras cargadas de sentido "Cuando los jefes de los sacerdotes y los fariseos oyeron esto, comprendieron que Jesús se refería a ellos".

¡Ojalá fuera siempre así!. Desde los "jefes de los sacerdotes, hasta el último de los fieles, cuando resuena una palabra dura de condenación, de crítica, de denuncia, cada uno debiéramos tener la lealtad de reconocer, "esto va por mí".

En una palabra, cuando el Señor dice cosas "desagradables", con frecuencia pensamos en el otro, debiéramos comprender, que nos está hablnado a nosotros. No debiéramos con comprender las palabras. No basta . Hay que responder, que va por nosotros.

Sería el principio del ofrecimiento a Dios de una cosecha sabrosa de uvas dulces, y no uvas de amargura.