XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 2-16: Al principio, ya fue así

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

“En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? Él les replicó: ¿Qué os ha mandado Moisés? Contestaron: Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio. Jesús les dijo: Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer. Por eso, abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre…” (Mc 10,2-16)

Sabemos que unas doscientas mil personas se casan cada año, pero que también se rompe un matrimonio cada cuatro minutos. Es decir, nuestra sociedad, hoy, es divorcista. En sus leyes. Y en la opinión de la mayoría de nuestros contemporáneos. También entre muchos de los que se consideran católicos, apostólicos y romanos. Y esta actitud se justifica con motivos de modernidad. A veces, hasta de humanidad para con los cónyuges y para con los hijos… que no tiene derecho a perpetuar una situación que acaba siendo perjudicial, dicen.

¿Quién se ha sacado de la manga eso de la indisolubilidad? ¿La Iglesia? ¿Los curas? ¿O algún que otro fanático o solterón?

La respuesta la encontramos en el Evangelio de este domingo. Jesús distingue claramente entre la actuación de Moisés y el proyecto originario del Creador. Moisés permitió el divorcio por la terquedad de sus paisanos. Pero Dios había previsto todo de otra manera. Por eso, hizo al ser humano diferente en la complementariedad: hombre y mujer, aunque iguales fundamentalmente. Por eso pensó en la unión indisoluble entre ambos: Serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos. Y, por eso, añade: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Conviene recordar que el evangelista Marcos está introduciéndonos en los elementos que forman parte del anuncio del Reino. Para ello, nos quiere hacer ver cómo Jesucristo y su mensaje suponen una vuelta a la originalidad del paraíso. Por eso, para él, el Reino de Dios es una victoria sobre el pecado original (Mc 2, 1ss)), una victoria sobre la enfermedad y la muerte (Mc 5,21-43) y una reanudación del proyecto inicial de la unión del hombre y la mujer en unión indisoluble. San Pablo se encargará de hacernos ver que la fidelidad es parte integrante del matrimonio, por ser manifestación del amor indefectible de Dios a la Iglesia y a la humanidad.

La lección del Evangelio es clara: el matrimonio es uno de los terrenos donde se hace más evidente la llegada del Reino. Siempre, eso sí, que se trate del matrimonio indisoluble, en que la diferencia se consolida cada día más en la unidad enriquecedora entre el hombre y la mujer.