II Domingo de Cuaresma, Ciclo C
San Lucas 9, 28b-36: Encontrarse con Jesús

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

"En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago alo alto de una montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco... Dijo Pedro: Maestro, ¡qué hermoso es estar aquí!"( Lc 9, 28ss)

En el campo de lo religioso, somos muy dados a lo sensacionalista. Lo que tenga esa característica nos llama la atención, despierta nuestra curiosidad. No digamos nada de los medios de comunicación. Cuando encuentran algún elemento de este tipo, que roza lo religioso, le dan toda la cobertura del mundo.
Algunos creyentes, llevados de su buena fe, corren ante estos fenómenos, dan crédito a presuntos mensajes, se enrolan en determinadas prácticas religiosas... y es posible que hasta mejore su vida.

Junto a ello, abundan prácticas espiritistas, exorcismos, ritos mágicos, videntes con abundantes ribetes religiosos...

Da la impresión de que nos hemos "acostumbrado" a lo religioso, nos hemos "rutinizado"... y parece que necesitamos algo que, saliéndose de lo normal y cotidiano, nos despierte y espabile como creyentes. Como le sucedió a Pedro: "Maestro, ¡qué bien se está aquí!" El rostro de Jesús, que contemplaba a diario, le parecía normal y no despertaba en él novedad. En cambio, este rostro transfigurado era otra cosa.

A todos nos cansa el camino, el seguimiento. Y apetecemos momentos de paz, de tranquilidad, de gozo. Como le sucedió a Pedro. El Jesús que actúa en medio de las dificultades, enfermedades, contrariedades e incomprensiones... no era el Jesús del Tabor, resplandeciente y glorioso. "Maestro, ¡qué bien se está aquí!"

Necesitamos signos, seguridades. Necesitamos ver, comprobar.

El Evangelio de la Transfiguración tiene para nosotros una doble lección: por una parte, nos muestra el fin de nuestro peregrinar, la meta de nuestro esfuerzo; por otra, nos devuelve a la realidad del camino, como imprescindible para alcanzar la meta propuesta. Tendremos, incluso antes de conseguir el fin, momentos alegres, de luz, de gloria. Pero lo normal y más abundante será la subida, el esfuerzo, la oscuridad de la fe. Por eso, Jesús invita a bajar de la montaña, a vivir la fe de cada día, a recorrer el camino hacia Jerusalén.

Nos toca aprender la lección y tratar de vivirla:

*A Dios lo encontraremos en Jesús, su Palabra definitiva. La Biblia y, de manera especial, el Evangelio habrá de ser nuestra guía para el camino diario.

*A Jesús lo encontraremos en los sacramentos y muy especialmente en la Eucaristía, que será el alimento imprescindible para el camino diario.

*A Jesús lo encontraremos en el hermano enfermo, solo y que sufre, que será nuestro compañero inseparable en el camino diario.

*A Jesús lo encontraremos en nuestra propia enfermedad y en cualquier dificultad que nos afecte, que serán el ambiente en que debemos descubrir y escuchar la presencia amorosa del Dios que nos quiere santos aceptando la cruz.

*A Jesús lo encontraremos en aquellos que conviven con nosotros, que serán la manifestación más asequible, aunque no siempre la más fácil, del Dios que vive junto a nosotros.

Ojalá y no cejemos en nuestro interés por cambiar (transfigurar) nuestra vida, por alcanzar la santidad. Pero ojalá también y no olvidemos que esto depende de nuestro aceptación de la cruz en lo ordinario de nuestra vida.
 
 


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