I Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Marcos 1:12-15: La Cuaresma, tiempo de conversión

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

"A continuación, el Espíritu le empuja al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva". (Mc 1,12-15)

De nuevo, la Cuaresma. Ese tiempo "fuerte" en la liturgia y en la vida de la iglesia. Ese tiempo que tiene ya la solera del tiempo, pues viene de muy atrás.
Lo primero que se celebra en la iglesia es el domingo: el día del Señor, el día de la fracción del pan. Pero, ya antes del siglo III, se celebra el primer núcleo de días en torno a la muerte-resurrección: el Triduo Pascual (viernes-sábado-domingo). En el siglo IV, se organiza lo que sería la primera Cuaresma, que constaba de tres semanas. Luego, hasta el siglo VI, se reestructura, abarcando, desde el miércoles de ceniza, los cuarenta días. 

Tres son los grandes temas de la Cuaresma: a)bautismal. Este tiempo surgió en torno al bautismo. En principio, como preparación para los catecúmenos. Luego, cuando se bautizaba a los niños, como exigencia para los ya bautizados. b)penitencial. El sentido de ayuno que tuvo ya el primitivo Triduo Pascual, se extendió a toda la Cuaresma. Es el tiempo de la conversión que restablezca la opción bautismal. c)pascual. Pues, con ella, nos preparamos para la celebración de la Pascua. 

No nos puede resultar extraño que, durante todo el tiempo de Cuaresma, la iglesia nos anime a la conversión, a la penitencia, al recuerdo de las maravillas realizadas constantemente en nuestro favor por parte de Dios... Por poco sinceros que seamos, habremos de confesar que, de ordinario, estamos muy lejos del trato amoroso y confiado con nuestro Dios y con nuestros hermanos. Por el contrario, nos entregamos como esclavos a las mil y una cosas que nos dominan y no nos dejan vivir como a auténticos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Son las tentaciones que también nosotros experimentamos (como Cristo en el desierto: Marcos 1,12-15), y que, a veces, nos alejan de nuestras convicciones y de nuestras fidelidades. Por eso, se impone la renuncia a estas ataduras y la vuelta a acoger la voluntad del Padre, y a vivir con esmero la fraternidad: es decir, la conversión. 

Pero la conversión no está hecha sólo de esfuerzo por nuestra parte. La parte principal en todo este asunto la lleva Dios. Y de una manera que el mismo hombre nunca hubiera podido ni imaginar. Pese a las infidelidades del hombre, desde el principio, Dios se le ha hecho salvadoramente presente. Su "política" ha sido la de las alianzas. Ellas son la mejor expresión de las relaciones amorosas de Dios con el hombre (Gén 9,9-15). Alianzas que, comunitariamente, culminan en la redención por Cristo en su misterio Pascual. Por eso, la Cuaresma ha de estar llena de recuerdos de las grandes promesas y su cumplimiento por parte de Dios. Dios es Dios, y, entre otras cosas, tiene un corazón mucho mayor que el de los hombres. Desde aquí sí se entiende en su justa medida la conversión: respuesta al único Dios que nos salva, sin poner la confianza más que en el,... otorgando también nosotros el perdón a todos los hombres. 

Celebrar así la Cuaresma es manifestar que creemos en el amor de Dios manifestado en Jesús, y que unirnos a su muerte es garantía de resurrección.