XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 22, 15-21: DOMUND

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Tengo miedo tanto a los acontecimientos civiles como religiosos cuando arrastra la atención y el interés del hombre, y toda su fuerza y todo su entusiasmo se viene abajo en un instante.

Me recuerdan casi siempre la sesión verbenera, dicho sea con todo respeto, y salvando siempre las debidas distancias, de fuegos artificiales , que apenas casi tienes tiempo de exclamar: ¡Ay, que bonitos son!

Y me estoy refiriendo ahora mismo, al acontecimiento que hoy celebramos: “El día del Domund”

Le tengo miedo porque muchos católicos pudieran quedar tranquilos, haciendo una fervorosa oración, incluso, dando una fuerte limosna. Y nada más engañoso, y en consecuencia, iba a decir, menos cristiano.

Hay una frase de San Pablo, como una increpación sobre sí mismo: “Hay de mí, si no evangelizare “.

Frase que debiéramos hacerla nuestra y cada uno de nosotros.

Y antes de seguir adelante, no podemos pasar por alto, las palabras del Concilio Vaticano II. “ Aunque Cristo llama siempre a los que quiere para extender la Buena Noticia , incumbe a todos los cristianos la tarea de propagar la fe”.

Hay algo que quiero tratar aquí, aunque solo sea de paso: ese problema que puede plantearse y surgir: ¿cómo por mi oración , cómo, más aún, puede Dios vincular la salvación de los infieles a una limosna que yo pueda dar? Es un dogma de fe que mi oración por los insondables caminos del Señor, pueda ayudar a la salvación de los demás. Para mí es un dogma, que mi limosna, por los insondables designios del Señor, puede ser, y de hecho es un medio del cual el Señor se valdrá, para que su Reino, sin yo comprenderlo, pueda ser ampliado.

¿Hay aquí entre nosotros algún médico? No es que nadie se haya puesto enfermo, simplemente, ¿puede explicarme cómo el alimento que tomé esta mañana, al llegar a mi cabeza se convierta en cabello, al llegar a otra partes del organismo, se convierta en tejidos, vísceras, etc. etc.

No sé explicarme cómo mi oración, cómo mi sacrificio, cómo una limosna, se convertirán en un bien para las almas. Ahora, ceo firmemente la vedad de mi Credo, y éste me dice: “ Creo en la Comunión de los santos”

Nos encontramos dentro de la Octava de la festividad de Sta. Teresa: Ella hizo muy suyas estas palabras: “Creo en la comunión de los santos”. Pero conviene desmitificar algunas cosas. Cuando la niña Teresa de Ahumada se dirige a tierra de moros para que la descabecen por Cristo, ella no lleva en su corazón ningún espíritu misionero. Es una niña, ha leído en la Vida de los santos, que los mártires “compraban muy barato el cielo”. Y eso es lo que ella va buscar.

Otra cosa es cuando de labios de P Maldonado, franciscano misionero recien venido de las Indias en el locutorio de San José, comience a contar a las monjas: “ los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina”. “Yo quedé, dice, tan lastimada que no cabía en mí. Fuíme a una ermita con hartas lágrimas, y clamaba al Señor suplicándole me diese mérito cómo yo pudiese hacer algo y clamaba al Señor suplicándole cómo yo pudiese hacer algo por ganar algún alma… de tantas cómo el demonio se llevaba, ya que no era para más”.

Ella sabe que las lágrimas de nada o casi de nada sirven, de ahí que ardientemente le pide, que su oración, sus sacrificios, su soledad, en una palabra, su vida, sea de provecho para la salvación de las almas”.

Y ahora aquellas ansias que tenía de niña de martirio, han quedado atrás. No envidiará a los mártires, sino a los santos que tuvieron la dicha de convertir almas. “Y mucha más devoción me hace y más ternura, y más envidia que todos los martirios que padecieron, los santos que convirtieron almas”.

Había llegado como nadie al fondo de lo que es la Iglesia , y cuál es su razón, que no es otra, sino hacer llegar a todas las almas el mensaje del Evangelio. De ahí, que esté firmemente convencida , que “precia Dios Nuestro Señor más un alma que por nuestra industria y oración le ganemos, que todos los servicios que podamos hacer”.

Por eso inculcará a sus hijas, que el día en que no le entreguen todo por la salvación de las almas “no saben para que las reunió el Señor”.

La preocupación de las almas llegará asta tal punto, que sus hijas, sino “escandalizadas”, si extrañadas, no podrán menos de preguntarle, ¿qué va a ser de ellas si todo ha de aplicare por los demás? Y entonces recibirán esta categórica y clara respuesta: ¿Qué va en que yo esté hasta el día del juicio en el purgatorio, si por mi oración se salvase una sola alma?

Para apagar estos impulsos misioneros, Cristo se ve como en la necesidad de intervenir, y una noche, apareciéndosele, le dirá: “Espera un poco, hija, y verás grandes cosas”.

¿Qué cosas son estas? No lo sé. Lo que sé es que el año 1582, poco antes de morir la Santa , ésta verá partir desde Lisboa para el Congo, la primera expedición de Carmelitas misioneros.

Y el segundo hecho es la proclamación de una de sus hijas, como Patrona universal de las misiones. Yo no sé si será .lícito decir, que este día reventó de gozo su corazón inflamado de amor a Dios y a los hombres,

Efectivamente, el 14 de diciembre de 1927, Pío XI, ante los ojos atónitos del mundo entero, declara a la humilde carmelita, Teresa del Niño Jesús y de la Sta. Faz , principal patrona, junto con San Francisco Javier, de todos los misioneros y misioneras existentes sobre la tierra

Una lección para el mundo entero poniendo de manifiesto el valor de la oración para cualquier actividad de la Iglesia , y además una proclamación de cómo cada uno de nosotros puede constituirse y ser un verdadero misionero un auténtico apóstol.

Prueba de todo esto, la doctrina inequívoca de la Iglesia , Y Teresa de Jesús, primero con su vida y después de muerta, al declarar a una de sus hijas, Teresita de Lisieux, principal patrona de todos los misioneros y de todas las misioneras, y de todas las misiones existentes en la tierra.