III Domingo de Adviento, Ciclo C
San Lucas 3,10-18: La alegría de la conversión

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

"En aquel tiempo, le gente preguntaba a Juan: ¿Entonces, qué hacemos? Vinieron también a bautizarse unos publicanos, y le preguntaron: Maestro,¿qué hacemos nosotros? Unos militares le preguntaron: ¿Qué hacemos nosotros? El pueblo entero estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías." (Lc 3,10-18)

Parece un contrasentido el texto evangélico de este Domingo (llamada fuerte a la conversión) con el resto de pasajes bíblicos del mismo (que invitan insistentemente a la alegría). Choca la respuesta del Bautista (exigente como siempre) a la pregunta que brota en los labios de todos los que se le acercan, con la invitación a "gritar de júbilo" que nos dirige Sofonías y con la que nos hace San Pablo para que siempre "estemos alegres".

Y nos parece esto así, porque no somos capaces de compaginar el trabajo por cambiar nuestra vida a mejor, con el vivir contentos y felices. Nos parece que dedicarse a responder al Señor, a entregarse a los hermanos, a consolidar criterios y actitudes conformes con el Evangelio... es algo que nos priva de espontaneidad, que nos impone exigencias recortadoras, que nos limita en nuestras aspiraciones... Lo decimos con el gracejo de lo popular: "Lo que agrada... o hace daño o es pecado". Esa es la sensación que nos acompaña siempre: lo bueno supone una carga... que no sólo cuesta, sino que entristece, porque nos resulta un impedimento para muchas cosas.

Y, sin embargo, hoy, la Iglesia, que nos invita a la conversión por medio de Juan el Bautista, nos invita, a la misma vez, a la alegría. Tenemos que pensarlo despacio, porque, si se nos hace esta invitación, es que tiene que ser posible unir conversión y alegría.

Hablando desde la experiencia, todos sabemos que el bien nos llena. Es decir, cuando somos como, según nuestras convicciones y principios, debemos ser, nos sentimos satisfechos. ¡Cuántas veces hemos presumido de ello, desde nosotros mismos o refiriéndonos a los nuestros! La honradez de nuestro padre, la servicialidad de nuestra madre... nuestro cumplimiento en el trabajo... Lo bueno alegra, satisface, contenta... nos hace sentirnos bien... por nosotros y por los demás. No hay que confundir, por eso, esfuerzo con maldad, como si todo lo que costara fuera malo. No hay que confundir el estar a gusto y felices con la ausencia de complicación y de interés... y hasta de renuncia. Pueden ir unidas las dos cosas. Y generalmente así es. Porque, para ser como uno debe ser, hay que trabajar y esforzarse, pero, en esa misma actitud y comportamiento, uno encentra la recompensa íntima del bien hecho. Lo contrario de lo que experimenta aquel que deja pasar su vida sin pena ni gloria.

Por eso, recibamos la invitación a la alegría sin separarla de la que se nos hace a la conversión. Sólo si nos convertimos cada día un poco, seremos de verdad y hondamente felices.

Además, si creemos que el Señor se acerca para hacer posible el bien en nosotros, tenemos un motivo más (el de fondo) para estar alegres de verdad. No estamos solos en el camino por conseguir el bien en nosotros y en nuestros ambientes. Esa es la Buena Noticia a la que nos encamina Juan al Bautista y que nosotros, con alegría, estamos celebrando.
 


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