XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 51-58: Este es el pan que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. San Juan 6, 51-59

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD 

 

Proverbios 9, 1-6
Salmo 33
Efesios 5, 15-20
San Juan 6, 51-58

Este es el pan que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. San Juan 6, 51-59

En el evangelio de hace unos domingos, nos presentaba la Iglesia a Cristo saciando el hambre en el desierto a cinco mil hombres sin contar niños y mujeres. Hoy, nos presenta a Cristo saciando el hambre espiritual, no de cinco mil hombres, sino del mundo entero, ofreciendose él como pan espiritual -su cuerpo y su sangre- a la vez que nos dice: "Quien coma de este pan y beba de esta sangre vivirá para siempre"

En ocasiones, los humanos, qué poco o qué mal sabemos agradecer al Señor el don inestimable de la donación de su cuerpo y de su sangre. Gran parte de su vida pasa desapercibida del mismo como sino existiera. Y otras veces, se hace la eucaristía con frialdad, como una cosa más que he de hacer, sin más en mi vida.

Por el contrario, los santos lo han vivido con intensidad. De San Antonio Mª. Claret, nos dicen sus biógrafos que, después de la Eucaristía, "se sentía como un hierro incandescente, penetrado por el Señor, fuego ardiente".

Y Juan de Ávila., apóstol de Andalucía, y nacido en Almodóvar del Campo, exclama: "Oh, mesa sagrada, cuán mal conocida eres, y por eso, tan poco estimada, y por eso perdemos los excelentes frutos de la vida cristiana, que en este se dispensa, a los que se disponen debidamente a recibirte". ¿Nos encontramos nosotros en este grupo? ¿Nos acercamos debidamente a la mesa? Yo no puedo responder por ti, ni tú por mí. Con la mano en el corazón cada uno debe responder por sí mismo. Claro está, depende de las disposiciones con la que nos acerquemos. Y cuántas veces no hemos oído decir: ¡ A mí la Eucaristía no me dice nada! O bien, he salido tan frío como entré" Habría que decirles, ¿cómo puede Vd. coger una brasa y no sentir calor, no abrasarse, como acontecía, según acabamos de ver, a San Antonio Mª. Claret?

Sabemos que el centro de la vida cristiana es la Eucaristía, lo que muy familiarmente decimos, "La Santa Misa". Pero tristemente, quisiera equivocarme, no acabamos de darle el valor que la misma encierra en sí. Eso, al menos, se nota en una gran parte de los cristianos.

Hay "misas" en las que los "asistentes" llegan tarde y se marchan pronto, antes de que terminen. Se ven personas resignadas, aburridas que miran el reloj de vez en cuando, por si el cura se alarga; personas que responden desganadamente al celebrante, que apenas cantan; personas dispersas por el templo como si no quisieran saber nada unas de otras. Los hay que salen igual que entraron, como si no hubiera pasado nada, han cumplido. Y aquí casi se puede decir: "cumplir es mentir".

Ahora, no podemos reducir el cristianismo a la misa, a la comunión. En ningún sitio ha dicho Jesús que "con la comunión basta". El cristiano, en primer lugar, ha de vivirla, y después comunicar a los hermanos lo que ha vivido. Esa es la verdadera comunión.

Uno de los peligros que corre el cristiano -me estoy refiriendo a la comunión- es la soledad. La comunión no se da en un restaurante, donde hay mesas aisladas, y nadie se preocupa del que tiene al lado. Y asimismo, tú no quieres que el vecino se preocupe de ti. Tú vas a lo tuyo y que te dejen en paz. La Eucaristía es comida de familia, entre hermanos. Reducir la comunión, la Eucaristía, a un encuentro individual, personal con Jesús, y sólo con Jesús, es mediatizar, por no decir perder la razón de la misma, que es "común-unión con los hermanos".

Por eso, está mal no asistir a la eucaristía: pero, casi incomprensible, asistir, y no atreverse acerca a la mesa. ¿Qué diríamos de aquel que va a un banquete, pero no prueba bocado? ¿No es insólito tener hambre, tener la mesa puesta y no servirse de ella? Eso es lo que pasa a una mayoría de cristianos de misa dominical. No tienen presente o han olvidado las palabras de Jesús: "Mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida". ¿La mesa puesta, y muertos de hambre? ¿Cabe mayor contradicción?

Decía un jefe comunista, y no le faltaba razón: "Si yo pudiera tener todas las semanas
durante media hora el número de personas que van al templo los domingos, para estas fechas, el mundo entero sería comunista.

Del enemigo el consejo. Al menos en este caso, es un aviso.