XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,30-34:
El corazón de nuestro Dios

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

"Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. El, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco.» Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos." (Mc 6,30-34)

Todo este pasaje evangélico está orientado hacia la expresión: "Vio Jesús un gran gentío y sintió compasión de ellos". Es decir, se conmovió, experimentó misericordia, se llenó de ternura, como que las entrañas se le estremecieron de amor. ¿No vemos aquí un término que nos está indicando que el amor de Jesús es como el amor misterioso, pero profundísimo, de una madre? Lo suyo, pues, no es un particular y momentáneo estado de ánimo. Es decir, no es que, en ese momento, ante aquella multitud, Jesús se emocionara o algo parecido. No. Todo sucede en un nivel mucho más profundo. Lo que el Evangelio nos indica es que Jesús es el Mesías, en el que, de modo único y definitivo, se hace visible la ternura del Padre.

Es el mismo amor con que el Señor, Pastor de Israel, ha conducido, hasta ahora, a su pueblo hacia las fuentes salvadoras del Espíritu, como vemos en el profeta Isaías y en el libro de los Salmos (Is 44,3; Sal 23). Porque la compasión la experimenta Jesús al ver "que eran como ovejas que no tienen pastor".

La imagen del pastor encierra en sí la experiencia de un guía que traza el camino, que promueve y asegura una vida libre y próspera. Se trata de un guía-jefe, que, para Israel, encuentra su modelo en la figura de Moisés: liberador del pueblo, caminante que va por delante a través del desierto y cumplidor de promesas situando al pueblo a las puertas de la tierra prometida.

Al derrumbarse la esperanza concreta del pueblo de Israel en cuanto los sucesivos pastores, se orientan a esperar un futuro, en que el Señor suscitará pastores que cumplirán su función de guía y sostén del pueblo. El Evangelio proclama que Jesús es este pastor mesiánico. Ahora, en Él, el amor de Dios alcanza a la Iglesia toda y, a su través, se extiende a toda la humanidad.

Desde aquí, entendemos la frase inicial de nuestro texto: "Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús". Para beber de su amor, para contagiarse de él, para aprender. Porque, unidos a Él, los "pastores" encuentran y participan de la sabiduría, del amor y de la ternura de Dios... Efectivamente, toda diaconía, servicio, en la vida de la Iglesia tiene su origen en Jesús, que llama y envía, y encuentra su culminación también en Él. El apóstol se encuentra con el manantial de la misericordia divina en la comunión con Jesús. En Él, aprende a actuar desde la ternura, como pastor. O sea, "reunirse en torno a Jesús", tomar parte de su "descanso", significa experimentar cómo la Palabra sosegada de Jesús contagia una sed apasionada de salvación, el fuego ardiente del amor. Desde ahí, irradiará todo el discípulo, desde lo íntimo de su ser unido a Cristo. Es como el amor y la ternura se propaga y se extiende a todos generosamente. Con Jesús, desde Jesús, todo se ve de manera nueva. La historia alcanza un significado diferente. Los hombres alcanzan un valor distinto. Se impone la misma actitud del Señor que siente compasión por todos y los sirve desinteresadamente.

La "reunión" con el Señor provocará inevitablemente en nosotros esta pregunta: ¿Dónde encontrar hoy esas ovejas dispersas? O, para que lo entendamos: ¿Se nos conmueven las entrañas a los creyentes ante tanta pobreza, marginación, explotación, pobreza como existe en nuestro tiempo? ¿Nos inquietan los barrios periféricos de nuestra ciudades, la falta de vivienda que sufren muchas personas, la vivienda indigna de otras, la falta de cultura, la ausencia de ideales...? Porque una Iglesia que no opta por los pobres y por los más desfavorecidos no es la Iglesia de Jesús. Le faltaría corazón, que es lo que más y mejor define a nuestro Dios.