IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Marcos 1, 21-28: Quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Ma. 1, 21-28.
Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD
Deuteronomio 18, 15-20
Salmo 94
I Corintios 7, 32-35
San Marcos 1, 21-28
Quedaron asombrados de su enseñanza, porque
no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Ma. 1, 21-28.
Es muy fácil que gran parte de los cristianos, al leer o escuchar las primeras
líneas del Evangelio de hoy, las pasen por alto, y no les concedan la
importancia que en sí encierran. Para mi no dogmatizo- son unas de las palabras
que más claramente nos hablan de la grandeza de Jesús. Nos dice textualmente el
Evangelista Marcos: "Llegó Jesús a Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a
la sinagoga a enseñar se quedaron asombrados de su enseñanza". Y ahora viene lo
trascendental: "No enseñaba como los letrados, sino con autoridad".
Daos cuenta de una cosa: cuando alguien habla maravillosamente, quedamos
admirados de su doctrina, y comentamos entre nosotros: da gusto oírle. Pro si
realiza algún hecho portentoso, con relativa frecuencia, nos olvidamos de lo que
había dicho, y nos quedamos sólo con lo que ha realizado.
El caso de Jesús es fuera de serie. Había hecho y seguía haciendo hechos
portentosos. Pero en las circunstancias presentes, dejan a un lado cuantos
prodigios había realzado, y quedan admirados de su "palabra", Y comentan
espontáneamente: "No enseña como los letrados, sino con autoridad".
¿Qué veían en sus palabras? Yo lo resumiría sencillamente en esta frase: Decía
lo que sentía, y a su vez, sentía lo que decía.
¡Qué lección para todos y cada uno de nosotros, que un sin número de veces, todo
se nos va en palabras huecas y vacías de contenido! Ni decimos lo que sentimos,
ni sentimos lo que decimos.
Hoy día, ante la profunda crisis de autoridad en la familia, en la escuela, en
la sociedad, en la Iglesia y ante la "palabrería" que promete soluciones a todos
los problemas, y no alcanza sus metas, debemos volver los ojos a Jesús, el
Señor.
Y termino esta primera parte con las siguientes palabras: Jesús, hoy como ayer,
sigue ofreciendo con su autoridad, un camino de vida que no defrauda a quien
cree en él, y le sigue; un camino que "es vida y lleva ala vida, y que hace
callar al espíritu del mal y el engaño.
La segunda parte del Evangelio de hoy, viene a complementar la afirmación de la
gente que "Jesús hablaba con autoridad": confirmaba con las obras lo que había
dicho con la palabra.
Había a la puerta de la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo. El
hombre al ver a Jesús comenzó a gritar. Y Jesús con autoridad le dice (al
espíritu inmundo) : "Cállate y sal de él". El espíritu dando un grito, salió.
La gente, y con razón, exclamaba: "¿Qué es esto? Hasta Los espíritus inmundos le
obedecen".
El "poseso" o "endemoniado", como alguien acertadamente ha dicho, es un símbolo
de todos ya cada uno de nosotros, dominados en muchas ocasiones por las fuerzas
del mal, que no nos dejan ser nosotros y de las que en el fondo ansiamos
liberarnos. Cuántas veces no decimos medio en serio, medio en broma: No sé lo
que me pasa: "parece que tengo el demonio en el cuerpo". Hoy la "posesión" tiene
otros nombres: traumas, depresiones, fobias& Estas fuerzas del mal, en ocasiones
nos dominan, y no nos dejan ser todo lo buenos que quisiéramos.
Más o menos, todos sabemos lo que pasa en nuestro interior, aunque no lo digamos
o nos cueste reconocerlo.
Jesús habla con autoridad, no sólo en la sinagoga cuando enseña y explica la
Sagrada Escritura, sino también, como acabamos de ver, cuando dice con fuerza:
"¡Cállate! ¡Sal fuera! Y esa autoridad la manifiesta la utiliza Jesús para hacer
el bien porque solo quiere lo bueno para los hombres. No como "otras"
autoridades, que la emplean casi exclusivamente, en beneficio propio para crecer
ellos.
Cuando con humildad nos ponemos ante Él, cuado acudimos al Sacramento del
perdón, también Jesús nos libra de toda "posesión" maligna; cura las heridas de
nuestro corazón, y nos concede la salud y la paz. Sobre todo la paz, que es el
tesoro más grande de la tierra.
Él tiene siempre las manos abiertas, y está deseando nos acerquemos a Él para
concedérnosla. No depende de Él, depende de nosotros.