XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,30-34:
Amar a Dios en el prójimo

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

"En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco... Muchos los vieron marcharse... Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma". (Mc 6,30-34)

Respeto y admiro enormemente las ONG que desarrollan actividades extraordinariamente positivas entre nosotros. Desde aquí, me reconocimiento y mi aplauso para ellas.

Pero existe el peligro de confundirlas con las actividades que brotan del seno de la Iglesia, y que tienen que ver con lo que llamamos caridad. Las ONG se apoyan en que todos somos radicalmente iguales y, por eso, todos, en justicia, debemos ser tratados como tales. No cabe negar a nadie lo que todos merecemos por el mero hecho de ser seres humanos.

Es un planteamiento correcto. Pero la actuación del cristiano va más allá. No sólo somos radicalmente iguales. Es que somos imagen del mismo Dios. Y eso de que "a mí me lo hicisteis" es definitivo para la entrega a los demás. Somos hijos de Dios. Somos hermanos entre nosotros. Desde ahí, nos entregamos a los demás "por Dios". Y pretendemos no sólo saciar sus necesidades inmediatas, sino que procuramos atender y colmar sus necesidades integrales como personas (hijos de Dios), con el respeto y veneración que eso exige.

Para entenderlo, tendríamos que referirnos a Jesucristo: considerarlo sólo como un hombre excepcional, preocupado y dedicado a los demás... es mucho, pero insuficiente. Jesucristo es mucho más: es el mismo Dios, hecho hombre, y salvador de la pobreza más radical del hombre, que es el pecado.

Hacer cosas a favor de los demás... es mucho, pero, para el cristiano, insuficiente. La motivación religiosa concede una concepción del ser humano y un acercamiento y entrega al mismo, que va mucho más allá, que compromete mucho más, y que, a la larga, libera mucho más.

Triste favor harían las instituciones de Iglesia si se quedaran sólo en la práctica de unos quehaceres que se apoyan sólo en la justicia y en la igualdad de los derechos humanos, sin descubrir y sentirse motivados por la visión religiosa del ser humano que brota de Jesús de Nazaret. Porque el cristianismo incluye una ética. Sin duda. Y más exigente de lo que algunos piensan. Pero esa ética la alimenta desde al vida de fe, que se hace de encuentro con Dios y de acción de gracias. Es decir, para el cristiano, lo primero no es el compromiso con la historia, con los más necesitados. Lo primero es consagrarse a Dios, y, desde ahí, uno se abre necesariamente a los demás. No es que la consagración a Dios simplemente posibilite la entrega a los demás. Es que capacita capacita para un auténtico y total servicio. Hasta el punto de que, si este proviene de otra fuente, siempre, para el cristiano, resultará insuficiente.

Jesús siente lástima de muchos de sus contemporáneos. Los ayuda. Pero les enseña con calma. Y la gente se ve que lo entendía... porque lo buscaban y permanecían largos ratos como oyentes. Y, desde ahí, poco a poco, sabemos que las cosas cambiaron radicalmente en nuestra historia.