XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 9, 30-37:
Nuestro centro está fuera de nosotros

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

"En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días, resucitará. Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle... Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos..." (Mc 9,29-36)

Podemos continuar la reflexión que nos hacíamos el domingo pasado. Las palabras del Evangelio abundan en lo mismo: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y suenan a invitación al servicio y a la entrega.

Cuando oímos esto en un momento como el que estamos viviendo, no nos resulta fácil comprender y aceptar su contenido. Y no es que me lo invente. Es un hecho concreto, que todos podemos ver: ¡Ha disminuido enormemente el número de los que eligen entregar su vida generosa y desinteresadamente! Hay pocos seminaristas, hay pocos sacerdotes, hay pocas personas consagradas"... Y, hoy más que nunca, resulta difícil proponer ese tipo de vida a los más jóvenes... y a los mayores. No lo entendemos. Nos parece que, seguir ese camino, es estropear una vida.

Triunfar, tener, sobresalir, situarse, tener solucionadas todas las necesidades... ser bien considerados... poder permitirse determinados lujos... es el ideal de vida para la mayoría de nosotros.

El cristianismo no va contra la felicidad de nadie. Y promete también la plenitud personal. Pero desde el descentramiento. Es decir, no poniendo el yo en el centro. La persona humana se realiza desde la obediencia a la voluntad de aquel que nos ha hecho y nos ha pensado para una tarea determinada y espera de nosotros una respuesta concreta. En definitiva, se trata de dejar que Dios tenga algo que ver en nuestra vida o de expulsarlo como contrincante peligroso. El cristiano no lo considera enemigo, sino aliado que ayuda a conseguir los propios objetivos, y a transformar radicalmente el mundo.

Ser el último y el servidor de todos, en definitiva, nos lleva a considerar al importancia de los demás, desde un modo de ver las cosas que nos deja muy claro que no nos pertenecemos (no somos nuestros dueños), sino que hemos recibido la vida que entregamos (porque para eso la hemos recibido).