II Domingo de Pascua o Misericordia, Ciclo C
Juan 20, 19-31: La vida... y la PascuaAutor: Mons. Miguel Esteban Hesayne
Cristianas y
cristianos de hoy, tienen el desafío de devolver a la Pascua su identidad de
cumbre y fuente de
vida cristiana. La solemne fiesta anual de Pascua es un toque pedagógico
para devolver a la Iglesia, en todas sus dimensiones y sectores, que la
vida cristiana es una celebración pascual
cotidiana a tal punto que se puede definir
cotidianidad pascual o no es vida cristiana.
La Iglesia, en tanto en cuanto, no es celebración pascual en sus miembros
se desfigura en una
corporación religiosa,
susceptible de todo tipo de corrupción de poder-dinero-ideologías, vanidades y
todo tipo de debilidades humanas.
Es que la muerte
y resurrección de Jesús es el acontecimiento definitivo para la historia humana.
Es la salvación –la más plena liberación de “todo el hombre y de todos los
hombres”. No hay que buscar otra cosa. Por eso, que la Iglesia que va
surgiendo en cumplimiento
del proyecto salvador, es la experiencia
de la resurrección de Jesús que va viviendo
el grupo humano de discípulas y discípulos del Crucificado tomando un
nuevo modo de vivir recreando una nueva convivencia-.
S. Pablo, en forma clara y terminante, les exige a los que celebran la fiesta de
Pascua que se comprometan
a vivir en honestidad lejos de toda trampa o codicia si
quieren pertenecer a la Iglesia de Jesús. Y aclara que se dirige a miembros de
la Iglesia y no a los que no conocen o no creen en la Pascua de Jesús (
1Cor.5,6-7) Sin la resurrección, las discípulas y discípulos que durante tres
años había congregado el Maestro galileo, una vez muerto en el Gólgota,
habrían sido reabsorbidos por la religión judía de donde procedían.-
La vida
histórica de Jesús no se encerró en la muerte. No es un recuerdo de un gran
maestro ni la de un héroe o famoso cuya memoria deja rastro indeleble en la
memoria colectiva. Su vida histórica no fue un paréntesis de vida ejemplar.
Ciertamente, Jesús histórico –con sus criterios y actitudes- ha sido un hombre
modelo de humanidad, pero, sigue siéndolo y proyectándose al hoy de la historia
en cada persona humana porque transcendió la historia
permaneciendo en la
historia en su dimensión de resucitado por obra de Dios “su” Padre. Y esta es la
prueba incontestable de que es plenamente
hombre y plenamente
Dios. Realidad
que se capta por la luz y fuerza del mismo Dios-Espíritu Santo. Esta es
nuestra Fe cristiana
y razón de existir de lo que, con el correr de los siglos se llama Iglesia
es decir, comunidad de creyentes en
Jesús muerto y resucitado.
Tal es así que la Iglesia de los orígenes, es decir los que se consideraron
discípulas y discípulos de “ese judío que había sido condenada a morir en
cruz” según expresión de los no creyentes, se
identificaban como “seguidores” del
Viviente (Ap.19, 4)
El cristiano, en
definitiva, es un testigo de Jesús resucitado y toda reflexión y práctica y
estructura de la Iglesia debe partir y ha de reflejar esta experiencia de Fe en
Jesús Muerto y Resucitado. Por eso, las
expresiones de esta mismísima Fe de los orígenes
cristianos debe ir cambiando en sus expresiones
a tono con la historia para que los inexorables cambios históricos se realicen
a tono con el Evangelio del Resucitado y los hombres y mujeres de hoy,
vivan los procesos históricos con la energía y
mentalidad de la Pascua de Jesús. Las tristes
y violentas situaciones que nos han conmocionado a los argentinos de hoy, son un
agudo desafío para la Iglesia en la Argentina.- Urge se afiancen y desarrollen,
con animosa guía de sus pastores, comunidades que sean
espacios donde se dinamice
la vida del pueblo con la energía pascual.
Si las parroquias se organizaran en una red de comunidades eclesiales de base,
estarían ofreciendo la estructura privilegiada para acompañarse de Jesús
Resucitado. Y Jesús resucitado como a los discípulos de Emaús trasmitiría
luces y energías pascuales que el pueblo argentino necesita para salir de
corrupción generalizada. Argentina necesita una
Iglesia levadura pascual.-