II Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.
San Juan 2, 1-11:
Casarse en la Iglesia: Casarse en Cristo

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

""En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda." (Jn 1,2ss)

Jesús estaba en la boda de Caná. Y su madre, María. Y sus discípulos. Todos, invitados expresamente. Sin duda, esta fue una boda "religiosa". Además, según evolucionaron los acontecimientos, acabó siendo abundante y generosamente bendecida por el Señor. A instancias de su madre, les regaló un espléndido vino, en sustitución del que se les había acabado. De no haber estado allí Jesús, esta boda hubiera sido un auténtico fracaso.

Esa es justamente la concepción de la celebración del matrimonio que tenemos los cristianos. Se trata de que, en ese momento determinante para la vida de las personas, Cristo bendiga su unión y los acompañe para que, en el ambiente familiar, se vivan con naturalidad los valores del Evangelio. Y, por eso, acudimos al templo, y, con una celebración especial, manifestamos y celebramos el amor, y recibimos la bendición del mismo Dios.

No se trata de firmar "un papel", como dicen algunos. No es tampoco cuestión de una formalidad burocrática innecesaria para una convivencia que se basa en el amor, como pregonan tantos. Es la fiesta del amor, reconocido como recibido, y vivido con la ayuda del acompañamiento y de la fortaleza que vienen del mismo Amor, que es Dios. Él, que ha puesto el amor en los corazones de las personas, queremos que lo bendiga, lo haga fuerte y duradero, fecundo y generoso. Por eso, los cristianos acuden al templo a dar gracias y a pedir ayuda. Es decir, quieren que, en su boda, esté presente el mismo Jesús, como lo hizo en Caná, para asegurar así todas las posibilidades del amor compartido. Casarse de otra manera es, por supuesto legítimo. Pero es, evidentemente, prescindir de esta presencia de gracia, que, para el cristiano, resulta imprescindible.

Eso sí, esto supone hacer las cosas bien. Porque extraña mucho que, en los que acuden a la iglesia para celebrar su boda, cosas que son muy secundarias (vestidos, fotos, vídeos, música, banquete, flores...), ocupen el primer término y se conviertan en los elementos que acaparan casi de modo exclusivo su interés, su preocupación y su ilusión. Hasta el punto de llegar, en muchas ocasiones, a convertirse en un contrasigno cristiano: por el lujo, por el derroche, por la insolidaridad, por la ostentación...

Y uno se pregunta, ¿no es posible prescindir, al menos en parte, de todo eso? ¿no podría unirse a la celebración religiosa un signo de solidaridad para con los más necesitados? ¿no podría disminuirse el número de los invitados y ganar en intimidad y familiaridad? Porque, si Cristo no está presente, como el invitado principal de la boda, esa no es una celebración cristiana. Aunque se casen en la iglesia y por la Iglesia.

Y uno se pregunta, ¿será que no son cristianos todos los que acuden al templo? ¿se estarán celebrando muchísimas bodas en la iglesia entre personas que no tienen fe? Y esto, de ser verdad, es algo muy serio. Porque, si Cristo no está presente, como el invitado principal de la boda, esa no es una celebración cristiana. Aunque se casen en la iglesia y por la Iglesia. Y se está atentando contra algo tan sagrado como un sacramento. Y se está haciendo una pantomima de la celebración litúrgica.

Ojalá y Cristo esté presente en cada una de las bodas celebradas en nuestros templos y en la vida de todos sus contrayentes. Será la garantía de que su amor madurará cada día más y se vivirá de modo auténtico durante toda la vida.


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