XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 17-30: Sígueme

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

“En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: … Ya sabes los mandamientos… Él replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta, anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo-, y, luego, sígueme. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! “ (Mc 10,17-30)

A todos nos ha impresionado y hasta causado cierta tristeza contemplar al joven rico y su reacción ante Jesús. Y se nos queda dentro aquello de que Jesús “lo mira con cariño” y lo de que “frunció el ceño y se marchó”.

Es la historia de una vocación, de tantas vocaciones, que, sin duda, podrían haber sido una maravilla de seguimiento (con todo lo que lleva consigo), que resultó frustrada por miedo, por indecisión, por apego a las riquezas, por el qué dirán, por la facilidad de otras llamadas, por falta de ayuda de los de alrededor…

En realidad, el joven del Evangelio no pretende seguir a Jesús. Se acerca a Él con una cuestión de escuela: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” Lo delata eso de “Maestro bueno”, con lo que lo iguala a otros maestros. Es decir, el joven pide sólo una opinión, que será “una más”, y ante la que reaccionará, como ante cualquier otra, con la facultad de escoger o incluso de no escoger.

Por eso, Jesús centra debidamente la cuestión y, por eso, rechaza lo de “bueno” y se lo aplica a Dios. Como diciéndole que su respuesta no es una opinión de escuela sino la voluntad de Dios. Y, tras exponerle lo principal de la ley, supera su conciencia legalista y de mero cumplimiento planteándole un mandamiento preciso: “Sígueme”.

La huida del joven manifiesta a las claras que todo lo anterior, en él, es pura evasión. Lo que quizá no había previsto era que Jesús lo iba a encarar por encima de discusiones externas y legalistas con la posibilidad de la verdadera entrega.

Es el milagro del encuentro con Jesús. No hay fe (ni salvación) sin unirse a Jesús y seguirlo.

¿Cómo es nuestra fe? ¿Supera el listón del cumplimiento legalista? ¿Toca la entraña de nuestra persona? ¿Nos une estrechamente a la persona de Jesús? Es decir, ¿es mera práctica cumplidora o vida entregada en totalidad?

Esta es la base. Después, habrá tantas concreciones como posibilidades para cada uno. Pero para todos resuena con fuerza el “Sígueme” que, también a nosotros, dirige Jesús.