Domingo de Ramos, Ciclo B

Marcos 14,1-15,47: Triunfo ... y entrega

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

 "A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lama sabactaní?», - que quiere decir - «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?» Al oír esto algunos de los presentes decían: «Mira, llama a Elías.» Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle.» Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró. Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.» (Mc 14.1-15,47)

Comienza la Semana Santa. La iglesia, desde sus orígenes, ha celebrado con fe ardiente y santa veneración a su Esposo, que la ha amado y se ha entregado por ella. Esta entrega amorosa tuvo lugar "una vez para siempre", en la Cruz y en la resurrección. Pero se hace salvadoramente presente "cada vez que anunciamos la muerte del Señor hasta que venga". 

Esta es la dimensión esencial de la Liturgia, que ilumina también la celebración de la Semana Santa. La "Grande y Santa Semana", desde el siglo IV, en Jerusalén, evoca cada uno de los acontecimientos de la pasión, muerte-resurrección. En ella, la Iglesia quiere que resplandezca en toda su riqueza la totalidad del misterio de la salvación, anunciado en el Evangelio, presente en el Sacramento, testimoniado en la vida. 

Este ha de ser el espíritu de nuestras celebraciones en Semana Santa, que comienza con el Domingo de Ramos y culmina en el Triduo Pascual de Cristo crucificado, sepultado y resucitado. 

Hoy, Domingo de Ramos, conmemoramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Entrada triunfal, y, sin embargo, y a la vez, en la humildad propia del Siervo. El señorío de Jesús no se realiza con la potencia de los conquistadores, sino en la humildad del Siervo; es decir, en la fidelidad de la aceptación de la prueba hasta la muerte de Cruz. Jesús cumple así un gesto profético. Este significa su inminente victoria sobre el mal, es la irrupción escatológica de la hora salvífica de Dios en la historia de los hombres. Es signo de la entrada de Jesús en la gloria de la resurrección. 

Pero, hasta llegar ahí, habrá que pasar por la Pasión. Hoy nos la brinda el Evangelio de Marcos. Como sucediera a los apóstoles, también para nosotros, especialmente durante esta semana, la muerte será una realidad que se impone con toda su dureza, su injusticia, su inexplicable crueldad. Jesús, en este relato de la Pasión, aparecerá, sobre todo, completamente solo: Getsemaní, prendimiento, juicio, negaciones, Cruz... Su única fuerza, la que puede librarlo de la muerte será Dios: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" 

Entrada triunfal en Jerusalén y muerte en la Cruz. Síntesis de lo esencial del misterio de Cristo. Síntesis de la celebración de Semana Santa. Síntesis de la propia vida del cristiano. Humillación y exaltación. La pasión es humillación, derrota, locura, escándalo. La resurrección es glorificación, victoria, nueva creación, plenitud de revelación. Muerte y resurrección, realidades íntimamente unidas. Cristo se despojó, se humilló... hasta la muerte de Cruz. Por eso, Dios lo ha exaltado. 

Desde aquí comprendemos el verdadero sentido de la vida, con sus limitaciones y sus pruebas, con sus enigmas y sufrimientos. Se abren nuestros ojos de creyentes, con los que descubrimos, junto a la Cruz, la luz de la resurrección, que también, para nosotros, es una realidad que tendrá pleno cumplimiento. El ser humano tiene una meta clara, un final cierto: la vida. Es una certeza que nos hará, sin duda, vivir de modo gozoso nuestra existencia terrena. Si el cristiano ama el dolor, es porque sabe que, en este, hay un germen de vida y resurrección.