XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 9, 30-37:
Entregar la vida

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

“En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días, resucitará… Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.” (Mc 9,29-30)

No es extraño. Lo hicieron con todos los justos, como nos lo recuerda la primera lectura de este Domingo. Y todo, porque su vida santa es un continuo reproche para muchos. “Acechemos al justo, que nos resulta incómodo, se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada”. Y lo harán con Jesús: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán”.

Es un discurso extraño para los discípulos. No concebían como normal una vida entregada sin buscar recompensa ni reconocimientos, ni tranquilidad ni bienestar. Pero es el estilo de Jesús. Y es que la vida se nos ha regalado para entregarla, para ponerla al servicio de los demás, para “perderla”… No somos dueños de ella, sino administradores.

El que no entiende esto, se apoya en otro planteamiento: el del egoísmo, el de mirar por sí mismo, el de “guardar” y asegurar la propia vida.

Hoy, sin duda, prevalece, y con mucho, esto último. Por eso escasean los que regalan su vida a fondo perdido, los que hacen opciones radicales y definitivas, los que proyectan su futuro pensando en los otros y no en ellos mismos… Por eso escasean los que eligen, por ejemplo, el camino del sacerdocio o de la vida consagrada… Y por eso abundan los que no mantienen en fidelidad la palabra dada en el matrimonio… En realidad, es que no se hacen el planteamiento contrario. Y arguyen desde el derecho que todos tenemos a ser felices, y desde la afirmación de que, con su vida, cada uno hace lo que quiere sin tener que dar cuentas a nadie… Y cosas semejantes.

“Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos…” Es un símbolo del necesitado, del más desvalido, del más pequeño, como destinatario de la vida entregada del discípulo. Pero es, a la misma vez, un símbolo del que nada posee, como ejemplo de la vida sin ataduras ni cálculos como debe ser la del discípulo.

Y algo importante: en esto que nos parece tan difícil, nunca estamos solos. El justo tiene a alguien que “lo auxilia y lo libra del poder de sus enemigos”.

Vale la pena plantearse si no deberíamos cada uno de nosotros optar decididamente por un estilo de vida hecho de entrega desinteresada a los demás.