III Domingo de Adviento, Ciclo B

Juan 1, 6-8.19-28: Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz. Jn. 1, 6- 8.

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD 

 

Isaías 61, 1-2a. 10-11
Salmo Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54(R.: Is 6 1, 1 Ob)
I Tesalonicenses 5,16-24
Juan 1, 6-8.19-28   

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz. Jn. 1, 6- 8.

Dice Bernanos: "Lo contrario de un pueblo es un pueblo triste". Yo me atrevo a parafrasear estas palabras, y decir: "Lo contrario de un cristiano es un cristiano triste. Con razón se ha dicho, que un santo triste es un triste santo. Tristeza y cristianismo son términos antagónicos. No pueden vivir juntos. Uno de los dos tiene que fallar.

A este domingo tercero de Adviento se ha venido llamando tradicionalmente, dentro de la liturgia de la Iglesia, el Domingo de "Gaudete": que significa "Alegraos" ¿Por qué esta nota de alegría, en medio de este tiempo de Adviento, tiempo penitencial?

Este Domingo toma su nombre de las primeras palabras de la carta de San Pablo a los Tesalonicenses, que dice: "Estad siempre alegres. Os lo repito, estad siempre alegres". Es motivo más que suficiente de alegría, de gozo, "la espera de la venida del Señor".

Al cristiano se le ha echado en cara que es enemigo de la alegría. Y en ocasiones, qué duda cabe, hemos podido dar lugar a ello. En momentos determinados, hacemos el vacío a nuestro lado, porque damos la impresión de que no valemos más que para echar un jarro de agua fría sobre lo que suena a gozo y a fiesta.

Parece que el mundo nos acepta en el dolor. Pero en las fiestas nuestra presencia no parece oportuna. Así no parece que Cristo no habría venido al mundo a otra cosa, más que para "aguarnos" nuestra existencia, nuestra vida .Y no hay nada más contrario.

Así es, con Cristo irrumpe el gozo en el mundo. Cuando, aún no ha nacido Jesús, su madre visita a Sta. Isabel, y el niño que lleva en su seno, da saltos de alegría.

Apenas Jesús ha nacido, el mensaje a los pastores, es el siguiente: "No temáis, pues os anuncio un gran gozo, una gran alegría, que lo será para todo el pueblo".

El primer milagro que hace Jesús es para alegrar a unos recien casados a quienes comenzaba a faltar el vino. Sí, los tres años de la vida pública de Jesús, no son más que una fiesta de alegría humana: lo acabamos de ver: el agua se convierte en vino, las redes se llenan de peces, los leprosos quedan limpios, los ciegos recobran la vista, los sordos que comienzan a oír, los tullidos a caminar; los muertos que resucitan& ¿Qué son, pues, sus milagros, más que una poderosa contribución de parte de Dios para ser felices en este mundo? Pero, además resulta que en la misma Pasión aparece la palabra "alegría". Al despedirse de los apóstoles en la última Cena les dice: "Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie podrá quitaros vuestra alegría".

Sólo hay un motivo para estar tristes: "el romper con Dios". Más sencillo: el pecado.

El mundo se aleja de Dios y busca la felicidad en el dinero, que nunca sacia; en la droga, paraíso engañoso, que con más frecuencia de la deseada, conduce al suicidio; en el sexo, para terminar haciéndose en el más duro y cruel de los tiranos.

El triste espectáculo que hoy el mundo nos ofrece: jóvenes sin ilusión, sin esperanza, con una mirada triste y vaga, a quienes la vida ya no guarda sorpresa alguna para ellos porque a los 18 años (¿?) lo han gustado todo, lo han experimentado todo o casi todo. Me sospecho que sabes algo de ciencias: todo en este mundo sigue su propia naturaleza. Prueba tú mismo y lo verás: cuando llegues a casa introduce aceite en el fondo del agua Es inútil. El aceite subirá a la superficie Echa agua encima del aceite: En vano. El agua se va al fondo. Todo siente el impulso de la propia naturaleza: se retuerce, se agita; busca su centro. Y cuando lo encuentra, allí descansa. Prueba tu mismo a arrancar del hombre a Dios: se pone intranquilo, gime, se vuelve contra sí mismo: y, de una u otra manera busca a Dios, ya que el abandono de Dos le ha llevado a un callejón sin salida. "El que abandona a Dios, dice Lineau, no podrá ser nunca feliz, lo único que pude hacer es sollozar".

Los árabes tienen una leyenda relativa al sollozo del Sahara. Cuando en noche tranquila una suave brisa recorre el desierto haciendo chocar miriadas de pequeños granos de arena, produce el efecto de un gemido doloroso, como exhalado por una gigantesca fiera: ¿Lo oís? Dice el guía de la caravana, a los jóvenes que por primera vez hacen la travesía: ¡el desierto llora! Se queja de haber sido convertido en desierto; de los jardines florecientes, las mieses undosas, los frutos apetecibles de que estaba cargado un día, antes de quemarse, antes de convertirse en desierto.

Almas áridas. Almas de desierto son también los hombres que han dejado a Dios. Puede ser que en el exterior pueden fingir que todo está en orden. Pero cuando en el silencio de la noche, entregados a sus pensamientos, sentados al borde del lecho, después de una noche de "porro y botellón", solloza en ellos el alma árida y desierta por el abandono, quizás sin darse cuenta, de la casa paterna, y lloran por las flores machitas, por las alegrías muertas, que se han perdido sin esperanza.

Porque, siempre será cierto que una vida sin Dios, "es un buque sin timón; un cielo sin estrellas, un jardín sin flores y un corazón sin vida y sin alegría. En una palabra, "un alma de desierto".