XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 5, 21-43:
Dios fuente de vida

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

"Es"En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a él mucha gente; él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva.» Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré.» Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?» Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: "¿Quién me ha tocado?"» Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le contó toda la verdad. El le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad.» Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe.» Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.» Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate.» La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer." (Mc 5, 21-43)

El relato de la curación de la mujer afectada por una hemorragia, y el episodio de la resurrección de la hija de Jairo, contienen una clara finalidad en el evangelista Marcos: encaminar a los oyentes hacia una fe total en la persona de Cristo.

La acción de Jesús, que cura y da la vida, se nos describe de modo tan concreto y sugestivo que suscita en nosotros una pregunta decisiva: ¿Estamos dispuestos a aceptar que la acción de Dios se extiende hasta el ámbito de lo corporal, alcanzando nuestra corporeidad, incluyendo nuestra existencia cotidiana?

La mujer que padecía el flujo de sangre y el padre de la niña muerta, son figuras paradigmáticas del creyente que acoge la acción divina en cualquier ámbito de la propia vida. Obviamente, como especifica claramente el evangelista, la fe auténtica no se agota en el contacto físico con la persona de Jesús, sino que se verifica en el encuentro personal con Él, en el diálogo. Justamente en este encuentro personal alcanza la fe su dimensión más profunda y dinámica: la fe es el deseo de poner toda la existencia bajo la luz de Cristo; es el deseo de estar unido a Él para formar un solo espíritu, en la seguridad de que sólo en Él se encuentra la vida en la plenitud de su autenticidad.

La resurrección de la hija de Jairo anuncia, con una construcción literaria que va "in crescendo", la victoria de Jesús sobre la muerte. Jesús ha vencido a la muerte, ya que, mediante su Cruz y Resurrección, ha inaugurado el mundo nuevo de la vida, en la plena y eterna alianza con el Dios viviente. Y ofrece a cuantos creen en Él el gozo de vivir para siempre en el reino eterno del Padre. La resurrección de la hija de Jairo es, pues, un signo de la resurrección ofrecida a todos los hombres; es el signo de que la comunión con Dios, vivida en la fe, no se concluirá con la muerte, sino que, a través de esta, alcanzará su cumplimiento en la plenitud de la alianza, de la revelación y de la vida.

En esta perspectiva, el Evangelio nos orienta a descubrir, como ha hecho Jesús, el poder de Dios que resucita a los muertos, más en serio que la misma realidad de la muerte. El Evangelio nos desvela, por tanto, la vida de Dios que destella en la gloria del Resucitado. Y, por eso mismo, resuena siempre la voz del Señor que regala esta vida a sus discípulos. "Levantaos".

En Jesús, que cura y devuelve la vida, se revela y actúa el designio eterno de Dios que no quiere la muerte sino la vida, que ha creado al hombre para la inmortalidad, haciéndolo imagen de su naturaleza. Dios es fuente de vida. Y Jesús se nos muestra como el que, venciendo a la muerte, cumple el designio eterno de Dios y se convierte en el dador de la vida.

Para el que, desde la fe y el amor, se une a Cristo, la muerte física adquiere un nuevo significado. Es la señal de la configuración del bautizado a la muerte de Cristo, y, por consiguiente, también la prenda de su configuración con la vida eterna del Resucitado en el Reino del Padre.

Para el que, desde la fe y el amor, se une a Cristo, la muerte física es un horror. Es la señal de que la obra del diablo "ha entrado por envidia en el mundo". Es la señal de que no se aprecia suficientemente la dignidad y el valor de la persona humana.

Para el que, desde la fe y el amor, se une a Cristo, la defensa de la vida, de toda vida, se convierte en algo irrenunciable en cualquiera de sus actuaciones. Jesús cura y da la vida.

Es este, pues, el Domingo de la apuesta por la vida.