XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,1-6:
Jesús nunca nos deja indiferentes

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

"Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio.» Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. |v6 Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando." (Mc 6,1-6)

Como la primera sección del Evangelio de San Marcos, esta segunda termina con la reacción de incredulidad ante Jesús. Allí, se trataba de los fariseos, que, junto con los herodianos, deciden eliminarlo. Aquí, son sus paisanos los que se preguntan por el identidad y terminan despreciándolo.

Es un trozo evangélico que tiene una estrecha relación con el que constituye la primera lectura del domingo, tomada del libro de Ezequiel (2,2-5). En ella encontramos un testimonio significativo sobre la misión de los profetas en la perspectiva de la incredulidad del pueblo para con la Palabra del Señor. Porque, desde siempre, Dios ha mandado a sus profetas, y, desde siempre, estos se han encontrado con un pueblo testarudo y un signo elocuente del amor fiel y misericordioso del Dios del Éxodo y de la Alianza. Él, a pesar de todo, continúa enviando profetas a su pueblo, que reiteradamente desatiende la palabra de los mensajeros.

El envío de la Palabra divina y la obra de los profetas representa la manifestación del amor eterno de Dios, Amor que se revela en toda su plenitud con el regalo del Hijo. En esta óptica, todo anuncio de la Palabra de Dios es un acontecimiento de gracia, en el que se hace presente cada vez la fidelidad del Padre que entrega a su Hijo para la vida del mundo; es la revelación del Evangelio de salvación para la redención de todo creyente; es la presencia del Resucitado que atrae a todos hacia Sí para conducir a todos a la comunión con el Padre.

Lo único es que Jesús anuncia la Palabra de Dios con un poder nuevo, porque, ahora, en su persona, el tiempo de la promesa se cumple, e irrumpe, en Él, la salvación esperada por los hombres. Lo que en Jesús se repite es que también su Palabra se tropieza con la barrera de la incredulidad. Una barrera que levantamos con la pretensión de encasillar la persona y la obra de Jesús en los rígidos esquemas de las categorías humanas (familia, parentela, profesión...), llenas de múltiples intereses. Y es aquí donde encontramos lo sustancial de todo el relato: Ante Jesús, profeta máximo y revelador del Padre, resultan superficiales o insuficientes tanto la no-fe como una relación fundamentada sólo en opciones intelectuales o ideológicas. La única actitud válida ante Jesús es la escucha auténtica; es decir, la fe, que compromete al creyente en el seguimiento de Jesús.

Concluyendo. No deja Jesús indiferente a nadie que se coloca delante de Él. El único modo de escucharlo auténticamente es seguirlo. Es lo que se llama la "escucha existencial": hacer la experiencia... dejándose de "razones" o de "excusas".

Por otra parte, a pesar del rechazo de los fariseos y de los paisanos, la enseñanza de Jesús suscita la admiración de los que escuchan. Y Jesús, no obstante el rechazo, recorre las aldeas del contorno enseñando. O sea, que ninguna dificultad hace inútil la misión de Jesús ni lleva a ésta a abdicar de la misma.

Así, aun en medio de las dificultades e incomprensiones, la comunidad de los creyentes, y cada uno de ellos, tenemos el encargo de continuar anunciando la Palabra. Acogiéndola, viviéndola y proclamándola. Con la seguridad de que, a pesar de todo, seremos, en nuestros propios ambientes, signos eficaces de la presencia del Dios amor en medio de los hombres.

Todo esto, sin olvidar que no siempre encontraremos el aplauso, la acogida, la comprensión y la adhesión en donde esperamos. A veces, incomprensiblemente, algunos nos rechazarán.